Vie 05.02.2016
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ACTIVISMOS

El cuerpo periférico

La mexicana Sayak Valencia se define como transfeminista y en ese término (a ella, que le gusta jugar con las palabras hasta hacerlas de goma y volverlas a nombrar) engloba una visión del feminismo en su versión más queer, una identificación con la poesía y un trabajo como pensadora y filósofa que incluye acciones sobre su propio cuerpo y performances que ponen en cuestión el binarismo de los géneros. Dildos, barba, bigotes y tuaregs son usados para experimentar y renovar el sentido de ese sujeto que domina el espacio público y se adueña de él sin pedir permiso pero también para repensar las masculinidades y señalar otros cuerpos e identidades que se sirven de esos atributos de poder y autonomía. En las fronteras de la lengua y a caballo de una militancia del propio cuerpo, Valencia dice ser un sujeto interseccional donde las flechas que se cruzan son tantas como sus líneas de acción.

› Por Mariana Winocur

Cuando una googlea su nombre aparecen muchísimas etiquetas que intentan definirla: doctora en Filosofía, teoría y crítica feminista, poeta, ensayista y exhibicionista, performática, transfeminista... La mexicana Sayak Valencia es todo eso y mucho más, aunque desacuerde con la idea de tener una identidad en el sentido tradicional y prefiera ir definiéndose más en movimiento y acción que de manera cabal y acabada. “No sé qué soy. Estoy en lugares y situaciones, no me identifico con la idea de identidad. ¿Ser idéntico a qué? La identidad es una definición política de la cual no me interesa participar. Me gusta más la idea de identificación con algo, como una decisión consciente. Me identifico como sujeto interseccional, como un cuerpo biológicamente sexuado como femenino, como una mujer, porque para mí es una posición política y soy feminista. Con hacer filosofía, hacer poesía, política, escritura, performance, con estar en tránsito. Las etiquetas las ponen los demás y en ese sentido yo elijo mis etiquetas: soy una filósofa transfeminista. Entiendo el transfeminismo como feminismo interseccionalizado no sólo a favor de la lucha de las mujeres sino horizontalizado hacia el reconocimiento de otros cuerpos, otras sexualidades, otros colores, otras capacidades corporales y otras identificaciones sexuales”. Si con la definición de sí misma Sayak Valencia ya provoca, también lo hace cuando se calza un vestido sensual, barba y bigote y sale por las calles, cuando usa un tuareg en el Marruecos machista o entra a un bar de España con arnés portando un pene y la dueña se niega a servirle una cerveza. Ella es un espejo ante los prejuicios sociales y propios. Un espejo ante las cárceles mentales. Y un camino hacia la liberación, hacia un lugar donde nadie se siente solx, únicx, rarx. Una manera de decir “aquí hay lugar para todas y todos, cualquiera sea el color que tengan, cualquiera la música que elijan, cualquiera sea sus opciones estéticas y sexuales”.

Instalada en su Tijuana natal luego de varios años de transitar entre México y Madrid, hoy es investigadora titular y coordina la maestría y el doctorado de Estudios Culturales en el Colegio de la Frontera Norte (COLEF). También es autora de “Capitalismo gore”, entre otras publicaciones más, libro en el que reflexiona sobre la violencia extrema (incluida la crueldad) que se usa casi cotidianamente en ciertas ciudades para conseguir ganancias económicas. Usa el término “gore” en el sentido cinematográfico de generar escenas sangrientas y lo emplea para retratar la época en la que estamos viviendo desde la mirada “sudaca”, fronteriza, mestiza. Desde ese lugar también opina sobre el “fenómeno El Chapo Guzmán” y sitúa el relato mediático que se hace hoy de uno de los mayores narcotraficantes de la historia, sino el mayor.

La historia de Sayak bien puede explicar su elección por los estudios culturales, el género, el transfeminismo. Esa historia tiene directa relación con dos pasiones, entre las tantas que tiene, que la hacen particular: crear palabras/expresiones y hacer performances artísticas. La clave podría estar en la manera en que, de muy niña, ocurrió la “magia” de haber empezado a leer y la traumática experiencia de un corte de pelo bien corto.

Palabras para nombrar y pensar

“Siempre estoy pensando en hacer política con las palabras. Una cosa que hemos heredado de la perspectiva occidental y colonial es una forma de articularse a través del discurso. Lo que no puedes decir no lo puedes pensar ni actuar” dice. Es por eso que crea términos como “sujeto endriago”, “capitalismo gore”, “necropolítica” y tantos más.

–¿Cómo empieza tu relación con las palabras, al punto de crear siempre nomenclaturas?

