TEATRO
La esposa de (Macbeth)
Figura fascinante, compleja y atemporal, la esposa de Macbeth, el guerrero que sería rey por poco tiempo, ha sido considerada a menudo la auténtica protagonista
de la pieza de Shakespeare. La nueva obra de Griselda Gambaro, que protagoniza Cristina Banegas, se titula precisamente La señora Macbeth y se centra en los probables motivos de este personaje tremendo.
Por Moira Soto
Es habitual que en la cartelera teatral porteña figure al menos una pieza de Griselda Gambaro (en estos días se ofrecen Mi querida y Una ama como puede), la gran dramaturga y narradora cuya novela Promesas y desvaríos acaba de salir a la venta, editada por Norma (es la segunda de una trilogía cuyos primero y último títulos, Dios no nos quiere contentos y Después del día de fiesta, ya fueron publicados). Respecto de la cantidad, calidad y permanencia de sus obras, desde que estrenó en los ‘60 Las paredes, dice Griselda que todo se debe a “causas misteriosas: hay autores que escriben dos obras y ya está. También hay que ver que tengo una vida extensa”, sonríe levemente la escritora a punto de estrenar La señora Macbeth. “Me gusta mi trabajo, la cabeza me ha funcionado. Claro que de pronto no tengo nada, ése es el peso y la gracia de la literatura. Si termino una novela, no puedo empezar otra enseguida. Hay épocas de vaciamiento, en blanco. Creo que hay que soportar esas etapas con paciencia, porque escribir es un trabajo de paciencia, de paciencia apasionada pero paciencia al fin. Para mí, escribir es una disciplina gozosa, que se impone naturalmente.”
La señora Macbeth, la nueva obra de Gambaro, “a partir de Shakespeare, tratando de que el relato fluya por otros canales”, se estrena el próximo 23, en el Centro Cultural de la Cooperación. Es protagonizada por Cristina Banegas (la señora Macbeth), Fernanda Pérez Bodria, Coria Romero y Silvia Hilario (las tres brujas) y Damián Moroni (el espectro de Banquo). La puesta en escena es de Pompeyo Audivert y el vestuario, de Magdalena Banach. Las funciones tendrán lugar los viernes y sábados a las 22, en Corrientes 1543, 5077-8077 a $ 10.
–Tu pieza es en cierto modo el fuera de campo del Macbeth, lo que no dijo Shakespeare de la lady...
–A mí lo que me interesaba era: ¿qué le pasaba?, ¿cómo podría haber sido esta mujer fuera de la obra de Shakespeare? Fuera y a partir de esa obra, claro. Creo que acá el gran dilema, el conflicto del personaje es dejar de oír su propia voz. El motor no es tanto la ambición de poder sino el amor que ella siente por Macbeth, tanto que no puede tener pensamientos propios, palabras propias en la boca. Si se le aparecen, los rechaza. Es el juego constante de pienso esto pero no lo pienso, porque no es lo que piensa Macbeth...
–De este tratamiento que le das al personaje se desprende un cuestionamiento a ciertas conductas tradicionalmente femeninas: convertirse en un apéndice, en un vocero, en la expresión de los deseos del marido.
–Claro, pero jugar ese papel no la exime de culpa, al contrario. Porque de pronto ella se ilumina, ve el crimen, lo reconoce, se horroriza, peroenseguida da marcha atrás. Entonces, eso es peor que ser la ignorante pura, que tiene el justificativo de su ceguera.
–¿Se supone, sin embargo, que ella es una mujer que ha sido educada, que está atravesada por una cultura que la predispone a vivir, a actuar en función de su marido?
–Supongo, yo no la pensé en el contexto histórico. Se trata de una mujer casi atemporal. Creo que como carácter individual todavía puede existir en algún lugar ese tipo de mujer. Es curioso que no sepamos cómo se llama lady Macbeth. Ella dice ¿me das un nombre?, ¿puedo tener un nombre? Pero renuncia enseguida. Le basta con el de Macbeth, la esposa del rey.
—También esta señora se plantea en algún momento el tema del poder, que sabe que no es para ella, y se preguntaría cómo lo usaría si lo tuviese.
–Sí, creo que eso le da una dimensión cercana, actualiza ciertos sentidos de la pieza. No porque yo haya querido aggiornar la obra de Shakespeare, que está perfecta como está y perdurará en todos los tiempos. Pero estos sentidos particulares se vuelven particularmente actuales.
