IN CORPORE
Pintarse las uñas es un ritual que permite un tiempo de soledad y autocuidado. La tendencia convirtió en un boom el Nails Art, una de las formas estéticas más democráticas y menos sacrificadas de verse mejor. Pero atención: en lugares como Nueva York, donde hay más de dos mil salones para cambiar esmaltes, se tuvo que controlar el uso de productos químicos nocivos y la explotación laboral a manicuras latinas y asiáticas.
› Por Luciana Peker
Las manos se estiran y, aunque los años surquen líneas; no hay arrugas, kilos, celulitis, rollos, pozos, estrías, ojeras que impidan que el rojo pasión cambie las manos y cambie también cuando se baila, se acaricia, se cocina, se habla, se escribe, se rasca y no se hace nada más que mirarse las manos. Hacerse las manos es una práctica ancestral, un ritual sin más sentido que el de intercambiarse colores entre la realidad y la ficción en las extensiones del cuerpo en movimiento. Los pies pueden combinarse con las manos, o caminar solos, rumbo al coral, el verde, el transparente que –especialmente en verano- disfrutan de la desnudez contra la arena, zambullida en el agua o inalterable en una reposera titilando el rubor cromático del juego pintado. El cepillo puede pasarse como una caricia propia en domingos arrinconados de siesta en la cocina o entre la tele y las series mientras se mide que la verticalidad no deje salpicones de pulso. También puede compartirse en una ronda de amigas o de hermanas o de madres e hijas que se miran, se eligen, se liman, se charlan entre fucsias lisos, rosas nacarados, dibujos perfeccionados con papeles metálicos o negros que elevan a power la categoría de arte para subir el puño y no para bajar la guardia. La peluquería es otro lugar subestimado de charlas banales como si la banalidad no fuera también el arte de la tregua y en la tregua no se pudiera dejar de amasar, tipear, desenredar o acunar la vida para solo estirar los codos y sentirse el soplido.
Tal vez porque hacerse las manos sea más democrático que los otros ritos de belleza que exigen cuerpos moldeados, sacrificios de lengua afuera, aguantar el tironeo caliente de la cera en la piel o las restricciones de placeres de la boca tentada y abierta, cada vez hay más lugares para solo ir a apoyar las manos. El surgimiento de los spa de manos y pies, los puestitos de manicura express (que se ven en series de sexo serial en la ciudad y ya pueden divisarse en los shopping porteños) y los nails bar ya se instalan en las urbes donde el respiro también toma la forma de turno para pensar –apenas- en qué hacer con la cutícula.
Se podía ir de viaje, pero la periodista cultural Miriam Molero decidió usar los recursos de un trabajo en publicidad para fundar “La manicure”, el 12 de mayo del 2011, con su socia Yanina Salazar. Quería tener la libertad de decir que no a lo que no le gustaba a través de un negocio boutique que también diera, al menos, un rato de libertad a las damas. “No es un consumo puramente emocional. Pero las clientas vienen a buscar relax, especialmente las madres y profesionales bajo presión. También buscan levantar el ánimo”, describe Molero. La tendencia no es llana. El Nails Art es el modo mas spanglish de un cipayismo –ya sin vuelta de combate- a las uñas que tienen la lengua de los Rolling Stone, el símbolo de Smile, estrellas, lunas, rayas, brillos, letras o diseños que apenas duran un día o una semana y dejan que el índice exhale su personalidad por sobre el pulgar.
El periodista especializado en moda Jorge León explica que el Nails Art es una moda que viene de la década del noventa –en pleno auge político retro y en medio del auge del cambio por el cambio- y que llegó de Japón, aunque en el Bronx la comunidad afro lo hizo bandera. Él analiza: “Me remonto a Zygmunt Bauman cuando en su libro La modernidad líquida dice que la era de la modernidad sólida ha llegado a su fin. Ahora estamos viviendo en una era donde todo cambia, todo muta muy rápidamente. Tenemos miedo de aburrirnos de todo lo que nosotros mismos creamos y donde el afuera y lo superficial es lo único que importa. El Nails Art tiene que ver con eso. Hoy se usan, por ejemplo uñas acrílicas de una forma y mañana de otra, sin importar la trascendencia. Y lo más innovador es tenerlas en punta con incrustaciones en 3D como piedras”.
Una posibilidad es tener un día marcado a la semana para pasar el algodón con quita esmalte y elegir en el arco iris diverso con qué humor y color encarar los nuevos días. Pero también existe el esmaltado semi permanente que necesita de lámparas especiales para quitar y sellar (y no requiere espera para secar) y, en esos casos, la cita es casi mensual. “Se lo toma como un momento de compartir, es muy común ver a las madres con las hijas y las más pequeñas optan por el Nail Art. También hacen plan con abuelas, tías, primas y amigas”, dice Ileana Ghiotto que, junto a Tamara Ayala, comanda Staff Nails. En Jessica Cosmetics resaltan que en Argentina las uñas explotaron hace apenas unos años y que el azul claro, el amarillo, el púrpura, el naranja o el neón copan las señales del 2016 pero también la dimensión 3D que genera un efecto volumen sobre los dedos.
Aunque no todo es la revolución de la alegría. En Nueva York la moda se volvió masiva (ya que existen dos mil salones para arreglo de manos) y los centros de manicuria se convirtieron, en algunos casos, en trampas de explotación laboral de migrantes latinas y asiáticas por poca paga y mucha exposición horaria a productos químicos nocivos. Por eso, el gobierno local creó una unidad especial para combatir las “prácticas ilegales y las condiciones de trabajo peligrosas” para las manicuras. La medida fue tomada después de la denuncia realizada por el diario The New York Times que alertó que diversos productos (especialmente el dibutilo para manipular los esmaltes) podían lesionar la piel, dar tos o, incluso, producir cáncer si no se usan guantes y máscaras, se ventila el local y se cumple con un rango horario adecuado. Con el hashtag #handlewithcare se inició una campaña para que las manos lindas no se pulieran con trabajo esclavo.
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