EXPERIENCIAS
Una investigación sobre familias y género disparó tres ejes: la mayor autonomía de las mujeres que participaban en organizaciones autogestionadas, la necesidad de “negociaciones democratizadoras” y las redes que sacan a la maternidad del ámbito privado para convertirla en una práctica social. Con esa base, una universidad lleva adelante el Programa de Democratización Familiar.
› Por Sonia Santoro
Todos tenemos una idea más o menos acertada de lo que significa la palabra democracia y los valores y prácticas que la sustentan, pero, ¿qué pasa si se trata de aplicar esos mismos valores al ámbito íntimo, el de la familia? ¿Se puede negociar partiendo de una desigualdad entre los miembros de la familia? ¿Cómo se hace para educar a los hijos e hijas sin autoritarismo, pero con autoridad, respetando sus derechos? En definitiva, ¿es posible una familia democrática? El Programa de Democratización Familiar de la Universidad de San Martín intenta dar respuesta a esas y otras preguntas para aportar al desarrollo de políticas públicas que partan de una redefinición de las relaciones de autoridad y poder entre hombres y mujeres, y del reconocimiento de los derechos de la infancia. “Esto es un proceso. No te puedo decir ‘terminamos un taller y familia democratizada, pasemos a otra’. Partimos de una utopía democratizadora, que es pensar que uno puede ir generando algunos cambios en normas y valores estereotipados, y que esto puede producir transformaciones a largo plazo”, dice Graciela Di Marco, coordinadora del Programa.
La base es lograr una reflexión crítica sobre los valores y las costumbres culturalmente arraigados y sostenidos durante siglos desde el sistema patriarcal. “Cuando empecé este grupo, me vino la idea de poner a la nena en un jardín para trabajar yo. Pero el padre me decía que no, que la cuidara la mamá de él. Ahí me puse firme y la decisión la tomé yo. Le guste o no, la puse en el jardín porque quiero trabajar y seguir estudiando”, contó una mujer que pasó por talleres de democratización que surgieron de este programa, desarrollado en la ciudad de Buenos Aires y en Chaco entre el 2001 y el 2003 (ver recuadro). “Los talleres de mujeres me gustaron porque fue ahí donde, creo, aprendí a ser un poco más fuerte, a valorarme más. Antes era como que no valía, por la vida que llevaba... por los maltratos de mi marido... ahora mi marido me dice que yo tengo un montón de conocidos por todos lados porque siempre salgo, ahora yo soy yo”, reflexionó otra participante. Durante el 2003 y el 2004, con apoyo de Unicef, el programa se implementó con la modalidad de “formación de formadores” en cinco distritos: Chaco, Misiones, Jujuy, Tucumán, Buenos Aires y Ciudad Autónoma. En algunos casos, los propios profesionales, que luego replicarían lo aprendido, empezaban a reflexionar sobre situaciones violentas vividas en su familia. “Llegué a mi casa, empecé a leer más y eso me ayudó a tomar una determinación que no creía que iba a poder tomar. Dije: ¡sí, es violencia! Yo no quería asumirlo, digamos. Pero una de las cosas que me quedaron claras es cómo puedo dar un taller si yo no lo aplico”, contó una participante del Chaco.
Este programa surgió de la investigación que llevaron a cabo Beatriz Szmukler y Graciela Di Marco, plasmada en el libro Madres y democratización de la familia en Argentina (1997), un estudio sobre representaciones y prácticas de género en familias de sectores populares de la década del ‘80 y principios del ‘90 que permitió reconocer trestemas luego convertidos en hilo conductor del programa. Primero descubrieron que lo que estaba produciendo cambios era la participación de las mujeres en organizaciones generadas por ellas mismas, donde tenían mayor autonomía. “Esas mujeres podían negociar en su hogar desde una perspectiva que llamé democratizadora y desde un discurso de derechos, que es cómo las mujeres pueden juntar en el discurso la práctica y el lenguaje acerca de la práctica”, explica Di Marco.
En segundo lugar notaron que había que hablar de “negociaciones democratizadoras” para diferenciarlas de las negociaciones tradicionales, en las que no se pone en tela de juicio la inequidad de las relaciones de género. “Primero hay que aclarar el tema de si la diferencia entre mujeres y varones se convierte en desigualdad, para después negociar”, dice la socióloga. Y, en el tercer punto, elaboraron el concepto de “maternidad social” a partir de encontrar coincidencias entre la práctica de las Madres de Plaza de Mayo y la de las mujeres de los barrios. “Se resignificaba una maternidad que puede ser entendida como privada, asociada al bienestar de la casa: estas mujeres estaban haciendo una maternidad pública, social y política reclamando por todos los hijos”, cuenta.
–¿Cómo consideran la cuestión del poder en la familia?
–Nosotras consideramos que las mujeres podemos ejercer poder, y hay un poder que es innegable, que es el poder femenino sobre los afectos, pero si no es reconocido por el grupo social no tiene legitimidad y no es autoridad. Entonces, de lo que se trata es de rever mecanismos que permitan que aquellas que han estado subordinadas no solamente ejerzan poder sino que sean consideradas autoridad, tanto en el grupo familiar como en otras organizaciones a las que pertenecen, en tanto que lo que están haciendo y diciendo es tan importante o puede pensarse de una manera diferente de como la hacen los hombres. Por eso el enfoque de democratización habla de relaciones de género, poniendo el acento en las normas y los valores, y no tanto en los roles de género. Frecuentemente, sucede que muchos de los que hacen programas de mujeres en los gobiernos consideran que si hay un cambio de rol, por ejemplo, un papá llevando al nene al trabajo y una mamá que sale a trabajar, ya está todo –dice Di Marco, que fue directora general de Políticas Sociales del gobierno de la ciudad desde 1997 hasta el 2001.
