Viernes, 22 de julio de 2016 | Hoy
RESISTENCIAS
Cada vez más mujeres con y sin niñxs habitan en plazas, recovas, bajo puentes o en veredas de la Ciudad. Viven solas o en “ranchadas” y trajinan las calles noche y día para subsistir y mantener a sus hijxs, que a veces mueren de frío. Estigmatizadas, abusadas y penalizadas, padecen la desatención total del Estado. Entre algunas de las experiencias en busca de llenar ese vacío surge la ONG Centro de Integración Frida, que acaba de cumplir un año y alberga a las mujeres, que en redes fortalecidas intentan restañar las heridas y encontrar caminos de libertad, dignidad y conciencia de género.
Por Noemí Ciollaro
Si no fuera porque se ven unas zapatillas, parece un bulto informe, es una persona, duerme, pero no bien me acerco emerge de su envoltorio y abre los ojos. Saludo y me responde, es una mujer, se llama Marilyn y está rapada, abrigada entre cartones, frazadas rotas y pedazos de nylon, acostada sobre un tablón contra un paredón del barrio de Congreso.
Es una más de lxs “16.353 niños/as, jóvenes, mujeres y adultos mayores que sobreviven en las calles de Buenos Aires en una situación de exclusión social”, según los datos proporcionados en 2014 por la Ong Médicos del Mundo, que aún no ha publicado cifras actuales. Para las organizaciones sociales que trabajan con la problemática, “las cifras aumentaron entre un 20 y un 40 por ciento en lo que va de 2016, y hubo 20 muertes por la ola de frío”. A su vez, el Gobierno de la Ciudad, a través de su programa de asistencia Buenos Aires Presente (BAP), informó que el promedio de llamados a la línea gratuita 108 se incrementó con 800 nuevos pedidos de ayuda.
Por su parte, Horacio Avila, fundador de la ONG Proyecto 7, y presidente del Centro de Integración Monteagudo para hombres, de Parque Patricios, estima que “en la actualidad son unas 20.000 personas las que duermen a la intemperie en Buenos Aires, entre las que se cuentan más de 5.000 menores y 2.500 ancianos. Históricamente el porcentaje de población en calle era de un 80 por ciento de hombres y un 20 de mujeres, pero ahora la cantidad de mujeres ha ascendido al 30 por ciento. Hay alrededor de un 20 por ciento más de gente en situación de calle, la mayoría es gente nueva, familias, desalojados de piezas, hoteles y departamentos”. En el mismo sentido, Avila informó que desde que comenzó el frío intenso “hubo 37 muertos en la calle o que lograron llegar a un hospital pero fallecieron allí”. A su vez, la asociación Ciudad sin Techo, sostiene que “hasta el año pasado, entre 80 y 100 personas en situación de calle morían cada invierno por las bajas temperaturas”.
Marilyn está vestida con ropa enorme, de hombre, su voz es grave y habla entre dientes; tiene 25 años, no acepta fotografiarse, “es mejor andar así en la calle, como un pibe, cuanto menos mujer y más vieja te ven, menos joden. Yo camino sola, no soy de las que se pegotean con un tipo para que las respeten y las defiendan, a veces te sale más caro...”, dice.
Nació en Rafael Castillo, su madre es modista, viuda, y se casó nuevamente cuando ella tenía 12 años. No llegaba a los 14 cuando fue abusada por su padrastro. Una noche se escapó de la casa con unxs pibxs que había conocido en la calle y se vinieron a la Capital. “Primero ‘ranchamos` juntos, pero después se pudrió todo, yo no me dejo tocar por nadie, una vez me embarazaron y me lo saqué, y además corría mucho paco, broncas, nos perseguían las patotas de la UCEP (Unidad de Control del Espacio Público, dependientes del Gobierno de la Ciudad y ahora reemplazada por Ambiente y Espacio Público), y me corté sola. Me baño en una iglesia; si hace mucho frío duermo en el Azucena Villaflor (único parador para mujeres solas o con niños del Gobierno de la Ciudad), pero es un garrón. Si no tenés casa, una dirección, nadie te emplea, pido en la calle, hago alguna changa, eso.”
