RESCATES
Mercedes Baptista 1921- 2014
› Por Marisa Avigliano
“Buscaban niñas, el aviso en el diario decía se buscan niñas bonitas y atractivas para un trabajo, mi madre y yo pensamos que buscaban prostitutas pero no era eso, buscaban niñas para bailar en un teatro, buscaban bailarinas”. Mercedes luce recuerdos como luce su turbante escarlata y unos anchos aros dorados, los mueve con la misma gracia con la que mueve a la memoria, sabiduría de ritmos. La cámara no la pierde de vista y ella vuelve sobre sus pasos evocados y nombra a Eros Volúsia, la Isadora Duncan brasileña que daba clases en la escuela nacional y pública de danza teatro. Con Eros llegaron los primeros zapatos de ballet y la curiosidad “¿qué se sentirá subirse a ellos?” La respuesta la encontró esa tarde cuando en su casa fabricó los propios con retazos de ropa. A la mañana siguiente los llevó al ensayo, se desarmaron antes de que llegara la noche. Zapatos de un solo día, zapatos larva que llegaron a sus pies para convertirla en bailarina. En la lista de agradecimientos aparece el estonio Yuco Lindberg, el maestro al que no le importaba que Mercedes fuese negra. A los demás sí les molestaba y la historia de su audición para entrar al cuerpo de baile del Teatro Municipal, sirve como ejemplo y prólogo.
El examen tenía cinco etapas, cuando Mercedes pasó la cuarta alguien se olvidó de decirle dónde y cuándo tenía que rendir la quinta. Ya casi habían conseguido bajarla del escenario cuando la bailarina negra de Campos dos Goytacazes dijo que quería dar la prueba final en el turno de los varones. El desafío estiró rodillas y ahuyentó temblores, Mercedes aprobó la audición y se convirtió en la primera bailarina negra del Teatro Municipal de Río de Janeiro. Pero ser cuerpo de baile del Teatro Municipal no alivianó prejuicios, ¿iban a dejar que sea Giselle? ¿Kitri? ¿La Sílfide? A veces ni siquiera la elegían para bailar en la última fila. Mercedes todavía sentía entre los dedos la tela trapo de aquellas primeras zapatillas de punta y sabía que la danza no terminaba en esa lista de reparto en la que no aparecía por ser negra. Como si su interior recitara sin saberlo versos de Adrienne Rich “Si crees que puedes agarrarme, piensa otra vez:/mi historia fluye en más de una dirección”, la búsqueda de la identidad siguió en el Teatro Experimental Negro y en las clases de Katherine Dunham (Dunham llegó a Río buscando ampliar su compañía de bailarines afroamericanos). En los años cincuenta fundó el Ballet Folklórico Mercedes Baptista donde el candomblé y las danzas folclóricas africanas echaban raíces entre pliés y battements tendu. Precursora eterna le regalaba axé a la danza clásica y danza clásica al carnaval. Un minué para “Chica da Silva” y samba para el Harlem Dance Theater y el Clark Center de Nueva York. Ahora Mercedes bailaba por el mundo, aquel sueño que había hilvanado cuando trabajaba en la boletería de un cine carioca, tenía nombre y descendencia: se llamaba Danza Afro Brasileña.
Vivía en un hogar de ancianos cuando murió a los noventa y tres años, tiempo atrás había despedido a un marido con el que vivió cincuenta y mucho antes de un hijo muerto por el mal de los siete días (tétano neonatal). Ser negra sigue siendo un impedimento para ponerse el traje de primera bailarina, lo saben cientos de mujeres que desde la barra miran como eligen a las blancas mientras vuelven a hacer pliés en cuarta y les encienden velas a las estampitas imaginarias de Raven Wilkinson (1935), la primera bailarina negra que bailó un papel solista y a Misty Copeland (1982), la bailarina negra que desde el año pasado lidera por primera vez el American Ballet.
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