› Por Sonia Tessa
Desde la Trafic se ve el mar y todo huele salino. Con mi amiga Florencia llevamos una premisa: vamos a disfrutar del Encuentro sin exigencia alguna. Lo que pinte. Bajamos en el Polideportivo, pero llegamos tarde. El acto de apertura ya terminó. Caminamos cuadras y cuadras, es incesante la vuelta de los contingentes. Nos distraemos, miramos libros, los conos de silicona para hacer pis paradas, ropa de diseño y calzados que venden artesanxs de Purmamarca. Nos tientan los choripanes. Empiezan los abrazos. Con compañeras que no vemos nunca y con las que compartimos todos los días. Al llegar a las mesas de inscripción, nos sorprende que sea en un estacionamiento, algunas
se quejan por lo estrecho del sitio elegido para el acto. Igual, ya no queda nadie. Vamos a los baños químicos y encontramos a una chamana que coordinará el taller de terapias alternativas. Eso quiero: me encantan los debates pero este año nada de talleres de aborto, violencia o feminismo. Lo más importante ahora es llegar a la plaza Mitre. Más abrazos. Sí, ahí quiero estar, así, abrazada en el amor feminista. Claro que vienen con el nudo en la garganta: ¿cómo? ¿dos femicidios en Mar del Plata? No es posible que sea casualidad. El crimen es el mensaje.
El sol de la tarde del sábado nos lleva para el mar, el mismo que miles verán por primera vez en estos días. Cuando nos queremos acordar, nos perdimos los talleres, es la hora de ir a la charla de Melike Yasar, del Movimiento Internacional de Mujeres Kurdas, en la Facultad de Derecho. Desborda el salón. Nos vamos metiendo, y vale la pena el esfuerzo. Melike, asistida por una traductora, cuenta de la lucha de las kurdas contra el Estado Islámico y el patriarcado. Cuando termina, dan ganas de más. Prometen más para el domingo, al mediodía, en la Mesa de Feministas Latinoamericanas. Ligeras y contentas, volvemos a la plaza Mitre, ya empezó el festival de Socorristas en Red: toca Bife, después Vivi Pozzebón. Pintan las primeras cervezas de la noche. Nos perdemos la marcha de las tortas pero, después de años de análisis, sabemos que todo no se puede. Charlamos hasta caer rendidas en la cama. El domingo sí vamos a los talleres.
El de terapias alternativas se desdobló y ya no hay lugar en ninguno de los dos. No se puede entrar, es imposible. Deambulamos por la escuela. Creemos que en el patio hay otro de terapias alternativas pero al llegar, me quedo escuchando a una mujer que participa en el de Educación. "Sufrí violencia durante 23 años. Ahora, gracias al plan Ellas hacen, pude alquilar una pieza y conseguí una orden de restricción. Me levanto tranquila porque estoy con mis hijos, no tengo miedo como antes. Estoy terminando la escuela primaria. No entiendo bien todo lo que hablan, pero quiero decirles que se puede". Por el pasillo de la misma escuela -la 6- intercepto a unas chicas muy jóvenes.
Son cuatro hermanas que viajaron 36 horas desde Perico, Jujuy. La más chica tiene 14 años. Las que llevan la voz cantante son Adriana y Belén, van por su tercer Encuentro.
"Las mujeres de Perico se preparan todo el año para venir", cuentan. Lo conmovedor del Encuentro se hace presente. Al mediodía, la plaza Mitre desborda de mujeres con sus viandas, que van y vienen entre las distintas propuestas y tirarse al pasto. En la radio abierta, escucho a feministas de toda Latinoamérica. "Esto parece la ciudad de las mujeres", dice sorprendida una de las expositoras. Más tarde, voy a la escuela 31, veo de lejos a Lohana Berkins en la mesa trans. Siempre es un gusto escucharla pero tengo otro objetivo, el taller de autodefensa. Es el más alucinante de todos los que hice en los encuentros, pero no puedo contar nada. La clandestinidad asegura efectividad. Nos jugamos en el cuerpo, quedan sensaciones potentes y llega la hora de ir a la marcha, vamos ahora a poner nuestro cuerpo. Se acaba la batería del celular, otro clásico del Encuentro. Ya en la marcha, busco a las Socorristas, sé que llevan pelucas fucsias pero las columnas son tantas y tan largas que no las veo. No sé para donde es la Catedral, termino con la marcha de la comisión organizadora. Contenta, pero también con ganas de estar en el otro lugar. Cuando llegamos al hotel, las noticias de la represión, la bronca, el espanto. Antes, frente a los Lobos, los contingentes de mujeres de Corrientes, Chaco, La Pampa, que se sacan fotos. Violeta, de 14 años, me cuenta que este viaje fue su regalo de los 15 años.
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