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Sábado, 14 de agosto de 2004

EL ORO ROJO Y LOS COLMILLOS RUMANOS

Para la imaginación es inevitable: pensar en un goteo de sangre fluyendo de un cuerpo vivo a otro dispara imágenes de vampiros, esos seres mitológicos que se alimentaban con sangre y huían de la luz, los crucifijos y el ajo. Lo curioso es que hay quienes relacionan los “síntomas” de vampirismo con una muy concreta enfermedad genética denominada porfiria. La relación es fácil de establecer ya que ésta se caracteriza por típicos síntomas “vampíricos”. Entre ellos, fotodermatitis (extrema sensibilidad a la luz), hipertricosis (exceso de vello); dolores abdominales y cólicos, y, ocasionalmente, trastornos neuropsiquiátricos. A lo cual se le suma que el tratamiento más efectivo para la porfiria usa como materia prima la sangre humana. En 1985, un respetado profesor de bioquímica canadiense le agregó una verdadera estaca de madera al fuego de esta idea al sugerir que los vampiros bebedores de sangre eran –posiblemente– desesperadas víctimas de la porfiria. La hipótesis de David Dolphin postulaba que si el paciente bebía sangre en gran cantidad, parte de la hemoglobina contenida podría pasar –por capilaridad– al torrente sanguíneo afectado y aliviar los síntomas. Además, la fotosensibilidad de quien la sufría podría dar una buena explicación para los hábitos nocturnos de estos pacientes.

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