Vie 09.04.2004
las12

TELEVISIóN

(no tan) pequeños estereotipos

Dady Brieva convence a una nena de mostrarle la bombacha (a cambio de mostrarle su calzoncillo) y no oculta el orgullo cuando los pichones de machitos exhiben virtudes de “guardabosques” de hermanas y penas por novias “robadas”. En sus canciones, Panam augura vidas de brillos y plumas a las niñas, mientras Caramelito se desvive por alcanzar el cetro de reina de la corrección política, enseñando a la pequeña teleaudiencia sobre derechos humanos, buenos modales y disciplina fiscal. ¿Qué niños y niñas imagina la televisión?

› Por Sonia Santoro


En el episodio inaugural de Agrandadytos, el conductor le pidió a una nena que le mostrara su bombachita, a cambio de que él hiciera lo mismo con su calzoncillo. Hasta donde se pudo saber, no se alzaron demasiadas críticas públicas al respecto. El escándalo llega pronto cuando un profesor sale con su alumna, pero no cuando Dady Brieva le hace una propuesta indecente a un nena de tres años, en esa intimidad forzada del set de televisión. Si un adulto –señalan los expertos– no debe interrogar a los chicos acerca de su intimidad, su sexualidad o sus genitales, la cuestión se agrava si ese adulto, por gracia del protagonismo que da trabajar en televisión, es una especie de ídolo. Pero lo más notable del caso, sin embargo, es que la televisión legitima, así, a niños eróticos, con la idea fija, que se vinculan a través de la sexualidad y no del juego. El último domingo, el tema del programa fue el matrimonio. Y con cada niño entrevistado, el conductor arrancó por la pregunta de rigor: “¿Tenés novio/a?”. El plato fuerte fueron dos primitos que se decían novios. Otro nene contestó que tenía novia, “pero está robada con otro” (se supone que la gracia está en que no puede armar las oraciones correctamente). Después de varias vueltas, Enzo (de 10 años) confesó el nombre de la nena que le gustaba al oído del conductor, y llegó la traición: “Hay una cantante de apellido Cantilo que se llama igual”, dijo Dady a cámara. El chico no registró el comentario, quizás porque no conoce a Fabiana Cantilo, pero ésa es la propuesta de Agrandadytos: exponer a los chicos para reírse de ellos, dejándolos totalmente afuera. “Se trata de captar el interés de todos los miembros de la familia para que sea rentable; y los chicos son un anzuelo. Me parece que toda vez que nos ‘reímos de’ y no nos ‘reímos con’, somos irresponsables o impiadosos con alguien; sobre todo no teniendo los chicos que participan la edad para decidir si quieren formar parte de un show humorístico”, opina Canela, que entre el ‘69 y el ‘72, hizo en Canal 7 La luna de Canela, un programa infantil –muy exitoso, pero poco rentable– con Enrique Pinti, Cecilia Rossetto y Roberto Carnaghi.
En otro sketch revelador llamado “Los machos”, cuatro o cinco chicos de unos 8 años debían definir la “machitud”. Y como pequeños émulos de Polémica en el bar se explayaron, instados por Dady, sobre “lo buena que está esta mina”. A su turno, el conductor retribuyó con sonrisas y comentarios compinches algunos atributos: galán, guardabosque, macho, zarpado. ¿Qué lugar les queda a las mujeres? Ser las “minas”, las hermanas a controlar, las que los atienden, las manipulables.
Está claro que el programa está más preocupado por buscar el impacto que por resguardar a esos menores. En esta exposición de chicos (que repiten la escena familiar haciendo monerías, pero frente a gente que no losquiere, y a la que tienen que gustar), a cual más atrevido, sobresalen los que puedan “hacer de grandes” y reproducir las fantasías, prejuicios y deseos sexuales de los adultos. Como dice Susana Itzcovich, periodista y presidenta de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (Alija), “se insiste en intimidades baratas y torpes”.

