LOS “IG” NOBEL: “INVENTOS QUE NO SE PUEDEN Y NO SE DEBEN REPETIR”
Ciencia berreta
Por Federico Kukso
Los galardones en ciencia son muchos y variados. Están la Medalla Fields –que premia la excelencia en matemáticas– y los prestigiosos Premios Nobel. Y también están los premios “Ig” Nobel, que se entregan desde hace 12 años a las investigaciones más insólitas del mundo.
El criterio de selección de los “Ig” –cuyo nombre es una alteración de la palabra inglesa ignoble (innoble o miserable)– es simple: los premios, organizados por la revista de humor científico Anales de la Investigación Improbable (Annals of Improbable Research), son otorgados por “inventos que no se pueden y no se deben repetir”.
En 1993, por ejemplo, el “Ig” Nobel de Literatura fue para E. Topol, R. Cliff y otros 972 co-autores, por publicar un artículo de investigación médica en la prestigiosa New England Journal of Medicine, que tiene cien veces más autores que páginas. El de Biología de 1997 no es menos curioso: se lo llevaron T. Yagyu y sus colegas del Hospital Universitario de Zurich, Suiza, y la Universidad Médica de Kansai en Osaka, Japón, por “medir distintos patrones de ondas cerebrales en individuos masticando chicles de diferentes sabores”, investigación publicada en la revista Neuropsychobiology.
Este año no fue la excepción: en una ceremonia realizada en el Teatro Sanders de la Universidad de Harvard, Estados Unidos, 1200 personas se reunieron para saludar a diez “orgullosos” nuevos ganadores del curioso premio similar al Nobel. Y en lugar de aplaudir de pie, el público los felicitó arrojando aviones de papel.
El “Ig” Nobel de la Paz fue para los investigadores japoneses Keita Sato, Matsumi Suzuki y Norio Kogure por “promover la paz y la armonía entre especies al inventar el programa informático Bow-Lingual que traduce el ladrido de los perros a diferentes idiomas”.
El premio de Medicina fue a parar en manos de Chris McManus (Universidad de Londres), que en 1976 publicó ni más ni menos que en Nature “Asimetría escrotal en humanos y en esculturas antiguas”: tras analizar 107 esculturas en un viaje por Italia, concluyó que los antiguos, con acierto, esculpían el testículo derecho más alto que el izquierdo. Pero, incautos, se equivocaban al esculpirlo más pequeño.
El de Biología cayó en manos de un grupo británico de la Universidad de Saint Andrews, que investigó el comportamiento sexual de los avestruces cuando los seres humanos se acercan a sus corrales.
Arnd Leike (Universidad de Munich, Alemania) recibió el galardón de Física tras demostrar en European Journal of Physics de enero de este año que la ley matemática del decaimiento exponencial es la que explica un fenómeno tan esencial para la vida de los pueblos como la desintegración de la espuma en un vaso con cerveza.
El “Ig” Nobel de Literatura fue para Vicki Silvers y David Kreiner (Universidades de Nevada-Reno y Estatal de Missouri, Estados Unidos) por su colorido reporte acerca del peligro que corren los estudiantes al comprar libros usados con algunos de sus párrafos subrayados. “Un realce inadecuado puede interferir seriamente con la comprensión de lectura”, señalan.
Karl Kruszelnicki (Universidad de Sydney, Australia) fue laureado en Investigación Interdisciplinaria por su curioso estudio sobre las pelusas que se acumulan en el ombligo humano, detallando quiénes son más proclivesa tenerlas, cuándo las obtienen y de qué color son (de los 4799 individuos consultados, casi el 50 por ciento dijo que sus pelusas eran azules).
Y, como si esto fuese poco, el máximo premio en Economía fue a parar a los ejecutivos y auditores de 28 empresas, como Enron, Tyco, Xerox y Arthur Andersen, que este año no les fue muy bien que digamos. Su gran mérito fue “adaptar el concepto matemático de los números imaginarios al mundo de los negocios”.