futuro

Sábado, 9 de noviembre de 2002

LA PRESERVACIóN CRIóNICA QUE NUNCA EXISTIó

Disney post-mortem

Por Pablo Allegritti*

En 1995 se logró dilucidar un insólito trascendido que aseveraba que Walt Disney (1901-1966), yacía en el interior de una “cripta criónica”, para ser resucitado en el lapso de unos cien años. Veloz, el rumor se había propalado en los años ‘60 y ‘70, desde los corrillos de Disneyland (California) y de Epcot Center (Florida). En verdad, todo ello se debió a una distorsión de las ideas de Disney que quería diseñar su “community of tomorrow”, provocada sin duda por una maquinación de su hermano, y socio, Roy O. Disney. Y así, inefablemente, tal correveidile hizo cundir (hacia finales de enero de 1967) en complicidad con Marc Davis, un afamado caricaturista de esa corporación, la patraña de una virtual resurrección del ya fallecido “genio” gracias a una híper-gélida ciencia de la más alta tecnología... la criónica: una pavorosa manera de desafiar al futuro. Lo real del asunto fue que los señalados propaladores de esta farsa manejaron y usurparon con argucia el caso resonante del profesor James H. Bedford, un doctor en psicología residente en Glendale, quien tomó contacto con un catedrático en física de Michigan, Robert Ettinger, autor de la obra futurista The prospect of inmortality (1965), y asimismo un iniciador de esta temática, cuyo trasfondo especulativo resultó ser el detonante de la aspiración en gran escala de la “experimentación con la muerte”. El mencionado doctor dispuso, de manera expresa, que su cuerpo fuera sometido a un tratamiento de congelamiento momentos previos a su muerte, y debido a que él padecía de cáncer recurrió a la criobiología para preservar el organismo por largo tiempo, quizá cientos de años, hasta que la medicina del futuro lograse la curación cabal de esa enfermedad. Bedford falleció el 12 de enero de 1967 (menos de un mes después de muerto Disney). De inmediato, y apenas el corazón del doctor cesó de latir, se le inoculó heparina para evitar que su sangre se coagulara; acto seguido se le practicó respiración artificial y masaje cardíaco externo con el propósito de que la sangre oxigenada circulase a medida que su cuerpo era enfriado gradualmente con hielo, se le inyectó una solución preservativa y crioprotectora, y finalmente se procedió a congelarlo con el sistema de anhídrido carbónico (sic) descendiendo a niveles sub-cero.
Se cree que James H. Bedford hiberna, al presente, en una unidad de cryo-care a una temperatura de -195 Celsius, abastecida en forma permanente con nitrógeno líquido BF5 System. Y, quien esto escribe, a partir de una investigación in situ, consultó a médicos legistas y también a especialistas de UCLA y de la misma organización criónica Alcor Life Extension Foundation, en Scottsdale (Arizona), quienes ratificaron que esta última es una de tantas que tiene a su cargo el proceso, y tratamiento, de criopreservación con seres humanos, incluyendo su transporte y perfusión (es decir, la sumersión del “cadáver” en un baño de congelación técnicamente constante). Además señalaron que el peligro mayor reside en el deterioro, o destrucción, de las células cerebrales por los cristales de hielo, o por una accidental descongelación. Aditivamente y rayano al deceso, con frecuencia, se utilizan compuestos médicofarmacológicos tales como HES y Mannitol (Viaspán o su equivalente) que son aplicados por vía carótida y femoral, especialmente para combatir eventuales edemas cerebro-vasculares. Incluso, para evitar daños eventuales, se han diseñado prodigiosos nano-robots que no sólo vigilan el grado de congelación sino también aquellos niveles de femtoenergía celular o n-micromolecular. En determinados laboratorios de cryo-care se cercena la cabeza del cuerpo a crionizar, para poder así controlar, específicamente, el proceso de congelamiento de la masa encefálica con un criotratamiento diferencial por nanoprotección.
En contraste, Walt Disney había muerto a consecuencia de un carcinoma pulmonar en el hospital St. Joseph de Burbank (Los Angeles County, California), luego de un intensivo cuidado posoperatorio con quimioterapia y radiaciones de cobalto, a las 9.30 A.M., el 15 de diciembre de 1966. Hoy, después de ser leído el correspondiente certificado de defunción –del cual quien esto escribe tiene una copia–, no caben dudas de que los restos mortales de Disney –poco antes de su funeral secreto– fueron cremados en un columbario de Los Angeles County, para más tarde dejar reposar sus cenizas en un pequeño y embozado jardín privado, colindante al ala izquierda de la entrada al Freedom Mausuleum, del Forest Lawn Memorial Park, coincidentemente en Glendale. Sus cenizas fueron depositadas en una urna cineraria, a unos 7 pies de profundidad, precisamente por debajo de una blanca escultura de unos 40 centímetros de altura, sobre el verde césped y a modo de cariñosa lápida, que alegoriza una a modo de Tinker Bell tan encantadora como desconsolada. Acaso, una grácil ofrenda a perpetuidad. Y además, a escasos metros de la propia estatuilla puede observarse, en una muralla aledaña, a una placa de bronce con los nombres de: Walter Elias Disney, Lillian Bounds Disney (su esposa), Robert B. Brown (un hijo político de Walt) y Sharon Disney Brown Lund (una de sus hijas) acompañada por una conmovedora leyenda (ver foto).
En su propio testamento quedó revelado que Disney no formalizó ningún deseo atinente con “su” tan trillada crioconservación. Y es insólito que ni Lillian, ni sus 2 hijas, refutaran oficialmente el rumor referente a la “animación suspendida” de ese memorable ser querido. Pues, paradójicamente, lo único real de esta falsedad fue que el experimento post mortem, concerniente al doctor James Bedford, se transfundió hacia la persona de Walt Disney por obra y maniobra de un allegado.

* Profesor y licenciado en Historia; investigador en Antropología Forense.

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Arriba, Pablo Allegritti junto a la placa funeraria de la familia Disney en el cementerio de Glendale.
 
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