Viernes, 20 de noviembre de 2015 | Hoy
FOTOGRAFIA
Mujeres que se aman, otras que se organizan y fundan matriarcados, mujeres que sostienen, cuidan y envejecen, en medio de geografías imposibles o conflictos armados, a lo largo de 154 países y en una experiencia que duró dos décadas constituyen el último libro de fotos de Pablo Sigismondi con textos de María Teresa Andruetto. Mujeres es una ventana para mirar al mundo y reconocernos en las otras, como las otras que somos.
Por Daniel Riera
Un hombre viaja por el mundo con su cámara al hombro y fotografía mujeres una y otra vez. Miles de kilómetros, miles de mujeres, miles de fotos. Si no habla con ellas, si ellas no le cuentan quiénes son y qué hacen, si no las conoce antes, si no establece una empatía, un afecto, no las fotografía. “La foto –dice– es el resultado de la confianza”. Pablo Sigismondi juntó en un libro algunas de las mejores fotos de mujeres que tomó durante los últimos 20 años. En la tapa hay una mujer Talí de Sudán del Sur. En la contratapa, una de la Isla Elefantina, en la India. El libro se llama, precisamente, Mujeres, y tiene un texto introductorio de María Teresa Andruetto, donde se dice, por ejemplo: “... el ojo de Pablo es religioso, un ojo capaz de ligar mundo y espíritu, de captar lo sagrado de la condición humana en todas sus formas. Después de atravesar con su cámara tantos universos, su atención se detiene en la humanidad que habita en cada persona sobre el mundo. Desde esa humanidad (que es también la suya, también la nuestra) lee paisajes, pobladores, épocas, formas de vida, creencias, y nos permite compararnos con otros, descubrirnos en ellos, no fosilizar nuestro modo de ver y de existir”.
Sigismondi estudió Geografía y sintió que lo estudiado era letra muerta, puro conocimiento enciclopédico, si no lo veía con sus propios ojos. Así recorrió ciento cincuenta y cuatro países, muchísimos más de los que la mayoría de nosotrxs sería capaz de anotar de memoria sin mirar un mapa. Viaja solo. Le pregunto por qué.
“Es necesario para el trabajo de campo etnográfico, antropológico. Cuando uno va acompañado, crea una especie de microclima que no lo deja interactuar profundamente con los demás. Cuando viaja solo, en cambio, es más sencillo abrirse a la alteridad. Viajar es salir del mundo conocido, del que podríamos llamar normal, hacia el mundo desconocido. Romper con todo y que comiencen el desarraigo, la soledad, el aislamiento, hasta que uno se puede integrar con el otro en su manera de rezar, de comer, o de vestirse... Esa pérdida de la identidad tiene como recompensa el encuentro con el otro. Y ese encuentro se puede registrar en una fotografía. Durante mis viajes me tocó atravesar varios lugares en conflicto: allí tuve que tener un tacto especial, porque siempre estaba latente el riesgo de que alguien pudiera creer que estaba trabajando para el enemigo”.
Las fotos de Mujeres se dividen en varios capítulos: el primero, sin título, podría denominarse “ancianas” o “abuelas”. Luego vienen “Madres”, “Niñas” y “Jóvenes”. Luego “Artistas”, “Mujeres en lucha”, “Mujeres y creencias”, “Mujeres trabajando” y, finalmente, a modo de coda, “Mujeres con Pablo”, fotografías en las cuales aparece también el autor. Ahora bien, ¿por qué mujeres? Sigismondi esboza sus razones:
“Son las mujeres las que de mejor manera mantienen la tradición, la cultura, la idiosincrasia del lugar. El varón es más fácil de “corromper”, es más fácil que termine tomando una cerveza en cualquier lado u “occidentalizándose” en su vestimenta. Cuando querés evitar la postal tenés que pensar en las mujeres, en su relación con la sociedad y con su trasfondo, para poder entender mejor el lugar en el que estás. He aprendido que la mujer es mucho más fuerte que el hombre. La esperanza de vida suele ser superior a la del hombre: lleva la sangre, el vientre, no sé. Está más preparada para afrontar el dolor, la tragedia, las situaciones límite. Y una voluntad de lucha mayor: donde hay conflicto, guerras, desencuentros, las mujeres son una reserva, la garantía de que ese lugar pueda salir adelante. Y también me parece que la mujer tiene mayor contacto con la divinidad, con el cosmos”.
