TELEVISIóN
Dady Brieva convence a una nena de mostrarle la bombacha (a cambio de mostrarle su calzoncillo) y no oculta el orgullo cuando los pichones de machitos exhiben virtudes de “guardabosques” de hermanas y penas por novias “robadas”. En sus canciones, Panam augura vidas de brillos y plumas a las niñas, mientras Caramelito se desvive por alcanzar el cetro de reina de la corrección política, enseñando a la pequeña teleaudiencia sobre derechos humanos, buenos modales y disciplina fiscal. ¿Qué niños y niñas imagina la televisión?
› Por Sonia Santoro
En el episodio inaugural
de Agrandadytos, el conductor le pidió a una nena que le mostrara su
bombachita, a cambio de que él hiciera lo mismo con su calzoncillo. Hasta
donde se pudo saber, no se alzaron demasiadas críticas públicas
al respecto. El escándalo llega pronto cuando un profesor sale con su
alumna, pero no cuando Dady Brieva le hace una propuesta indecente a un nena
de tres años, en esa intimidad forzada del set de televisión.
Si un adulto –señalan los expertos– no debe interrogar a los
chicos acerca de su intimidad, su sexualidad o sus genitales, la cuestión
se agrava si ese adulto, por gracia del protagonismo que da trabajar en televisión,
es una especie de ídolo. Pero lo más notable del caso, sin embargo,
es que la televisión legitima, así, a niños eróticos,
con la idea fija, que se vinculan a través de la sexualidad y no del
juego. El último domingo, el tema del programa fue el matrimonio. Y con
cada niño entrevistado, el conductor arrancó por la pregunta de
rigor: “¿Tenés novio/a?”. El plato fuerte fueron dos
primitos que se decían novios. Otro nene contestó que tenía
novia, “pero está robada con otro” (se supone que la gracia
está en que no puede armar las oraciones correctamente). Después
de varias vueltas, Enzo (de 10 años) confesó el nombre de la nena
que le gustaba al oído del conductor, y llegó la traición:
“Hay una cantante de apellido Cantilo que se llama igual”, dijo Dady
a cámara. El chico no registró el comentario, quizás porque
no conoce a Fabiana Cantilo, pero ésa es la propuesta de Agrandadytos:
exponer a los chicos para reírse de ellos, dejándolos totalmente
afuera. “Se trata de captar el interés de todos los miembros de
la familia para que sea rentable; y los chicos son un anzuelo. Me parece que
toda vez que nos ‘reímos de’ y no nos ‘reímos con’,
somos irresponsables o impiadosos con alguien; sobre todo no teniendo los chicos
que participan la edad para decidir si quieren formar parte de un show humorístico”,
opina Canela, que entre el ‘69 y el ‘72, hizo en Canal 7 La luna de
Canela, un programa infantil –muy exitoso, pero poco rentable– con
Enrique Pinti, Cecilia Rossetto y Roberto Carnaghi.
En otro sketch revelador llamado “Los machos”, cuatro o cinco chicos
de unos 8 años debían definir la “machitud”. Y como
pequeños émulos de Polémica en el bar se explayaron, instados
por Dady, sobre “lo buena que está esta mina”. A su turno,
el conductor retribuyó con sonrisas y comentarios compinches algunos
atributos: galán, guardabosque, macho, zarpado. ¿Qué lugar
les queda a las mujeres? Ser las “minas”, las hermanas a controlar,
las que los atienden, las manipulables.
Está claro que el programa está más preocupado por buscar
el impacto que por resguardar a esos menores. En esta exposición de chicos
(que repiten la escena familiar haciendo monerías, pero frente a gente
que no losquiere, y a la que tienen que gustar), a cual más atrevido,
sobresalen los que puedan “hacer de grandes” y reproducir las fantasías,
prejuicios y deseos sexuales de los adultos. Como dice Susana Itzcovich, periodista
y presidenta de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la
Argentina (Alija), “se insiste en intimidades baratas y torpes”.
Un dechado de virtudes
El parecerse a los grandes es el mayor atributo que puede lucir un niño
ante las cámaras. Con esa bandera, el año pasado, Guinzburg &
Kids tuvo a una notera zarpada, que se lanzaba sobre famosos con preguntas no
pensadas por ella, y a un barman que, como el mito de la profesión reproduce,
seducía a cuanta chica apareciera por la barra (hasta a Julieta Prandi),
entre otros personajes “agrandados”. Los programas quieren hacer pasar
de grado compulsivamente a los chicos, como si realmente los creyeran adultos
en miniatura. Silvia Schujter, escritora de libros juveniles, afirma que “la
televisión pide que pierdan los atributos infantiles”. “Los
chicos se agrandan, pero a expensas de una pérdida irreversible, la de
la inocencia”, apunta Canela.
Algo parecido pasa con los programas infantiles conducidos por vedettes o modelos.
