VIDA COTIDIANA
Brrr...
Algunos las consideran una timidez especializada, otros una forma de miedo que arruina la vida entera. Lo cierto es que las fobias no desaparecen sino que se adaptan al mundo posmoderno. Absurdas, vulgares o trágicas sólo ceden ante el psicoanálisis o la resignación.
Por María Moreno
Lo extraño es que la persona que más ha investigado sobre la fobia a principios del siglo XX haya sido un fóbico: Sigmund Freud. El, que abusó hasta el hartazgo en sus escritos teóricos de la metáfora del camino, les tenía miedo a los medios de transporte. Lo que no le impidió deducir toda la constelación edípica en Análisis de la fobia de un niño de cinco años, un caso de fobia a los caballos. Fobos era, en principio un dios que hacía temblar las piernas y castañetear los dientes, es decir el miedo mórbido, el timor del latín. Paul Laurent Assoun, psicoanalista, lo llama en su libro Lecciones psicoanalíticas sobre las fobias, “una timidez especializada”, un temor que elige localizarse en el espacio, en lo corporal y en lo social. La primera fobia, al agua o hidrofobia, se expropió del espacio de la medicina; la segunda, fotofobia, del campo del adelanto técnico en tiempos donde el mundo comenzaba a brillar bajo la luz eléctrica. Un fobólogo de la época de Freud encontró que había 132 fobias entre las que incluía la fobia a las puntas filosas, a la sangre, a pasar por un puente, y a las ratas. A Freud ese catálogo puntilloso no le respondía su pregunta acuciante: ¿Qué es la fobia? La licenciada Graciela Avram explica que Lacan compara la fobia con una placa giratoria que no logra ser una estructura clínica y que, cuando se desliza, lo hace dentro de los espacios de la neurosis obsesiva o la histeria. Por más espamento que exprese, sea bajo la forma de temor a un pollito o a viajar en subterráneo, siempre es huésped de otra cosa, un objeto o situación excusa: “Freud tiene una idea fuerza y es que cualquier cosa que alguien teme en el exterior, en realidad constituye un peligro interno. Cuando uno tiene miedo a los propios fantasmas o a sí mismo puede crear un hábito lo suficientemente metonímico de su cuerpo o de su propia subjetividad ampliándolo hasta ciertos límites. Entonces, inconscientemente, fija esos límites y configura que fuera de esos límites le puede ocurrir todo lo que cualquiera podría llegar a imaginar. Lo que reaparece como amenaza que se desplaza al campo exterior es el retorno de lo reprimido. O sea, en cierto sentido, el que acosa es el propio fantasma. Marthe Robert en su libro Novela del origen y origen de la novela analiza todos los cuentos clásicos infantiles a su vez analizados por Ropps y muestra que hay dos temáticas: los peligros que acontecen por salir de la casa o y los que acontecen por quedarse adentro. Ya sea en La bella Durmiente, Hansel y Gretel o Pulgarcito. Ella usa eso como metáfora de algo que está en la vida intrasubjetiva de alguien y que sirve para analizar la fobia” .
“Tonterias” que dan miedo
Un psicoanálisis poco imaginativo intenta bucear hasta encontrar aquella escena en la que el objeto de la fobia aterró por primera vez. Sandra Cartasso, una fotógrafa de aspecto fresco y desenvuelto, dice que su temor a las bañeras no cedió ni a las hipótesis familiares ni a las psicoanalíticas.
–Al principio, cuando era chica, no me daba cuenta de que esto era un problema porque en mi casa no había bañera. Le tenía miedo al lavarropas que era una cosa grande, blanca, que contenía agua. Cuando yo tenía trece años nos mudamos a una casa antigua con techos altos y con bañera de patitas. Me acuerdo de una tía que tenía un baño de mármol negro. En esacasa yo sufrí muchísimo. Tenía miedo a que la bañera me tragara... Cuando estaba afuera del baño y comentaba esto, era lógico que nunca me iba a pasar pero en el momento en que me metía en la bañera todo lo lógico desaparecía. Lo único que se me ocurre es que de chica veía muchas películas de terror. En el género, la bañera no mata a nadie pero las muertes se suceden ahí.