En contraste con la ONG Médicos del Mundo, que asiste permanentemente a la gente en situación de calle, voceros del Gobierno porteño afirmaron en 2014 que eran 876 las personas sin techo, pero ofrecían 2.200 camas disponibles en sus paradores nocturnos para varones, excepto el Villaflor.
En la plaza Mariano Moreno, en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Sáenz Peña, se alza una enorme carpa redonda: en su interior hay de todo, muebles, cocina, camas, materiales reciclables, una mesita con un florero y flores, sillas, un par de sillones y una infinidad más de objetos. Sus habitantes son Gloria Silva (53) y Carlos Alberto Jerez, su esposo (59). Viven allí desde hace nueve años, antes alquilaban una casa de la que fueron desalojados a poco de llegar de su país, Uruguay. Ambos están protegidos por un recurso de amparo judicial de 2014, y no pueden ser desalojados por ninguna fuerza policial.
Hace mucho frío y anochece, nos invitan a entrar en su hogar y nos ofrecen asiento junto al brasero, alrededor nuestro se echan en el suelo Juguetón, Cartonero y Caramelito, tres perros que conviven con ellos y de los que no están dispuestos a separarse bajo ningún concepto.
Gloria es menuda, decidida, de carácter fuerte y frases cortas, se largó de su hogar en Uruguay de chica, cuando su madre se casó por segunda vez y el padrastro la abusó. “Y así aprendí a andar sola en la calle, siempre con alguna familia, me colgaba de ellos, me protegían, me daban cariño, yo nunca robé.”
Gloria y Carlos Alberto piden una casa, un lugar donde poder vivir con sus cosas y sus tres perros, y mientras tanto trabajan cartoneando. “No hay día que nos falte comida para alimentar a los bichos, y tener un pedazo de carne y carbón.”
Ambos y un amigo que está de visita, Rubén Darío Quiroga, también en situación de calle, nos piden que publiquemos que “los que habitamos la calle queremos una casa, estamos dispuestos a pagar, no queremos que nos regalen nada. En vez de hacer tantas playas subterráneas y tener tantas casas y departamentos vacíos en la ciudad, por qué no nos dan la oportunidad de habitar alguno y pagar mensualmente con nuestro trabajo”.
“Esto es durísimo -dice Gloria- tenés que aprender a vivir en la calle y ahora hay mucha gente nueva. El otro día se murió un bebé enfrente, en la Caja de Ahorro; el que no tiene experiencia en la calle corre peligro. Los paradores del Gobierno no sirven para nada. Hay que buscar soluciones, no pasar una noche, se nos va la vida así.”
Mientras hablamos, Carlos Alberto corre con un palo a un ratón que según él pesa un kilo y hurgaba entre sus alimentos. “Así te pasás la noche, estos desgraciados liquidan todo. El juez nos concedió el recurso de amparo el 20 marzo de 2014, pero hasta ahora nadie nos ofreció un lugar donde vivir. Y de acá no nos pueden sacar, ni a palos”, asegura.
Es simplemente bella, tiene 20 años, es trans, de pelo como llamaradas, cutis blanco y ojos rasgados, sonrisa triste y voz dulce, excepto cuando en determinadas situaciones se ve obligada a emprenderla a las trompadas, asegura.
Alejandra Margarita Recalde vivió en situación de calle desde los 12 años. A los 6 la habían dejado en un hogar escuela y su mamá olvidaba buscarla; fue creciendo a los tropezones y con una relación de maltrato y violencia. A los 12 su padrastro abusó de ella y su madre no le creía, prefirió pensar que abusaba de las drogas y era rara porque no se aceptaba varón, y la metió en la Fundación Viaje de Ida y Vuelta, en la ciudad de Campana.
“Allí había 365 hombres y 150 mujeres internadxs, a mí me pusieron en el lugar de los varones… Mi decisión sexual la tengo desde que me acuerdo, nací así. Y había chabones que me entendían y me respetaban y otros que me violentaban”, relata.