Hay muchos mundos dentro de éste. Mujeres nos lo recuerda y nos lo muestra. En las páginas 16 y 17 hay dos fotos parecidas y diferentes de una anciana llamada María Salomón, asomada a la ventana de su casa en Brasov, Rumania. El epígrafe nos informa que hay ocho años entre la primera y la segunda. Sin embargo, vaya a saber por qué, María luce mucho más jovial en la segunda. En la página 35 del libro, una niña con un largo vestido y una cofia, en la entrada a su casa, se lleva una mano a la boca. El epígrafe dice: Kafiristán, Pakistán. Los Kalash (un lunar étnico de aproximadamente 10.000 personas) son el único pueblo no musulmán en la frontera entre Afganistán y Pakistán. Viven en una zona boscosa y construyen sus viviendas con madera y piedra. Descienden de soldados de Alejandro Magno, profesan la religión animista y no pueden comer aves, porque las aves son del cielo; están organizados como matriarcado, las mujeres gobiernan, eligen al varón y llegado el caso, repudian el matrimonio. En la página 47, en Astaná, Kazajstán, una chica rubísima, de origen ruso, y otra de origen mongol, con los ojos rasgados –ambas abrigadísimas con sus camperas infladas– se abrazan de un modo que permite inferir una relación de pareja entre ambas. En la página 63 hay dos mujeres de edad difícil de discernir, en tetas, los cuerpos pintados con manchas doradas y plateadas. El epígrafe dice: Irian Jaya, Indonesia. Jóvenes de la tribu Dani. Los Dani practican el canibalismo y la homosexualidad (consideran que el semen es finito y que un hombre debe aportárselo a otro), las mujeres viven separadas de los hombres y de los cerdos (que son sagrados y a la vez base de la alimentación), consideran que la piel (punto de contacto entre el interior y el exterior) es una tela que hay que adornar. Así las cosas. En la página 66, en Ereván, Armenia, una mujer de cabello largo hasta los hombros, vestida con un saco negro y una camisa blanca a lunares negros, extiende una foto en blanco y negro de sus antepasados (probablemente sus abuelxs), víctimas del genocidio. Detrás de ella, fuera de foco pero no tanto, una fila de gente coloca flores. La foto fue tomada este mismo año, al cumplirse cien años del genocidio cometido por los turcos. En la página 70, en Cinqueras, El Salvador, la madre de dos víctimas del terrorismo de Estado posa delante de un paredón con un listado de muertos. En letras rojas, se lee “Si uno cae”, es porque alguien tenía que caer para que no cayera la esperanza. En la página 83 conocemos a una niña-diosa. El epígrafe dice: Katmandú. Nepal. Kumari, diosa viviente, niña elegida por diversas señales para convertirla en diosa hasta la primera salida de sangre (por lastimadura o menstruación), cuando la devuelven a la vida normal. En la página 103, en Bani, Burkina Faso, tres mujeres pican piedras entre risas. Intentan extraer oro. La escena tiene una suerte de belleza irónica, que contrasta con la de la página 54: unas jóvenes bailarinas en Sochi, Rusia, que posan orgullosas con sus tutús en una playa pedregosa.
Mujeres, entonces, y más mujeres. Cada una, una historia. Cada una, un mundo. Sensible y curioso, Sigismondi viaja para conocer y para dar a conocer. Este libro es el resultado de ese esfuerzo en el que ha invertido buena parte de su vida.
Mujeres
Fotos de Pablo Sigismondi
Textos de María Teresa Andruetto
Raíz de Dos
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