CINE
La fuga que fue masacre
María Pilotti y Mariana Arruti, además de madre e hija, son socias en su propia productora: Fundación Alumbrar. En el último Festival de Cine de Mar del Plata, en la sección La Mujer y el Cine, se presentó el primer largometraje de su empresa, un documental que reconstruye la masacre de Trelew –ese episodio inaugural que anticiparía el terrorismo de Estado– a través de testimonios directos en los que todavía se puede advertir un miedo que ya cumplió los 30 años.
Por Cecilia Sosa
Tiene todos los elementos para ser un thriller apasionante. Pero resulta que es uno de los episodios más dramáticos y escalofriantes de la historia argentina reciente. La cineasta María Pilotti y la antropóloga y documentalista Mariana Arruti, que además son madre e hija, se trasladaron a Trelew para reconstruir lo que hubiera podido ser la fuga del siglo y que el 22 de agosto de 1972 concluyó en la masacre de 16 miembros de organizaciones armadas. La hija ofició de directora, la madre de productora. Y en un pueblo todavía asolado por el terror, con un equipo reducido y escaso presupuesto, consiguieron entrevistar a personas que no habían hablado en más de 30 años: los taxistas que llevaron a los militantes al aeropuerto, el funebrero que retiró sus cuerpos y el que se reconoce como el “máximo responsable” del fracaso del operativo.
El adrenalínico documental, que se mostró por primera vez en la sección La Mujer y el Cine del Festival Internacional de Mar del Plata, se estrenará en mayo en Trelew y, luego de una gira sureña llegará a Buenos Aires para un nuevo aniversario de la masacre. Mientras Arruti, la hija, acompaña la exhibición de La huelga de los locos (2002), su documental que compite en el Festival de Toulouse, Pilotti, la madre, se entrevistó con Las/12 y contó las intimidades de un rodaje que, en gran medida, se realizó de manera clandestina.
–¿Cómo fue trabajar codo a codo con su hija?
–La relación fue de trabajo. La creadora es Mariana pero compartimos la mirada. Cada una hacía su parte y obviamente tomábamos mate y nos consultábamos todo el tiempo. Pero, en realidad, fue un gran esfuerzo colectivo: en los títulos hay dos minutos y medio de agradecimientos. Es una historia muy triste que hicimos con mucha alegría.
–¿Cuál fue el eje que usaron para reconstruir la historia?
–Quisimos que cada uno hablara desde su lugar. Nadie cuenta nada que no haya hecho. Después, cada cual interpretará como quiera, como pueda.
Salvo los célebres 20 minutos de Raymundo Gleyzer, el episodio nunca había llegado a la pantalla grande. Mucho antes de que la película estuviera terminada, las versiones off-line comenzaron a circular por distintos festivales internacionales. Fue premiada en el Festival de Trieste, en el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana y, a pesar de que se trata de un documental (en sus 98 minutos sólo hay pequeños tramos de ficción), el Festival de Toulouse quiso exhibirlo en la sección Cinéma et construction, donde se verá concluido este año. Y el Bafici 2003 pidió proyectar los avances en la sección Lo Nuevo de lo Nuevo.
30 años de terror
A más de 1500 kilómetros de la Capital, Trelew sigue siendo un pequeño poblado casi desolado. A 15 kilómetros del Penal de Máxima Seguridad de Rawson, se levanta el inexpugnable escenario del horror: la Base Almirante Aeronaval Zar. El equipo llegó por primera vez a Trelew en agosto de 2000. “A 30 años de la masacre, nos encontramos con un pueblo que todavía seguía sometido en el terror, con muy pocas ganas de hablar de lo que había pasado”, cuenta Pilotti. Antes de que se encendiera una cámara, directora y productora contaban con un inédito trabajo de investigación realizado por Jorge Magallanes. Chiche López, desde Buenos Aires, y Juan Arruti desde Trelew, se encargaron de ubicar a cada uno de los protagonistas de la historia. “Lo más difícil fue vencer la resistencia terrible de la gente. En el momento que empezamos a filmar, todavía creían que el terror estaba junto a ellos. Muchos de los pobladores se habían tenido que exiliar por la persecución tremenda que hubo después. Fue un trabajo enorme”, dice Pilotti. El primer desembarco fue poco menos que clandestino.
