Sábado, 24 de mayo de 2003 | Hoy
La cuestión de la
pertenencia o no al campo de LA CIENCIA genera innumerables polémicas
entre los bandos en contienda. Naturalmente, en juego no está sólo
el capital simbólico, ni se trata meramente de una discusión intelectual
desapasionada. De ser científico o no dependen muchos intereses,
becas, subsidios y demás recompensas (migajas si se trata del sistema
científico argentino, pero igualmente apetecibles).
A pesar de su origen (un invento del positivista Comte), en general
las ciencias sociales reniegan del extremo rigor que impera en las ciencias
fácticas, a las que acusan de caer en el autismo y creer que les es dado
su método (el verdaderamente científico) como por
arte de magia, sin intervención ni de la historia ni de la sociedad.
De esos temas hablaron y discutieron la doctora en Filosofía Esther Díaz
(directora de la Maestría en Metodología e Investigación
Científica de la Universidad de Lanús y titular de Pensamiento
Científico en el ciclo básico común de la UBA) y el físico
teórico Mario Castagnino (profesor emérito de la UBA e investigador
superior del Conicet). En principio Leonardo Moledo, director de este suplemento,
iba a hacer las veces de moderador, pero finalmente su participación
excedió lo establecido previamente.
El marco no pudo ser mejor: cien personas, gente parada, y hasta chicas de un
profesorado, sentados a los pies mismos de los científicos, en el café
de La Casona del Teatro. El próximo encuentro será el 17 de junio
y el tema será el de las adicciones.
Otra historia
Esther Díaz:
Al principio yo tenía cierta resistencia a hablar de guerra, pero bueno,
tal vez no sea una guerra actual sino una que ya ha tenido lugar. Podrán
existir dinosaurios que piensen que todavía se trata de una guerra, pero
yo realmente no lo vivo así. Igualmente, tiene sentido hablar de una
guerra entre ciencias sociales y ciencias naturales, porque ha habido muchos
encuentros no siempre felices. Lo que propongo yo, ahora, más que una
guerra es una interdisciplinariedad. Y para llegar a esto, tenemos que hacer
una pequeña arqueología de lo que ocurrió. Arqueología
no en sentido científico sino en sentido filosófico, investigar
las ideas que llevaron a que se produjera el enfrentamiento.
La ciencia moderna surgió en el siglo XVI, esa ciencia en sentido estricto
que se corona a fines del siglo XVII y principios del siglo XVIII, y que es
la fisicoquímica.
Para explicarlo mejor hay que referirse al filósofo Michel Foucault.
Foucault utiliza el tecnicismo episteme para significar las condiciones de posibilidad
de conocimiento de una época dada; en cada época hay ciertas condiciones
que se dan para que se puedan aceptar ciertas cosas como objeto de conocimiento
y no otras. Por ejemplo, en la episteme del siglo XV había que enseñarles
magia a los príncipes. Hoy sería impensable. La episteme, para
decirlo con palabras que nos suenan más, sería como el imaginario
social de una época, pero respecto del conocimiento. Entonces, la episteme
moderna, para fin del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, se constituía
de la física y la matemática, y no había otras disciplinas
a las que se considerara ciencia. Sólo después se suman las ciencias
de la vida, el problema del trabajo (después se llamará economía)
y el problema del lenguaje (en algún momento se llamó filología).
En este recorrido tenemos que decir que a la filosofía se la consideró
ciencia hasta Kant, después de Kant ya nadie puede creer que la filosofía
sea ciencia. Después de Kant, los filósofos nos hemos puesto muy
humildes y toda la vanidad quedó para los científicos. Además
fue Kant quien hizo ese gesto fundador: la única que puede conocer es
la ciencia que formaliza sus proposiciones y puede contrastarlas con la experiencia,
eso es conocimiento para los modernos, mientras que los filósofos blablablá.
Podemos seguir, en tanto filósofos, hablando de la vida, la muerte y
el amor, pero lo que no podemos decir es que conocemos, ellos (los científicos)
conocen.
El espanto hace la union
Díaz
(continúa): Retomando: con David Ricardo, Adam Smith y después
Marx comienza el estudio del hombre, comienzan las ciencias sociales, miren
qué jovencitas que son. (...) El ideal de aquellos primeros científicos
modernos era una matesis universalis, que todo aquello que fuese científico
pudiera ser convertido a matemática, pudiera ser formalizado. Ese ideal
nunca se cumplió, pero pisó fuerte porque dónde se
ha visto, diría un científico de esos, que algo que
se pretenda ciencia no tenga proposiciones formalizables (todavía
quedan algunos en esta época). El problema fue que esas ciencias clásicas
no podían dar cuenta de fenómenos nuevos que estaban ocurriendo,
como la revolución industrial. Sin ir más lejos, si tenemos un
problema en la villa miseria o con los piqueteros podría ser que los
biólogos, por ejemplo, dijeran algo del tema, pero hay regiones que quedan
en la oscuridad. Es ahí que se abre un hiato, y se arma una región
sociológica; cuando esas disciplinas no pueden resolver problemas nuevos
dan lugar a que surjan nuevas disciplinas, como la sociología. Lo mismo
sucedió con la apertura a los problemas individuales y la psicología.
(...) El tema es que los humanistas, englobando ahora a filósofos y científicos
sociales, simplemente no trabajamos con proposiciones formalizables y demostrables
empíricamente, sino que damos cuenta de nuestro trabajo con razonamientos.
