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Sábado, 14 de septiembre de 2002

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Libros y publicaciones

Cinismos
Retrato de los filósofos llamados perros
Michel Onfray
Paidós, 236 páginas

De los cínicos (“caninos” según la etimología griega) se suele recordar la famosa respuesta de Diógenes de Sínope a Alejandro de Macedonia, cuando el emperador le ofreció “lo que quisiera” y el filósofo simplemente le dijo que quería que se corriera porque no lo dejaba tomar sol tranquilo. Como de muchas escuelas filosóficas de la Grecia clásica, de los cínicos sólo han sobrevivido unas cuantas anécdotas, sobre todo las recopiladas por el muy imaginativo Diógenes Laercio.
Sin embargo, Michel Onfray toma estos fragmentos de cinismo para resignificarlos, históricamente, pero también en función de las sociedades actuales. De este modo, enseguida se arman los dos bandos filosóficos: del lado cínico del mundo, Nietzsche, Schopenhauer, Cioran y Foucault; de la otra vereda, los filósofos de lo establecido, los “filósofos del tedio” académico como Hegel, Platón y tantos otros que desperdiciaron sus talentos por ser obsecuentes con los poderosos. La meta de los cínicos, por el contrario, es notar cuánto tienen de artificiosos los cimientos y las costumbre sociales.
Diógenes, cuenta Onfray, no tenía problemas en admitir el canibalismo, el incesto y el repudio de la sepultura (lo cual en Grecia era especialmente tremendo). Y más: satisfacía sus necesidades, sexuales o fisiológicas, en el momento en que se presentaban. Igual que Hiparquia -la única mujer cínica– que no tenía problemas en hacer el amor en la plaza con el bueno de Crates; como se puede oler, desdeñaban la higiene y cualquier otro accesorio de la belleza. Siempre bajo el lema de no dejarse esclavizar por las imposiciones sociales. Los cínicos llegan lejos. Antístenes, el maestro de Diógenes, incluso se niega a admitir la validez del principio de contradicción. Obviamente, se pelean con su más famoso contemporáneo. Platón es despreciado, junto con sus matemáticas y su teoría de las Ideas, alejado como estaba de la filosofía práctica y concreta que debería ser la única, en realidad.
Onfray explica por qué hacen falta nuevos cínicos: “A ellos correspondería la tarea de arrancar las máscaras, de denunciar las supercherías, de destruir las mitologías (...) amparadas por la sociedad”. El método, como se ve, puede ser peligroso; al menos, si se lleva hasta sus últimas consecuencias, nos dejaría sin muchos filósofos, sobre todo con aquellos que no se dedican a “la práctica concreta”. M.D.A.

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