MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Al puntapié inicial de las exóticas locaciones para exhibir las colecciones crucero o resort (dícese de esas que inicialmente la moda ideó para satisfacer de prendas novedosas a quienes huyen de los inviernos) una vez más lo dio Chanel, cuando a comienzos de mayo llevó su colección a Cuba. Además de las modelos, lxs invitadxs especiales, los recorridos culturales por la isla, hubo una banda de trovadores y bailarines espontáneos, con apropiaciones de la guayabera y el sombrero para los trópicos. Unas semanas más tarde, el 28 de mayo por la tarde, en Río de Janeiro y en una pasarela dispuesta en la explanada del Museo de Arte Moderno Niteroi, construido por Oscar Niemeyer, la firma francesa Louis Vuitton presentó su colección “Cruise 2017”; de ahí que lxs editores de las revistas internacionales se dieron cita en las playas cariocas y postearon sus tarjetas de invitación. En las imágenes de difusión, las modelos parecen caminar entre las olas y la explanada de una nave espacial trazada con el estilo Niemeyer y que en el contexto de Rio supone un contraste entre naturaleza, pasado y futurismo. La responsable de la apertura de la colección (un gesto que indica una acentuada predilección del diseñador) fue la modelo argentina Mica Argañaraz con su atuendo aerodinámico que deconstruyó las toallas de playa y lo reformuló con los textiles más lujosos en rayas y en tonos contrastantes blanco, azulino y rojo. Asomaron además familias de faldas trazadas en materiales más sofisticados y sujetadas como un sarong cruza con toallas de playa que suelen usar las brasileñas encima de sus bikinis. El calzado emuló a las ojotas high tech y zapatillas de neoprene de uso habitual entre los cultores del surf. Pero en el increscendo de las pasadas, las tipologías admitieron camisas de cuero negro ceñidas con lazos, kimonos de cuero en tonos variados y chaquetas símil poncho. Entre unas y otras emergieron anoraks con recursos de la ropa de surf, pero también sutiles alusiones al traje sastre con pantalones. Vestidos strapless con policromías y siluetas más sentadoras que las de los mil gajos deportivos del comienzo, vestidos cortos con volados en negro o blanco, y gestos de costura que exaltaron la desnudez. Como proclamó el diseñador belga Nicholas Ghesquiere, quien oficia de director creativo de esa firma de carteras y de equipaje de lujo, la colección trazó un tributo a los artistas brasileños como Helio Oitica, creador del parangolé, construido con canvas y con capas de colores que cobijaron al cuerpo, o Aldemir Martins, cuyos cuadros representan la flor y la fauna del nordeste brasileño.
Días más tarde la atención se desplazó a Inglaterra y a un corto con rescates de la factoría Pathé que documentó escenas de moda vintage en el Palacio Blenheim; la primera toma remite al desfile benéfico realizado por el mismísimo Christian Dior en esa locación en noviembre de 1954 (en ocasión de la presentación de la línea H), la segunda remite a la colección que el joven Yves Saint Laurent presentó en 1958 y que la Princesa Margarita calificó como “los vestidos más lindos del mundo”. Ambas emergieron de los archivos Dior como coartada para anunciar un nuevo desfile de esa marca, actualmente diseñada por la dupla compuesta por Lucie Meier y Serge Ruffieux. La apuesta de Dior para la presentación se sumó a la feroz competencia por las locaciones, los artificios que ofrecen las colecciones crucero de las marcas. Admitió un viaje en tren con pompa para ir desde el centro de Londres a la locación palaciega pero estuvo muy lejos del glamour de los antecesores de esa firma en la locación ídem. Si bien la alta costura se democratizó y necesita contemplar siluetas y modismos casuales del siglo 21, fue lo más parecido a una línea de básicos de uso diario caprichosamente exhibidos en una locación palaciega. De la representación de escenas ecuestres y de la tradición británica de suéters, vestidos con infinitos prints florales, las composiciones del look-book de pasarela exaltó la moda casual: las modelos portaban faldas cortas con mochilas, zapatos bajos cuasi borcegos y una variante más sofisticada con tacos dorados y barrocos. Los jóvenes diseñadores que quedaron al frente de la firma tras la partida de Raf Simons en un gesto provocador rescataron la clásica chaqueta Bar de 1947 en materiales actuales y hasta dispusieron cortas faldas por encima de pantalones de la mejor costura. Hubo algunas mangas balloon por encima de faldas rectas, elogios a los foulards pero transformados en terminaciones de un saco y también abundaron los vestidos florales, el ítem básico que recuperó la firma Vetements para instaurarlo en los guardarropas contemporáneos. La dupla de diseño admitió haberse inspirado en el ambiente barroco del palacio y sus objetos de arte para contraponerlo con “vestuarios reales”. Como otra señal exótica de los hipotéticos cruceros urdidos por la industria de la moda, el recorrido se detiene en la Abadía de Westminster, en Londres, donde Gucci presentó la colección “Cruise 2017”, atiborrada de colores y de juegos cromáticos. Porque las colecciones crucero parecen proponer una moda de entretiempo con rasgos extravagantes.
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