Viernes, 12 de agosto de 2016 | Hoy
MUESTRAS
Diez años después de la primera intervención polémica de Mujeres Públicas, el grupo que marcó una brecha en el arte activismo, Mujeres Públicas: Fragmentos de un hacer feminista 2003-2016 desembarca en el Museo Emilio Caraffa, en Córdoba, para reconstruir la térmica político afectiva de una coyuntura a la que siempre desafiaron.
Por Nicolás Cuello y Laura Gutiérrez
En el tembloroso y conflictivo escenario de la ciudad de Buenos Aires en el año 2003 irrumpe por primera vez Mujeres Públicas. Integrado por Magdalena Pagano, Lorena Bossi, Fernanda Carrizo, junto a Verónica Fulco y Cecilia Marin, quienes participaron solo los primeros años, se definirán como un “grupo feminista de activismo visual”. Realizaron su primera acción como colectivo el 8 de marzo, en la movilización por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora de ese año, que consistió en la colocación del afiche Todo con la misma aguja, en el espacio público.
Más de diez años después de aquel primer afiche, las puertas del Museo Emilio Caraffa, en la ciudad de Córdoba, se abren para recibir una selección de los múltiples escenarios que componen su agitada trayectoria. Con una curaduría colectiva, en este caso compartida con Claudia Aguilera, miembro del equipo de producción del museo, y una gran amiga feminista del grupo, Mujeres Públicas: Fragmentos de un hacer feminista 2003-2016, desembarca en dos frondosas salas, constituyéndose en una de las exhibiciones recientes más exhaustivas sobre el trabajo de este grupo.
Decimos que ese grupo “irrumpe” en aquel contexto inicial, por el desconcierto y la recepción conflictiva de esta primera acción por parte de algunas activistas feministas que presenciaron el momento en el que estaba siendo realizada. Pero aquella incomodidad primera puede servirnos como un síntoma, capaz de reconstruir la térmica político afectiva de la coyuntura que las vio emerger como grupo y que rápidamente incorporaría su provocadora opacidad a la energía siempre desafiante del movimiento político feminista.
En medio de la árida desolación provocada por la crisis, nace en 1997 el grupo Costuras Urbanas en la ciudad de Córdoba, como deriva de un taller sobre arte y política dictado por Juan Carlos Romero y Teresa Volco para un puñado de artistas locales urgidas por la reflexión necesaria sobre el lugar y la potencia política de lo sensible. Entre sus integrantes se encontraba Fernanda Carrizo, y junto al resto de sus compañeras, intervinieron el espacio público a través de distintas acciones que preguntaban por los efectos de la crisis neoliberal en la vida cotidiana, al mismo tiempo que centraban el resto de su obra en las consecuencias que este régimen político económico grababa en los cuerpos.
Por su lado, Magdalena Pagano había estado vinculada durante largo tiempo a redes de artistas en torno a poesía visual y distintos espacios de reflexión y producción artística también junto a Volco, Romero e Hilda Paz. Gracias a los caminos cruzados que proponía el insistente trabajo colectivo de estos maestros, en 1998 ambas artistas se conocen en la IV Bienal de Arte No Convencional en la ciudad de Mendoza, desde donde tramaran un lazo afectivo político de complicidad infranqueable.
Poco tiempo después será, a través de Ana Longoni y de su trabajo constante en torno a los diagramas del arte activista local, que Fernanda Carrizo, una vez instalada en Buenos Aires, conocerá y participará del Grupo de Arte Callejero (GAC). Allí, junto a Lorena Bossi, compartirán de forma insistente conversaciones e intereses comunes que marcarán el surgimiento de una alianza cómplice en torno a las urgencias de la lucha feminista. Esta cartografía íntima encontrará su punto de emergencia en el lenguaje del hacer, cuando finalmente quienes habían cultivado preguntas afines en torno al feminismo y a los registros expresivos de sus luchas se encuentren, el 8 de marzo de 2003, colocando el primer afiche del grupo en la vía pública.
Como refiere la historiadora del arte María Laura Rosa, desde sus inicios el accionar de Mujeres Públicas señaló voluntariamente la necesidad del feminismo de renovar y experimentar con los límites de su propio lenguaje. Esto implicaba la posibilidad de abordar los problemas constitutivos del programa político de los activismos feministas locales desde estrategias visuales, performáticas y comunicativas que recuperarán modos de acción del arte crítico que había encontrado e interpelado las trayectorias pedagógicas y las afinidades políticas de sus integrantes, tanto como artistas y activistas. Su trabajo, desde entonces, desafía las agencias disponibles dentro del movimiento y colabora de forma permanente en el diseño, multiplicación y circulación tanto de piezas gráficas de activación colectiva como de experiencias sensibles de participación multitudinaria, donde hacer vibrar la potencia creativa de la imaginación político feminista.
