NOVEDADES EN CIENCIA
Science
el mundo es un pañuelo
En 1967, el psicólogo social estadounidense Stanley Milgram condujo un
inusual experimento para comprobar una idea bastante interesante: cualquier
persona de cualquier red social podía contactarse con otra que no conocía
a través de menos de diez conocidos, intermediarios o nodos. Así,
Milgram eligió como campo de pruebas la población de Estados Unidos
y al azar seleccionó un grupo de 96 personas de la costa oeste, quienes
debían hacer llegar una carta a una determinada persona en la costa este,
con la condición de que no se la podía enviar directamente y que
debía ser entregada en mano a alguna persona cercana al objetivo final.
Luego, rastreó las cadenas de contactos que se formaron y contó
cuántos eslabones o pasos eran comúnmente necesarios para alcanzar
al destinatario. El resultado fue sorprendente: sólo eran necesarios
seis pasos.
Ahora, la teoría popularizada como la de los “seis grados de separación”
emigró a un mundo menos tangible, el de Internet: un grupo de científicos
de la Universidad de Columbia, en Nueva York, se valieron del e-mail para comprobar
la teoría de Milgram a escala mundial. El estudio conducido por los investigadores
Peter Sheridan Dodds, Roby Muhamad y Duncan J. Watts –y al que se puede
acceder en http://smallworld.columbia.edu– contó con 61.168 voluntarios
dispersos en 166 países, a quienes les pidieron que reenvíen un
correo electrónico a amigos, colegas o conocidos que estuvieran más
cerca de una de 18 personas-objetivo asignadas a cada participante (y que contaban
con la tecnología requerida para recibir e-mails), en 13 países
diferentes. Como en el experimento original, el mensaje tampoco podía
ser enviado directamente al receptor. Los únicos datos que tenían
eran nombre, profesión, nivel cultural y lugar de residencia. Entre ellos
había, por ejemplo, un policía australiano, un inspector estonio
y un veterinario del ejército noruego.
De las 24.163 cadenas de e-mails que se formaron, sólo 384 alcanzaron
buen destino. Los investigadores encontraron que en promedio estos mensajes
debieron ser “forwardeados” sólo entre cinco y siete veces
desde su punto de origen a su meta final. Sorprendentemente, los contactos más
exitosos no eran los de amistades o familiares sino los laborales y los mensajes
enviados a personas del mismo sexo.
Ahora bien, este tipo de experimentos que suenan más a juego que a algo
serio permiten nada menos que un mejor entendimiento de la constitución
de redes sociales y su influencia en la propagación de enfermedades como
el sida, o el tratamiento de patologías mentales asociadas a individuos
que comparten el mismo medio social.
El caso del asteroide 2003 QQ47
Falsa alarma astronómica
Por Mariano Ribas
Otra vez la misma
canción: se descubre un asteroide, se sigue su trayectoria, se determina
su órbita, y finalmente se descubre que existe una ínfima chance
de que impacte con la Tierra. Los astrónomos aclaran lo de “ínfima”,
e incluso, al poco tiempo, descartan completamente la amenaza. Pero ya es tarde:
la alarma mediática da la vuelta al mundo, y surge la preocupación
por todos lados. Esta vez, el protagonista es 2003 QQ47, una enorme roca espacial
que, como muchas otras, cruzan la órbita terrestre de tanto en tanto.
El asteroide fue descubierto hace un par de semanas por el telescopio robot
LINEAR, instalado en Nuevo México, Estados Unidos, y que forma parte
de un programa de búsqueda y rastreo de objetos potencialmente peligrosos
(y eso incluye también a algunos cometas). Después de varias observaciones,
astrónomos norteamericanos y británicos obtuvieron un identikit
de 2003 QQ47: mide 1200 metros, pesaría 2600 millones de toneladas, y
viaja a la friolera de 100 mil km/hora. Una verdadera montaña voladora.
Y potencialmente kamikaze. Sólo potencialmente: estudiando su movimiento
por varios días, los científicos determinaron la órbita
del objeto y, proyectando su trayectoria a futuro, calcularon que existía
una remotísima probabilidad de que chocara con nuestro planeta el 21
de marzo de 2014. Y lo aclararon: “no hay motivo de preocupación,
porque las chances de que esto ocurra son 1 en 909.000”, dijo el astrónomo
Alan Fitzsimmons, del Centro de Información de Objetos Cercanos a la
Tierra del Reino Unido, en Leicester. Ahora, Fitzsimmons y otros cazadores de
asteroides acaban de poner paños aún más fríos,
descartando de plano la colisión. Decir que un asteroide “podría
chocar contra la Tierra” es una verdad muy a medias si no se aclara, con
igual énfasis, el grado de probabilidad. Como ya ha ocurrido otras veces
(la última, en julio de 2002), la cosa luego se disipa, y queda en el
olvido hasta que surge un nuevo caso. El problema es que, paradójicamente,
estas idas y venidas, y la ligereza en el tratamiento del tema, pueden restarle
importancia al asunto: más allá de los casos particulares, la
amenaza de los asteroides es bien real. La larguísima historia del planeta
registra montones de eventos catastróficos vinculados a impactos de rocas
espaciales (el más conocido es el que habría aniquilado a los
dinosaurios). No es algo anecdótico, ni pasajero. Y merece abordarse
con total seriedad. Por otra parte, y ante lo inevitable, la humanidad no sólo
debe estar alerta, sino también, y ya mismo, ir pensando (y desarrollando)
posibles formas de defensa. Ya lo decía el desaparecido (y gran) geólogo
planetario Eugene Shoemaker: “La pregunta no es si alguna vez un asteroide
chocará con la Tierra..., la pregunta es ¿cuándo?”.
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