HOMENAJES
Estar en el lugar que hay que estar antes de que ese lugar se vuelva indispensable es quizá la comarca -como terreno y expresión- que mejor describe el andar emergente de Hilda Rais. Pasos adelantados en la caminata urgente que desmonta, pasos curiosos, pasos sabios revolcándose en la contienda a sus inmensas anchas. Un cameo imaginario de ruta perpetua la muestra desde los años setenta en UFA, leyendo a Carla Lonzi en fotocopias compartidas, tomando la palabra en calle Florida cuando en tiempos de López Rega se prohibieron los anticonceptivos por decreto, repartiendo volantes en calles y plazas en la previa al Día de la madre -un jarro de leche que hierve demasiado, un pollo al horno, un bebé que llora, una propaganda que promete por tv belleza y sexualidad en crema, una hija traviesa y un hijo abusivo con trazos de viñeta de revista Vosotras y la frase “Madre”, esclava o reina pero nunca una persona-. La escena sigue, el cameo se convirtió en imperio, es imparable, no da respiro -cianosis extática-, Rais es arte y parte junto a Néstor Perlongher de Política Sexual, exige la patria potestad compartida, organiza en Lugar de Mujer los primeros grupos de autoayuda para mujeres golpeadas y sigue escribiendo sin pausa desde aquel primer diario íntimo que le regalaron cuando cumplió 12 años o leyendo poemas propios y ajenos en Sudestada, “toca los objetos con una piel que cada borde lastima, elige las formas que no describan ángulos dañinos, pero también la superficie suave y lisa, hiere, calienta su piel con la piel de los objetos (…)”. El ruido excesivo que hace al pasar el tiempo suena afinado mientras la enumeración hacedora de Hilda avanza. Cuatro manos de mujer escriben al mismo tiempo. Los puños están cerrados y necesariamente abiertos como para sostener el lápiz lapicera que las aúna. Una mirada panorámica las enfoca como cuando se sobrevuelan aldeas, el resultado de aquella imagen es la tapa de Diario colectivo, el libro que María Inés Aldaburu, Inés Cano, Hilda Rais y Nené Reinoso publicaron en Ediciones La Campana. Quisimos hablar de nostras mismas y hacerlo juntas con gritos, risas, sangre y lágrimas, confesaban las autoras en 1982. El cuarteto discute, “también como feminista y teniendo en cuenta que lo personal es político, creo que el sometimiento sexual terminará cuando no sea necesario temer, excluir, rechazar (…) ¿Estoy en la vereda de enfrente, me puse yo ahí o me pusiste vos?”, habla del aborto (se une en el recuerdo Calderita Barcarola, el seudónimo de Rais para rimar la vida soñada de Pedro Calderón: “La idealización no evita/conocer algo profundo: /persona se es en el mundo/ -aunque sea pequeñita- /si en otro cuerpo no habita”), se revela y construye el repertorio del coro canon de los años ochenta con el deseo absolutamente irresistible de ir a pedir, de reclamar posesión de libertad ganada a la masacre que auspician las precauciones avaras. La melodía Rais suena como suena el amor pródigo e inextinguible. Un diario personal es un diálogo interior, un diario colectivo es un abracadabra eterno. La melodía de Rais -poeta, teórica feminista y lesbiana y activista por la igualdad de género, como citan las solapas- sigue inmarcesible dándose cuenta de todo mientras las nubes nilóticas de turno pretenden desvanecer -confundir- y la distorsión se asoma desde su mal mayor al espejo.
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