Tiene dos hermanos varones y dos mujeres, la sacaron del encierro en moto, pero a una de sus hermanas que cumplía años el mismo día que ella la mataron de dos tiros por resistirse a un robo en Lugano.
“Y a los 13 de nuevo estaba en la calle e iba a parar a los hogares de varones, eso no me molestaba tanto como el encierro. En un hogar de Morón duré tres meses, en otro 12 horas. Me escapaba, me iba por la puerta, no soportaba la reja, el encierro.”
Sufrió y sufre discriminación familiar, pero es de carácter fuerte. “Mis primos más grandes me tenían a las piñas y a los cachetazos, pero un día los mandé al hospital de los golpes que les dí. Mi abuela no me quiere, hace un mes me dijo ‘como sos puto no quiero que veas a tus hermanos’, y hasta que sean mayores de 18 no me van a ver, tengo que esperar como 6 años.”
Alejandra habla suavemente, parece serena, como si no se angustiara. Toma un café con leche, mira hacia la plaza del Congreso a través de la ventana del bar, pero cada tanto hay una chispa fugaz de dolor que se dibuja en su frente, en las comisuras de sus labios. “Viví en situación de calle en Laferrére, en La Matanza; en Merlo, en Padua, en Libertad, en Paso del Rey y en Capital. En Laferrére nos dejaban dormir en una salita sanitaria, limpiábamos y dormíamos hasta que empezaba el horario de guardia. Comía, me bañaba, trabajaba en deliverys o rotiserías”.
En Capital, dos días antes de cumplir los 16 la metieron en un hogar de varones que más tarde cerraron. “Era un desastre, tomábamos cualquier cosa, yo había terminado con mi ex novio, había macumba y a un chico discapacitado lo violentaban los compañeros, me escapé”.
Actualmente tramita su DNI como mujer y vive en un hotel familiar que le ayuda a pagar su padrino del corazón, pero es triste estar en una pieza, dice. “La cama y la tele no te responden, y viene el faso y la tristeza, la angustia. Para venir acá me fumé, estoy fumada, por eso ustedes me ven bien… Pero no estoy bien, estoy amenazada por tres personas en el hotel y me voy a tener que ir. Eso sí, nunca trabajé prostituyéndome, nunca vendí mi cuerpo para comer. Aunque sí tuve problemas en pareja, le pegaba porque me levantaba la mano, Una vez sí me agarré a trompadas con un tachero porque me insultó, entonces en un chaleco de jean me bordé ‘Yo Soy Trans’, y me paseaba así por Once”.
Oscurece, la figura perfecta de Alejandra se recorta entre las sombras de la plaza. Ella es como una luz en las penumbras; detrás, los carros cartoneros, las carpas improvisadas contra los paredones para protegerse de la noche helada, impiadosa.
Horacio Avila, fundador de Proyecto 7, ONG formada por y para gente en situación de calle, es el director del Centro de Integración Monteagudo, ubicado en el barrio de Parque Patricios, que aloja a más de 117 hombres que viven las 24 horas asistidos por profesionales, y acceden a actividades que van permitiéndoles a futuro tener una vivienda y un trabajo para autoabastecerse.
Con el apoyo de esa Ong y de “No Tan Distintas”, se creó el Centro de Integración Frida, en homenaje a la artista mexicana Frida Kahlo, ubicado en el mismo barrio y destinado a contener y albergar a 45 mujeres con o sin hijos, que se encuentren en situación de calle. La experiencia acaba de cumplir un año la semana pasada. El Centro está gestionado por un grupo de profesionales, psicólogas, antropólogas y sociólogas con amplia experiencia en la materia.
“Pensamos el Frida como práctica de la resistencia, como cuerpo colectivo libre de violencia, como práctica de la autonomía con la posibilidad de crear y sanar; como práctica revolucionaria. Es una alianza entre todas y todos buscando nuevos rumbos; haciendo carne lo que hace años venimos sosteniendo desde la lucha: que la calle no es un lugar para vivir”, dice con vehemencia Florencia Montes Paz, coordinadora del lugar.