Un dechado de virtudes
El parecerse a los grandes es el mayor atributo que puede lucir un niño ante las cámaras. Con esa bandera, el año pasado, Guinzburg & Kids tuvo a una notera zarpada, que se lanzaba sobre famosos con preguntas no pensadas por ella, y a un barman que, como el mito de la profesión reproduce, seducía a cuanta chica apareciera por la barra (hasta a Julieta Prandi), entre otros personajes “agrandados”. Los programas quieren hacer pasar de grado compulsivamente a los chicos, como si realmente los creyeran adultos en miniatura. Silvia Schujter, escritora de libros juveniles, afirma que “la televisión pide que pierdan los atributos infantiles”. “Los chicos se agrandan, pero a expensas de una pérdida irreversible, la de la inocencia”, apunta Canela.
Algo parecido pasa con los programas infantiles conducidos por vedettes o modelos. Panam canta: “El que abraza y no convida tiene un sapo en la barriga”, con cara de bebota inocente, enfundada en unos pantalones blancos y una musculosa fucsia hiperajustados, un oferta sensual que difícilmente se corresponda a los intereses y necesidades de los supuestos espectadores. ¿Será que la participación de padres babosos inflará el rating? Julieta Prandi viene hablando hace rato de que su sueño, entre escribir poemas y quebrar la cintura, es conducir un programa infantil. Probablemente se asegurará un público más amplio que el don Arturo de Francella, ése que no podía evitar gritar un “¡Si es una nena...!”, con mirada lasciva.
La idea de mujer linda y manipulable, con destinos estereotipados, tampoco es patrimonio de Agrandadytos. “Cuando sea grande yo desfilaré, voy a ser modelo, fotos sacaré (...) Cuando sea grande quiero ser vedette, pintarme con brillos...” En el imaginario de Panam, al 50 por ciento de las nenas las esperan las plumas. “Son profesiones que no son adecuadas, no porque sean malas o buenas sino porque son las únicas. Además está atentando contra las niñas gordas, feas o que usan anteojos”, dice Itzcovich. Lo mismo pasa en el fragmento “Estoy orgullosa de mi hija”, de Mama mía, el programa que conduce Andrea Campbell en el que las madres muestran a sus hijas haciendo cosas tan creativas y variadas como imitar a las Bandana, imitar a Thalía, imitar a Panam. A fin de cuentas, son todas mujeres bañadas por el éxito que da pertenecer (capítulo aparte merece el rol de los padres en esta historia: a la convocatoria del casting de Agrandadytos respondieron unas 25 mil personas).
En el otro extremo, la televisión ofrece programas en los que los chicos ya no son tratados como grandes sino como tontos. Deby Wachtel, profesora de teatro de chicos, define a este tipo de conductora como “maestra jardinera en decadencia”, que “articula las palabras y habla lento, como si los pibes no pudieran entender”. Ahí está Cecilia “Caramelito” Carrizo con sus alitas de mariposa y su voz de pito, empalagando de tanto “mi amor”, “bombón”, “mi vida”. En realidad, Caramelito es políticamente correcta: sus canciones hablan de solidaridad, derechos, buenos modales (“por fi, por fi, por favor, muchas gracias digo yo...”); enseña las coreografías; da una clase de lenguaje de señas; y los hace jugar con un Memotec (en que hay que encontrar dos fichitas con la misma palabra) de la AFIP, así los chicos aprenden que la evasión y el contrabando son cosas malas. Pero, ¿a quién le interesa aprender esas cosas? Y en todo caso, ¿por qué lo harían por televisión? “El didactismo no funciona –dice Itzcovich–. Hacés algo entretenido o hacés algo educativo.” Parece haber aquí un afán moral: formar a los chicos. Transmitirles conocimientos y, por supuesto, valores. En ese tren, ¿cuál será la próxima apuesta de Agrandadytos?

Una presentación ante el Comfer


por Soledad Vallejos

Aun cuando pueda generar algunas dudas el hecho de que el programa que cuenta con una sección presentada desde un sillón bautizado “orgasmitrín” esté efectivamente “destinado al público en general y en particular a niños y adolescentes”, la presentación que la presidenta del Consejo de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, María Elena Naddeo, realizó ante el Comfer el 1º de abril es demoledora. Invocando la Convención sobre los Derechos del Niño (que cuenta con rango constitucional y con aplicaciones de orden local en diferentes distritos del país), “el cuidado, la protección y promoción de los derechos de los niños” a que están obligadas las instituciones, y la necesidad de velar por su protección en los programas que los incluyen, Naddeo llama la atención sobre la prolijidad con que el episodio de Brieva usando en Agrandadytos su simpatía para que una nena le muestre la bombacha en cámara quiebra un principio fundamental: “Ningún niño será objeto de injerencias arbitrarias o ilegales en su vida privada, su familia (...) ni de ataques ilegales a su honra y a su reputación” (artículo 16 de la Convención). Naddeo, no en vano, recuerda que “las recomendaciones de los equipos especializados en prevención y asistencia del abuso sexual infantil plantean la necesidad de explicar claramente a los chicos que los adultos no deben interrogarlos acerca de su sexualidad, de sus órganos genitales o de su intimidad, entre otras consideraciones tendientes al cuidado y protección de su cuerpo”. Y es que, en el caso particular que motivó el texto de Naddeo, son por lo menos dos las zonas riesgosas que se abren: no es sólo la integridad (física y psíquica) de la niña que recibió la propuesta de Brieva la que está endeble (sus padres, es de suponer, se han reído con la “ocurrencia”) sino, también, las posibilidades que abre socialmente el ver naturalizada como chiste televisivo esa situación. Digamos, ¿por qué habría de considerarse improbable que, en adelante, algún adulto inaugure una situación de abuso proponiendo a un niño o una niña “jugar a Agrandadytos”?
“Por otra parte –continúa el texto de Naddeo–, en las diversas emisiones de este programa, reiteradamente se lleva a los niños y a las niñas a la reproducción de conductas sexualizadas propias de los adultos, así como a roles de género estereotipados que no responden a una concepción más igualitaria de hombres y mujeres en la sociedad actual.”
Naddeo, entonces, eleva dos pedidos al Comfer: que se advierta a la producción del programa (y a su conductor) sobre los peligros de festejar como gracia inocentona lo que no deja de ser una afirmación del poder (“en particular por la importancia y el impacto que tienen ante la vasta audiencia pública y porque estas expresiones neutralizan los más serios intentos para la prevención del maltrato y el abuso sexual infantil”), y que desde el mismo Agrandadytos “se realice una aclaración (...) para resguardar los derechos de los niños”.
Es de esperar que el Comfer, que tan rápido sabe reaccionar cuando se trata de censurar groserías y “malas palabras” capaces de escandalizar la moral de la gente decente, siga gozando de buenos reflejos.

 

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