Sáb 09.08.2003
futuro

PALEOCLIMATOLOGíA

Pronóstico del pasado

Por Federico Kukso

Las cosas ya no son como eran. Y está bien que así sea (en ciertos casos, claro). Con imágenes satelitales, de radar, información aeronáutica y una vigilancia atmosférica global, el servicio meteorológico, por sólo citar un caso, puede pronosticar con bastante precisión el estado climático en un sitio determinado del planeta al menos en un plazo de 24 horas. Así, el tiempo hace rato dejó de ser una de las cosas más impredecibles del mundo (aunque, valga decir, en ningún país la previsión climática se cumple un ciento por ciento).
En realidad, los pronósticos del clima no son una exclusividad del porvenir: así como se puede “mirar” hacia adelante en el tiempo, también es posible hacerlo hacia atrás (aunque en ese caso habría que hablar de algo así como “prenóstico”). La naturaleza no olvida; lleva un fiel registro de las olas climáticas que alguna vez se sucedieron en la Tierra: los árboles, por ejemplo, son buenos testigos y cuanto más viejos, más datos guardan inscriptos en los anillos de sus troncos. Las estalagmitas y el polen son otros de los elementos que ayudan a identificar las vicisitudes climáticas de eones.

Máquinas del tiempo naturales
Aunque en verdad, los indicadores más precisos no se encuentran ni en los bosques ni en las cuevas sino en zonas extremadamente frías como la Antártida y el Artico. Se los conoce como “testigos” de hielo (un nombre muy bien puesto) y son largos cilindros verticales –que se obtienen perforando la corteza helada– y usualmente miden 10 cm de diámetro y 1 metro de largo.
El asunto es que estos cilindros de hielo, formados por capas sucesivas, conservan atrapadas burbujas de aire de distintas épocas. Así es: cada capa de hielo corresponde a un año (o una temporada entera) y los elementos químicos alojados en las burbujas permiten deducir temperaturas, precipitaciones, niveles de los gases en la atmósfera de un período; incluso guardan registro de erupciones volcánicas (la del volcán indonesio Toba hace 73 mil años, por ejemplo), bombas atómicas (Hiroshima y Nagasaky) y accidentes nucleares (Chernobyl, 1986), entre otras.
La acumulación de las capas de hielo es lenta, muy lenta: año tras año, la nieve que va cayendo y no se derrite se acumula y se compacta hasta formar hielo. Y así, el aire del entorno se deposita en los huecos de los copos en forma de burbujas. Estos “testigos” merecen todo el cuidado del mundo. Después de todo, son los únicos que pueden narrar (indirectamente, claro) cómo era el clima en distantes épocas como, por ejemplo, cuando el desierto del Sahara (hace más de 2 millones de años) estaba cubierto por una abundante vegetación, lo atravesaban numerosos ríos y era hogar de manadas de hipopótamos.

Misión posible
Hace unas semanas, un grupo internacional de investigadores logró arrancar de las capas de nieve de Groenlandia uno de estos famosos archivos de hielo. Su extracción fue bastante difícil: duró casi siete años. Durante ese tiempo, los científicos del NGrip (North Greenland Ice-Core Project) no perdieron las esperanzas. Finalmente tocaron fondo: taladraron hasta 3.084,99 metros de profundidad y consiguieron un cilindro de hielo que registra los datos del clima de los últimos 120 mil años.
A lo mejor, el “testigo de hielo” permite determinar si los cambios climáticos se dieron con suma velocidad o fueron más o menos lentos. De momento, los científicos deben esperar un poco para ponerle las manos encima: el núcleo debe guardarse y dejar descansar por un año antes de que pueda ser rebanado en secciones ya que es preciso que alcance cierto equilibrio con las condiciones de la superficie luego de haber estado tantos años bajo una intensa presión. Mientras tanto, los científicos pueden entretenerse estudiando el aguanieve que brotó del orificio dejado en el hielo y que tal vez contenga microbios aislados del mundo exterior por cientos de miles de años.
En el otro extremo del planeta, el asunto también va viento en popa. Los científicos enclavados en la Antártida ya cuentan con dos trofeos: el primer testigo de hielo fue extraído por investigadores del Proyecto Epica (European Project for Ice Coring in Antarctica) en enero de 2002 del Dome Concordia al este de la meseta antártica. Allí se alcanzaron los 2002 metros de profundidad y se consiguió un testigo de hielo que registra lo (climáticamente) sucedido durante 170 mil años, cuando la temperatura en la región era 10º C inferior a la actual. El segundo se sacó de Dronning Maud Land, una de las regiones menos exploradas de la Antártida. Los investigadores tienen en vista ahora conseguir nuevos datos de los cambios climáticos y atmosféricos de los últimos 500 mil años (nueva extracción mediante) y luego compararlos con los de sus colegas del Norte.

Campos de hielo
Aunque no lo parezca, extracciones de hielo como éstas tienen un enorme valor predictivo. De hecho, los paleoclimatólogos cargan con una pesada responsabilidad sobre sus hombros: de sus análisis se podría desprender si el ser humano está al borde de adentrarse (o no) en una nueva edad de hielo.
Ocurre que durante los últimos 800 mil años, el clima siguió un patrón más o menos regular: 100 mil años de frío (llamados Edades de Hielo) eran seguidos por aproximadamente diez mil años de calor (períodos interglaciares). De esto se tiene noticia hace relativamente poco: la existencia de las glaciaciones fue deducida por primera vez en 1837 por el biólogo suizo-estadounidense Louis Agassiz. Las primeras glaciaciones -durante las cuales la temperatura media de la Tierra era 10 ºC más baja que la del clima actual– se identificaron en los Alpes y se las conoce como Günz (hace 1,1 millón de años), Midel (580 mil años), Riss (200 mil años) y Würm (80 mil años). Luego se comprobó que estas épocas en las que los casquetes de hielo avanzaban sobre la Tierra, eran mucho más antiguas. Incluso se registró que la primera era glaciar se dio en la era Proterozoica, hace dos millones de años.
Actualmente atravesamos un período cálido, conocido como Holoceno, que ya lleva más de 10 mil años (en realidad son 12 mil años desde la última glaciación). De modo que identificar signos de una plausible próxima era de hielo es más que importante. No sea que uno salga de su casa y se encuentre con un glaciar a la vuelta de la esquina.

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