FINAL DE JUEGO
Final de Juego / correo de lectores
Donde para hablar de la reacción en cadena se menciona a Hume y se plantea un enigma numérico
Por Leonardo Moledo
–Bueno –dijo el Comisario Inspector–. Tomás Buch escribió aclarando que no tiene nada contra las estructuras lingüísticas y que su mejor amigo de la infancia era una estructura lingüística. Creo que podemos darnos por satisfechos.
–Más o menos –dijo Kuhn–. Ahora soy yo el que está molesto. Félix Aguayo, en su carta se refiere a mí como “el supuesto Kuhn”. Verdaderamente...
–No creo que haya sido con mala intención –dijo el Comisario Inspector, sin ocultar su satisfacción–. Además, no creo que ese “supuesto” se refiera a la identidad, sino a la solidez argumentativa. “Supuesta solidez argumentativa” –se relamió–. Estoy seguro de que es eso lo que quiso decir.
–Y justo cuando tengo que explicar qué quise decir cuando afirmé que una bomba atómica en realidad no explota –se quejó Kuhn–. Me pregunto cómo lo van a tomar los lectores.
–Cada uno está preso de sus palabras –dijo sabiamente el Comisario Inspector–. Por eso la policía tiene tan buena imagen.
–Una imagen inmejorable, lo reconozco –dijo Kuhn–. Ante todo no quiero que se me confunda con un amante de la guerra nuclear, ni con un partidario del bombardeo a Irak. Yo sólo quise señalar que la idea de “explosión” también es un problema de puntos de vista. Imaginemos el proceso de estallido de un artefacto nuclear: la reacción en cadena descontrolada, la onda de choque en el aire, la propagación de las altísimas temperaturas. Todos esos fenómenos son reales, pero la integración de esos fenómenos en el concepto de explosión es un proceso puramente mental. Imaginemos que tenemos el punto de vista de un neutrón. El neutrón no “ve” explosión alguna: solamente un encadenamiento de fenómenos obvios, naturales y simples. Los neutrones chocan contra núcleos atómicos, éstos se parten, el calor liberado empuja a las moléculas de aire que conforman una onda de choque... ¿dónde está la explosión?
–Bueno –dijo el Comisario Inspector–. Son los argumentos de David Hume: vemos el choque de las bolas de billar, las vemos acercarse, las vemos entrar en contacto y luego las vemos retroceder, pero no vemos ni percibimos en ningún momento la conexión causal entre esos sucesos.
–Justamente –dijo Kuhn–. Lo mismo que en el caso de una explosión atómica. Hay una cadena de sucesos en el mundo real, pero el recorte y agrupamiento de esos sucesos bajo el rótulo de “explosión” no es un fenómeno...
–Natural sino mental –completó el Comisario Inspector–. Ya conozco esa historia: nosotros mismos somos sólo conjuntos de átomos o de moléculas que interactúan según leyes simples como sostenía nuestro amigo Tomás Buch en su carta.
–No –dijo Kuhn–. Tomás Buch sostenía que nosotros ni siquiera teníamos moléculas.
–Cierto –dijo el Comisario Inspector–. Podríamos plantear el asunto como enigma: existe la mente, existe la vida, o sólo hay átomos y moléculas interactuando bajo leyes simples.
–¿Y esas leyes? –preguntó Kuhn– ¿Dónde están escritas? ¿De qué naturaleza son? Sin embargo, preferiría un enigma, por decirlo así, más clásico, más numérico.
–Bueno –dijo el Comisario Inspector–. Un enigma sencillo y puramente aritmético: ¿cómo se puede construir el número 24, usando solamente y una sola vez los números 3, 3, 7, 7, y las operaciones suma, resta, multiplicación y división? No hay trucos raros, y no se permiten números decimales.
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Los convence la argumentación de Kuhn sobre la no existencia de las explosiones? ¿Y cómo se puede armar el número 24?
Correo de lectores
Estructuras lingüísticas
Mis admirados Kuhn y Comisario Inspector:
No había por qué indignarse tanto, ni llegar a comparaciones odiosas: ¡¡hay estructuras lingüísticas que me merecen tanto respeto, o más aún, que los meros conjuntos estructurados de átomos!! ¡Algunos de mis mejores amigos son estructuras lingüísticas! Recuerden que muchos opinan que el Verbo estuvo al principio de todo. Y, si me permiten una pregunta: ¿Quién es ese tal Leonardo Moledo?