–Mi relación empezó de muy pequeña, aprendí a leer y escribir a los 3 años y fue como un acto de magia. A partir de haber aprendido a leer y escribir me acuerdo de toda mi vida, es como un registro. Tengo recuerdos muy curiosos, me acuerdo de mi estatura y de cómo se veía el mundo desde ese tamaño. Era estar como muy ubicada que era un cuerpo pequeño. Mi papá me llevó al circo y había esta cosa que siempre ves, el sombrero y el conejo. En mi cabeza de niña pensaba que donde no había nada y luego había algo, eso era magia. Esa tarde mi padre estaba escribiendo una carta. La escena es que yo vi algo blanco (la hoja), una pluma en movimiento (como la varita del mago) y luego había palabras. No había nada y luego había algo. Era magia. Me quedé súper encantada. Le pedí a mi papá que me enseñara a hacer magia y él me dijo que eso no era magia, que era escritura. Él me lo contaba así: ‘hay una vocecita adentro de tu cabeza, eso se llama pensamiento y se puede traducir a palabras’. Me enseñó el abecedario y luego cómo se pronunciaban las letras. Un día iba en la parte de atrás del coche y pude empezar a lee lo que decía en la calle. Mi papá me traía cuentos y yo me los terminaba enseguida. Un día me compró un diccionario enciclopédico que tardé como tres o cuatro años en leer. Los diccionarios son mis libros favoritos.

–¿No hubo diccionario enciclopédico en el que encontraras las palabras adecuadas para nombrar las cosas? ¿Tuviste que inventarlas?

–Sí, pero tengo una vocación de insumisión absoluta que se fomenta de donde soy, el norte de México. El estado mexicano es centralista. Las provincias siguen usando lenguaje del siglo 19 para hablar del siglo 21 y tener la pretensión de vivir en una narrativa del siglo 21 de progreso cuando en realidad ni siquiera tu forma de nombrar y enunciar ha cambiado. Y hay huecos entre la manera que enunciamos y la manera en que vivimos. Para mí el lenguaje es importante porque hace puentes. Son esos puentes los que me faltan. Creo que las palabras que existen valen para muchas cosas, pero somos una sociedad ex colonial que sigue recolonizada. Negamos la parte indígena y lo periférico, pero lo periférico en México es todo.

El sujeto endriago

Para entender sus análisis de la realidad es preciso detenerse en su definición de “sujeto endriago”, que Sayak explica a partir de ciertas particularidades mexicanas pero puede extenderse a otras sociedades. “El endriago es este sujeto masculino cartografiado por la clase, la impronta racial muy vinculada con estigmas y estereotipos de la colonialidad. Al final es un sujeto obediente con la masculinidad más hegemónica, esa que desprecia todo tipo de debilidad, que cree que el valor de los varones es ser proveedores, arriesgados, frontales, violentos y que le debate al Estado la posesión de la violencia. Pero también el que ha entendido que la masculinidad per se que prácticamente pertenece a los cuerpos leídos como biológicamente masculinos tiene la potestad necropolítica de otorgar la muerte a otros. El poder de ejercer violencia contra otros que consideren más débiles: mujeres, niños, disidentes sexuales, pobres

–¿Cómo llegaste a construir el término sujeto endriago?

–Tomé el término de la novela de caballería Amadís de Gaula en la que los endriagos eran monstruos de quienes los caballeros–hombres– occidentales venían a salvar y, de paso, colonizar. El endriago podría ser este fenómeno de la criminalización de la migración que se está haciendo en Alemania con lo ocurrido en Colonia a fin de diciembre. El lavado feminista que se le está dando al tema y el uso del cuerpo de las mujeres como caballo de Troya para instalar lógicas racistas y xenófobas y para poder regresar a los refugiados a sus casas-guerra podría ser un ejemplo de cómo se construyen endriagos desde afuera. Están tratando de crear un nuevo tipo de criminalidad organizada, como la denominaron los medios de comunicación. Es un Caballo de Troya para juntar sexismo, racismo y pobreza para criminalizar a las migraciones. Son sobre todo hombres desplazados, racializados, que se les hipermasculiniza pero se les bestializa al mismo tiempo y considera indeseables. La construcción del endriago es la construcción del blanco sobre el otro racializado.

–En tus investigaciones, los narcotraficantes son claros ejemplos de sujetos endriagos…

–Los narcotraficantes son representaciones muy palpables de sujetos endriagos. Codifican las lógicas del poder patriarcal del estado mexicano (machismo, homofobia, avaricia, denostación por las mujeres) y se les propone como sujetos monstruos desde esta lógica moralista. Los narcotraficantes son construidos como endriagos porque asumen, disfrutan y recrean los mandatos de género para la masculinidad machista mexicana. Sin embargo no son leídos como machos sino como monstruos. Una hiperbolización de esta masculinidad guerrera, machista y necropráctica que hace de la violencia y de la muerte un mercado de trabajo, un espacio de socialización y subsistencia económica con la cual pueden cumplir sus demandas de masculinidad de ser legítimos económicamente y seguir detentando el monopolio de la violencia.

