ESCENAS
La crudeza de un sistema que cobra con sangre la vida de las mujeres se desnuda en A lo mejor te encuentro.
› Por Alejandra Varela
Ella parece feliz en su ingenuidad pero esa muralla de cajones de manzana que se alistan con tristeza en el escenario, entra en tensión con esa candidez de muchacha que cocina y le sonríe al público, que intenta establecer una complicidad, una empatía indispensable para su relato.
Malena necesita de ese par, de ese interlocutor que podría ser otra mujer como ella a la que se propone contarle todo lo que le pasa. Su devoción abismal hacia un marido que describe en cueros, rudo, trabajando, hundiéndose en el río. Ramiro existe en su manera minuciosa de retratarlo desde la indulgencia de una mujer que se conforma, que celebra las flores robadas del día de los enamorados y que soporta que su voz se vea permanentemente intervenida por las palabras de otras mujeres, el coro ausente de la suegra, las cuñadas y su propia madre que le indican un destino repetido, molesto para una Malena fastidiosa pero demasiado dulce para revelarse.
Hay algo lorquiano en esa mujer que limpia y hace la cama, algo de esa tierra seca de Yerma que después se nutre y transforma en fecundidad. Pero Malena es más llana en su discurso, si por momentos parece una incipiente comediante, una confidente de pequeñas anécdotas costumbristas. Su rol de narradora no se sostiene en el pasado, no responde a la idea de una historia ya concluida que la joven busca exponer como testimonio. Su voz obedece al presente como si los hechos ocurrieran en ese momento. La sorpresa de una infidelidad es tan nítida como la noticia de que su marido fue capturado por la guerrilla mexicana. Ella parece no saber lo que va a suceder hasta el mismo momento de decirlo. Este recurso permite que los cambios del personaje no tengan hondura, que la ingenuidad se mantenga en ella como un hilo que no puede cruzar.
Ella saldrá a la ruta a buscar a Ramiro, ella no entenderá el peligro como una posibilidad. No existe reflexión sobre lo que le ocurre. La palabra frente a la violencia puede extinguirse, puede convertirse en grito o llanto. El lenguaje no le alcanza y ella no es diestra para usarlo más allá de esa realidad que la supera, que la aturde y la obliga a salir de sus anhelos de mujer embarazada. Malena se vale del lenguaje como un reemplazo de la acción que la obra no muestra porque lo que queda es esa mujer en un escenario pálido, desteñido, en un espacio que señala esa precariedad. El encierro opera como una lectura en contraste con el parlamento de Malena. Ese afuera la devolverá siempre a un lugar trunco.
La violencia aparece como un absoluto en el texto de Manuel Barragán. México se ofrece como una tierra de desaparecidxs. Las mujeres víctimas de la trata, los hombres como carne de los oficios del delito, cuerpos jóvenes y pobres que están allí para ser capturados. El mundo de Malena y Ramiro hace de la amenaza una rutina. Ellos son seres minúsculos para eludir esa fatalidad.
Malena pasa a tener un objetivo excluyente, desea encontrar a su marido pero no puede alcanzar la verdadera dimensión de su drama. La historia se convierte en tragedia. Su voluntad tiene como oponente a un poder que deja tajos cada vez que Malena se asoma como una peregrina que ya no sabe a quién preguntar.
Ella en su persistencia se intuye como una heroína que no triunfa ni derrama acciones que puedan ser leídas por su entorno pero que no renuncia a lo único que le otorga singularidad. Buscar a Ramiro implica no dejarse aplastar por esa totalidad de la violencia.
Aquí no hay metáforas pero se sospecha ese canto que convertía a las mujeres de García Lorca en sustancia de un límite social, en esas protagonistas capaces de encarnar lo más crudo de un sistema, de mostrarlo como resultado en su experiencia, en ese amor doméstico que queda cercenado y en la aparición de la política como cuerpos en la calle que hablan, incansables, convencidas de encontrar al/la ausente, al/la robadx y hacer del lenguaje, del acto de nombrarlxs una realidad nueva.
A lo mejor te encuentro, escrita y dirigida por Manuel Barragán, con la actuación de Lucía Díaz se presenta el miércoles 10 y el jueves 11 de febrero dentro del Festival Temporada Alta en Timbre 4.
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