Al igual que otros grupos contemporáneos de activismo artístico gestados en torno a los conflictos sociales de la crisis del 2001, Mujeres Públicas se ubica en estas coordenadas de acción desafiando los vínculos entre arte y política, pero también produciendo desde una mirada estratégicamente opaca y humorística, imágenes que señalan específicamente las lógicas desiguales de organización del género y de lo sexual. Sus tácticas creativas trabajan con dos temporalidades simultáneas: por un lado el desarrollo de piezas gráficas sin autoría, especialmente la producción masiva de afiches, como modos de intervención en lo público que pueden ser reapropiadas por distint*s sujet*s, y por otro, la circulación de objetos pequeños, distribuidos cuerpo a cuerpo, que se inmiscuyen de forma sigilosa entre la multitud. Ambos repertorios afirman y contienen la potencia político sensible que identifica la historia de este grupo: la producción de formas posibles de resistencia a los estereotipos opresivos de la cultura patriarcal que pesan sobre las feminidades e interrupciones a los discursos naturalizantes de la heterosexualidad obligatoria.
Diez años después, el Museo Emilio Caraffa exhibe una selección en Mujeres Públicas: Fragmentos de un hacer feminista 2003-2016, en dos salas, y un primer gesto de este desembarco anuncia y sitúa la potencia revulsiva de sus imágenes, sus objetos y experiencias. Pocos metros antes de entrar a las salas donde se despliega el trabajo de Mujeres Públicas, un pequeño cartel advierte: “lo exhibido puede herir la sensibilidad del espectador”. Así es como se abre este recorrido que reúne una serie de trabajos que se pliegan a una insistencia histórica del movimiento feminista, aquella deuda insoportable para con la autonomía del cuerpo de las mujeres que el grupo ha enunciado de manera ininterrumpida desde su formación: la demanda por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito en la Argentina.
Mientras el público comienza a poblar el espacio de la exhibición, crece paulatinamente el árido sonido que se proyecta desde el video performance Aborto Legal (2014), un trabajo en el que puede verse a las artistas dibujar enérgicamente con un espeso grafito negro una pared blanca en la que despacio cobra forma la consigna que titula esta pieza. Silenciosamente, las paredes del museo se convierten en un fragmento más de espacio arrancado por la lucha feminista, donde la escritura de un deseo colectivo, la denuncia por la intolerable postergación de la autonomía se abren paso envolviendo la institución con una cadencia diferencial, una térmica política que trabaja desde la paciencia, el cansancio y la fuerza del trabajo permanente por la libertad.
Dos pequeños objetos, de una radicalidad incendiaria bastante conocida en el interior del movimiento feminista, acompañan también esta primera sección de la muestra. Por un lado, unos auriculares suspendidos en un fragmento de la sala nos sorprenden al contener la potencia de una voz colectiva, de un murmullo multitudinario, un canto que hace de la palabra acción, y de la Estampita (2004), el cancionero rebelde que transforma la imaginería religiosa de una virgen, en una oración pagana por el derecho al aborto legal, reapropiada en este caso por un grupo de mujeres en las puertas de una catedral de San Salvador de Jujuy, en el marco de una de las históricas movilizaciones de los Encuentros Nacionales de Mujeres.
Por otro lado, la insistencia ígnea por la libertad del cuerpo toma forma en un objeto distribuido mano a mano en el espacio público. Un objeto cuya inocencia se extingue inmediatamente una vez que su rezo se hace visible: “La única iglesia que ilumina es la que arde. Contribuya”. Así es como aparece Cajita de fósforos (2005), una de las piezas más polémicas en el trabajo de Mujeres Públicas, que les valió tumultuosas denuncias persecutorias por parte de la derecha católica que se negaba a su inclusión y exhibición en una muestra en el Museo de Arte Reina Sofía años atrás.
En la pared contigua, los afiches Todo con la misma aguja (desde 2003) y el Afiche escudo (desde 2009), que denuncian la clandestinidad del aborto y la responsabilidad del estado en la muerte de las mujeres pobres que lo practican, traman un collage urgente que superpone sus consignas e imágenes, desarticulando la posibilidad del espacio en blanco típica de los museos de arte contemporáneo, y proponiendo una visualidad feminista contundente que deja sin grietas la necesidad de sostener y exigir todavía ese reclamo.
El trabajo de este colectivo es ampliamente reconocido por la numerosa cantidad de acciones en su haber que se distinguen por la potencia de su colectivización. En esta ocasión, abriéndose paso en medio de las piezas antes descritas, se encuentra el Proyecto Heteronorma (2003) uno de los trabajos que ha sido reproducido de manera casi incalculable por activistas feministas, lesbofeministas y queer dentro y fuera del contexto argentino. Esta acción, producida por el grupo en distintas etapas y soportes, cuya primera irrupción fue durante la exhibición Arte en progresión, que tuvo lugar en el Centro Cultural General San Martin en la ciudad de Buenos Aires, constó de una pegatina de afiches hechos en papel sulfito, impresos con stencil y rodillo, con las siguientes preguntas: “¿Es usted heterosexual, cómo se dio cuenta? ¿Cree que su heterosexualidad tiene cura? ¿Qué haría si su hija le dice que es heterosexual?, entre otras. En línea con la política de producción sostenida por el colectivo, donde la ausencia de firma, la producción de múltiples y la circulación de sus materiales permite la socialización de sus intervenciones, disponiéndolas como herramientas visuales y performáticas para la activación poética de discursos feministas críticos, este trabajo nos recuerda en esta muestra la cercanía y empatía que proponen sus estrategias: a partir de la utilización de un conjunto de preguntas recurrentes que se alimentan del sentido común discriminador sobre aquellos otros deseos posibles, se desnaturaliza la heterosexualidad como única realidad posible, dando cuenta que como ficción política reguladora del cuerpo social, hace valer su productividad desde la construcción de una naturaleza que desconoce sus propias marcas de invención.
