Sábado, 9 de agosto de 2003 | Hoy
PALEOCLIMATOLOGíA
Las cosas ya no son como
eran. Y está bien que así sea (en ciertos casos, claro). Con imágenes
satelitales, de radar, información aeronáutica y una vigilancia
atmosférica global, el servicio meteorológico, por sólo
citar un caso, puede pronosticar con bastante precisión el estado climático
en un sitio determinado del planeta al menos en un plazo de 24 horas. Así,
el tiempo hace rato dejó de ser una de las cosas más impredecibles
del mundo (aunque, valga decir, en ningún país la previsión
climática se cumple un ciento por ciento).
En realidad, los pronósticos del clima no son una exclusividad del porvenir:
así como se puede mirar hacia adelante en el tiempo, también
es posible hacerlo hacia atrás (aunque en ese caso habría que
hablar de algo así como prenóstico). La naturaleza
no olvida; lleva un fiel registro de las olas climáticas que alguna vez
se sucedieron en la Tierra: los árboles, por ejemplo, son buenos testigos
y cuanto más viejos, más datos guardan inscriptos en los anillos
de sus troncos. Las estalagmitas y el polen son otros de los elementos que ayudan
a identificar las vicisitudes climáticas de eones.
Máquinas del tiempo
naturales
Aunque en verdad, los indicadores más precisos no se encuentran
ni en los bosques ni en las cuevas sino en zonas extremadamente frías
como la Antártida y el Artico. Se los conoce como testigos
de hielo (un nombre muy bien puesto) y son largos cilindros verticales que
se obtienen perforando la corteza helada y usualmente miden 10 cm de diámetro
y 1 metro de largo.
El asunto es que estos cilindros de hielo, formados por capas sucesivas, conservan
atrapadas burbujas de aire de distintas épocas. Así es: cada capa
de hielo corresponde a un año (o una temporada entera) y los elementos
químicos alojados en las burbujas permiten deducir temperaturas, precipitaciones,
niveles de los gases en la atmósfera de un período; incluso guardan
registro de erupciones volcánicas (la del volcán indonesio Toba
hace 73 mil años, por ejemplo), bombas atómicas (Hiroshima y Nagasaky)
y accidentes nucleares (Chernobyl, 1986), entre otras.
La acumulación de las capas de hielo es lenta, muy lenta: año
tras año, la nieve que va cayendo y no se derrite se acumula y se compacta
hasta formar hielo. Y así, el aire del entorno se deposita en los huecos
de los copos en forma de burbujas. Estos testigos merecen todo el
cuidado del mundo. Después de todo, son los únicos que pueden
narrar (indirectamente, claro) cómo era el clima en distantes épocas
como, por ejemplo, cuando el desierto del Sahara (hace más de 2 millones
de años) estaba cubierto por una abundante vegetación, lo atravesaban
numerosos ríos y era hogar de manadas de hipopótamos.
Misión posible
Hace unas semanas, un grupo internacional de investigadores logró
arrancar de las capas de nieve de Groenlandia uno de estos famosos archivos
de hielo. Su extracción fue bastante difícil: duró casi
siete años. Durante ese tiempo, los científicos del NGrip (North
Greenland Ice-Core Project) no perdieron las esperanzas. Finalmente tocaron
fondo: taladraron hasta 3.084,99 metros de profundidad y consiguieron un cilindro
de hielo que registra los datos del clima de los últimos 120 mil años.
A lo mejor, el testigo de hielo permite determinar si los cambios
climáticos se dieron con suma velocidad o fueron más o menos lentos.
De momento, los científicos deben esperar un poco para ponerle las manos
encima: el núcleo debe guardarse y dejar descansar por un año
antes de que pueda ser rebanado en secciones ya que es preciso que alcance cierto
equilibrio con las condiciones de la superficie luego de haber estado tantos
años bajo una intensa presión. Mientras tanto, los científicos
pueden entretenerse estudiando el aguanieve que brotó del orificio dejado
en el hielo y que tal vez contenga microbios aislados del mundo exterior por
cientos de miles de años.
En el otro extremo del planeta, el asunto también va viento en popa.
Los científicos enclavados en la Antártida ya cuentan con dos
trofeos: el primer testigo de hielo fue extraído por investigadores del
Proyecto Epica (European Project for Ice Coring in Antarctica) en enero de 2002
del Dome Concordia al este de la meseta antártica. Allí se alcanzaron
los 2002 metros de profundidad y se consiguió un testigo de hielo que
registra lo (climáticamente) sucedido durante 170 mil años, cuando
la temperatura en la región era 10º C inferior a la actual. El segundo
se sacó de Dronning Maud Land, una de las regiones menos exploradas de
la Antártida. Los investigadores tienen en vista ahora conseguir nuevos
datos de los cambios climáticos y atmosféricos de los últimos
500 mil años (nueva extracción mediante) y luego compararlos con
los de sus colegas del Norte.
Campos de hielo
Aunque no lo parezca, extracciones de hielo como éstas tienen un
enorme valor predictivo. De hecho, los paleoclimatólogos cargan con una
pesada responsabilidad sobre sus hombros: de sus análisis se podría
desprender si el ser humano está al borde de adentrarse (o no) en una
nueva edad de hielo.
Ocurre que durante los últimos 800 mil años, el clima siguió
un patrón más o menos regular: 100 mil años de frío
(llamados Edades de Hielo) eran seguidos por aproximadamente diez mil años
de calor (períodos interglaciares). De esto se tiene noticia hace relativamente
poco: la existencia de las glaciaciones fue deducida por primera vez en 1837
por el biólogo suizo-estadounidense Louis Agassiz. Las primeras glaciaciones
-durante las cuales la temperatura media de la Tierra era 10 ºC más
baja que la del clima actual se identificaron en los Alpes y se las conoce
como Günz (hace 1,1 millón de años), Midel (580 mil años),
Riss (200 mil años) y Würm (80 mil años). Luego se comprobó
que estas épocas en las que los casquetes de hielo avanzaban sobre la
Tierra, eran mucho más antiguas. Incluso se registró que la primera
era glaciar se dio en la era Proterozoica, hace dos millones de años.
Actualmente atravesamos un período cálido, conocido como Holoceno,
que ya lleva más de 10 mil años (en realidad son 12 mil años
desde la última glaciación). De modo que identificar signos de
una plausible próxima era de hielo es más que importante. No sea
que uno salga de su casa y se encuentre con un glaciar a la vuelta de la esquina.
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