TEATRO
animal de teatro
Karina K se ha destapado para much@s con su desopilante actuación en la comedia musical Te quiero, sos perfecto, cambiá, junto a un afinado elenco bajo la conducción de Ricky Pashkus. Pero lo cierto es que esta polifacética y entrenadísima artista tiene antecedentes suficientes como merecer lo que le toca, y algo más también.
Por Moira Soto
Aunque mucho se ha hablado de “revelación” respecto de su fenomenal actuación en Te quiero, sos perfecto, cambiá –el musical de Joe Di Pietro y Jimmy Roberts, recientemente repuesto en el Picadilly–, Karina K no eclosionó mágicamente el día del estreno de esta obra dirigida por Ricky Pashkus y coprotagonizada con pareja calidad por Natalia Lobo, Marcelo Trepat y Rodolfo Valss. Lejos de ser una improvisada –aunque sea muy capaz de improvisar sobre la escena– Karina K ha hecho un intenso y apasionado camino de aprendizaje. Y esa formación expandió y potenció un talento natural para el teatro en sus más diversas expresiones. Porque Karina, además de tener indiscutibles dotes de capocómica, puede estrujarle el corazón al público cuando en Te quiero..., entre un gracioso paso de comedia y otro, se transfigura en una patética mujer solitaria que graba un mensaje frente a una cámara invisible.
Karina K es una chica agradecida a todos los que le enseñaron algo, la alentaron, le tendieron una mano, ya se trate de Susana Giménez o de Batato Barea, de Cecilia Rossetto o de Norman Briski, de sus profesoras de danza o de Tino Tinto. Aunque si se sigue un orden más o menos cronológico corresponde mencionar a su madre María Luján, que cuando K empezó a romper sillones bailoteando, advirtió: “Esta nena tiene que ir a danza”. Y la nena fue a la Escuela Nacional de Danza e hizo el curso completo, escuchando reiteradamente de las profesoras el aviso: “Vos tenés que dedicarte al teatro”. Un comentario que también le decían en la época en que practicó gimnasia rítmica: “Me señalaban que aunque quizá no tenía tanta destreza de riesgo en los lanzamientos con la pelota, con la cinta, ganaba puntaje por la expresividad”.
Por esas fechas, el papá ya había llevado a la niña Karina a ver Amor sin barreras, Mi bella dama, Cabaret, películas que veneraba. Y después de almorzar, el doctor Fidel Moccio, psicoterapeuta, solía poner el disco de Carlos Perciavale y Antonio Gasalla, Yo no ¿y usted?: “Esa mirada crítica sobre ciertas conductas le interesaba mucho a mi papá, una persona en general muy consciente de la realidad social, política, de la evolución de las artes. Una actitud vital que heredé un poco de él y que aplico a mis propios espectáculos, filtrada por un humor a veces disparatado”.
La gimnasia y la danza apenas oficiaron de trampolín, porque Karina K quería más, y también necesitaba laburar. Así es que entra en el cuerpo de baile de Sugar, comedia musical protagonizada por Su Giménez y Ricardo Darín, simultáneamente actúa en el programa de la incombustible diva: “Ella me daba la oportunidad, aparte de bailar, de actuar por ejemplo frente a Niní Marshall y cantarle una canción de su película Yo quiero ser bataclana. En ese entonces, Darín me aconsejaba: no te encasilles como bailarina, apuntá al humor y al teatro”.
Avida de experimentar, después de las funciones de Sugar, un suceso que duró tres temporadas, K enfilaba hacia el Parakultural, “a nutrirme de gente como las Gambas al Ajillo, Alejandro Urdapilleta, Batato Barea, cuya amistad atesoro, lo mismo que su humor poético. En esa movida conozco a Tino Tinto quien después dirigiría uno de mis espectáculos”. Paralelamente, la joven hiperactiva encuentra tiempo para ir a la Escuela de Formación Escénica de Rubén Szuchmacher, donde asiste a clases dictadas por Horacio Roca.
