Viernes, 16 de septiembre de 2016 | Hoy
HISTORIAS DE VIDA
Luisa Escarria es colombiana pero se asentó en Buenos Aires en 1958. Es fotógrafa desde que tiene uso de razón, ya que heredó de su mamá el oficio que la hizo célebre junto a sus hermanas en la edad dorada del teatro de revista. Por el Foto Estudio Luisita pasaron la Lobato, la Roca, las hermanas Rojo y las Pons, entre tantas, edificando un archivo que ya tiene más de 7000 negativos de retratos únicos. Sol Miraglia, una joven fotógrafa y documentalista, la conoció en 2008 y desde entonces la amistad entre ambas crece y se afianza en lo que ellas llaman “una adopción mutua de abuela-nieta”. Mientras Sol trabaja en la puesta en valor del material acumulado, están por inaugurar una muestra juntas en el San Martín y sueñan con un documental que dé cuenta de una vida fotografiando estrellas populares, sin el prestigio que supieron conseguir Stern o Henrich pero con la contundencia de ser el único, valiosísimo y muy intuitivo testimonio de una época.
Por Flor Monfort
“¡Portarse bien nenitas!” les dice Luisa a Kitty y Gigi, sus dos perras alborotadas por las visitas. Todo en la casa de Luisa es en femenino: allí vive con sus dos hermanas, Rosita y Chela, las paredes están empapeladas de retratos de mujeres exuberantes y la entrevistada recibe a Las12 junto a su amiga Sol Miraglia, con quien cimentó una relación que las une más allá de la fotografía. Ella tiene 87 y Sol 27 y hace ocho años que se ven todas las semanas, toman el té y charlan de la vida y de su pasión común. A Luisa no le gusta tanto recordar, de muchas cosas perdió la memoria y de otras cuenta detalles mínimos, pero para edificar ese pasado tan rico tiene su casa, que es una celebración del oficio que la abrazó en su vida. Amante del formato medio, tuvo una Hasselblad hasta hace relativamente poco y cuando el mundo se volvió digital consideró que ya era tiempo de retirarse. El living, que era el epicentro del Foto Estudio Luisita, es un santuario de imágenes, desde Estela Raval a Susana Traverso, de China Zorrilla a Virginia Luque, Moria y Susana, claro, y decenas más, algunas conocidas, otras perdidas en la bruma de la historia del espectáculo y los varones: Marrone, Porcel, Carambula, Calabró, Lavand... Pero son los cuerpos de mujeres, ataviados con plumas y piedras que encandilan, los que sobresalen en las paredes barrocas, cuerpos fuertes pero no tallados, curvas naturales, nada trabado ni trabajado por la gimnasia. Paredes llenas de adornos y recuerdos, cajas que Chela pinta a mano con acuarela y retratos enmarcados de sus propios perros con tiaras y gestos románticos. Esos son algunos de los pocos en que los protagonistas no miran a cámara, porque si hay algo que caracteriza a Luisita es esa adoración por la mirada, el “instante decisivo” de Cartier Bresson que Luisa esperaba muchas veces en silencio, devolviendo la mirada a esas bombas (que ella califica de “hermosas”, “impactantes”, “adorables”), pero que en Luisa es una operación intuitiva y su referencia única, una revista que recibía en su Cali natal con retratos que la inspiraban. “Yo veía esas fotos, de una revista que se llamaba Vanidades, y estudiaba de dónde venía la luz, y después repetía esos esquemas en mis tomas” dice. La familia tenía estudio a la calle, mamá Eva ya vio el potencial de su hija y de muy chica lo puso a su nombre. “Estudio Luisita” estuvo en la calle principal de Bogotá pero no por mucho tiempo. Los Escarria fueron unos de los dos millones de colombianxs que abandonaron su país en la década del 50, periodo conocido como “La Violencia”, lleno de enfrentamientos armados entre el Partido Liberal
“Desde el 58 vivimos acá, de pura suerte caímos en la calle Corrientes porque buscamos mucho y no encontrábamos nada que nos agradara. En esta casa vivía Marfil, un músico colombiano que tenía un dúo que se llamaba “Marfil y Hébano”, porque uno era negro y el otro blanco. El conocía todo de Buenos Aires, se enamoró de Amelita Vargas y me la presentó, y ella a su vez me presentó a Marrone. Les tomamos fotos a él y a su compañía que se iba a Mar del Plata en aquel momento y él me introdujo al teatro Maipo” cuenta Luisa, y vuelve a esos primeros encuentros con las estrellas, que la dejaban helada. “Primero Marrone no se quería fotografiar, muy seco se levantó y me dijo “no quiero más fotos” pero con el tiempo nos hicimos amigos, nos venía a buscar a mí y a Chela y nos llevaba a su casa de Vicente López, hacía ñoquis para todos y la pasábamos delicioso. También fotografié a Juana Martínez, su mujer, que tenía un cuerpo muy bello, y cuando él murió me pidió una ampliación de la foto de Marrone para poner en el living de su casa” cuenta. La mención a sus hermanas se repite toda la entrevista porque si bien ellas no participan de la nota fueron sus principales aliadas. Siempre vivieron juntas, ninguna se casó ni tuvo hijos y mientras Rosita era asistente de Luisa, Chela revelaba las fotos en bateas gigantes que instalaban en el living, a la noche, en un ritual que de tan repetido se volvió natural, y con el reflejo de la luz roja daba vida a esas curvas que después empapelaban la avenida que no duerme. Chela terminaba de lavar las fotos en la bañadera, y aún cuando fue campeona de canaricultura y dejaba a sus canarios sueltos por la casa, era prolija, minuciosa, una fanática del detalle. “Para los 40 años del Maipo hicieron la primera cartelera a color y Chela coloreó a mano las fotos con una acuarela especial. Las mujeres iban en colores y los hombres quedaban en blanco y negro. Fue algo muy original” cuenta Luisa.