A ver, si dijera que lo que estamos haciendo ahora, de tarde y seguramente cansados,
si bien es del orden del placer, es también del orden de la incomodidad,
somos muchos, hace calor, etc. pero si me pusiera en filósofa existencialista
les diría que estamos haciendo esto porque sabemos que vamos a morir,
y eso no se puede probar en un laboratorio, ni se puede hacer ninguna prueba,
no puedo matar a esta señorita que está acá sentada en
el piso a mi lado para decir vieron, venía acá porque era
consciente de su mortalidad. No, y ni siquiera se puede hacer hoy eso
mismo en muchas ciencias duras.
Y bien, lo que yo diría es, poniéndome un poco hippie, ¿por
qué en vez de hacer la guerra no hacemos el amor? Y eso se los diría
a los de las ciencias duras, por qué no hacer interdisciplinariedad en
vez de enfrentarnos. Fíjense que la unión de estadísticos
y sociólogos hizo que no tuviéramos que volver a votar, por eso,
glosando a Borges es que digo que a duros y blandos no nos une el amor sino
el espanto, será por eso que nos queremos tanto.
La paradoja de los dos
catalogos
Mario Castagnino:
Ante todo, quiero aclarar que la guerra existe, pero yo soy un pacifista, de
modo que no seré tan efectivo para la guerra. Por otra parte, voy a limitarme
a hablar de la física, que es el terreno que conozco, y voy a contar
mi experiencia personal sobre cómo se hace física. Para eso, voy
a usar esos términos aborrecibles como blando y duro,
pero, en fin, no queda más remedio, ya que no puedo usar otros e igualmente
continuar entendiéndonos. Lo que quiero demostrar es que las blandas
ayudan a las duras, y viceversa. Lo voy a demostrar con mi experiencia como
físico-matemático, y aficionado a la filosofía.
Por mi práctica me he rodeado de filósofos y he aprendido mucho
de ellos, porque ante un problema físico, de laboratorio, y para elaborarlo,
tenemos que recurrir a dos catálogos. El primero es el catálogo
de las matemáticas, que es el que han escrito los matemáticos,
que han pensado todas las teorías posibles, más allá de
si tenían utilidad o no. El segundo catálogo es el de la filosofía,
algo así como el catálogo de todos los conceptos pensables. Mientras
la necesidad de formalizar a la física (usar el primer catálogo)
resultó rápidamente establecida, la necesidad de conceptualizar
la física no es bien conocida, pero es i-ne-vi-ta-ble. Como físico,
tengo que usar ambas. Hay ciencias que van a evitar a las matemáticas,
porque su objeto no es formalizable, pero ninguna puede evitar a la filosofía,
porque no hay ninguna ciencia que no tenga conceptos. Voy a dar dos ejemplos:
uno de Albert Einstein y el otro mío (perdón).
Einstein, entre sus grandes contribuciones a la física, propuso un gran
modelo cosmológico. ¿Cómo hizo? Tenía una gran cantidad
de datos observacionales y experimentales, que tenía que incluir en la
teoría. Esa teoría fue la relatividad general, para eso buscó
y buscó en ese catálogo hasta que encontró una estructura
matemática que lo satisficiera (la variedad riemanniana). Pero cuando
hizo su modelo de universo lo pensó estático... porque el otro
catálogo, el filosófico, no es explícito. Todos vivimos
en un universo de conceptos, pero los físicos a veces no se dan cuenta
de que esos conceptos también son filosóficos. En ese momento,
el universo se pensaba estático, con la masa y la energía conservadas.
Einstein tenía el catálogo filosófico relativamente a mano,
pero pensó un universo estacionario igual. Pero estaba mal, y cuando
se dio cuenta dijo cometí el mayor error de mi vida. Al poco
tiempo, Edwin Hubble descubrió que el universo se expande, y así
fue. Y Einstein se equivocó porque eligió mal en el catálogo
filosófico. Esto está demostrando que hasta Einstein se equivoca
y que el modelo filosófico no es trivial, y un error puede llevar a todo
un modelo peor que otro que se podría haber hecho. Bueno, ahí
está el catálogo filosófico y es una tontería que
tengamos ese tesoro milenario casi en la mano y no lo usemos cuando tenemos
algún problema conceptual.
Fifis
cuanticos
Castagnino (continúa): Voy a mi ejemplo. Ustedes conocen
más o menos la problemática de la mecánica cuántica,
saben que está la experiencia de las dos rendijas, y no se sabe si el
electrón pasa por arriba o por abajo, esas cosas. Y bien: a la mecánica
cuántica hay que interpretarla. Hemos creado un grupo, el grupo fifí
(físicos, matemáticos y filósofos), somos seis para hacerlo.
Y estamos buscando la estructura matemática más adecuada para
esa interpretación, y pareciera que son las categorías,
categorías matemáticas por supuesto. Y también estamos
buscando la filosofía más adecuada y, oh sorpresa, hay un señor
llamado Nery Castañeda que ha pensado una ontología de puras relaciones.
Pareciera que la mecánica cuántica necesita como filosofía
a esta filosofía de las puras relaciones.
Entonces es verdad que necesitamos de las duras y las blandas; es preocupante
si alguien piensa que puede hacer todo sólo con las duras. No puede.
Así vemos que las blandas ayudan a las duras. ¿Y al revés?
Bueno, sí, diría que en la medida de lo posible las blandas deberían
ir formalizándose, y deben hacerlo porque es sumamente útil; está
bien quealgunas son imposibles de formalizar. Pero, a su vez, me alarma cuando
veo a algunos científicos blandos que quieren formalizar más de
lo que deben y pueden; y eso es porque las duras tienen más prestigio
finalmente. Concluyo que no hay ciencias blandas y ciencias duras, sino que
son campos que deben colaborar para producir conocimiento.
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