Viernes, 1 de abril de 2016 | Hoy
RESCATES
Silvia Suppo 1958 -2010
Por Marisa Avigliano
“–¿Tiene interés personal usted en esta causa? –No, es simplemente de justicia.” Responde Silva en el juicio por los crímenes de lesa humanidad contra el ex juez federal Víctor Bruza y su grupo de tareas. Tres meses después de dar aquel testimonio clave, el 29 de marzo de 2010, Silvia fue asesinada a puñaladas a plena luz del día en la talabartería en la que trabajaba. Tres, nueve, doce, fueron las cifras sangrantes que las voces de Rafaela repetían aquella mañana de marzo. La noticia que contaba mal los tajos de muerte no disminuía la saña. Sumaron muerte a su muerte, temían que resucitara. Morir dos veces dicen blogs y documentales cuando recuerdan que Silvia había sido secuestrada, torturada y violada por un grupo de tareas santafecino en 1977 durante la dictadura cívico militar. Un embarazo después de tantas violaciones y un aborto que las manos de sus represores le hicieron para “solucionar el error, borrar lo ocurrido” la mudaron de celda. La mujer que estuvo cautiva en la comisaría cuarta de Santa Fe y en el centro clandestino de detención “La Casita” era –cuando aún retumbaban en la ciudad las voces del juicio que condenó a algunos de los vecinos de Rafaela por los delitos de privación ilegítima de libertad agravada, apremios ilegales, vejaciones, coacción y tormento– víctima casual de un robo casual. Robar robaron, faltaban cosas, claro, ¿pero casual? Sus familiares se preguntan si las intimidaciones que recibieron también lo son y mientras lo hacen piden justicia como lo vienen haciendo desde que salieron a la calle por primera vez levantando los carteles (las imágenes de la marcha acercan aquellos pedazos de cartón escritos con fibrones) que preguntaban: “¿robo o asesinato político?”.
En enero de 1977 Silvia estaba en el altar de la iglesia Sagrado Corazón de Jesús en el barrio 9 de julio de Rafaela, era la madrina en el casamiento Oscar, hermano de Reinaldo Hattemer, su pareja y compañero en la juventud peronista. Cuando la ceremonia terminó dos hombres armados y de civil metieron a Reinaldo –que continúa desaparecido– en un auto y se lo llevaron. A pesar de la confusión Silvia vio que entre los que se lo llevaban había gente de la jefatura de Rafaela. Pasó mucho tiempo hasta que Silvia pudo dar los detalles y decir los nombres. Cuatro meses después, también se la llevaron a ella. Fue en mayo de 1977 mientras estaba trabajando en un consultorio médico. En el auto en el que la metieron estaba su Hugo, hermano y en la puerta su papá preguntando desesperado a dónde los llevaban.
Silvia se llama el documental que dirigió Paula Kuschnir (amiga de Marina y Andrés, los hijos de Silvia y Jorge Destéfani) y que se estrenó como homenaje y memoria. Silvia se llama el folletín que cuenta su historia y la de su hermano y que publicó la revista cultural Maten al mensajero: “Esos 15 o tal vez 20 minutos pueden haber durado un siglo sentada en esa camilla ginecológica. Durante los días posteriores al aborto, Silvia estaría custodiada por esos dos hombres y su carcelera Aebi. Faltaría todavía un tiempo para la aparición de Monseñor Casaretto, un atadito de ropa y el blanqueo. Pero Silvia eso no podía saberlo” y Silvia también se llama el espacio que pide justicia desde aquella mañana de otoño de 2010.
Silvia, muchas veces Silvia, repetición indispensable de un saber que no olvida. Decir Silvia una vez más aumenta de hora en hora la posibilidad de conocer la verdad negada, porque fue Silvia la que contó cómo su hermano logró escapar y liberarla, porque fue Silvia la que dio los nombres y recordó las caras de los torturadores en el juicio. Silvia una vez más.
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