Pero no sólo el teatro te da sorpresas que subvierten proyectos y previsiones: Karina K, en la vida real, se enamoró al terminar el tercer año de Sugar, largó todo y se fue a España. En Barcelona, de arranque se puso a trabajar en un teatro de revistas con el fin de ganarse las mínimas pesetas para sobrevivir. Y con esa energía que nunca parece decaer, aunque algunas veces apenas le quedara guita para el arroz integral, empieza a estudiar con diversos maestros, no sólo locales, diversas disciplinas: comedia, entrenamiento de aikido, técnica Lecoq, bufón, clown, máscara neutra, composición de personajes. Ahí comprende que nada de lo teatral le es ajeno: “Se trata de asignaturas que puedo fusionar con lo que a mí más me gusta, que es cantar (cosa que venía haciendo como autodidacta), hasta que finalmente armo mi propio espectáculo, logro independizarme”.
Después de formar un grupo con dos actores y una actriz catalanes, Catalíticas, con el que recorre España, de estar en un varieté de argentinos, La tía y compañía, y de participar en In concerto 2 de Cecilia Rossetto, Karina K inventa en 1993 su show, Antidivas, neocabaret. Una serie de personajes femeninos de distinto pelaje y nacionalidad, todos dados al canto. Un formato que todavía mantiene porque le da la posibilidad de modificarlo permanentemente, sacando o agregando roles, o mejorando lo que queda. Con Antidivas, Karina K hizo la España en giras, haciendo reír a la gente ya en una plaza de toros, ya en la tienda de un circo.
En 1994, llega a Barcelona Pepito Cibrián con su Drácula, después del suceso porteño. K, que ya tenía decidido volver porque extrañaba un montón, se presenta y queda para Lucy. Hace una temporada con esa comedia musical y regresa a la Argentina, donde en el ‘96 actúa en la reposición en el Luna de El jorobado de París, también de Cibrián. Decidida a reinstalarse en Buenos Aires, la ahora cantante profesional sólo vuelve a España a buscar a Prince, su lindo gatito.
En su país y en su elemento, con las pilas renovadas, Karina K forma junto a Silvia Armoza el legendario grupo musical Patricias Argentinas, cuatro mujeres y dos varones. Bajo, batería, guitarra, percusión, saxo y guitarrista invitados. “Hicimos el circuito under de música durante cuatro años, mientras yo seguía esporádicamente con mi show Antidivas. Llegamos a grabar pero no editamos el disco.”
Siempre con actividades sincrónicas, K hace la temporada del ‘97 de Drácula en el Luna, en el ‘98 participa de la notable puesta de Ricardo Holcer de Los siete gatitos, y al año siguiente, siempre en el Cervantes, actúa en Los indios estaban cabreros, bajo la conducción de Rubén Pires. Más tarde, se junta con Claudia Lapacó, Julio López, Silvina Bosco, Irene Almus, entre otros, para interpretar textos del Siglo de Oro español en Bien de amores, en el Larreta, con puesta de Santiago Doria. Luego integra el grupo de improvisación Sucesos Argentinos, en el Belisario. “Después vino la etapa Briski, cuando entro en Rebatible, una obra maravillosa. Para mí fue un seminario trabajar con Norman. Y al año siguiente La gran marcha, con el gran Tato Pavlovsky.” Trabajos que, como para no perder el training, Karina mecha con la interpretación de dos óperas, Los cuentos de Hoffmann y Guillermo Tell, adaptadas para niños.
Y como siempre tratando de despuntar el vicio –irresistible desviación– del varieté, ese género casi sin fronteras, que da para tanto y a la vez exige gran dominio de la escena y de la relación con el público: además de las Antidivas –que incluye una geisha, la tanguera Miranda Desazón, la cantante de San Remo Rosanna Tortiglione (que canta y fuma, todavía graba en vinilo), una sadomaso argentina como presentadora– Karina hizo en los últimos tiempos trasnoches con Jorgelina Aruzzi, Damián Dreizik, Pablo Palavicino en el Espacio Ecléctico, un lugar al que ha de volver próximamente. Y en el Centro Cultural de la Cooperación fue Madame Croquiñol –cruza de figurones como María Fernanda Cartier, Mirtha Legrand, Nelly Raymond–, la presentadora de Varieté en el CCC, con Diego Weinstein, entre varios intérpretes. “A las Antidivas, además de otros cambios, les agregué animaciones en video de diseñadores que trabajan para Fox Kids y otros canales, mezclando figura humana y cartoon, en la senda de Angela Anaconda.”