–En Shakespeare, casi hasta los tramos finales, lady Macbeth parece más dura y decidida que su marido. Ella lo apuntala, alienta, instiga cuando él flaquea. En tu obra, desde el vamos, está más humanizada, hace gala de compasión cuando les hace el relato a las brujas del pajarito herido que atendió...
–Pero también lo cuenta porque quiere demostrar que es buena. Quiere elogios, lisonjas. También es una característica del poder desear, buscar la aprobación del otro, del súbdito.
–Es muy terrible la situación de la señora sofocando su propia voz, mencionando a su yo misma como a una extranjera, lo que revela su extrema enajenación.
–Sí, hacía falta una actriz como Cristina Banegas, que creo que va a estar excepcional. Ella le pone un fuego, una temperatura muy alta a este personaje.
–Vos remarcás el tema del amor absoluto de la señora hacia Macbeth, un sentimiento que no se expresa en la pieza de Shakespeare.
–No, no de esta manera. Shakespeare pone el acento en la ambición compartida.
–Pero vos pensaste que detrás de esas apariencias podía haber un corazón en llamas.
–(Risas.) Sí, en realidad un amor mal entendido, mal sentido, ¿no? El amor absoluto no está mal como concepto, pero haciendo agua por algún lado, sin perder el espíritu crítico. Sin perder el propio yo: se puede prestar el yo al ser amado, pero nunca enajenarlo totalmente.
–Considerando el enfoque, la puesta en evidencia de esa conducta de dependencia total del varón, hasta el punto de convertir los intereses de él en propios, La señora Macbeth, sin mensajes explícitos a la vista, desde luego, me parece una de tus obras más feministas, escrita desde un claro pensamiento teñido de ese ideario, por no pronunciar la palabra ideología, tan mal vista desde hace unos años...
–A mí no me asusta la palabra ideología ni ser considerada feminista, al contrario. Por supuesto que creo que lo que cualquiera escribe está teñido de una ideología. No reniego en absoluto de esa palabra, de lo que representa. A mí siempre me interesó mucho el motor, el pensamiento que mueve una pieza. Hay corrientes de teatro que han buscado por otro lado: a través del actor, de la puesta en escena... Todos caminos válidos. Pero a mí me interesa lo que propone la estructura verbal, lo que se propone a través de ese medio tan específico que es la dramaturgia para decir determinadas cosas. Porque si no, ¿para qué sirve el teatro? No puede ser sólo deleite estético, visualización agradable. Lo digo sin desestimar otras experiencias, estoy hablando de lo que personalmente a mí me interesa: un arte que sirva, que sea contenedor, que ayude a pensar, aconsolarnos, a cubrir algunas de las necesidades fundamentales que tiene cada uno. Sé que con esto estoy un poco a contramano de lo que se piensa actualmente del teatro. Pero creo que se puede hacer una formidable versión escénica de una obra sin renunciar ni a esos contenidos ni al lujo de la palabra. El placer de escuchar un buen texto, de que el oído disfrute como sucede con Shakespeare... Es una pena que se esté perdiendo un poco ese placer. Yo creo que la palabra tiene que estar consustanciada con el hecho teatral.
–Al mismo tiempo se está perdiendo en muchos casos el buen decir de los actores: la emisión, la proyección, la modulación de la voz, recursos que trasmiten el sentido del texto y permiten escuchar esa música sin perder una sílaba...
–Claro, ¿por qué vamos a renunciar a esos disfrutes tan ligados al texto, la palabra? Esto no lo voy a entender nunca. Como espectadora, sufro cuando la palabra está mal dicha. Aunque la puesta sea buena, sufro si se cae por el lado del lenguaje hablado, que creo que se debe incorporar naturalmente al lenguaje escénico. No es la palabra un opuesto, un obstáculo, un enemigo. Al contrario, a pesar de todas las corrientes –se acabó el teatro de texto, se acabó, se acabó lo otro...–, siempre resurge la palabra. Creo que esta depreciación de la palabra tiene que ver con todo un problema de la cultura, con nuestro lenguaje diario, que en la mayoría de la gente se reduce a cien palabras, haciendo una apreciación generosa. Es muy grave que pase esto porque nos impide pensar, hacer comparaciones, efectuar relaciones (y relacionar una cosa con otra es la base de la cultura). También está el propio sonido de las palabras que habría que preservar por una cuestión de belleza, si no interesan otras cuestiones. Creo que también hemos perdido bastante ese sentido de la musicalidad. Es lamentable, como toda pérdida de algo que contribuye a hacernos sentir mejor, a ser mejores.
