Planetas Express
› Por Mariano Ribas
Si un planeta gigante y gaseoso no se forma rápidamente, entonces nunca se formará. O por lo menos, eso parece. La astronomía planetaria es una de las ramas más inquietas de la ciencia más antigua. De hecho, y gracias a la avalancha de descubrimientos de los últimos años, la propia definición de “planeta” parece reformularse día a día (ver “Planetas: ¿ser o no ser?”, Futuro 16/11/02). Ahora, la última novedad en la materia es un flamante modelo que, con toda insolencia, viene a desafiar las ideas clásicas que intentaban explicar el origen y desarrollo de los planetas gigantes. Al parecer, los monstruos tipo Júpiter o Saturno tendrían períodos de gestación muy cortos, de apenas unos siglos. Nada en comparación al millón de años (o más) que proponían las teorías más aceptadas. El notable recorte que surge de este nuevo modelo ayudaría a explicar algunas cuestiones teóricas sumamente incómodas, especialmente, la propia existencia de estos mundos gigantes.
GEnesis planetaria
Hasta ahora, las teorías standard de formación planetaria planteaban un escenario que podría resumirse así: las estrellas nacen a partir del colapso gravitatorio de una enorme masa de gas y polvo. Y los planetas se forman a partir de la acumulación progresiva de la escoria que queda a su alrededor (“el disco protoplanetario”). Los materiales más pesados y escasos quedan cerca de la estrella recién nacida, originando los pequeños planetas de tipo terrestre. Y los más livianos y abundantes (hidrógeno y helio, principalmente) se alejan, aportando la mayor parte de la materia prima que dará lugar a los grandes mundos gaseosos. Siguiendo con este esquema clásico, el proceso de acreción que daría origen a un planeta gigante duraría, por lo menos, un millón de años. Pero aquí se plantea una grave fisura en la teoría: en unas decenas o cientos de miles de años, la intensa radiación ultravioleta de la joven estrella debería “empujar” hacia afuera a los gases sobrantes de su formación, impidiendo, especialmente, el crecimiento de los planetas gaseosos. Sin embargo, allí están. Y no sólo aquí, en nuestro barrio planetario: durante la última década se han descubierto cerca de un centenar de mundos gigantes orbitando a otras estrellas. ¿Cómo puede ser?
¿Salvavidas teOrico o soluciOn?
Quizás, habría una explicación: a lo mejor, las cosas serían mucho más rápidas. Hace poco, un grupo de astrofísicos de la Universidad de Washington, encabezados por los doctores Thomas R. Quinn y Lucio Mayer, cargaron una supercomputadora con complejos modelos matemáticos -desarrollados durante los últimos dos años– que simulaban las condiciones existentes en un disco protoplanetario (entre otros, tipo de materiales, tamaño, densidad y velocidad de giro). Y entonces, la pusieron a trabajar, simulando la evolución del disco a lo largo del tiempo. Así, Quinn, Mayer y los suyos se encontraron con una sorpresa: la simulación mostró que en apenas trescientos o cuatrocientos años, y luego de unos pocos giros alrededor de la estrella recién nacida, un disco protoplanetario comenzaría a fragmentarse en varios bloques más que respetables: lassemillas de los futuros planetas. E inmediatamente, los núcleos sólidos más alejados podrían atrapar, gravedad mediante y en forma creciente, buena parte de los gases de sus alrededores. En definitiva: según estas simulaciones por computadora, sólo harían falta unos siglos para crear planetas tipo Júpiter. Y así, la radiación solar no tendría suficiente tiempo para “soplar” hacia fuera todos los materiales necesarios para construirlos. Es simple, dice Quinn, “si un planeta gaseoso no se forma rápidamente, entonces nunca se formará”.
El prolijo trabajo de estos astrofísicos norteamericanos –que acaba de ser publicado en la prestigiosa y a la vez exigente revista Science– parecería quitarles una molesta espina a los actuales modelos de génesis planetaria. El tiempo dirá si se trata de un precario salvavidas teórico, o de uno de los más grandes aciertos de la astronomía moderna.
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