Viernes, 16 de octubre de 2015 | Hoy
Por Laura Rosso
Porque al hombre hay que bajarle los humos para que no sea golpeador, violador y machista", contestó María, mientras caminábamos juntas a la apertura del Encuentro. "¿Por qué vinieron?" Su respuesta disparó esa frase simple y contundente que condensó en pocas palabras lo que pasa cuando un hombre se siente dueño de la vida de una mujer. La historia de María comenzó a reescribirse cuando decidió decir basta. Llegó a Mar del Plata en micro con su hermana y su hija. Viajó desde Buenos Aires, ciudad donde vive desde que dejó Bolivia y un pasado violento. Caminamos codo a codo, en ese mar caluroso de cuerpos diversos, a veces más sueltas, otras más apretadas y cantando Qué momento, qué momento, a pesar de todo les hicimos el Encuentro.
Fueron tres días de aquelarre en los que quedó sellado un código de tribu tan concreto y real como cada una de nosotras, las decenas de miles de mujeres de todas las provincias del país y países de Latinoamérica que conversamos, discutimos y nos abrazamos felices, efervescentes y emocionadas. Tres días destinados a hablar de los temas que más nos importan: violencias, sexualidades, familias, aborto, trabajo, identidades, salud, adultas mayores, adolescencia, educación, crisis global, arte, cuidados, deportes, justicia, medios de comunicación, terapias alternativas y varios más. Sesenta y cinco talleres programados para el Encuentro de Mujeres número treinta, el primero después de la histórica marcha del 3 de junio. Una nueva ocasión para (re)unirse en experiencias de las que nace un compromiso que queda escrito en las conciencias y corazones de cada una: la maestra de Bariloche, la campesina de Catamarca, la artesana de Humahuaca, la psicóloga de Santa Fe y las tantas jóvenes que venían por primera vez. De ellas, de sus voces, emanaban a borbotones herramientas de lucha colectiva y estrategias de empoderamiento que se sostienen en el grito por la soberanía de nuestros cuerpos. Deseos que nos recorren agitando el torrente sanguíneo con un destino común: nuestros derechos, nuestra autonomía y nuestra libertad.
El fin semana no llovió en Mar del Plata, tampoco hizo demasiado frío y hasta el sol se encendió en algunos momentos. Fuimos muchas y somos muchas más. Íbamos y veníamos con mate en mano, vianda, cuadernos, cronograma y mapa para armar el mejor recorrido a pie, en colectivo o taxi compartido. Nos cruzamos en escuelas, facultades y plazas, donde el corazón bombeaba al ritmo de un Encuentro que cumplía treinta años manteniendo la misma horizontalidad pero sumando más y más mujeres para protagonizar este hecho único. Mujeres que durante todo el año juntan el dinero para llegar en micros escolares alquilados, mujeres latinoamericanas que traen sus artesanías para vender, mujeres que buscan a sus hijas desaparecidas, madres que perdieron a las suyas, viejas y jóvenes encuentreras que pasaron las noches en el campus universitario con bolsas de dormir. "Las banderas ya las tomaron, y eso es hermosísimo. Valió la pena. Sabemos que se puede pelear y se puede transformar", me dijo Ángela, jubilada judicial, lesbiana y abortista, que llegó al Encuentro con Lidia, su amiga, con quien compartió los veinticinco anteriores. Ambas rondan los setenta y cinco años. "Me deslumbra lo heterogéneo como fuente de información y de conocimiento", agregó. "Poder ver experiencias que de otra manera no conoceríamos. Eso mueve la cabeza. Acá se palpita la inserción del pensamiento de las mujeres. El siglo XXI es mujer."
La Plaza Mitre latió por si sola durante todo el fin de semana. La energía vital brotaba por los cuatro costados y parecía nacer ahí para expandirse al resto de la ciudad. Como tantas otras mujeres, Bárbara, artesana de Tanti, Córdoba, se preparó durante todo el año para estar presente. Trajo sus pulseras, aros y bolsos que ofrecía sobre las mantas que se tendían en la plaza. Convencida del poder y la fuerza que hay en una charla compartida, se turnaba con sus compañeras para ir a los talleres. "Aquí todas hablan, flasheé con eso", dice mientras vende monederos y billeteras de cuero cosidas con hilos de colores, un diseño que incorporó este año y del que se siente orgullosa. Cuenta que junto con otras artesanas formaron el colectivo "Ovarias o ninguna", nombre surgido en un Encuentro anterior. "Cuando les contamos a nuestros compañeros de este colectivo que formamos, se reían y nos bardeaban 'O barren o ninguna', nos decían". Un mal chiste que pone de manifiesto cómo la cultura machista naturaliza situaciones de estereotipos de género.