Escribir como mujer
–Volvamos a una de las claves temáticas de La señora Macbeth: la de la mujer sujeta al varón de ideología patriarcal, guerrera. Una concepción masculina del poder que han incorporado algunas mujeres gobernantas a través de la historia. Mujeres que copiaron un modelo en vigencia para poder mantenerse en el trono, sin poder reinventar formas de ejercicio del poder.
–Aun ahora, las mujeres con algún poder crean un espacio político muy semejante al de los hombres. Una podría decir: bueno, las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas crearon un espacio distinto. Pero las mujeres que se meten en un partido político actúan de manera muy parecida a los hombres, yo no he visto diferencias palpables. Se mueven dentro de los cánones de sus partidos, fijados a modelos patriarcales. Una mujer que me parece se mantuvo como mujer política sin dejarse avasallar a través del tiempo fue la radical Florentina Gómez Miranda, batallando dentro de unos de los partidos más tradicionales. Pero por otro lado, tenemos a las mujeres que en Santiago del Estero rodeaban a la gobernadora, que producían vergüenza ajena. Creo que sería bueno que las mujeres políticas tomaran conciencia del espacio que pueden ocupar, sin seguir imitando formas viejas cuando no corruptas dentro de la estructura de poder.
–Bueno, estamos en un país donde la mención de las cuestiones de género espanta al establishment, la palabra feminismo es desvirtuada de continuo, una gran mayoría se rasga las vestiduras cuando se habla del derecho al aborto...
–Sí, y donde hay escritoras que declaran que no escriben como mujeres. Pero ¿qué les pasa? Aunque no quieran van a escribir como mujeres, porque tienen experiencia de mujer, mirada de mujer... Eso no significa que haya una literatura femenina o feminista, nada de eso. Estoy de acuerdo con quela literatura es literatura a secas, pero quien escribe es un hombre o una mujer, y esto caracteriza determinadas estructuras. Por ponerte un ejemplo, la observación del detalle es muy diferente en las mujeres escritoras.
–Es que hay como un terror de muchas a quedar mal con los muchachos, que nos dejen de mirar o de querer...
–Sí, parecería que hay que estar aclarando siempre: yo digo esto de las mujeres, pero no soy antagonista de los hombres. Ya es hora de que sepa que una está diciendo las cosas desde su lugar y que no hay que pedir disculpas por eso, no hay que dar ninguna excusa. Es desde el lugar propio y basta. Creo que los hombres están en cierto retardo, hay en ellos cierta incomprensión de los procesos de las mujeres.
No hay piedad
–¿Qué te llevó a poner el foco en otros posibles aspectos de la lady shakespeariana?
–En realidad no estaba en mis planes este trabajo, surgió de un pedido de escribir sobre Macbeth. Y de pronto me entusiasmó la idea. Como siempre, la dificultad es de qué lado se toma una obra de este calibre. Nunca una adaptación, no. Una obra así no se puede tocar. Lo mismo me pasó cuando hice Antígona furiosa: tomé un camino completamente distinto usando ciertos elementos que me proporcionaba la obra madre, diría. La señora Macbeth la escribí con relativa rapidez. Porque una vez que encuentro el código –la gente moderna dice el disparador–, una escena trae a la otra y todo se resuelve más o menos fácilmente. Me gusta la concisión de la pieza, el haber podido resolver esa otra mirada sobre Macbeth a través de cinco personajes: la señora, las tres brujas y el fantasma de Banquo. Y que no aparezca el propio señor Macbeth. La estructura se apoya mucho en los monólogos de lady Macbeth. Creo que es una obra compacta que escribí sin el libro abierto delante. Recurrí a la obra de Shakespeare –que recordaba de memoria– en ciertos pasajes muy precisos, para incorporarlos. Porque de otro modo, semejante pieza te ata, te bloquea, tan enorme es. Mejor entonces trabajar con el recuerdo de lo que viste, leíste sobre Macbeth, tratando de que el relato fluya por otros canales.
–La señora Macbeth, más allá de tu mirada de mujer que reivindicás, es una obra muy en clave femenina.