–¿Qué fantasías hay en torno a la idea de familia democrática?
–La fantasía es que una familia democrática significa que cada uno hace lo que se le cante. Y nosotros reforzamos mucho el tema de una autoridad que se genera de abajo para arriba. En este caso la base sería el grupo social, familiar. Todo ese grupo tiene que hacer un proceso de legitimidad de la autoridad de los adultos porque los chicos necesitan autoridad. Esta idea de democratización tiene un anclaje fuerte en la legitimidad de las mujeres, básicamente, pero también en darles una voz a los chicos; pero no una voz de cualquier manera, que los desproteja, sino una voz de acuerdo con su desarrollo. Y también tiene que ver esta perspectiva con la ética del cuidado. Esta puede ser vista como algo tradicional de las mujeres (nos encargamos de los chicos, de los enfermos), pero también hay otra forma de mirarla, que es el cuidado de las relaciones de interdependencia, que no tiene por qué ser de las mujeres, es una tarea también de hombres.
–¿Cómo incorpora “lo masculino” en esta perspectiva?
–Hablamos de relaciones de género como relaciones de poder y autoridad entre hombres y mujeres. Es muy importante ver cómo se constituyen las identidades femeninas y también las masculinas, y cómo estas identidades en el juego de la relación puedan estar trabando procesos democratizadores. Por otro lado, no existe una práctica femenina y masculina uniforme, pero sí hay una concepción homogeneizadora de lo que es ser varón y ser mujer, que es, en el caso de la masculinidad, lo que sellama la masculinidad hegemónica: la que se presenta con poder, con restricción de los afectos, etcétera. Estos estereotipos de lo femenino y de lo masculino no permiten ver la gama de formas diferentes de vivir el cuerpo y la subjetividad.
–¿Con qué obstáculos se encontraron al implementar el programa?
–Nos dimos cuenta de que había dos marcos conceptuales ya instalados. Uno, el enfoque centrado en la mujer. En esto se desliza ver a la mujer como la heroína o como la víctima. Es lo que yo llamo “mujerismo”, porque es esencializar características de las mujeres que son productos históricos y culturales. Y no tiene muy en cuenta toda la cuestión del proceso de agenciamiento, de actividad de una para ser protagonista, que está vinculado con la conciencia de derechos y la ampliación de ciudadanía. El otro problema derivado de éste es que en el país costó mucho sacar del closet el tema de la violencia de género, tanto ha costado que en algunos lugares se la sigue llamando violencia doméstica. Entonces, hablar de violencia de los hombres contra las mujeres es una cosa que costó mucho en la Argentina. Nos dimos cuenta en el Chaco de que a la gente formada por nosotros, cuando estaba haciendo los talleres, se le deslizaban de todos modos conceptualizaciones que no vinculan el tema de la violencia con el ejercicio y abuso del poder de parte de los hombres, y que coordinaban con prácticas muy dirigistas. Ejemplo: algún tipo de talleres muy conducidos por la coordinadora, muy de bajar línea, que no permiten el intercambio de experiencia. Cuando vos permitís que la gente hable, tenés que saber cómo tomar esos emergentes y trabajarlos, y que no sea un grupo de autoayuda. Porque creemos que lo que puede ser un factor de transformación es el colectivo. Las transformaciones de las Madres de Plaza de Mayo no se dieron en una terapia individual sino en la arena pública. La sinergia que tiene el colectivo para repensar cuestiones de subordinación es muy valiosa.
–¿Cómo sería una negociación democrática?
–Lo que nos interesa es poder aprender a negociar cuando hay diferencias de poder. Trabajamos en cómo pararse desde el lugar de los derechos en las relaciones familiares, en la escuela o con el médico. Y son negociaciones, sobre todo en la familia, donde entran a jugar los afectos. En las relaciones familiares existe la condensación de todos los amores, la solidaridad, pero también la culpa, el odio. Entonces intentamos buscar mecanismos de negociación que unan la ética del derecho con la ética del cuidado y que permitan discernir, además, en qué momento uno traza la raya. No proponemos negociación indefinida sino saber hasta qué punto es posible, o alguien tiene que decir esto se terminó.
–Ayuda a sobrellevar los conflictos.
–Habilitar espacios pluralistas es en última instancia el sentido de la democracia, y el pluralismo significa conflicto. Ahora, ¿cómo hacés con el conflicto? ¿Lo resolvés a los cachetazos o le buscás canalizaciones a través de la conversación, sin aniquilar al otro? Porque la violencia es eso, es que no lo considerás como sujeto y al no considerarlo como sujeto con los mismos derechos que vos, lo podés hacer pomada. Este tema se vincula con el de la apropiación de la mujer y de los niños, desde el sistema patriarcal. Esto es lo que se juega y esto no es un problema de roles, es un problema de normas y valores. Por eso sabemos que hay una utopía democratizadora que es pensar que uno puede ir abriendo campos en estas normas y valores tan estereotipados, y que esto puede producir transformaciones a largo plazo.
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