NOVEDADES EN CIENCIA
LLAME YA
NewScientist
Como el paddle, los videoclubes
de barrio y las pistas de patinaje sobre hielo, las líneas 0-600 cayeron
abruptamente en los baches del olvido, para angustia de los adictos a cazar
de prepo el tubo del teléfono y derrochar en un día varios sueldos
acumulados. Ahora todas esas horas libres deben de ir a parar a algún
lado. Un grupo de ingenieros norteamericanos tiene una sugerencia: mandarles
mensajes a los extraterrestres (si es que existen, claro está). La propuesta,
en apariencia disparatada, ya va viento en popa: a tan sólo 3,99 dólares
el minuto, cualquier persona del planeta puede hacerle una llamada a los e.t.
marcando, las 24 horas, el número 1-900-226-0300 en Estados Unidos. Y
la compañía www.TalkToAliens.com se encargará de hacerla
llegar al espacio exterior enrutando la llamada a un transmisor
que envía por medio de una antena parabólica de 3,16 m de diámetro
en Connecticut. Desde el 27 de febrero, fecha de inicio del servicio, los mensajes
son transmitidos en una frecuencia de 2.43211 GHz, región del espectro
ampliamente utilizada en nuestro planeta.
El proyecto, similar a otro, llamado Cosmic Call, que anda rondando
desde 2003, ya tiene cinco años y lo dirige un grupo de ingenieros del
Civilian Space Exploration Team abocados a poner en práctica 75 años
de experiencia en transmisiones de radio en la Tierra. Justamente estos científicos
fueron los mismos que el 17 de mayo del año pasado lanzaron el primer
cohete civil al espacio que se elevó hasta una altitud de 115 km.
Los ingenieros ya están pensando en ampliar el negocio: según
afirman en su página web, dentro de un tiempo habilitarán un servicio
premium para mandar fotos digitales, e-mails y hasta videos de corta duración.
Mientras tanto, la compañía da vía libre a cualquier mensaje
sin censurar su contenido, aunque aconseja a la gente comportarse como buenos
embajadores terrestres, y evitar así futuros conflictos en la advenediza
diplomacia universal.
LA MOLECULA DE CINCO PATAS
nature
Toda persona que alguna
vez escuchó hablar del ADN, sabe que la receta de la vida,
tal como le dicen al material genético de los organismos, está
escrita con cuatro letras (A, G, C y T), que corresponden a las iniciales de
las bases químicas que la componen: adenina, guanina, citosina y timina.
Ayudadas por moléculas de fosfato y azúcar, se unen en largas
cadenas que conforman una doble hélice, descubierta en 1953 por Watson
y Crick. La fórmula es fabulosa, lo suficiente para levantar un almacén
de información genética que pasa de generación en generación
y construir así un nuevo organismo.
De ahí que siempre que se recuerda a la molécula de la vida que
nos hace ser lo que somos y cómo somos se la confunda con un plano
enrollado a niveles nanoscópicos. Y como todo el mundo sabe los planos
se pueden modificar: ¿qué ocurriría entonces si se sacara
una base?, ¿y si se agregase? Algo parecido se preguntaron los investigadores
norteamericanos del Scripps Research Institute en La Jolla, California, que
con aires de grandeza se las arreglaron para diseñar y replicar en
tubos de ensayo ADN no con cuatro sino con cinco patitas químicas.
La nueva base en cuestión fue bautizada como 3-fluorobenceno o 3FB. Y
no bien nacida ya causaba problemas, aunque el primero no fue tan inesperado:
los bioquímicos saben que A siempre se adosa a T, y G a C. Entonces,
¿con quién emparejar a 3FB? Los científicos no dieron muchas
vueltas e hicieron que se una a sí misma (3FB-3FB). También era
preciso que la nueva base -aceitosa no desestabilizara la estructura y
fuera reconocida. De modo que también diseñaron enzimas especiales
para que 3FB no sea rechazada.
Por ahora, estos bioquímicos admiten que se encuentran en las ligas menores.
Lo verdaderamente sorprendente vendrá cuando su nueva criatura molecular
sea incorporada al material genético de una bacteria y ver ahí,
como dioses expectantes, qué ocurre.
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