Para Graciela Avram no se trata de buscar la primera bañera o la primera araña sino, cuando aparece un objeto muy focalizado, de analizar su desplazamiento desde esa otra zona secreta: “Cuando empezás a hacer hablar a alguien acerca de un temor específico hay una cantidad de derivaciones significantes que son interesantísimas. Yo trataba a un pibito que le tenía una fobia disparatada a las arañas y, al mismo tiempo, una fascinación por los gatos. Y hubo toda una derivación de la ‘araña’ al ‘gato que araña’. Había sido adoptado y existía en él cierta resonancia de la expresión ‘hay chicos que son regalados como gatitos’. De ahí se hizo todo un recorrido donde lo que menos importaba era la supuesta escena original adonde había habido una araña maligna”.
La escritora Tununa Mercado, como el personaje de la película ¿Qué pasa Bob? se considera multifóbica. “Tengo una fobia rara. Por ejemplo, no soporto el ruido de las bolsas de plástico manipuladas en los asientos traseros de ómnibus, colectivos, aviones. No es terror, es locura homicida, algo más que una manía. Espero con desesperación el momento en que el viandante va a terminar de sacar sus viandas. Si la operación dura, tengo que levantarme o cambiar de lugar. Esta fobia, desde luego, condiciona el manejo franco de mis propios sandwiches. Por la noche, si no llevo junto a mi cama una buena cantidad de agua, en una botella de 750 ml, o en su equivalente, tres vasos llenos, pienso que voy a morirme de sed, como si para mí la noche fuera entrar en un desierto. Esta fobia se completa con un ritual: alguien tiene que alcanzarme el agua cuando ya estoy en la cama. También tengo fobia a la inmensidad del mar. Nunca voy más allá de la costa, donde terminan suavemente las olas. La sola idea de tener que arrojarme desde un bote al mar en un naufragio, o simplemente de nadar en alta mar, me llena de espanto. Igual espanto me provoca la altura: me tuvieron que bajar de una pirámide entre varios y en el último piso del Empire State me pegué al muro y para despegarme tuvieron que deslizarme centímetro a centímetro hasta la salida.”
Según Graciela Avram lo extraño de la fobia no es lo disparatado del objeto en que se detiene sino el grado de proximidad que alguien puede tener con eso.
–Vos les tenés fobia a las explosiones. No me vas a decir que las explosiones no son peligrosas pero ¿qué contacto tenés con las explosiones? No estás en el medio de un bombardeo. Hay gente que le tiene fobia a la ventana. La ventana está cerrada, no se va a abrir sola y sin embargo, si tiene la compulsión de tirarse, piensa que la ventana podría abrirse y ella ser llevada, vaya a saber por qué impulso, a arrojarse al vacío. Claro que en un mundo que cada vez te garantiza menos es mejor ser prevenido que desprevenido. Borges, en los tiempos en que los edificios de departamentos tenían un cartelito donde decía algo así como “Habiendo escalera el propietario no se hace cargo de los accidentes que puede ocasionar el uso del ascensor”, elegía la escalera. Decía “es mejor ir por la escalera porque ya está inventada. En cambio el ascensor no está del todo inventado. Porque se puede descomponer y quedar en la mitad”. Pero a la escalera se le puede romper un escalón, uno puede rodar por ella. Hay fóbicos que temen al avión porque está suspendido en el aire. Se sienten más seguros viajando en trenes o en autos y eso que los accidentes de carretera son más numerosos que los de avión. Pero, insisto. No hay que buscar la lógica del objeto sino otra cosa que pasa por el lenguaje. Ana María Rodríguez es maestra y tiene fobia a que le toquen los pies, lo cual le causa muchos problemas cuando hace el amor. Mariana Enriquez, periodista, no pudo durante mucho tiempo salir de su casa, luego de ingerir alimentos o sustancias que consideraba insanas para su cuerpo hasta que sus amigos creyeron que se había convertido en evangelista. Lo malo de la fobia es que es el propio fóbico el que la considera una tontería o un umbral que hay que atravesar.
Trucos, negociaciones y hasta dandismo
Mejorada la policía, encerradas las fieras y perfeccionados los venenos insecticidas, los fóbicos, contra toda lógica, logran hacer proliferar el miedo a los espacios abiertos, a los lobos y a las mariposas.