Esta es, pues, la artista múltiple que much@s han descubierto en la grata y original comedia musical Te quiero, sos perfecto, cambiá, en la que se lucen Valss, Trepat y Lobo, compañeros a los que Karina no cesa de elogiar. Ricky Pashkus venía intentando llevar a escena esta pieza desde el ‘98, pero le pedían figuras conocidas y él sabía perfectamente que este suceso del off Broadway exigía intérpretes que cantaran de verdad. “Yo había hecho una audición hace seis años, entre otros muchos aspirantes. Y el año pasado, Ricky me llama porque le habían hablado de mí: ya tenía a los otros tres intérpretes. Ya en los primeros ensayos se dio un vínculo de auténtica confianza y cordialidad entre los cinco, nos divertimos mucho. Esta obra es un regalo y un desafío: es raro encontrar un musical en el que puedan interpretar tantos roles diferentes. Me siento muy cómoda desde que estrenamos en el Maipo. Ricky Pashkus es muy generoso, me dio mucha libertad. En un momento me dijo: ‘Quiero que saques afuera todo eso que traés del under, toda esa locura, esa creatividad volcalas aquí. Si te tengo que bajar, lo haré, pero dame de más’”.
–¿Qué te pasa cuando ves que la gente se descostilla de risa, que la tenés en un puño, entregadísima?
–Nada me puede dar más satisfacción que la risa de la gente. No querría sonar grandilocuente, pero si tengo un don, que lo potencié con el estudio, siento como que tengo que cumplir una misión, aportar mi granito de arena a la diversión, el solaz de la gente. Me encanta comprobar cómo va cambiando la cara de los espectadores de la primera escena a la final, cuando aplauden. Algo se les ilumina, eso es invalorable. Este poder de la risa lo empecé a entender mejor en los dos últimos años, lo que me lleva a ser aún más cuidadosa y detallista. Sobre todo ahora que estoy preparando un próximo espectáculo, con canciones mías de diferentes géneros, homenajes a personas como Nina Hagen, que me influyó tanto cuando era adolescente y rebelde. Este futuro show se va a llamar Exótica, voy a trabajar con instrumentos no convencionales.
–En el país de las Gambas, las Ricuritas, Eugenia Guerty, Jorgelina Aruzzi, Juana Molina y otras zarpadas en el humor, ¿pensás que tus creaciones tienen una impronta de género?
–Sí, con mucha autocrítica. A Antidivas a veces lo subtitulé “un espectáculo femeninomusical”. Todas ellas tienen un discurso cómico que responde a la manera de ser de cada una, a su nacionalidad. La geisha es japonesa de verdad, no le mezclo cosas de otros países asiáticos porque conozco esa cultura: soy budista. Para crear a Janis Chaplin me vi todos los videos de Joplin, conocía las películas de Charles Chaplin. La tana canta con los modos y la voz rasposa de la Zanicchi.
–Esa complicidad tan fuerte que generás con el público, que se pone en tus manos, ¿incluye el riesgo de que te engolosines y te extralimites?
–Puede sucederle a alguien con poco oficio, pero los años te dan un timing, un reconocer la energía de cada sala. Percibir si el público está muy inhibido o excitado. Lo deseable es tener la suficiente ductilidad como para manejar esos estados, algo que aprendí bastante con la Rossetto. Ese timing también lo practiqué con la gente de Sucesos Argentinos: saber hasta dónde improvisar. Claro que algunas veces actuando no te das cuenta del momento en el que te sobrepasaste. Pero reconocerlo te sirve para dominar mejor la situación la próxima función.