Vie 15.04.2016
las12

CINE

La familia normal

Juana a los 12, una película de crecimiento que es a la vez ópera prima del director Martín Shanly, protagonizada por su hermana y su madre.

› Por Marina Yuszczuk

Truffaut tenía 27 años cuando estrenó Los 400 golpes (1959), Ezequiel Acuña tenía 27 cuando hizo Nadar solo (2003). Martín Shanly, que estrenó Juana a los 12 en un Bafici de hace dos años, recién ahora tiene 27, pero comparte con los anteriores el hecho de debutar con una película que hace pie en ese terreno pantanoso de la transición entre la niñez y vaya a saber qué otra cosa. La nouvelle vague nunca está demasiado lejos de ese tipo de relatos, quizás porque ella y la juventud, la adolescencia al menos, tienen más o menos la misma edad. Y si algo comparten todas esas películas es la inmersión incómoda en un estado incierto que se desenvuelve prácticamente en la mudez, en uno de esos períodos de la vida en que todo es demasiado nuevo como para nombrarlo y solamente después podrá ser alisado, domesticado, puesto en palabras que lo harán parecido a las experiencias de muchxs otrxs.

En el caso de Juana, la película juega con la posibilidad de que el espectador se pregunte todo el tiempo “¿Qué le pasa a esta chica?”, tan centrada en la extrañeza de Juana, de su conducta inexplicable, que cuando la cámara la enfoca a ella sola y no deja ver mucho alrededor, parece de verdad que Juana se moviera rodeada de una especie de burbuja, de una materia sutil y transparente que le permite seguir adelante con su vida como si nada sucediera y al mismo tiempo, estar en otro plano. La chica se llama Juana Sanders, asiste a un colegio privado bilingüe, vive con la mamá y el hermano, y tiene un papá que solo se hace presente a la distancia, en un llamado telefónico y una pesadilla.

Juana es tirando a perdedora, quiere ser amiga de las chicas más cancheras pero las espanta mostrándose como una freak, y sobre todo le va mal en el colegio. Le va pésimo: hay una colección de 2 y 3 en su boletín arrugado, la carpeta de historia está llena de garabatos, y hacer su papel en una obra teatral en la que solo tiene que decir una línea –si bien es cierto que en inglés- le resulta un escollo imposible de superar, al punto de que la reemplazan por otra. Juana, además, es Rosario Shanly, hermana menor del director, y el personaje de la madre lo interpreta María Passo, la mamá de los dos. Hay una delicadeza extra en el hecho de que Shanly haya trabajado con la hermana, deslumbrado por su belleza de nena tardía y seguramente también, ocultando sus propios doce años bajo el uniforme de la chica.

Todo parece girar en torno a la rareza de Juana, su dificultad para aprender, integrarse, cumplir con lo mínimo que se le pide aunque más no sea para no perjudicarse. Pero como ella no puede responder a esas expectativas, debe someterse a una serie de estudios psicológicos y neurológicos en el intento por determinar si tiene algún problema que le impida ser –o parecer- normal. Lo importante es que si uno tuviera que señalar con un dedo entre todos los personajes de la película a alguno que parezca normal, sería bastante difícil: todXs, en el relato que se pega al punto de vista de la chica, son extrañxs, y el único momento de sinceridad, el más feliz, es una conversación entre Juana disfrazada de vampira y un compañero disfrazado de Robin.

Pero si la película excede a su protagonista al hacer presente –sin filtros, sin explicaciones- el extravío de los 12 o 13 años, debe ser porque agita algo que la mayoría de los adultos logramos mantener a raya. Me acuerdo de que en primer año del secundario detestaba la escuela, me parecía absurdo tener que pasar tantos años ahí, y un día escribí en mi diario que pensaba dejarla. Después seguí, derecho hasta la universidad y su crisis correspondiente. Quizás por eso me angustió tanto la risa de Juana en el contexto serio de hacerse una resonancia magnética, porque lo que pone en escena la película de Shanly, aparte de un cuento de crecimiento, es eso que no podemos mirar de frente sin prendernos fuego: el mundo, como si no tuviera sentido.

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