–No podíamos contar nada de lo que veníamos a hacer. Nadie estaba avisado, ni se hizo ningún tipo de propaganda. Queríamos entrar a filmar al penal y también a la Base Aeronaval. Eso nunca se había hecho y no convenía que se supiera.
A la base militar nunca lograron entrar: una negociación de un año y medio sólo permitió tomar imágenes desde atrás de los alambrados, a 300 metros del edificio –cuenta Leonardo Aquinaga, de 29 años, y uno de los que colaboraron en el rodaje y la fotografía. En cambio, por primera vez, consiguieron filmar en el interior del penal. “El trabajo de convencimiento con la penitenciaría fue larguísimo. En realidad, y no sé si conviene decirlo, nunca dijimos que estábamos filmando un documental sobre la masacre, dijimos que estábamos haciendo un trabajo en las distintas cárceles del país”, dice Pilotti.
–¿Qué fue lo más difícil del rodaje?
–Lo que no conseguimos: filmar en la base y el testimonio de algún militar que hubiera estado allí esa noche. Logramos contactar a un cabo 1º durante el episodio que nos habló un montón. Pero a último momento no se animó a grabar. No lo quisimos forzar: no se puede obligar a una persona a quebrar sus propios límites.
Y todo por una señal
El film ahonda en la fatal confusión, ese error mínimo que terminó desbaratando el plan de fuga de 110 personas, entre guerrilleros y presos políticos. El que lo cuenta por primera vez es Jorge Lewinger, quien se reconoce como “máximo responsable” del fracaso del operativo. Y todo por una seña mal interpretada, un hecho nimio y confuso que, sin embargo, marcó su vida para siempre.
–Tenía que haber señas desde los dos lados –dice Pilotti–, de afuera y de adentro del penal. El apoyo externo tenía una doble función: comunicarse con el aeropuerto de Comodoro para chequear que el avión hubiera salido y calcular el horario preciso de aterrizaje en Trelew para dar el OK para empezar la fuga. Era un plan casi imposible y todo tenía que estar absolutamente combinado. Y salió perfecto, todo. Por eso es una historia tan triste.
–¿Qué fue lo que falló?
–Hubo un tiro. Uno de los sobrevivientes cuenta que, durante la fuga, se encontró frente a frente con un guardiacárcel y que tuvo que disparar. Ese tiro fue escuchado desde afuera.
–Según aparece en las entrevistas –sigue Julieta Rabottaro, 24 años y asistente de producción–, al escuchar el tiro, el primer auto del apoyo externo se mandó como kamikaze a ver qué pasaba. Y Lewinger, que venía controlando los camiones atrás, en situación de nervios extrema, dice que interpretó mal la seña y que dio la orden de dar marcha atrás. Cuando después sale el auto con los 6 líderes del operativo, buscan los camiones por el pueblo para mandarlos a buscar al resto, pero no los encuentran.
–¿Lewinger vio la película terminada?
–Sí. Cuando salió, se puso a llorar como un chico. Hubo que tomarle el testimonio varias veces, tenía muchas dificultades para contarlo. Es un hecho terrible que marcó su vida. Tuvo la valentía de contarlo.
La vida por un taxi
En el atardecer del 15 de agosto, más de 100 presos se encontraron con un penal de máxima seguridad bajo su control y un plan de fuga desbaratado. Los militantes decidieron llamar a una empresa de taxis para intentar alcanzar a tiempo el aeropuerto. En el film, por primera vez, hablan dos de los tres taxistas (el tercero falleció) que condujeron a 19 militantes en esa carrera ciega contra el destino.
–¿Cómo lograron convencerlos?
Aguinaga: –Ellos nunca habían hablado del tema. Estuvimos toda una semana intentándolo y, al final, María lo logró. Cuando tuvimos esos testimonios nos dimos cuenta de que la película tenía vida propia. Fue muy impactante. En plena entrevista, uno de ellos miró el reloj y dijo: “A esta hora exacta estábamos en el auto”.
–¿Por qué no habían hablado antes?
–Por el terror, siempre lo mismo. Ellos viven en Rawson y dependen todo el tiempo del penal y de la base militar. Es muy difícil hablar de lo que pasó ese día cuando podés tener un tío que estuvo en la base o un familiar que, después, fue acusado de colaborador.