Paul-Laurent Assoun encuentra que el grueso inventario de fobias cosechado en el siglo XIX y bautizado con nombres pomposos coincide con el momento en que Willam James podía comprobar que “especialmente en la vida civilizada, finalmente se volvió posible para muchos hombres no volver a sentir, desde la cuna hasta la tumba, las angustias de un miedo verdadero”.
Si bien la fobia a menudo limita notablemente la vida cotidiana, también es capaz de generar negociaciones con el objeto de temor y hasta recursos de gran imaginación. Sin ser bailarina Ana María Rodríguez logró elongar sus piernas de tal modo que puede ponerlas perpendiculares a su torso hasta formar con todo el cuerpo una perfecta “t” invertida. Según ella esa pose es la más segura cuando hace el amor: “Aunque mi novio es literalmente mano larga, de ese modo no me puede ni rozar los pies con cualquier parte de su cuerpo ni agarrármelos en un ataque de pasión”.
Sandra Cartasso se baña por mitades con un pie fuera de la bañera. Cuando conoce un baño y ya tiene “vigilada” la bañera puede sentarse a hacer pis sin entrar en pánico siempre que el objeto de horror no esté demasiado cerca del inodoro.
La fobia no tiene nada que ver con la cobardía: Ana María Rodríguez recuerda a un fóbico de su genealogía que luego de comportarse heroicamente en la batalla de Verdum, murió al saltar de una trinchera al vuelo de una mariposa. A Sandra Cartasso no le importa que la tierra tiemble siempre que ella no esté en las cercanías de una bañera:
–Tengo una anécdota graciosa de lo que me pasó en San Juan cuando fui como fotógrafa en una gira de Duhalde. Mi mamá me había advertido que cada tanto hay sismos pero tranquilizándome “no pasa nada, no te asustes. Es sólo movimiento”. Fuimos al hotel Presidente, que es antisísmico. Entré a la habitación sola y entré al baño ¡Zas, una bañera! Pero una bañera donde yo no me podía meter mitad y mitad porque tenía una media mampara justo adonde está la ducha. Y encima –se ve que las cañerías eran nuevas– cuando abrías la ducha el agua se absorbía muy rápido y hacía ruido de algo que tragaba. Pero yo no podía hacer otra cosa que bañarme. Entonces me metí dos segundos que fueron eternos para mí. La sensación era de agobio, de que todo se estaba moviendo. Me enjuagué. Y me metí en la cama. A las cinco de la mañana sentí que la cama se movía. Me desperté y me acordé de lo que me había dicho mi vieja. Lo primeró que pensé después fue “Ah, es sólo un sismo”. Y “menos mal que el sismo no me agarró en la bañera”.
No siendo cobardía, la fobia da vergüenza, sobre todo cuando es a situaciones u objetos que implican habitualmente un peligro real como a salir de noche o a las arañas, ¿cómo explica el fóbico ese subrayado especial de un miedo que lo puede llevar al pánico, a esa sensación que todos definen sin detalles de “muerte inminente”? Sobre todo, ¿cómo logra que le crean? Mariana Enriquez, a quien le gusta cultivar una ironía de heroína de novela negra, viste de negro amenazante y se burla de la autoridad desenmascarando la impostura que ésta representa mientrasfarfulla crueldades desde la comisura que le deja libre un pucho encendido, se sonrojaba cada vez que debía explicar a sus amigos que no podía salir a la calle. “O que no iba a ir a una fiesta porque me daba miedo ¡Yo que quiero ser una chica salvaje! Así que tenía que hacerme la enferma o mentir. Al primer brote choto lo tuve estando de vacaciones en Villa Gesell. Eramos seis amigas ‘sacadas’ en un departamento. Yo había ido haciéndome la guapa y diciendo ‘cualquier cosa me tomo un par de cervezas y salgo’. Pero eso no pasó. No bien llegué al departamento me di cuenta de que no podría salir a la calle, de que si lo hacía me iba a morir inmediatamente. Me quería volver a mi casa porque el problema era geográfico –mi casa era el refugio–, pero no tenía forma. Mis amigas no me creían: ‘¿Cómo que esta tarada no puede salir a la calle?’. Yo les pedía que me llevaran al hospital para hacerme una radiografía. Ni bola. Finalmente me puse a hacer hogueritas con los fósforos. Porque si era incendiaria a lo mejor decían ‘Ah, está loca’. Finalmente me creyeron. Intenté volverme en colectivo pero no me pude subir y tuve que devolver el pasaje. Tuvieron que sacarme de ahí en una rural pero con las valijas pegaditas al cuerpo, toda “acobachada”. Juan Forn no lo debe saber, a lo mejor se entera con esta nota. Pero cuando yo iba a Planeta para editar con él Bajar es lo peor, una novela zarpada en donde nadie vive con los padres, cogen todos con todos, se drogan y están totalmente en cualquiera, mi mamá me estaba esperando abajo en un remise. Me tenía que hacer de chofer de La Plata hasta Buenos Aires porque no me podía tomar el colectivo. Mi mamá abajo y con Forn a lo mejor estábamos discutiendo si en la novela poníamos “frula” o “merca”.