–“El Chapo” Guzmán, figura de la actualidad más reciente, ¿sería el paradigma de esa construcción?

–El Chapo es un ente bisagra, un fenómeno. Es un individuo tangible pero se vuelve una empresa transnacional que trabaja a varios niveles: A nivel necropolítico a través de la rentabilización de la violencia y la muerte y el terror que puede ejercer (necropolítica que comparte con el Estado mexicano que también hace violencia y aterroriza a las poblaciones para gobernar). El producto “El Chapo” conquista el cuerpo a través de la muerte, la violencia o el consumo de drogas– y la psique, como producto que permite identificaciones, sobre todo con poblaciones de jóvenes desempleados o “sin futuro” que son las que más se reclutan en las filas del narco. Además genera una epopeya del crimen organizado a través de corridos, narcocorridos, películas y las nuevas tecnologías como las redes sociales que distribuyen el mensaje de la rentabilización del fenómeno.

–La reciente captura de “El Chapo” y su manera de haber sido presentada y anunciada ya no sólo interesa a las poblaciones “sin futuro”; un amplio sector de quienes están “adentro” también se interesan por el fenómeno…

–El narcotráfico se estigmatiza en los territorios donde se vive pero se glamouriza cuando se convierte en un producto cultural que se consume. Ocurre en la factura y la producción de narcocorridos y grandes producciones televisivas en países relacionados con el narcotráfico que rentabilizan y espectacularizan la vida de esos criminales como si fueran el nuevo Hollywood. Ahora, con la entrevista que le hace Sean Penn, nos damos cuenta de que Hoollywood y el narco tampoco están muy separados. Es muy importante que nos quede claro que “El Chapo” como fenómeno mediático, además de ser una cortina de humo para distraer de ciertos improperios políticos en México, también está tratando de captar la atención de los jóvenes, no sólo los de las clases más pauperizadas –muchos de los cuales ya están trabajando en ese sistema–, sino los de clase media y citadinos que leen la revista Rolling Stone. Hay una glamourización del crimen organizado que desplaza la figura del rock-star y pone al criminal en la primera plana.

–¿Cuál es tu proyecto actual?, ¿En qué líneas estás investigando?

–Estoy haciendo una investigación sobre masculinidades, sobre capitalismo gore y toda la taxonomía que propongo. Ampliando los conceptos: con masculinidad no sólo me refiero a lo que se ve como características fenotípicas del cuerpo sexuado masculino o varones, sino a las masculinidades femeninas y a otras formas de masculinidad encarnadas en la disidencia sexual. La masculinidad no es una preferencia sexual, es una serie de características que podemos reapropiar y que son positivas: dominio del espacio, del discurso, ocupación del espacio de una manera desinhibida, una serie de cuestiones que los sujetos performan cotidianamente y que se han asignado a lo que uno entiende como varón, pero hay muchos cuerpos que tienen estas características. La investigación sobre masculinidades va cambiando las rutas, yo voy hablando de las masculinidades desde el transfeminismo.

–Alguna vez dijiste que no te quedás con una sola cosa, ¿qué más tenés para escribir?

–Estoy escribiendo otro libro nuevo sobre los procesos de des-ciudadanización en los que nos encontramos. También hay una nomenclatura para eso pero sería sobre abandonar la idea de ciudadanía, que es un caballo de Troya que nos llena de responsabilidades pero no nos da derechos. Otras formas de disidencia a los conceptos de ciudadanía.

Aroma a aftershave

La vinculación con el lenguaje lleva directamente a los orígenes de Sayak descubriéndose feminista. Eso ocurrió a sus 17 años. “Fue por influencia de mi padre.

Tenía cuerpo de mujer pero me habían educado como un chico, según decían mis amigas. Me dejaban hacer lo que quisiera siempre y cuando justificara mis acciones y no lastimara a los demás. No me dijeron nunca ‘esto es de niñas o esto es de niños’. Tomé consciencia de que era mujer cuando quise ir a la India a un monasterio y me di cuenta de que no me podía hacer un monje budista. En todo caso iba a estar con las monjas. Me cayó encima lo de la jerarquía del género y me enojé mucho con mi papá, porque él era hombre y sí podía hacer lo que quisiera. Él me llevó a la biblioteca de San Diego y me enseñó “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir. A partir del concepto de que una puede devenir mujer empecé a entender otras cosas y me metí a estudiar filosofía”.

–¿Cómo te convertiste en performancera?