En la película, los choferes cuentan que durante el trayecto debieron detenerse varias veces a esperar al tercer taxi que, al parecer, se demoraba adrede. Y que cuando al fin entraron al aeropuerto, el avión carreteaba por la pista. “Les hicimos luces –cuenta, casi con desesperación, uno de ellos–. Pero despegó igual.”
Aeropuerto
Camuflados con uniformes de los guardiacárceles, la selecta cúpula guerrillera tomó la torre de control del aeropuerto y subió al avión con la intención de desviarlo a Chile. ¿La excusa? Un simulacro militar a prueba de terroristas. Pero el ardid no contentó a la firme profesionalidad del piloto que aún aceptando que fueran militares, argumentó falta de combustible y aceite, y se negó a obedecer. El episodio tragicómico lo cuenta el propio Fernando Vaca Narvaja, que no hablaba hace 6 años, y que necesitó una cena familiar en casa de la productora para volver a hacerlo. El y Osatinsky tuvieron que apelar a sus capacidades actorales (uno adoptó una posición dura y otra blanda) y el piloto, harto del primero, no tuvo más remedio que encender las turbinas. No hizo falta bajar a los pasajeros: habían quedado pocos.
El resto de la historia es conocido: la comitiva rezagada llega al aeropuerto, da una conferencia de prensa (la primera conjunta de FAR, Montoneros y ERP) y sitiados por los militares, se rinde pidiendo como garantía la custodia de un médico y un juez en el regreso al penal. Con la voz temblorosa por los nervios y la edad, médico y juez cuentan a cámara cómo los militares violaron el acuerdo.
Veinte días después de la masacre el aeropuerto fue cerrado. A las 10 cuadras se construyó el que funciona hasta hoy. En un paneo, el film muestra las paredes del aeropuerto abandonado donde están escritos los nombres de los guerrilleros ejecutados.
Silencio funebre
Otro de los que habla por primera vez es uno de los empleados de la empresa fúnebre, convocada para retirar los cuerpos la mañana misma de la masacre. El poblador describe cómo encontró los cadáveres ovillados en el piso, amontonados unos sobre los otros. Según el parte médico, Ana Villarreal de Santucho, la mujer de Roberto Santucho, tenía un embarazo de entre 4 o 5 meses. “Tenía seis tiros en la panza y uno en una teta”, cuenta el funebrero. Mariano Pujadas, líder de la negociación en el aeropuerto, 20 tiros distribuidos a mansalva. Su mayor conmoción fue ante el cuerpo de María Angélica Sabelli, de 21 años. “Era muy hermosa, no me lo olvido. No tenía sangre por ningún lado. Cuando la di vuelta, vi que tenía un tiro en la nuca”, dice.
–Conseguimos que hablara en el último viaje. Estuvimos cuatro días para convencerlo. Era la primera vez que daba un testimonio en su vida. Habían pasado treinta años y nunca había hablado del tema. Con nadie.
María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René fueron los únicos sobrevivientes. Los tres desaparecieron en la última dictadura militar.
Rescatando historias
En mayo y acompañando el estreno de la película, también se presentará en Trelew el libro que compila el trabajo de investigación realizado por Jorge Magallanes. “Y las entrevistas: tenemos más de 100 horas de grabación, cerca de 50 entrevistas, de una hora y media cada una. Sólo se pudo poner lo que correspondía para una película pero hay muchísima información que no tiene nadie y no queremos que se pierda. Será también un homenaje a toda esa gente que, a pesar del miedo, aceptó dar su testimonio”, dice Pilotti. Trelew es el primer largometraje de la Fundación Alumbrar, la productora que madre e hija crearon en 1995. Arruti ya produjo los mediometrajes Los presos de Bragado (1995) y La huelga de los locos (2002); y Pilotti, el premiadísimo corto Casa tomada, que narra la desaparición de una pareja de ciegos en Rosario. Madre e hija estudiaron en la moderna Universidad del Cine de principios de los ‘90, ambas eligieron el cine político, ¿casualidad?
–No creo que sea cine político –dice la madre–. Nos ocupamos de rescatar historias no contadas. Es el cine más difícil y el más oculto. Sin querer puede ser político: sirve para repensar las cosas no resueltas.