–Mmmmm, pienso en Nélida Roca... Ella no bailaba ni cantaba pero tenías que admirarla porque su sola presencia era fabulosa. Nelida Lobato era amorosa. Vino dos veces y era hermosa, no era alta pero tenía una figura muy linda y una plasticidad perfecta, como ella se ponía estaba bien para la foto. Nosotras teníamos vía libre para ver las obras, y eran geniales, muy cómicas, ahora es muy distinta la revista, pero antes era algo muy esforzado: la escenografía, el vestuario, era otra concepción de lo que pasaba ahí, como un show que ameritaba una ocasión especial en las salidas de la gente. En el auge de Nélida Lobato hicieron como un cómic en el programa donde la gente podía escribir algo, y éste dice: “Escriba los deseos máximos que tiene hacia Nélida. Si Ud. llegó a su casa y está demasiado borracho imagine que su mujer es Nélida o vaya de vuelta a un bar a emborracharse con sus amigos”. Esa era la idea, vender la fantasía, y yo conservo todavía esos programas.
Las figuras principales siempre eran muy discretas y correctas, cuenta Luisa, porque había toda una mística alrededor de ellas y cuidaban ese personaje aún en la sesión de fotos: iban, se hacían las fotos y se iban. “Las bailarinas eran más desinhibidas, algunas eran despampanantes. Yo ponía música, nos poníamos a charlar y hacía las fotos” dice. No hay que olvidar que Luisa disparaba seis veces, no más, y de ahí salía el material para marquesinas, programas, books de actores y actrices desconocidos y con el tiempo también, de grupos de música tropical que venían del interior a probar suerte. En los 80 Luisa trabajó para Magenta y fotografió a Lía Crucet, Los fronterizos, Las imperiales e hizo muchísimas tapas de discos.
Cuando Sol tenía 18 años estudiaba fotografía y trabajaba en un centro técnico de cámaras en la calle Libertad. La jefa de Sol, Elsa, tenía siempre un calendario del Foto Estudio Luisita. “Yo siempre lo miraba. Hasta que un día le pregunto ¿qué es esto? Me parecían increíbles los retratos, eran muy artesanales, tenían stickers que les pegaban ellas mismas, entonces Elsa me dijo “tenés que conocer a Luisa”. Y el día que vino a buscar un flash me la presentó. Nos hicimos muy amigas. A partir de ahí una vez por semana nos vemos”
L: –Entró el sol en mi vida. Se apoderó de mi corazón. Es un ser inconmensurable.
S: –Nos adoptamos como abuela-nieta. Para mí esta es la casa de Blancanieves: esa mística que supe por los relatos de Luisa, que mientras le hacían fotos a Moria los canarios volaban sueltos por el aire. Aún así, ella siempre fue muy callada. Se concentraba mucho en el retrato. Y eso se ve en el resultado: la psicología de la mirada, la conexión entre la fotógrafa y la retratada. Yo me imagino cómo trabajaba Luisita, podía estar completamente callada esperando y recién cuando creía que iba a salir algo bueno, disparaba. Luisita es mi referente en ese sentido.
L: –La mirada es muy importante. Vos hacés mirar al retratado al lente y cuando ves que el alma le sale por los ojos ahí tomás la foto, pero no antes. Para mí la mirada es lo más importante.
S: –Es muy intuitivo. Comparando con otras fotógrafas como Grete Stern o Annemarie Heinrich, que eran referentes para ella, venían de un linaje mucho más intelectual. Lo que admiro del archivo de Luisa es que es completamente intuitivo, que no tuvo apoyo alguno y que se basa en el acervo popular. Me parece muy puro eso. En un oficio en que todo el mundo está con el lobby Luisa solo había visto esa revista de La Habana, Vanidades.
