Viernes, 22 de abril de 2016 | Hoy
Por Flor Monfort
Andy Kusnetzoff y su equipo no se cansan de decir en su programa, Perros de la calle, pero sobre todo en la sección “Da para darse”, donde ellos ofician de “celestinos del sexo” entre dos personas, que cuando las mujeres decimos que “no” en realidad queremos decir que “sí”. Nunca queda claro si la regla funciona de manera inversa, ¿Cuándo decimos que “sí” en realidad queremos decir que “no”? ¿O sólo funciona para lo relativo a lo sexual? ¿No será, en todo caso, que los varones no saben soportar que “no” es “no”? Que quede claro: no me cae mal Andy Kusnetzoff, no quiero que se muera y soy capaz de sonreír en algún pasaje del programa, cuando lo escucho. Lo que me parece difícil de entender es cómo el lugar de privilegio que ostentan él y sus amigos, que no difieren demasiado de una tribu de hombres promedio, no empieza a temblar un poco, sobre todo cuando saltan a la luz denuncias concretas como la que involucra a José Miguel del Pópolo. Cómo estos varones no se sienten interpelados, en alguna medida, por algo que ocurre dentro de su manada. En la misma emisión que son capaces de describir con bastante coherencia movidas como las de Ni Una Menos, califican a las mujeres de “rapidongas” si se prenden sin peros a la premisa de “darse” con el que las llama.
En la misma línea que Kusnetzoff, Mario Pergolini salió a decir que Ciro Pertusi fue malinterpretado cuando dijo que le gustaban las nenas de 7 años y que si es una relación consentida no debería haber objeciones, y Walas, el cantante de Massacre le preguntó al público qué hizo la chica abusada entre violación y violación que no se fue a su casa, dando a entender que le gustó, que se podría haber escapado, que miente o vaya a saber qué extraña fuerza del mal la movió a denunciar públicamente y poniendo el cuerpo a su propio novio de haberla violado. ¡Ah si!, las denuncias falsas, cierto.
El problema con estas personas, comunicadores, músicos, conciudadanos, es que están habilitados por una sociedad que banca estos comportamientos, que los pasa por alto y no contribuye a señalarlos con la debida insistencia. Somos nosotras, como las chicas del Pellegrini, las que tenemos que frenar esta comodidad, esta sensación de que el mundo es un gran living donde los tipos se pueden acomodar las bolas. Sin ánimos de crear un manual de comportamiento, las mujeres tenemos que hacer un gran círculo rojo alrededor de todo aquel ejemplar que desprecia a sus ex mujeres, las maltrata o como dijo Julieta Petracca en relación a las chicas con las que la engañaba Dante Palma, son “minitas”. Todas somos esas minitas para quien no distingue a una compañera de un objeto al que maltratar. Todas somas iguales frente a los violentos, no hay jerarquías, no hay “chicas para toda la vida” y “chicas para pasar la noche”. Todas somos la misma.
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