LIBROS Y PUBLICACIONES
› Por Juan Pablo Bertazza
EL ELIXIR DE LA MUERTE
Y otras historias con venenos
Raúl Alzogaray
Siglo XXI, 127 páginas
En el impactante doble y opuesto significado de la palabra griega fármacon, en tanto remedio y veneno, está la clave de El elixir de la muerte, el nuevo libro de Raúl Alzogaray, un biólogo-escritor cuyos cuentos pulularon durante la década del ’80 en revistas entrañables de ciencia ficción como Cuásar y Minotauro.
No es banal el dato, ya que los diez capítulos que conforman el libro, de los cuales algunos aparecieron ya resumidamente en este suplemento, constituyen piezas literarias que tienen algo en común: el elixir que, según la ocasión, puede corresponder a la vida o la muerte. Es que, como intuían los griegos, Alzogaray va más allá del bien y el mal para dejar muy en claro que la única frontera divisoria entre la crucecita roja de los remedios y la calaverita de los venenos no es más que una cuestión de dosis, de forma y, eso sí, tal vez de algo enigmático que poco a poco y en cada época se va descubriendo. O no.
¿Cómo se explicaría, de lo contrario, que mientras el arsénico fue considerado en gran parte del mundo el rey de los venenos con muchísimo crímenes en su haber, en algún lugar de Austria muchas personas lo consumieran a manera de ansiolítico, analgésico y hasta como un Viagra avant la lettre cuando la milagrosa pastillita no había salido todavía a la luz?
Si de misterios se trata, ahí va el libro del venenoso Alzogaray para dejarnos hasta último momento con la intriga de cómo fueron resueltos numerosos casos policiales relacionados con venenos de toda clase y especie, casos policiales que involucran no sólo a gobiernos, herederos, brujas, hechiceros y multinacionales, sino que incluso pudieron haber sido determinantes en la Historia, como algunos sospechan que sucedió con la verdadera muerte de Napoleón y con el oscuro episodio francés del “gran miedo de 1789” que dejó como corolario, ni más ni menos, la abolición del feudalismo.
Y claro, al hablar de estas sustancias duales, que siempre tienen al menos dos nombres, dos efectos, dos evaluaciones, Alzogaray no podía dejar afuera a las drogas propiamente dichas. Y ahí, como sucedía en los libros del controvertido y hoy menos mediático filósofo español Antonio Escohotado, hacen su aparición estelar la mescalina en el papel de éxtasis, aquel alucinógeno extraído del cactus y, por supuesto, el dietilamida del ácido lisérgico, alias LSD, del químico suizo Albert Hoffmann, sponsor oficial del hippismo que llegó a inspirar discos y películas inolvidables como el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y Pánico y locura en Las Vegas.
Muy difícil de dosificar concienzudamente, este compendio de historias con venenos no es recomendable para somáticos, salvo que tengan a mano, ahí sí, una buena dosis de antibióticos o cualquier otro de los elixires que curan matando.
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