Vie 05.02.2016
las12

EXPERIENCIAS

La escuela de la palabra

Luego de trabajar como mediadora durante trece años, la abogada Mariana Volpi empezó a trabajar en la Procuración Penitenciaria de la Nación, un organismo de derechos humanos que desde el Estado intenta preservar los derechos de los detenidos. Un día se le ocurrió juntar sus dos trabajos y desarrolló Probemos hablando, un revolucionario sistema de mediación para los conflictos cotidianos carcelarios.

› Por Daniel Riera

FOTO: CONSTANZA NISCOVOLOS

“En la Justicia, la mediación es un método alternativo a los tribunales. En la cárcel es un método alternativo a que te acuchillen. Puede salvar vidas” dice Mariana Volpi, que en sus primeros días en la Procuración visitó el Complejo Federal de Jóvenes Adultos de Marcos Paz, que corresponde a detenidos de entre 18 y 21 años. Allí existe un alto índice de conflictos originados a partir de situaciones de violencia. En sus primeras entrevistas observó que los jóvenes presos tenían muy serias dificultades para expresar sus demandas mediante la palabra. “La cárcel es una escuela de violencia. Más allá de que las condiciones de detención son deplorables, la misma situación de encierro de un adolescente es violenta de por sí. A partir de mi experiencia como mediadora y los conflictos interpersonales en los que había trabajado, le propuse al procurador iniciar una experiencia de diálogo entre los detenidos del pabellón. El uso de la palabra en un ámbito tan violento es un cambio absoluto de paradigma cultural. La mediación prejudicial es muy exitosa cuando el mediador se compromete para llegar a una solución. En este caso pensé que si utilizábamos herramientas parecidas y las adaptábamos a esta circunstancia específica podíamos llegar a tener el mismo éxito. Se me ocurrió que entrando al pabellón, al lugar donde los jóvenes comen, duermen y están detenidos, podíamos darles herramientas, empoderarlos para que ellos aprendan a expresarse y utilicen el método del diálogo también cuando una no está. Se trata de volverse visible, de volverse persona ante los demás, que no te ven. Cuando alguien te escucha y te ayuda a pensar te sentís bien. La Procuración está acostumbrada a trabajar cuando los derechos humanos ya fueron violados: el fin de este programa, en cambio, es prevenir, evitar ese círculo en el cual dos pibes se agarran a puñaladas, después llega la requisa, les pega peor...”

A fines de 2014, el Procurador Francisco Mugnolo autorizó la realización del proyecto. Mariana y el doctor Alberto Volpi (no existe ningún parentesco entre ambos) le terminaron de dar forma y estructura al proyecto y se sumó la psicóloga Mariana Macarrone. Hicieron una serie de entrevistas a los penitenciarios para que les dijeran qué tipo de conflictos observaban, y luego una serie de entrevistas individuales con los jóvenes detenidos. Ese trabajo previo les permitió hacer un diagnóstico del cuadro con el que se iban a encontrar. “Algunos se reían mucho. Uno me dijo: Lo que vos querés hacer no sirve, porque el orgullo del preso es pelear. Vos nos querés sacar nuestra forma de ser. Ahí vimos un gran desafío: trabajar para destrabar una cultura, donde se pone en juego el “ser hombre”, los roles clásicos dentro del pabellón... Surgió la pregunta de cómo trabajar con los líderes, y decidimos, en lugar de enfrentarnos a ellos, ver qué aporte podíamos hacer para que los liderazgos fueran positivos”. Luego de la serie de entrevistas individuales comenzaron los encuentros colectivos entre jóvenes detenidos. Todos fueron voluntarios y confidenciales, todos sin la presencia de integrantes del Servicio Penitenciario. Se firmó un acta donde todas las partes se comprometieron a que nada de lo conversado se divulgaría afuera. La primera serie de Probemos hablando duró cuatro meses a lo largo de 2015. Mariana recibió devoluciones que le permitieron establecer hasta qué punto había valido la pena la experiencia. “Un chico me dijo que se sentía aliviado después de haberlo hecho y que tenía menos ganas de pelear. Otro me dijo que nunca hablaba con nadie que lo respetara y que lo escuchara, que ese simple hecho era para él una novedad”.

Luego del éxito de Probemos hablando, la Procuración planteó extender el programa a los propios empleados penitenciarios, para darles herramientas útiles para el trato cotidiano con los detenidos. El Servicio Penitenciario Federal aceptó participar del proyecto y así nació una curiosa pero productiva instancia de cooperación entre un organismo de control y el organismo controlado por este. El proyecto, basado en los mismos principios, se llamó esta vez Concordia. “Había una desconfianza inicial de los penitenciarios para con nosotros, del tipo “¿Qué tengo que hablar yo con un organismo de DDHH?”, pero a la vez fue muy interesante. Acercarles herramientas de diálogo era necesario e importante. Me dio la sensación de que este espacio tendría que incorporarse directamente a la formación profesional de ellos” dice Volpi.

En noviembre pasado, la Procuración empezó a implementar el Probemos Hablando con jóvenes detenidas en la cárcel de mujeres de Ezeiza. Todavía están en la primera instancia, la de las entrevistas individuales. Al igual que en la cárcel de Marcos Paz, esta nueva experiencia piloto también se realiza con gente joven. Mariana explica las razones:

–Se trata de la población más vulnerable, y al mismo tiempo la más abierta al diálogo. Eso no quita que también podamos hacerlo más adelante con adultos. A cualquier persona que esté detenida, le das un espacio de dignidad, de diálogo, de trato amable y sincero, y te responde.

Como las experiencias piloto dieron buenos resultados, la Procuración estimula que este año el programa se generalice en cárceles de todo el país. Para que esto suceda hace falta la anuencia del Servicio Penitenciario Federal. Volpi está convencida de que si existiera un mediador o un facilitador en cada pabellón de cada penal, bajarían muchísimo los índices de violencia. Con ese mismo fin, que no es otra cosa que tratar de acercarse un poco a la letra de la Constitución Nacional (aquello de que “Las cárceles serán para reclusión y no para castigo de los detenidos”), impulsa un ciclo de cine argentino en todas las cárceles del país. Al igual que Probemos Hablando, la idea arrancó de a poco, también con una experiencia piloto. “El año pasado hablamos con la Academia de Cine y le propuse a Juan José Campanella que llevara su película Metegol a la cárcel. Campanella y Eduardo Sacheri (guionista de la película) fueron a Marcos Paz y fue increíble lo mucho que se divirtieron y se emocionaron los pibes. En diciembre pasado dimos Infancia Clandestina, en el penal de Ezeiza, con la presencia de Natalia Oreiro. Las detenidas nos decían que para ellas era un día de libertad. Este año decidimos ir más allá y vamos a armar con la Academia y el Incaa un ciclo en todas las cárceles del país, con la presencia de actores y de directores. La idea es generar espacios de reflexión y de disfute, todos los que se puedan dentro de esa experiencia oscura que es la vida en la cárcel”.

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