Vie 02.04.2004
las12

VILLANAS

Esa boca es suya

Espada dilecta de José María Aznar a la hora de explicar su alineamiento con los Estados Unidos, la canciller española Ana Palacio consiguió definitivamente su título de villana después del sangriento atentado del 11 de marzo en Madrid, cuando envió instrucciones a sus embajadores para que señalen a la ETA como responsable de las explosiones. Pero ésa es apenas una de sus desafortunadas acciones.

Por Luciana Peker

La búsqueda de armas de destrucción masiva está progresando, ya se hallaron indicios de su existencia, pero su hallazgo es dificultoso porque Irak es un país muy grande”, aseveró, el 14 de agosto de 2003, Ana Palacio, ministra de Asuntos Exteriores de España. La guerra en Irak fue la segunda guerra televisada en vivo y en directo (o la segunda parte de la primera guerra, la del Golfo, de la CNN vs. Saddam Hussein). Y la televisión es tan importante en esta guerra sin fin que la mayor hazaña no es la victoria militar (hay atentados permanentes y un clima de violencia que no hay the end que apacigüe) sino las imágenes de Saddam, recién salido de un pozo, y abriendo la boca sin patalear ni morder al doctor que lo revisa para las cámaras. A falta de las armas químicas que buscaba la coalición norteamericana-inglesa-española, las caries de Saddam son una buena presa para mostrar.
Nunca hubo una guerra tan expuesta y, sin embargo, pocas veces el ocultamiento de las consecuencias de la guerra generó tanta indignación, como en España, donde el Partido Popular perdió las elecciones del 14 de marzo, que daba por ganadas según todos los sondeos electorales. La derrota fue, al menos en gran parte, gracias el descontento social por los manejos del gobierno para intentar ocultar, en los medios de comunicación, la relación de Al Qaida con los atentados del 11 de marzo, en Madrid, en donde murieron alrededor de 200 personas.
La guerra en Irak es una guerra sin fronteras ni reglas. Tal vez por eso, el 91 por ciento del pueblo español estuvo en contra de que su país apoyara la embestida de George Bush contra Saddam sin el respaldo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin embargo, José María Aznar quiso subirse al podio de la intervención norteamericana-inglesa, a cualquier precio. Y no estuvo solo en esa pelea. Llamativamente fue una mujer –Ana Palacio– su soldadita de batalla para dar la dura pelea de justificar la adhesión de España a la primera línea de fuego.
¿Es mejor exponer a una mujer para justificar un ataque difícil de justificar?Ya cuando en enero del 2002 esta jurista de 54 años fue designada como representante para la Convención sobre el futuro de la Unión Europea, los diarios destacaron que Aznar había elegido a alguien de “perfil diferente” del de los funcionarios habituales. Ese mismo año llegó al Ministerio de Asuntos Exteriores cuando su hermana –Loyola de Palacio– era vicepresidenta de la Comisión de Energía y Transportes.
Su misión de brazo de hierro de Aznar se conjugaba con una historia sensible. En el 2000 le diagnosticaron un cáncer y ella no ocultó su enfermedad ni los efectos de la quimioterapia sobre sus rebeldes rulos. La imagen de entereza le aportó porotos en el truco por el cariño de la opinión pública. Además, si las mujeres tienen que hacer el doble de méritos para ocupar el mismo lugar que un hombre, ella hizo méritos por triplicado. Ana Isabel de Palacio del Valle Lersundi –su nombre completo– es licenciada en Sociología, Ciencias Políticas y Derecho. Ganó un premio del gobierno francés al mejor alumno extranjero y fue presidenta del Consejo Ejecutivo de la Academia de Derecho Europeo de Tréveris y vicepresidenta del Consejo de Colegios de Abogados Europeos. Además de sus títulos, fue elegida eurodiputada en 1994 por el Partido Popular. “Ser ministra es un honor en una carrera política”, declaró. Sin embargo, su honor se vio afectado varias veces durante su gestión.
Pero su máximo traspié ocurrió el mes pasado, con los atentados en Madrid. Hoy se sabe que Ana Palacio pidió en nota reservada a todos los embajadores españoles en el mundo –el jueves 11 a las 17, cuando ya había indicios de la participación de terroristas islámicos en la explosión de los cuatro trenes– que aprovechen cualquier ocasión para confirmar que ETA era la responsable de las muertes. El objetivo era que se descartara la participación de Al Qaida y que no se hablara en el mundo de los efectos colaterales de apoyar a Bush en la invasión a Irak. Hoy España vive una conmoción informativa, ya que los principales diarios –como El País– acusaron al gobierno de Aznar de manipulación informativa y ella es una de las funcionarias más criticadas.
Ana Palacio es uno de esos casos que refutan la defensa uniforme de la gestión femenina. “Una vez más parecería que, más allá de ser varones o mujeres, quienes detentan estas posiciones como las de Ana Palacio (y Condoleeza Rice en Estados Unidos), no importa tanto cuál es su sexo sino su posicionamiento en el género, de modo que hay personas como ellas, varones y mujeres”, opina Mabel Burin, directora del Programa de Género y Subjetividad de la UCES.
Aunque, si se trata de decir la verdad, una de las supuestas virtudes de las mujeres en el poder es la mayor transparencia. Y es cierto que, en su gestión, a Ana Palacio se le escaparon expresiones de sincericidio: “La vida cotidiana en Bagdad está en peores condiciones de las que estaba con Saddam Husseim”, admitió, ya en la posguerra, en noviembre del 2003. Sus palabras resonaron tanto que Aznar tuvo que desmentirla como a un enemigo político: “Una cosa es decir que en Irak hay problemas y otra cosa distinta es decir que cuando no existe un tirano que asesina, que ejecuta a la gente, que no la deja expresarse, la situación no es objetivamente mejor”.
Una ironía que le repliquen justo a ella, que defendió la invasión a Irak sin lamentos, ni siquiera por los españoles caídos. “La muerte de Couso no tiene entidad para condenar a Estados Unidos”, había sentenciado la canciller, en alusión a la muerte de José Couso, cameraman de Telecinco, fallecido durante un ataque norteamericano al hotel donde residían los periodistas que cubrían la guerra. El tío del reportero, Rafael Permuy, la denostó: “Los responsables de esta acción (por el ataque) están perfectamente identificados y han asumido su responsabilidad. En cambio, las palabras de Palacio sí son condenables, lamentables y execrables”.
Pero sus detractores también cruzan la frontera. Entre sus enemigos se encuentra Fidel Castro (quien le echa la culpa a la política exterior de España e Italia por las sanciones que la Unión Europea le aplicó a Cuba en junio del 2003). Y, presuntamente, su feeling con Néstor Kirchner tampoco fue bueno. El diario La Nación publicó que el Presidente tuvo una fuerte discusión con la canciller española el 12 de noviembre del 2003, aunque después el Gobierno desmintió esta versión.
Hace pocos días, otro presidente, Bush, se rió en público de una foto que lo mostraba hurgando algo perdido debajo de su escritorio: “Estoy buscando las armas de destrucción masiva”, bromeó. Ana Palacio se va del gabinete español con varias medallas para las patas de la mentira. Por ahora, no se le encuentra la gracia.

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