– Creo que lo fui desde siempre. Escribo poesía desde los 10 años. Me interesó mucho el happening y pensaba qué podía hacer para que los poemas no se quedaran en mis cuadernos. Entonces, cuando hacía lecturas compraba un corazón de cerdo, que es igual que el de nosotros, lo abría, le metía los poemas adentro, lo metía en una pecera… hacía toda la mini-escenografía pequeña para hacer mi presentación de poesía. Luego me subía a los autobuses y declamaba poesía…

–¿Cuándo llegaste a ponerte barba y bigotes?

–Lo hacía varias veces, la barba y el bigote siempre me han encantando. Mi papá era un hombre con barba y bigote y jugábamos a que nos rasurábamos. Los domingos cuando él se arreglaba su barba me ponía crema de afeitar y me acuerdo de la sensación del olor del aftershave. Yo no sabía que no me iba a salir barba ni que no me estaba afeitando. Me gusta ponerme barba e irrumpir, descolocar las jerarquías de género y los estereotipos. Me gusta y lo hago desde siempre.

–Además de que te guste, has salido a la calle con barba y bigote y un vestido muy sensual con sandalias altas. ¿Qué buscabas con eso?

–Al principio lo hacía porque me gustaba. A partir de que entro en el feminismo y luego en la teoría queer me doy cuenta de que lo que hacía empíricamente tiene consecuencias de performance y trabajo con la idea de performatividad. En esa época me enamoro por primera vez de un chico y de una chica y me doy cuenta de que en la práctica desestabilizaba ciertas cosas, pero no tenía la teoría para saber por qué. A partir de ahí me sirve para ir construyendo un poco, pero después como para traducir. Ahora estoy descansando de los bigotes y la barba porque no quiero que se gasten. Cuando me los pongo no es para aparecer en un lugar y ya, me los pongo durante una semana y hago toda mi vida con eso. Tiene que ver con todo un proceso de trabajo mental para poder estar fuerte ante cualquier reacción, con la capacidad de respuesta ante cualquier posible cuestionamiento, porque a mucha gente le da risa pero a otra gente le molesta. Lo hago para poner preguntas en el espacio público y preguntas en el espectador. Y también porque me encanta, me siento divertida por dentro, es una pequeña travesura. Si la crítica no va unida a lo lúdico, no tiene mucho sentido. La última vez que estuve en Marrakech me puse los velos en forma de tuareg, que es como se los ponen los chicos, hice un drag King y usé barba. La gente no sabía muy bien qué cosa estaba pasando.

–También sueles ponerte pelucas de diferentes colores a tono con tu ropa…

–El tema de los disfraces siempre me gustó. Mi primera peluca me la compraron a los 3 años luego de que mi mamá me cortó el pelo bien cortito. Tengo el pelo rizado y ridículamente femenino, con tirabuzones, como el de las muñecas. Lo odiaba y no me dejaba peinar, entonces ella me llevó a la peluquería y me moví tanto que me tuvieron que rapar. Fue un drama absoluto, mi padre se enojó muchísimo con mi madre, que ese pelo era mío y no de mi madre, y me compró una peluca. Desde entonces he juntado miles de pelucas y aprendí a ponérmelas. Me gusta combinarlas con la ropa. No sólo es un acto de desobediencia sino también me gusta cómo se ve.

–¿Alguna performance te ha causado “problemas”?

–Hice una performance que se llama “sudaca” y mucha gente se enojó muchísimo. Empezó con apropiarme del término “sudaca” con el que discriminan en España. Me compré unos pantalones colombianos que hacen que el culo se te vea súper redondeado, una camiseta de tirantes rojas con un wonderbra y me mandé a hacer una inscripción que decía “sudaca” en el pecho y “perdón, latinoamericana” en la espalda. Me hice las trenzas mexicanas clásicas del cine mexicano y le puse unos cables para que fueran más largas y con listones del color de la bandera que hacían de fustas y un dildo y un arnés rojo. El mensaje era “soy todo el estereotipo del sudaca que tú quieras pero soy este tipo de sudaca”. Le di la vuelta a la discriminación. Cuando fuimos a un bar con unas amigas, ellas de drag King, la señora que atendía sí les sirvió cerveza a ellas pero a mí no quiso servirme.

–¿Cuál ha sido tu performance más reciente?

–Estoy pensando y haciendo performances a nivel de cuestionar la colonialidad y la raza. En 2014 hice la última sobre eso, durante el aniversario de la Revolución Mexicana. Se llamaba Messtizx y consistió en retomar lo que Frantz Fanon dice sobre las “máscaras blancas” que todos usamos, en cómo nos fuimos poniendo la máscara blanca y cómo la idea de mestizajes solo se usó para pensarlo hacia la blanquitud y no hacia lo oscuro o mestizo propiamente.

–¿Hay en tu agenda alguna actividad/presentación prevista para la Argentina?

–Me gustaría mucho. Hay un par de propuestas a algunas ciudades pero no se han concretado todavía.

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