Finalmente, en la sala continua el afecto se abre paso como energía constitutiva del desacato feminista. Y así es como Mujeres Públicas toma por completo las instalaciones del museo para desplegar con una potente erótica imaginante como metodología el trabajo “En la plaza, en la casa, en la cama. Ensayo para una cartografía feminista” (2012), compuesto por un video registro que da cuenta de la acción-performance colectiva realizada en 2013, en la que se encuentran numerosas generaciones de activistas feministas, lesbianas y travestis construyendo colectivamente con su cuerpo las memorias locales y una línea de tiempo acompañada de bocetos, imágenes e instantes radicales de la acción política feminista en los últimos cien años de la historia argentina.
Pero estas redes de afecto político que se vuelven fundamentales en el hacer de los feminismos locales y de las tramas de producción multitudinaria de la historia de nuestras resistencias, no solo fueron una presencia dentro de esta retrospectiva. Tal como lo acostumbran, la exhibición misma plantea grietas, filtraciones y contagios entre la calle y el museo, entre la organización popular feminista y la historia del arte, y esta ocasión no sería excepcional.
Durante los días que sucedieron a la inauguración, invitadas por un contundente y numeroso grupo de feministas cordobesas de diferentes generaciones y trayectorias políticas, participaron en el espacio de Radio Red Nosotras en el Mundo, en la puesta en común y en la socialización de un proyecto local que trabaja sobre la recuperación y la construcción de la historia del movimiento feminista cordobés desde la década del 60 hasta la actualidad. Una tarde de trabajos, intercambios y debates agitaba la pregunta que inicialmente se había disparado con la acción cartográfica, sobre la necesidad imperiosa de inventar los mapas de nuestros feminismos, preguntar por las condiciones capaces de gestionar su archivo y su conservación en la historia política de los movimientos de resistencia, y encontrar las herramientas creativas necesarias para sobreponerse al daño constitutivo que la obliteración y el silencio heteropatriarcal ha naturalizado como norma.
Si bien pensar el ingreso de este tipo de prácticas a las geografías frecuentemente normalizantes de los museos de arte contemporáneo puede resultar problemático, también es una posibilidad que nos desafía a renovar los lenguajes y los dispositivos desde los que entendemos como posible la re-activación crítica de los sentidos que toman forma en estas prácticas artístico políticas, en cada escenario social de conflicto feminista que las ve emerger.
En este caso, la exhibición Mujeres Públicas: Fragmentos de un hacer feminista 2003-2016, no busca representar la experiencia del colectivo meramente por el ingreso de algunos de sus objetos o experiencias aplacando la trayectoria social de apropiación y de identificación política comunitaria que ha producido históricamente su participación en el corazón del movimiento feminista. Sino que, justamente, busca recuperar esos escenarios multitudinarios de acción en el interior del museo.
Es por esto que entendemos es posible pensar esta exhibición como un archivo vivo, un archivo en curso que se despliega a través de la paredes del museo, enseñando aquellas experiencias más significativas de su propia historia pero que construye simultáneamente una cartografía íntima de la intensidad del movimiento feminista, tejiendo entre estos trabajos una red poético afectiva que conecta silenciosamente escenarios diferenciales de los activismos locales, donde vuelven a encontrarse aquellas acciones, cuerpos, experiencias e imágenes que hicieron posible el diseño de nuevos mundos donde crear colectiva y colaborativamente formas de (des)hacer lo político en lo personal, desobedeciendo los regímenes de captura de los cuerpos entre lo público y lo privado. En este sentido, hablamos de esta exhibición como fragmentos del hacer que cultivan/resguardan, de forma paciente, la bella energía revulsiva de la acción política feminista. Una energía que circula de forma latente por el recorrido que plantea la muestra y que traza vectores de alianzas, interpelando la memoria del cuerpo con estos rastros sobrevivientes del desacato feminista.
Mediante esta selección específica de un conjunto de sus acciones, en su mayoría re-apropiables y de código abierto, se abre un espacio posible de múltiple identificación sobre l*s sujet*s y los cuerpos que en ellas se reconocen, alojando un archivo en el que insisten tiempos, geografías y comunidades político afectivas, acompañadas por el sonido tácito de la multitud y el rumor inquieto de los feminismos como presencias vivas.
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