–Tampoco tendría sentido hacerla en otra clave, me parece. De pronto fueron surgiendo esas facetas de lady Macbeth de no reconocerse a sí misma, de ver y no ver, o más bien, de ver y negar, de ayudar a construir la realidad del crimen y al mismo tiempo rechazarla, mandarla hacia otro lado, justificarla. Precisamente estas justificaciones que hace ella creo que llevan la obra al hoy; “Vendrán épocas de crímenes felices...”, dice ella.
–Qué buena, qué inspirada esa línea...
–Es mía, no de Shakespeare ¿eh? (risas). Si uno no imagina las muertes que decide no pierde el sueño... Como Macbeth y tantos otros.
–Y siempre habrá excusas: no estaba enterado, lo hicieron otros.
–La señora Macbeth es una obra política también, creo, aparte de centrar la mirada en el amor, la veneración, la culpa. No sé si ella se arrepiente, pero sufre, no puede soportar la muerte de los niños.
–Aunque no exista acto de contrición, hay una culpa que la persigue, que no puede eludir. Las manos que siente manchadas, el olor de la sangre.
–Sí, lo hace tan bien Cristina esto de las manos, un gesto que han hecho tantas actrices, hay tantas versiones fílmicas, teatrales.
–Por algo se vuelve tanto sobre esta obra inmensa... ¿Te da un poco de piedad tu señora Macbeth?
–Ella no, tal vez a través de la actuación de Cristina Banegas que asume esa carga trágica. Como autora no he sentido piedad hacia ese personaje. Bueno, también es verdad que una trata de decir ciertas cosas y de pronto surgen otras de las que una no está consciente. Además, está lo que aporta el público: pasa ahora con el personaje de “Mi querida”: algunos dicen “ay, me dio tanta pena este personaje”, y otros, “yo lo hubiera matado”.
–Hay, sin embargo, una pelea interna en tu personaje, un tironeo de la señora simbiótica con su verdadero yo. Esta autoestima tan baja de “no tengo pensamientos, sólo caprichos” abre una zona de comprensión hacia sus razones.
–A mí, personalmente, todo eso de “yo no pienso, él piensa por los dos”, me irrita. Una mujer que en cualquier ámbito dijera algo parecido me molestaría.
–No es por exculparla, pero ella es producto de una mentalidad patriacal según la cual es el tipo el que piensa, decide, tiene la autoridad...
–El que va a las guerras tiene trabajos de hombres, ambiciones de hombre, dice ella. Creo que esta señora es un personaje complejo, que está confusa.
–La idea de que ella es un travesti cuando se refiere al poder aparece un par de veces.
–Sí, primero lo dice una de las brujas. Después reaparece cuando la señora se pregunta sobre la naturaleza del poder y sobre cómo actuaría ella si detentara el poder. Si se comportara como ese hombre que quizás esté debajo de sus vestiduras. Una cuestión que viene al caso si nos remitimos a estas mujeres que detentan el poder exactamente como los hombres.
–Un planteamiento bien inquietante.
–Para las mujeres, ¿no? Una de las brujas le dice a la protagonista que vendrán reinas pobres, reinas mendigas en esa fracción del tiempo que es un continuo. De todos modos, yo la he corrido a la señora de ese lugar de ambiciosa fatal, aunque hay que señalar que en Macbeth ella nunca cuestiona que el poder lo tenga él. Yo creo que habría que volver a abrevar más en Shakespeare, no para imitarlo sino para recibir esa grandeza, ese apuntar hacia un lado trascendente, diría, de la condición humana. Porque me parece que lo que nos pasa a nosotros es que estamos un poco achatados en las miras. Shakespeare ha dado riqueza a toda la humanidad, se ha expandido en el mundo occidental, nos seguimos reconociendo en su obra. Esa genialidad que tienen unos pocos, esa amplitud para crear, ese manejo de la lengua, ese sentido de la teatralidad..
–¿Has estado asistiendo a los ensayos?
–Poco, lo suficiente para darme cuenta de que es una puesta de mucha intensidad, con una actriz verdaderamente excepcional, con un juego que no es nada realista. Ella es como alguien que inventa una manera de actuar, como si la gestualidad y el decir fueran una invención, no el remedo de una actuación. Al mismo tiempo, creo que es profundamente conmovedor lo que ella encarna. Cristina es una persona muy generosa, capaz de trabajar en cortos de directores que recién empiezan, siempre dispuesta.