En el Encuentro hubo tanta vitalidad, tanta energía amorosa circulando, tanta fuerza organizativa, tantas discusiones que nutren y a la vez estimulan la sed y el hambre de alcanzar lo que falta y de nunca bajar los brazos, que la sensación era: se puede. Es posible lograr lo que queremos. ¿Cómo no sentirlo cuando 65 mil mujeres se juntan, se movilizan, salen a las calles, a las plazas y copan las escuelas para hacerse oír? No obstante, no hubo tregua. El monstruo cayó con todo su peso sobre nosotras cuando nos enteramos que en esta misma ciudad la violencia volvió a golpear hasta dejarnos sin aliento y con el corazón helado. Fueron dos los femicidios que ocurrieron en Mar del Plata durante el fin de semana del Encuentro. Pero nueve en total, en una semana en todo el país. El martes 6 de octubre fue asesinada Sandra Constantópulos. Su ex pareja Claudio Javier Soto, principal sospechoso, se suicidó después del ataque. Al día siguiente Daiana Rodríguez, de 17 años, fue baleada y murió en la localidad bonaerense de Carmen de Areco. Ese mismo día, María de la Cruz, de 45 años fue asfixiada hasta la muerte en Bariloche. El jueves 8 Marlene Carruman López fue asesinada y encontrada en un pastizal de Los Corralitos, en Mendoza. El viernes 9, en Tartagal, Salta, fue asesinada Silvina Barba, de 23 años. En Mar del Plata, Rosario del Carmen Salinas, que había denunciado maltratos y se había mudado a la casa de su madre fue asesinada por su ex pareja, lo mismo que Claudia Sposetti, de 47 años. A Julieta Mena, su ex novio la mató a golpes provocándole el estallido del estómago y los riñones, en Ramos Mejía. Y el martes el estupor volvía a estremecernos con el travesticidio de Diana Sacayán. De nuevo se impone la rabia por la dilación para la puesta en funcionamiento de recursos y programas que garanticen el cumplimiento de las leyes que deben protegernos. Esa espera se hace presente con su gesto más obsceno. Desde los movimientos de mujeres continúa el pedido de Emergencia Nacional en violencia sexual y doméstica porque "No hay #NiUnaMenos sin Emergencia Nacional." Somos muchas y juntas decimos basta de muertes por violencia machista. Para acompañar una propuesta que surgió de los talleres de Violencia de Género, se propuso el 25 de noviembre, Día Internacional de la No Violencia contra las Mujeres, para un segundo #NiUnaMenos.
Volvimos a nuestras casas, a nuestros trabajos, a nuestras luchas y militancias cotidianas, sin dejar de marchar el último día. Un océano de treinta cuadras de mujeres que avanzaban en el recorrido que culminó en la explanada de los lobos marinos frente a Playa Bristol.
¿Qué ocurriría si trasladáramos los Encuentros a los lugares de dónde venimos? Con la vivencia nítida de lo que fue la jornada del #NiUnaMenos, porque vivas es como nos queremos, hagamos que se palpite la profunda necesidad de trabajar verdaderamente en estos temas, en cada realidad regional, desde San Salvador de Jujuy, hasta Ushuaia. Para que estas muertes violentas no lleguen como algo inevitable. Porque se pueden evitar. Ya es hora de que estas problemáticas tengan su lugar en la agenda política. Porque las luchas que se dan desde nuestros lugares de trabajo, desde las casas, las fábricas, los barrios y las ciudades para terminar con la violencia que sigue intacta, no alcanza. Porque el territorio ominoso y siniestro donde estas muertes crecen y se reproducen son nuestros territorios. Y queremos vivirlos libres.
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