Panam canta: “El que abraza y no convida tiene un sapo en la barriga”,
con cara de bebota inocente, enfundada en unos pantalones blancos y una musculosa
fucsia hiperajustados, un oferta sensual que difícilmente se corresponda
a los intereses y necesidades de los supuestos espectadores. ¿Será
que la participación de padres babosos inflará el rating? Julieta
Prandi viene hablando hace rato de que su sueño, entre escribir poemas
y quebrar la cintura, es conducir un programa infantil. Probablemente se asegurará
un público más amplio que el don Arturo de Francella, ése
que no podía evitar gritar un “¡Si es una nena...!”,
con mirada lasciva.
La idea de mujer linda y manipulable, con destinos estereotipados, tampoco es
patrimonio de Agrandadytos. “Cuando sea grande yo desfilaré, voy
a ser modelo, fotos sacaré (...) Cuando sea grande quiero ser vedette,
pintarme con brillos...” En el imaginario de Panam, al 50 por ciento de
las nenas las esperan las plumas. “Son profesiones que no son adecuadas,
no porque sean malas o buenas sino porque son las únicas. Además
está atentando contra las niñas gordas, feas o que usan anteojos”,
dice Itzcovich. Lo mismo pasa en el fragmento “Estoy orgullosa de mi hija”,
de Mama mía, el programa que conduce Andrea Campbell en el que las madres
muestran a sus hijas haciendo cosas tan creativas y variadas como imitar a las
Bandana, imitar a Thalía, imitar a Panam. A fin de cuentas, son todas
mujeres bañadas por el éxito que da pertenecer (capítulo
aparte merece el rol de los padres en esta historia: a la convocatoria del casting
de Agrandadytos respondieron unas 25 mil personas).
En el otro extremo, la televisión ofrece programas en los que los chicos
ya no son tratados como grandes sino como tontos. Deby Wachtel, profesora de
teatro de chicos, define a este tipo de conductora como “maestra jardinera
en decadencia”, que “articula las palabras y habla lento, como si
los pibes no pudieran entender”. Ahí está Cecilia “Caramelito”
Carrizo con sus alitas de mariposa y su voz de pito, empalagando de tanto “mi
amor”, “bombón”, “mi vida”. En realidad, Caramelito
es políticamente correcta: sus canciones hablan de solidaridad, derechos,
buenos modales (“por fi, por fi, por favor, muchas gracias digo yo...”);
enseña las coreografías; da una clase de lenguaje de señas;
y los hace jugar con un Memotec (en que hay que encontrar dos fichitas con la
misma palabra) de la AFIP, así los chicos aprenden que la evasión
y el contrabando son cosas malas. Pero, ¿a quién le interesa aprender
esas cosas? Y en todo caso, ¿por qué lo harían por televisión?
“El didactismo no funciona –dice Itzcovich–. Hacés algo
entretenido o hacés algo educativo.” Parece haber aquí un
afán moral: formar a los chicos. Transmitirles conocimientos y, por supuesto,
valores. En ese tren, ¿cuál será la próxima apuesta
de Agrandadytos?
Una
presentación ante el Comfer
Aun cuando pueda generar
algunas dudas el hecho de que el programa que cuenta con una sección
presentada desde un sillón bautizado “orgasmitrín”
esté efectivamente “destinado al público en general
y en particular a niños y adolescentes”, la presentación
que la presidenta del Consejo de los Derechos de Niños, Niñas
y Adolescentes, María Elena Naddeo, realizó ante el Comfer
el 1º de abril es demoledora. Invocando la Convención sobre
los Derechos del Niño (que cuenta con rango constitucional y con
aplicaciones de orden local en diferentes distritos del país),
“el cuidado, la protección y promoción de los derechos
de los niños” a que están obligadas las instituciones,
y la necesidad de velar por su protección en los programas que
los incluyen, Naddeo llama la atención sobre la prolijidad con
que el episodio de Brieva usando en Agrandadytos su simpatía para
que una nena le muestre la bombacha en cámara quiebra un principio
fundamental: “Ningún niño será objeto de injerencias
arbitrarias o ilegales en su vida privada, su familia (...) ni de ataques
ilegales a su honra y a su reputación” (artículo 16
de la Convención). Naddeo, no en vano, recuerda que “las recomendaciones
de los equipos especializados en prevención y asistencia del abuso
sexual infantil plantean la necesidad de explicar claramente a los chicos
que los adultos no deben interrogarlos acerca de su sexualidad, de sus
órganos genitales o de su intimidad, entre otras consideraciones
tendientes al cuidado y protección de su cuerpo”. Y es que,
en el caso particular que motivó el texto de Naddeo, son por lo
menos dos las zonas riesgosas que se abren: no es sólo la integridad
(física y psíquica) de la niña que recibió
la propuesta de Brieva la que está endeble (sus padres, es de suponer,
se han reído con la “ocurrencia”) sino, también,
las posibilidades que abre socialmente el ver naturalizada como chiste
televisivo esa situación. Digamos, ¿por qué habría
de considerarse improbable que, en adelante, algún adulto inaugure
una situación de abuso proponiendo a un niño o una niña
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