El Frida tiene dos amplios edificios, uno para las madres con niñxs y otro para mujeres solas. La entrada y la salida es libre, no hay cerrojos ni candados, quien allí permanece lo hace por su propia voluntad. Son ámbitos amplios, bulliciosos, de actividad relajada, donde las mujeres se van conectando con lo que son y sienten, sin necesidad de acorazarse, como ocurre en la intemperie o en lugares de encierro.
La calle castiga duramente a la que abandonó el rol tradicional del género, el hogar, la familia, la maternidad, el decoro en la ropa y la apariencia, la protección de los hijos. Y en este sentido sufre un doble castigo tanto desde la sociedad como de parte de muchos hombres que también están en situación de calle y entienden a la mujer como un objeto para su uso y abuso. El antiquísimo y aún vigente estigma de esas palabras condenatorias en diversos sentidos: “es una mujer de la calle”.
Las mujeres con niñxs en situación de calle despliegan una enorme batería de recursos para protegerlxs, alimentarlxs y mantenerlxs a su lado. Muchas veces, cuando la situación es tan crítica que no pueden cubrir esas necesidades recurren a institutos para ponerlxs a salvo, lo que implica un costo enorme de culpabilidad y desasosiego.
La misma odisea es conseguir alimentos, recurren de madrugada al descarte que hacen confiterías, hamburgueserías y restaurantes de comida sobrante, generalmente al borde del vencimiento.
En el Frida se encaran todas esas situaciones desde distintos puntos de vista, individualmente y en conjunto, con especialistas que no sólo mitigan el dolor y la culpa, sino que también brindan herramientas para acceder a una forma de vida distinta que incluye maternidad, sexualidad, autoestima, revaloración de sí mismas como mujeres libres, dueñas de sus cuerpos y de sus mentes.
Una de las moradoras del Frida es Deborah Drueto, “Beba” (32) nació en La Plata, de padres médicos, estudió, se recibió, pero un día fue cambiando el rumbo. “Soy madre de siete hijos, a los 19 tuve al primero. Por problemas familiares me metí en las drogas, me alejé de mi casa, empecé a robar, estuve en cana. Caí en mucha derrota, hice situación de calle desde los 15 años, me gusta la calle, me crié en Retiro y en Constitución, con lxs pibxs. A los 20 empecé con el paco, ahora tuve que hacer una rehabilitación por el consumo, me metí en el Santa María, del Bajo Flores, un hogar del Padre ‘Tano’ que ayuda a lxs chicxs con un tratamiento de desintoxicación, lo hice nada más que dos meses, no quería y quería dejar el paco. Y lo dejé, tengo dos nenes en el Hogar Curapaligüe, tengo cuatro hijos fallecidos, es una historia larga la mía… y mi mente estaba remaldita.”
Estefanía Arreyes, psicóloga, y Ritta Loreley, antropóloga, subrayan que las mujeres en situación de calle padecen una extrema violencia de género, muchas fueron institucionalizadas desde niñas y a partir de los 18 quedan en la calle “Caen en consumo problemático y están absolutamente excluidas de los dispositivos del Gobierno de la Ciudad, que son expulsivos. La violencia de género es algo que atraviesa los cuerpos de todas. Son mujeres que han sido madres, muchas viven en desarraigo de sus hijxs porque se las culpabiliza, se las penaliza y se las criminaliza, la mayoría de las chicas que están aquí solas son madres y hoy no pueden estar con sus hijxs porque se los han quitado por situaciones penales que en muchos casos consisten en que el Estado demuestra que no pueden tenerlxs por estar en la calle”.
Si una mujer con hijxs se niega a ir a un parador –y existe uno solo para mujeres con niñxs– se da intervención al Consejo del Niño, Niña y Adolescente, y se los separa de la madre depositándolos en un hogar.
