Viernes, 23 de octubre de 2015 | Hoy
COSAS VEREDES
El revolucionario movimiento anarcofeminista GynePunk, con base iniciática en Cataluña, llama a la descentralización y desmitificación de la medicina, desarrollando kits ginecológicos y de salud sexual “hazlo tú misma” que buscan descolonizar el cuerpo femenino.
Por Guadalupe Treibel
A menudo referenciado y reverenciado como "el padre de ginecología moderna", James Marion Sims (1813-1883) se erige como una figura -por lo menos- controversial en la historia de la medicina estadounidense. Oriundo de Carolina del Norte, el hombre -especializado en salud reproductiva femenina- desarrolló un procedimiento para tratar la fístula vesico-vaginal, resultado de desgarros vaginales durante partos complicados o mal uso de fórceps, y creó el primer hospital especialmente dedicado a las mujeres, siendo recordado por la historia oficial como "una bendición para el género femenino". Empero, lo que muchas placas y monumentos dejan de lado al momento de rendir pleitesía a su memoria es que, para perfeccionar sus prácticas, el médico y cirujano –un declarado esclavista– experimentó con mujeres negras. Sin su consentimiento. Y sin anestesia, reservando el uso de éter o cloroformo para pacientes ricas, blancas, "más vulnerables al dolor".
Hoy muchos sectores revisionistas se refieren a él como "el doc carnicero". De allí que la comunidad afroamericana solicita desde hace años la remoción inmediata de sus estatuas, como la de la Quinta Avenida de Nueva York. De allí que hoy, desde Barcelona, un grupo anarcofeminista pide la reivindicación de Anarcha, Lucy y Betsy, las tres esclavas "favoritas" de Sims, que -en tanto leer o escribir estaba penado de muerte para lxs negrxs- no pudieron dejar testimonio sobre los horrores de haber padecido operación tras operación tras operación… En el caso de la estoica Anarcha, resistió hasta 30 procedimientos. Motivo por el cual, el movimiento -de origen catalán- GynePunk llama a rebautizar las glándulas de Skene (homólogas a la próstata de los hombres, nombradas en honor a otro ginecólogo del siglo XIX, Alexander Skene) como "glándulas de Anarcha". Porque, a su decir, "no queremos llamar a la glándula que nos hace eyacular chorros de placer con el nombre de un tío que dijo 'descubrir' una parte de nuestro cuerpo. Muerte a la denominación patriarcal del teatro médico colonialista".
Apenas una de las iniciativas de este grupo, cuya premisa fundamental es "reclamar el cuerpo de vuelta" (a decir de Klau Kinki, una de sus activas representantes) y cuya elocuente acta de principios detalla, en primera persona: "No quiero ser forzada a entrar en sus templos higienistas, en sus cárceles corporales veladas, en sus fábricas de homologación y estandarización corporal, con sus límites y parámetros de lo 'enfermo'. Quiero herejía glandular, akelarres (sic), gynepunks, pócimas abortivas DIY (Do It Yourself), parterxs pandillerxs, abortos de purpurina, placenta derramada en las esquinas, hackear técnicas analíticas, biolabs efímeros, laboratorios autogestionados, sesiones pactadas de enfermería hitech, batas negras, batas a cuadros." GinePunk, el motín de los cuerpos. O, en otras palabras: la ola que busca liberar el conocimiento para que la toma de control de la propia salud reproductiva y el ejercicio autónomo del cuerpo propio sean accesibles para cualquier persona con acceso a internet y a ciertos materiales.
Así lo explica un reciente artículo en el sitio Vice que, tras entrevistar a varias de sus integrantes, advierte que "este colectivo de bio-hackers radicales y TransHackersFeministas está creando una serie de herramientas 'hazlo tú mismo' para diagnósticos y primeros auxilios: centrífugas hechas con viejos motores de discos duros; microscopios a partir de cámaras web; incubadoras hechas en casa y espéculos impresos en 3D". Además, dicho sea de paso, de dispositivos low-cost, tecnologías de código abierto para realizar endoscopías, ultrasonidos, ecografías, exámenes de orina y sangre, biopsias, PAPs, etcétera; todo aquello complementado con conocimientos herbales, lubricantes caseros, tradición oral, saberes de la abuela, medicina china… . Sobre la génesis, puntualiza la nota que lxs GynePunks "se crearon en Calafou, una cooperativa comunitaria y 'colonia posapocalíptica ecoindustrial' en los restos de una planta textil abandonada cerca de Barcelona. Desde el 2013, miembrxs del espacio llamado Pechblenda han llevado a cabo talleres destinados a descolonizar el cuerpo femenino, explorando medicinas basadas en plantas o nuevos juguetes sexuales. Este trabajo pronto se fusionó con una red global de bio-hackers llamada Hackteria, el proyecto suizo de laboratorio abierto Gaudilabs y otros nodos de artistas, científicxs, investigadores y hackers, hasta que nació GynePunks".
"¡Somos brujas cyborg!", proclama Paula Pin, y suma: "Queremos actualizar los conocimientos ancestrales con el uso independiente de la tecnología". Es que, a su entender, "nuestro cuerpo también tiene una tecnología que puede ser hackeada, desde la idea establecida de género y sexo, y queremos explorar esta capacidad, comenzar a investigar por nuestra cuenta, encontrar nuestros propios devices que nos ayuden a ser libres". Pues, con instructivos online para el DIY -cuya proliferación no solo asistiría a quienes adhieren por motivos ideológicos: también a inmigrantes o refugiadas, a mujeres sin cobertura médica, a grupos desatendidos como el de las trabajadoras sexuales, o a menudo discriminados como el LGBT-, queda claro que aunque la revolución no sea televisada, ya se multiplica en internet. Finalmente, como aclara Marc Dusseiller, integrante de Hackteria: "La mayoría de nuestras herramientas pueden fabricarse a base de basura hardware reciclada, componentes electrónicos básicos, pegamento y cartón. De hecho, el equipamiento básico de un laboratorio es fácil de hackear o ser construido, quizá con calidad y reproductibilidad limitada, pero la suficiente para desmitificar la ciencia". Tiembla la medicina. Tiembla.
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