Vie 20.05.2016
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El derechómetro

Ellas denuncian maltratos y abusos de poder pero para los medios hegemónicos son cosas de “Chicas Trump”. Dilma Rousseff sufre un golpe de Estado maquillado de juicio político, pero ciertos medios festejan que Brasil vuelva a tener una primera dama y, además, modosita. Basta observar cómo se lee a las mujeres para detectar cuán a la derecha está su medio amigo.

› Por Roxana Sandá

“¡Claro que tengo remordimientos! No quiero debatir acerca de ellos, pero podría haber hecho algunas cosas de otra manera. Podría haber usado otro lenguaje en otras ocasiones, aunque en general tendría que estar contento con el resultado. Si no hubiera actuado así, no habría triunfado.” Bajo esta declaración de paz con tufo a no me queda otra, Donald Trump se amigó este martes con la entrevistadora estrella de la cadena conservadora Fox, Megyn Kelly, quien aceptó las disculpas a regañadientes y a instancias de una línea político-editorial que juega fuerte en la carrera de la nominación republicana para la Casa Blanca. Kelly participó en la moderación del primer debate entre candidatos organizado por Fox en agosto del año pasado y desestabilizó a Trump. Ponerlo contra las cuerdas y repasar un archivo personal lamentable fue demasiado para un individuo cuyas apreciaciones más elevadas sobre el género precisan que los culos mejor entrenados son los de las californianas. “Uno podía ver que a Kelly la sangre le brotaba por los ojos, que le salía por todas partes”, vociferó en referencia al ciclo menstrual de la periodista de 44 años, que desde entonces sumó rating y seguidorxs. Conservadora que ama a Jesucristo y a Papá Noel por ser caucásicos y blancos, sin embargo es una de las personas más influyentes del mundo según la revista Time, y ahora probablemente una de esas puercas, zorras y animales repugnantes de las que habla el empresario-candidato cuando se enoja con aquellas mujeres que no se sometieron a sus órdenes o que divulgaron la trama de abusos y arbitrariedades que lo convirtieron en personaje simpático, y hasta digno de la admiración prodigada en varias oportunidades por su amigo y Presidente, Mauricio Macri.

Sin reproches, los medios siguen describiendo con guiño malicioso a “las mujeres de Trump”, en la categorización común y organizada de un universo periodístico que las cosifica, reduce y desnuda ya sin exhibir sangre entre las piernas, pero que las reutiliza para darle entidad a ese fenómeno misógino y xenófobo que podría llegar a regir los destinos de una nación. Un resultado palpable es la viralización de la anécdota de Rowane Brewer Lane, una ex modelo que tenía 26 años cuando Trump, que salía con ella mientras iniciaba el divorcio de su esposa Ivana, la exhibió en bikini al borde de la piscina de la mansión de Mar-a-Lago, en Palm Beach, para preguntarles a los invitados “¿Qué les parece? ¿Es una despampanante chica Trump o no?”

Hace tiempo que lo relatado y publicado como una admonición se convierte en cuestión de minutos en un inconfundible guiño editorial a favor del victimario, o en memes jocosos de un tipo que puede con todas y contra todas. Porque está mal que a algunas las haya acosado, que sobre otras pesen acusaciones de abuso y sobre muchas más discriminaciones por gordura, peinados, alturas y vestimentas, pero poco importó cuando se trataba de un reality de presupuesto millonario como The celebrity apprendice, en el que el magnate y mentor le decía a una de las participantes que era lindo verla ponerse de rodillas o a otra le espetaba “gorda fea”.

En los noventa solíamos observar con estupor a ese rostro de ojos que se achinaban hasta parecerse a una ranura de chancho alcancía cuando se paraba lascivo frente a una californiana veinteañera con aspiraciones a Miss Universo, la organización que Donald Trump compró porque sigue siendo un negocio fenomenal y porque combina perversión con finanzas, poder y la posibilidad de un abuso permanente de las mujeres, cuanto más niñas mejor, cuanto más vulnerables qué decir; bocatto di cardinale.

Su hija Ivanka fue criada en esa obsesión. Su padre se había propuesto que el mundo reconociera en ella a una mujer híper sexuada en modo barbie, porque sobre esos cánones de belleza debe pivotear el mundo Trump, donde el poder femenino hace simposios en una vitrina. La Miss Universo 1997, Brook Antoinette Mahealani, aún recuerda el día que Donald le preguntó si el cuerpo de su hija le parecía sexy, mientras la chica de entonces 16 años conducía el evento Miss Teen USA, un satélite de los concursos de belleza que había adquirido la corporación Trump. Hace un rato nomás, Ivanka dijo moqueando que él “no es de los que toquetean a las mujeres”. Parece que el progenitor la ayudó a recalcular su postura: no hace tanto la chica había votado por Hillary Clinton y donado plata a la campaña demócrata.

Otra reina de belleza, Marcela Tedeschi, esposa de Michel Temer, el presidente impuesto por la escalada destituyente en Brasil, viene a confirmar la globalización del discurso sexista y que el viraje de América en toda su extensión hacia una política de derecha conservadora y neoliberal incluye la construcción mediática de nuevas mujeres públicas, maniquíes “que devuelvan la figura de primera dama”, como advirtió en estos días un titular de La Nación. Aquí, Juliana Awada ya le había restituido algo a la tribuna conservadora cuando prometió dedicarse tiempo completo al cuidado de su hija Antonia y al mantenimiento de la Quinta de Olivos, para empezar a ponerle paños fríos al fantasma de una yegua con ínfulas de estadista empoderada, negra atrevida, nacional y popular que había permanecido demasiado tiempo en el poder. Tedeschi hizo lo propio con su marido 43 años mayor, cuyo nombre lleva tatuado en la nuca y al que le prometió públicamente seguir siendo la esposa “bella, recatada y del hogar”, promotora de vestidos que no dejen ver mucha pierna, de una maternidad prolífica y de las tareas del hogar. Ese lugar fue tallado con empeño por una hoguera de élites de carácter antipopular y por medios hegemónicos que ejecutan, en este caso para pulverizar a Dilma Roussef a través de hechos repulsivos camuflados por el discurso del bien común y que coquetean con ese patrón del mal que podría llegar a ser Trump. Está claro que la política no se reduce a lo que ocurre con un puñado de mujeres, pero cuánto hablan de un retroceso brutal y de la consiguiente erosión futura de derechos algunas prácticas heteropatriarcales y sexistas que se imponen disfrazadas de legalidad.

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