El agorafóbico puede salir a la calle si está acompañado por una persona de confianza con la que se comporta como un niño al que se lleva de la mano. Si el que le tiene miedo a un objeto puede tenerlo bajo control, el que teme a un espacio determinado no puede ejercer ningún control debido a la proliferación de amenazas. El acompañante le permitirá, al menos, localizar su propio cuerpo como protegido por una mano o brazos familiares. Mariana Enriquez se fue acostumbrando a viajar en colectivo haciéndose acompañar cada vez por una persona con quien el grado de familiaridad iba decreciendo: primero la madre, por último un simple conocido. A veces el recurso salió mal: Una vez, cuando tomó un colectivo para ir a Corrientes junto a su madre, la hizo bajar en Zárate, en una parada de camioneros. Si Sandra Cartasso debe aceptar una habitación con bañadera obliga a su acompañante a que se siente en el inodoro y lea una revista mientras ella se baña: “Cosa que si la bañera me quiere tragar haya alguien”. Para Ana María Rodríguez no hay acompañante que valga. ¡Podría rozarle los pies! Una vez tuvo una infección en una uña y logró –en la clínica de un pariente– que la curaran aplicándole anestesia general.
Tununa Mercado, que se regocija en relatar sus fobias múltiples, dice que, a la larga, el acompañamiento logra que ella jamás pueda decidir sobre sus compras y que su fobia ya figura en su apellido: “Me descubrí encadenada a una fobia cuando fui a una gran tienda, las Galerías Lafayette, en París, allá por el ‘68. A medida que avanzaba por los corredores en medio de esa oferta múltiple desplegada ante mis ojos, mi respuesta era cada vez más una demanda cero. En esas circunstancias casi siempre hay un acompañante que sugiere o propone. En este caso tuvo que imponerse: me metió en un probador cuando ya estaba por desmayarme. Como una autómata, me dejé desvestir y vestir. La fobia a mercar surge con relación a la compra de ropa y provoca cuerpo enajenado, mirada turbia, autismo. Para colmo se le suma una ‘claustrofobia’: el encierro en el probador y una tercera, la espéculofobia frente a los espejos múltiples, que repiten ese cuerpo ya enajenado. ‘Síndrome de una neurosis de destino’, mi propio nombre, Mercado, así fue el diagnóstico”. Para Paul Laurent Assoun la cura de una fobia puede reducirse a mantener el objeto o la situación lo suficientemente cerca como para tenerlo bajo control. Dice que el zoofóbico puede convertirse en domador, el agorafóbico en trotamundos como el pequeño Hans estudiado por Freud en Análisis de la fobia de un niño de cinco años se convirtió en el primer escenógrafo de óperas vienés (se dedicó a imaginar muchas escenas con caballos). ¿La fobia de Sandra Cartasso la llevará a realizar una exposición de fotografías de bañeras inquietantes? ¿Terminará Tununa Mercado por componer una pieza musical de vanguardia en base a sonidos de bolsitas de celofán y nylon al igual que Carmen Baliero realizó una con el sonido de máquinas de escribir? Por ahora su fobia al público le dio la ventaja de colaborar en su producción literaria: “La fobia a hablar en público se inició en Francia: nunca había podido exponer en público, ni siquiera frente a una mesa de examen. Tuve que dar clase y la contrafobia fue demencial: escribía a máquina cerca de sesenta páginas para cada clase, que leía a un minuto la página, disimulando la discapacidad mediante argucias. A 120 páginas por semana, llegué a escribir unas 2400 durante los cuatro meses del curso. Un verdadero tratado sobre Pedro Páramo de Rulfo, paradójicamente un autor de obra única”.