“Lo que nosotros hacemos en esos casos, o cuando el niñx es separado de la madre porque ella está en consumo, es iniciar las tramitaciones ante la Justicia y brindarle a la madre la atención necesaria para recuperarse con tratamiento, fortalecimiento, la posibilidad de armar un proyecto y revincularse con su hijx”.
La culpa de la “mala madre” recae sobre la mujer, a los hombres en situación de calle no se les atribuye esa carga estigmatizante. El consumo muchas veces está ligado a situaciones de prostitución; también hay chicas con algún tipo de retraso. El Estado está ausente en innumerables cuestiones, las mujeres que están institucionalizadas desde muy niñas, a los 18, cuando los Hogares ya no las alojan, de golpe van a parar a la situación de calle, sin ninguna red de contención. En otros casos se trata de violencia familiar y de género y las chicas hacen abandono del hogar.
“El consumo se da por igual, pero el lugar que ocupa una mujer en consumo no es el mismo que el del hombre –subraya Loreley–. El cuerpo de la mujer muchas veces es vulnerado a cambio de algo, cosa que no pasa habitualmente con el hombre. Y la culpa en la mujer es doble: por ser madre y mujer, es el reflejo de lo que sucede en todos los estratos sociales, pero hay doble violencia por ser mujer, pobre, adicta. Nosotras aquí tratamos de hacerles rescatar y reconocer las estrategias que idearon hasta llegar a este lugar, transitar la ciudad, conseguir recursos, dejar a lxs niñxs cuando no los podían tener, valorar qué se hizo con las pocas opciones disponibles y apreciar lo bueno de eso. Mitigar la culpa.”
“A las chicas de ‘No tan distintas’ las conocí en Retiro –relata Deborah–. De la villa me sacó Florencia Montes Páez, yo estaba, toda eléctrica por el paco, ella me quería ayudar, dar opciones, pero no me importaba nada. Después salí de estar en cana y me recibieron de nuevo en el Frida. Estaba cambiada, en tratamiento que me pedía el Juzgado por lxs chicxs, el papá de mis hijxs está en cana, tiene para cinco años y ocho meses; yo la saqué barata.”
Después de un tiempo de cierta estabilidad, Deborah y su marido quedaron en situación de calle con sus hijxs porque dejaron de pagarles un subsidio habitacional, “y ahí quise ir a robar; a mi marido lo agarraron y quedó pegado. Me sacaron lxs chicxs, por el paco. Ahora estoy más tranquila, tuve sólo una recaída. Mientras pasaba todo esto mi único apoyo era Florencia, la veía cada tanto”.
La idea de tener un lugar al que acudir, un espacio donde vivir alentó mucho a Debora, “y aquí estamos, hay madres con hijxs y también madres solas, estoy recontenta, me ayuda mucho esto, escribo mi historia aquí, escribir me hace bien. Hace dos semanas me fui, ellas me entienden, yo soy de irme cada tanto, estoy acostumbrada a ser yo, me manejo yo….”
–Sí pero no… Es como que me quiero establecer firme en un lugar, ahora que me junté con un muchacho que no consume, estuve dos semanas con él, está en situación de calle, al lado del Hospital Argerich. Pero yo amo a la gente de la calle. La calle me enseñó, mal o bien me enseñó a vivir, a rebuscármela.
–Sabés qué pasa, es que soy adoptada, y en el tema de la adopción me pasaron banda de cosas. Me llamaron las Abuelas de Plaza de Mayo para ver si soy hija de desaparecidxs, y no fui porque estaba en la calle. Y mi familia me mentía, decían que no tenían ningún papel mío y después aparecía banda de papeles. A mí me adoptaron al año y medio, a mi hermano Facundo lo trajeron a los seis meses, dicen que de Casa Cuna. Mi tío y mi abuelo abusaban de mí, y es como que eso en la calle no lo puedo ver. Casi maté a un tipo que abusó de una nena de 12 años. Ahora veo a la gente de la calle y quiero rescatarlxs, mi sueño era éste, tener un hogar que sea mío.
Centro de Integración Frida
15 de Noviembre 2317. CABA
[email protected]
No Tan Distintas: (54 9 11) 4446-6622
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