Sol está clasificando el archivo de Luisita que tiene mas de 7 mil negativos, decenas de cajas de fotos clasificadas en sobres “Ambar La Fox” “Escándalo en el Maipo” “Bailarinas 1970” “Atahualpa Yupanqui” “María Elena Walsh”. Está tramitando subsdios para poder asegurarse la restauración y hacer la nomenclación del material, porque todo está en soporte ácido y con el tiempo se va a degradar. Dice que la casa de Luisa es una caja de Pandora porque todas las semanas aparece una caja nueva, más material para ver y clasificar. Y que con los años se fue enterando de más cosas, dichas así al pasar por su abuela postiza, que al principio la sorprendían y ahora no hacen otra cosa que ratificar lo que piensa ella de Luisa, que su talento natural, sin conceptualizaciones ni preparación especial, era enorme. “Un día Luisa me contó que en los 70 le ofrecieron ir a Los Angeles a trabajar como directora de fotografía, porque iluminando era impresionante, súper minuciosa. Hubiera sido una de las primeras mujeres en iluminar cine en Hollywood pero Luisa prefirió quedarse en Buenos Aires, cuidando a su madre y viviendo con sus hermanas”.
–No lo sé, eso no me acuerdo. Pero teníamos mucho trabajo siempre. Todo nuestro capitalito lo metimos en el Hogar Obrero y lo perdimos. Hoy vivimos las tres con nuestra jubilación básica.
En estos ocho años, Sol empezó a filmar a las hermanas. La casa, los detalles, las fotos de los perros y los canarios, a veces juntos en la misma imagen, interactuando, mucho antes que Facebook viralizara a las mascotas como si fueran humanas. En un pasaje del documental que todavía está en proceso, Rosita, que fue la que más salió del vínculo de las hermanas, viajando por el mundo y dedicándose a otras cosas, dice: “Para mí mi hermana es una mujer que yo admiro horrores. Ella tuvo que vencer su timidez, no sé si te habrás dado cuenta, porque es muy tímida (…) Ella ha tenido que tratar con la plana mayor de los artistas de Argentina, que no es cualquier cosa. Tita Merello, Mariano Mores, Luis Sandrini… toda la plana mayor estuvo acá, y ella se ha defendido” dice y aclara, con el acento colombiano que nunca perdió del todo ninguna de las hermanas, que Luisa y Chela son tan unidas que prefiere morirse primero a tener que ver cómo una pierde a la otra. Además de tener sangre afroamericana, las hermanas son devotas de la Fe Bahai, ya que una vez Eva, la madre, hizo fotos al grupo Bahai de Colombia y ahí pegaron onda. “Es muy interesante la fe Bahai. Profesa como la unión universal de la fe, sin fanatismos, prejuicios ni estigmatizaciones” explica Sol y cuenta que la casa de la avenida Corrientes también fue un lugar semanal de encuentro Bahai. “Me imagino un día de reflexión y al otro día Zulma Faiad con las plumas”.
–Está en buenas manos el archivo así que lo que Sol resuelva para mí va a ser placentero. Confío en ella, mi querida Sol.
S: –Sí. El otro día soñamos con la otra al mismo tiempo. Quizá nuestras fotos no son muy parecidas pero nuestra manera de ser es muy similar. Y volviendo a lo de la timidez, yo tuve que enfrentar la mía de estar llamando gente, porque quiero hacer algo mas grande para el documental y estoy yendo a ver a muchas mujeres que fotografió Luisita: Beatriz Salomón, Mimi Pons, etc…
S: –Va a haber fotos de escenografías de los 70 copiadas en un terciopelo que se llama velvet, y van a medir 2 por 2. No hay un registro así del espectáculo ni de esa época ni de ninguna. Por el tamaño del negativo se ven cosas en la imagen que en ese momento no se tenían que ver pero ahora cobran un valor impresionante, un testimonio de cómo era ese espacio escenográfico y un tipo de imagen que para mí le pasa el trapo a los alemanes contemporáneos. Mostrar los negativos enteros además es algo que no está visto y jamás se mostró.
En la foto que abre la muestra se puede ver a Ethel y Gogó Rojo, en un show que se llamó “Maipo superstar 1973” en el que ellas terminaban desnudas pintadas de dorado. Esa pintura era a base de petróleo y se tenían que bañar más de una hora para sacársela del cuerpo. Pero la muestra es sólo un recorte: en las cajas además de famosxs hay colecciones de flores que a las hermanas le gustaba ir a ver a Escobar en la fiesta del ceibo, fotos de Buenos Aires de noche, en los 70, algo de lo que tampoco hay demasiado testimonio visual, según rastreó Sol en estos años. “Chela también hacía fotomontajes con las fotos. Si era música tropical, ponía palmeras o arco iris, si era tango, fondo de Av Corrientes, y así. Es todo muy sincero y eso es increíble, no está conceptualizado, es pura sensación. Por eso mi manera de rescatar es mostrar el directo. Y es una locura técnica, un trabajo artesanal que no tiene competencia.”
Foto Estudio Luisita. Luisa Escarria por Sol Miraglia se inaugura el miércoles 28 de septiembre a las 19 en la Sala 4 del Cultural San Martín, Sarmiento 1551, CABA.
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