El último tango de Fermat
Por Federico Kukso
Que un problema matemático aparentemente simple, escrito escuetamente en los bordes de un libro, traiga aparejado episodios con ribetes de tragedia y de comedia demuestra cuán a pecho los científicos toman ciertas cuestiones consideradas por muchos como nimias e insignificantes. Prueba de ello es la curiosa historia del Ultimo Teorema de Fermat, cuyo argumento de casi cuatrocientos años de duración –hasta alcanzar un final feliz– ha sido llevado (muy merecidamente) a las tablas del Teatro York en Nueva York, por cierto con verdaderos giros dramáticos y vueltas de tuerca propios del género aunque manteniendo intacta la esencia del famoso embrollo. Y, como Copenhague (ver agenda), permanece en escena por pedido del público.
La historia comienza en 1637 cuando el gran matemático francés Pierre de Fermat (1601-1665) escribió una nota en latín al margen del libro Arithmetica (más precisamente, al lado del problema 8 del libro II) de Diofanto. Allí, observando con entusiasmo cómo el matemático de Alejandría del siglo III a.C. trataba el teorema de Pitágoras y daba la regla para que la suma de dos números enteros al cuadrado diera un tercer número entero al cuadrado (como por ejemplo 32 + 42 = 52) se preguntó qué ocurriría si en lugar de cuadrados se usaran cubos o potencias mayores. Fermat concluyó que era imposible (es decir, que nunca la suma de dos números enteros elevados a una potencia mayor que dos daría un tercer número entero elevado a esa misma potencia) y en la misma nota al margen escribió: “He encontrado una demostración realmente maravillosa, pero este margen es demasiado pequeño para escribirla”.
Pasaron los años, décadas e inclusos siglos y nadie encontró la “maravillosa demostración” de Fermat, que se transformó en una verdadera obsesión matemática. Con el correr del tiempo, se fueron probando diversos casos particulares del problema, pero la demostración en general sólo llegaría el 23 de junio de 1993, en una conferencia en la que Andrew Wiles, un matemático inglés de la Universidad de Princeton, Estados Unidos, la presentó en un trabajo de doscientas páginas. Era obvio que Fermat no había hallado tal demostración, aunque, de haberla tenido, era cierto que el margen era demasiado pequeño para escribirla.
Aun así, la historia del intrincado (y marginal) teorema no había encontrado allí su fin. La demostración en general presentada por Wiles cayó bajo el escrutinio de media docena de matemáticos que buscaron minuciosamente algún resquicio de error, problema o incompletitud. Desde el momento que Wiles anunció su hallazgo hasta un año después, el matemático inglés vivió un verdadero drama cuando se descubrieron minúsculos problemas en su resolución del Ultimo Teorema de Fermat. Finalmente, el 25 de octubre de 1994, Wiles presentó dos trabajos que solucionaban las inconsistencias anteriormente encontradas. Era el fin de un problema matemático de casi cuatrocientos años.
¿Y qué mejor forma de revivir los ires y venires de la demostración final que trasladar esta historia de la vida real a la magia de la ficción teatral? Así fue como subió a escena –con éxito de público y de crítica– el musical El último tango de Fermat (Fermat’s Last Tango) en el Teatro York de Nueva York. La trama transcurre desde el momento en que Daniel Keane, personaje que representa a Wiles, anuncia la solución del problema, y es acosado por las dudas y la posibilidad del fracaso público, hasta que triunfalmente lo demuestra completamente. En el ínterin es acosado por el fantasma del propio Fermat, por un coro de espectros de matemáticos (ni más ni menos que Gauss, Pitágoras, Euclides y Newton), y la posibilidad de que su mujer (a la cual llegan a apodar “la viuda matemática”) lo abandone definitivamente. El último tango de Fermat, con música y letra de Joanne Sydney y Joshua Rosenblum, se suma a una lista de prestigiosas (e interesantísimas) obras teatrales como Copenhague de Michael Frayn y Galileo de Bertolt Brecht (ambas presentadas en Buenos Aires) que de una manera amena y no displicente explotan los aspectos dramáticos de la ciencia, acercando al público general y mostrando la humanidad de una empresa muchas veces considerada exclusiva de científicos ermitaños y locos confinados a la soledad de un laboratorio.