Ventajitas
La fobia, aun en su aspecto sufriente, puede convertirse en una trágica forma de dandismo. Ana María Rodríguez suele encontrar muchos hombres dispuestos a ponerse a sus pies, desafiarse a provocar el fin del temor y tocarlos como trofeo. “Son los que más me enganchan aunque siempre me den miedo”, dice. Para Mariana Enriquez su miedo a salir a la calle tenía cierto romanticismo: “Eso de estar siempre en camisón, enferma. Cuando leí a Emily Dickinson le puse un poco de gótico sureño a la cosa: La dama siempre adentro de su casa escuchando música, leyendo y escribiendo. Era lindo no tener que trabajar, que te cuidaran. Y si no un pequeño llanto, un revoleo de objetos, una agarrada al mantel si alguien te decía ‘probá, ponete las pilas’. Lindo pero es incompatible con vivir ¿no?”
Hay fóbicos que preferirían no perder sus temores y se dicen “por lo menos le temo a una sola cosa”. Otros que viven su secreto como “lo peor” aunque, desde el psicoanálisis “lo peor” seguramente está detrás del miedo a la oscuridad o a las gallinas. Para Graciela Avram, “hay que hacer un rescate positivo de la fobia porque la fobia también orienta. Es negativa sólo cuando es indiscriminada o absurda. Lo que hay que saber es discriminar entre fobia y elección. Por ejemplo: hay una voz general en la que está codificado que está bien ir a fiestas y que es lo más divertido que te puede pasar en la vida. Pensar contra el discurso común trae problemas, eso ya se sabe. Entonces, ¿cómo se me va a ocurrir que las fiestas no son divertidas? Ahora si vos te quedaste con ganas de ir a la fiesta y sabés que no fuiste por algún recóndito motivo, se tienen razones para pensar que ahí hay algo más que un simple gusto u elección. Depende cómo el temeroso vive ese temor. Si lo vive como una cosa extraña a superar o si le parece que es el resultado de un juicio y de su preferencia. Porque si uno se deja llevar por el discurso ambiente, ¡tendría que hacer tantas cosas ante las cuales mejor sería huir! Entonces puede ocurrir la precipitación contrafóbica que consiste en querer hacer todo aquello para lo cual tenés inhibiciones. Es importante ver qué correspondencia hay entre lo que se teme y aquello que alguien ha elegido. Y si quiero hacer una defensa de la fobia como manera de orientarse frente a peligros reales es porque, como garante de organización de la vida, llama a que cada uno tenga su astucia y ponga a actuar sus recursos personales para defenderse en el sentido de no dejarse arrastrar por el discurso generalizado que no es seguro que te lleve a buen puerto. Ya sea ‘Vayamos todos a la playa o vayamos todos a poner guita en el banco’ como la vez en que muchos pensaron ‘ahora sí se arregló’ y en seguida hubo pajaritos que ya fueron a poner plata esa semana. A mí me llamaba laatención esto de ‘recurso de amparo’, porque si vos ves una escena donde el otro o lo que tendría que ser un regulador simbólico de la vida de la gente, se diluye, es lógico que surja desamparo y el refugio a núcleos más primitivos: la familia o uno mismo. El recurso de amparo va mucho más allá de querer reclamar el dinero sino de la necesidad de tener la certeza de que hay algo que te protege en alguna parte”.
Un amigo de Sandra Cartasso tiene fobia a los inodoros puesto que en cada uno imagina una víbora que podría picarlo no bien él apoye sus nalgas sobre la tabla. Para evitarlo da unos golpecitos en el borde de la taza lo cual aplacaría a la víbora y permitiría el uso del artefacto. Cuando este hombre conversa con Sandra sobre sus respectivos objetos de fobia, alrededor, la gente suele reírse. A él no le importa: Un día le dijo a su hermana en el horror a los baños públicos una frase iluminadora acerca del mecanismo de la fobia: “Vos dejá que se rían, Sandra. Igual a vos nunca te va a tragar una bañera y a mí nunca me va a picar una víbora en el inodoro”.