Viernes, 16 de octubre de 2015 | Hoy
Por Malena Rey
Todavía estoy recuperándome de los intensos días que pasamos en Mar del Plata junto a tantas mujeres de todo el país. Todavía siento en el cuerpo los efectos de la emoción y el cansancio, del esfuerzo y el agite. El Encuentro implicó un corte abrupto con la rutina: nos hizo poner entre paréntesis la vida cotidiana, salir a la ruta, amucharnos en un departamentito con doce amigas para encontrarnos con otras mujeres, y para llevar hasta ahí nuestros reclamos por el acceso al aborto legal, seguro y gratuito, la gran deuda pendiente de la democracia. Pero no quiero explayarme acá sobre nuestra participación en los talleres, ni sobre una acción performática que hicimos para denunciar cómo la iglesia busca impedir históricamente cualquier posibilidad de despenalización del aborto en nuestro país –una receta de cocina para preparar Pastel de Papa Argentino. Acá quiero hablar de lo que pasó en la Catedral de Mar del Plata, ese reducto de resistencia fascista trasformado en comisaría ilegal de un momento a otro, y del contraste entre la multitud de mujeres empoderadas que colmó las calles de la ciudad y la inexplicable represión con balas de goma y gases que vino después.
La Marcha fue histórica, emotiva, por momentos el desfile parecía interminable. En nuestro caso, marchamos junto a la Red de Socorristas, activistas de rabiosas pelucas fucsias con un gran repertorio de cantos feministas que trasformaban el "Arroz con leche" o la Marcha Peronista en consignas que pedían el aborto legal, seguro y gratuito en el hospital. Estábamos en la facción que decidió movilizarse hasta la Catedral marplatense –al contrario de lo que sugería la Comisión Organizadora del Encuentro–, y no detener nuestros reclamos frente a la Bristol para que los escuchen los lobos marinos.
Llegamos a la Catedral cuando las rejas de la entrada ya estaban en el piso, pero sólo después supimos que no fueron las mujeres las que las derribaron (como puede verse acá http://bit.ly/1PgdRgS). La escena era increíble, pero no sería lo más fuerte de la noche: tres filas de hombres tomados de los brazos en las escalinatas, como rezando entre murmullos, convocados por Carlos Pampillón, dirigente ultracatólico marplatense que responde al candidato macrista Arroyo, protegían la entrada ante miles de mujeres que se hacían escuchar. Una puesta en escena que se reproduce en cada Encuentro, pero esta vez, el vallado policial era inexistente y el cara a cara con los patovicas mucho más explícito.
De un momento a otro el panorama cambió por completo: la fila de patovicas fachos se retiró del frente para ser reemplazada por una serie de gendarmes que atrás de sus escudos de acrílico empezaron a disparar balas de goma y gases lacrimógenos contra las manifestantes. Nunca se había reprimido un Encuentro Nacional de Mujeres. No nos lo esperábamos. Tratando de no perdernos –porque andar sola por la ciudad esa noche era visiblemente peligroso– nos dispersamos furiosas. Caminamos unas cuadras por la peatonal de La feliz todavía medio en shock, con nuestros pañuelos verdes puestos. Y ahí fue que recibimos un mensaje en el que nos contaban que habían "chupado" a algunas compañeras, y las habían metido adentro de la Catedral. El impacto que nos produjo la palabra "chupada" todavía me produce escalofríos. Así que ya sin nada que nos identifique, sino un poco más camufladas con los abrigos invernales, volvimos a la Catedral y lo que vimos ahí fue desesperante: las miles y miles de mujeres que marchaban habían desaparecido, y éramos menos de cien las que completamente vulnerables tratábamos de entender lo que había pasado y de organizarnos. Tres chicas –de las cuales dos participaron de la marcha y una solo caminaba por la calle– habían sido arrastradas a la fuerza al interior de la Catedral, en un operativo polemiquísimo (en el minuto 5.02 de este video puede verse cómo arrastran a una chica dos civiles http://bit.ly/1VRUkYl). Sabíamos que una de ellas estaba herida con balas de goma. Llamamos a una red de abogadas. ¿Cómo pueden detenerlas ilegalmente adentro de una Catedral y no llevarlas a una comisaría? ¿Cómo sabemos que sus derechos no están siendo vulnerados ahí adentro, que no las están maltratando física o psicológicamente? En situaciones así de críticas es cuando más se siente el desamparo. Nos llegaba información de que se estaba realizando una Asamblea en Plaza Mitre, a pocas cuadras del lugar, pero a nuestro entender no había nada que discutir ahí, sino que había que volver a esa plaza, juntar fuerzas. Llegaron abogadxs de distintas organizaciones y empezaron a negociar con la policía: entraban y salían, nos pasaban los nombres de las compañeras detenidas, trataban de conseguir que fueran revisadas por médicas. Fueron momentos de mucha tensión, frío, desconcierto. Destaco de ese momento la precaria pero necesaria organización que conseguimos para actuar ordenadamente y no desesperar ni provocar nuevos choques violentos, rodeadas como estábamos de policías. Más de una hora después, cerca de la una de la mañana, se consiguió que una de las chicas fuera liberada, y tuvo que irse en ambulancia al hospital zonal. Al rato salió otra de las detenidas, notablemente sacada por lo que había vivido ahí adentro. Y cerca de las 2 AM liberaron a la que faltaba. Recién ahí decidimos retirarnos indignadas, nerviosas, cansadísimas.
Cuando volvimos todas al departamento y repasamos los hechos, fuimos entendiendo que lo ocurrido fue un operativo organizado y montado para tirar por la borda los legítimos reclamos de todas las mujeres que llegaron desde distintos rincones del país. Viendo videos de compañeras que estaban ahí como nosotras, pudimos entender claramente que la feroz represión policial era funcional a la hostilidad de la ciudad ante tal cantidad de mujeres empoderadas, y que para la policía local y la agrupación de Pampillón era muy sencillo herirnos, violentarnos, y hacernos pasar por sacadas y provocadoras a nosotras. Pero no nos confundamos: el avasallamiento a nuestro derecho a manifestarnos es gravísimo, tanto como la persecución y la violencia física y psicológica que desde hace tantos años intenta silenciarnos. Y si bien criticamos que la peña de cierre no se haya suspendido mientras las tres mujeres estaban detenidas ilegalmente, y que en el Plenario del día lunes no se hayan repudiado debidamente estos sucesos, sigue siendo valioso que los Encuentros sean instancias de discusión y de resistencia. Sigue conmoviendo que sea tan heterogéneo, y que a la vez todas encontremos lugar ahí. 60 mil mujeres juntas, organizadas, escuchándonos, armando nuevas redes ante nuevos reclamos.
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