En cuanto a Bush y las bombas atómicas, recuerdo al viejo Aristóteles, que decía que hay cuatro clases de causas: las eficaces, las finales, las formales y las materiales. Claro que con el advenimiento de la ciencia moderna las causas finales fueron tan anatemizadas como las bombas atómicas, pero éstas son objetos tecnológicos, y no hay ningún objeto tecnológico sin finalidad. Y eficaces son, y estructura y materia también tienen. Y con tantas causas, ¡cómo no iban a explotar las bombas atómicas! La discusión sobre Teseo sólo tenía que ver con las últimas dos causas. El Emperador Bush, en cambio, tiene que ver con las causas finales (y esperemos que no sean definitivamente finales...): para qué hacer bombas atómicas. Pero a su vez el mismo Bush también es mucho más que un conjunto estructurado de átomos; tampoco es una estructura lingüística: es el emergente de un sistema social expansivo, agresivo y depredador que lo trasciende.
Cordialmente,
Tomás Buch
El supuesto Kuhn
No sólo existen los átomos y el espacio vacío y todo lo demás es opinión, es más: no parece haber en nuestro universo nada que se parezca a espacio vacío, ya que hay evidencias de que lo que creíamos vacío está lleno de energía. Además, usar un argumento de autoridad (citando a Demócrito) es poco serio. Deberían convocar a Sokal a sus debates.
La discusión sobre lo real que tanto apasiona a los filósofos parece estar sesgada por una interpretación errónea de la sentencia “pienso, luego existo”, de hecho hay muchas cosas y organismos que “existen” y no piensan. Mire Kuhn, los microorganismos que colonizan nuestros intestinos saben que existimos, perciben los lugares que contienen los alimentos que les permitirán crecer y reproducirse, y van y se alimentan de nuestros desechos, no piensan acerca de su existencia real, sólo se los comen, y para eso no hace falta que piensen, no hace falta un cerebro. De hecho, muchos organismos no tienen cerebro y viven lo más panchos usando sus sentidos (que no se parecen en nada a los nuestros).
El “algo más” que falta en la explicación del supuesto Kuhn no es precisamente una “representación mental”. Más bien, es un orden. Lo único que cambia al morir es la entropía, no somos lo mismo porque nos desordenamos. Sospecho que Kuhn no pasó por un secundario en el que le enseñaran termodinámica (dije una mala palabra, la termodinámica es ciencia). Para que el muerto esté muerto no hace falta que ninguna representación mental esté presente.
Le recomiendo al supuesto Kuhn, que cree que las bombas atómicas no explotan, que se pare en el atolón de Mururoa durante la próxima prueba nuclear francesa de modo de comprobar su afirmación. Nunca creí que iba a estar de tan de acuerdo con un comisario. Cordialmente,
Félix Aguayo
Kepler
Como suele pasar con Futuro, resultó muy bueno el artículo “Dos gigantes de la astronomía”, de Martín De Ambrosio, tanto por el fondo como por la forma. Pero tengo una duda. El artículo afirma que Kepler tuvo la “intuición genial” de pensar las órbitas como elípticas. Creo que no fuetan así, si la memoria no me engaña. Don Kepler, un tipo platónico, astrólogo (como bien se señala), diría que supersticioso, convivía con esas características y una honestidad intelectual y una búsqueda del conocimiento extremas. Uno se puede imaginar sus luchas interiores. Estuvo años tratando de forzar a los planetas para que estuvieran a distancia proporcional según los sólidos platónicos. Y también se aferró años a la idea de las órbitas circulares (¡cómo iba Dios, que es un ser perfecto, a diseñar órbitas que no fueran círculos perfectos!). Cuando pudo obtener, después de la muerte de Tycho, todas sus notas y observaciones, no pudo hacerse trampas. Modificó sus prejuicios, mejor dicho los dejó de lado en homenaje a los hechos distintos que veía, que el mundo le ofrecía. La elipse era la verdad, aunque fuera imperfecta en teoría (¿de qué sirven las teorías si los hechos las desmienten?).
Si la historia no fue verdaderamente así, igual es muy bella. Porque, como habrán observado, prácticamente nadie está dispuesto a modificar sus esquemas mentales aun cuando los hechos exteriores tiendan a mostrarle que son erróneos. Pues nada, se inventan excusas, se esconden las pruebas bajo la alfombra, se argumenta para sí y para el mundo con falacias y sofismas, y todo así. Con tal de no cambiar un pensamiento –insignificante para el universo– se desconoce la realidad. Pavada de pedantería hueca. Al menos de la mayoría de los mortales. Por eso, si lo de Kepler fue como me parece, implicaría un notable gesto de humildad frente a la verdad exterior, un renunciamiento a los propios prejuicios y creencias, ante la evidencia objetiva. Les mando un abrazo,
María Iribarren