Vie 22.04.2005
las12

SOCIEDAD

Libertad en formación

A 50 kilómetros de la cárcel de Coronda, en el penal de mujeres de Santa Fe, un grupo de internas se capacitó para multiplicar la información y prevención sobre VIH entre sus compañeras y las visitas. Pero sobre todo, a lo largo del trabajo y la toma de conciencia sobre el propio cuidado, aprendieron que perder la libertad no significa perder todos los derechos.

Por Sonia Tessa Desde Santa Fe

Todos los miércoles y viernes, ellas interrumpen su rutina carcelaria para subir al primer piso a informarse sobre VIH. Aprendieron también, a lo largo de dos años de trabajo en un proyecto de prevención, que estar presas no significa perder los derechos a la salud, a la sexualidad, a ser escuchadas. Y saben pelearlos palmo a palmo. Integran el grupo referente de la Unidad de Detención Número 4 de la ciudad de Santa Fe.

La cárcel está ubicada en una zona paqueta de la ciudad, a sólo 50 kilómetros de Coronda, donde hace días estalló en toda su dimensión la crisis del sistema penitenciario provincial. En cambio, para estas cinco mujeres es un orgullo que el motivo de la entrevista no sea un motín sino el trabajo con el Centro Interdisciplinario de Prevención de Enfermedades de Transmisión Sexual y Sida (Cipress), una ONG que desarrolla actividades en la mayoría de las cárceles de la provincia. Con el apoyo de un equipo de profesionales, las cinco internas brindan servicio de consejería a sus compañeras, realizan un periódico mural que se despliega en un lugar clave del penal y organizan charlas a las que convocan al resto. Pero la dirección de la cárcel pone su palo en la rueda: las que deciden participar de esas actividades pierden la visita del día.

Antes de ingresar, la subdirectora Mónica Ocampo advierte que el lugar parece “más una escuela de monjas que una cárcel”, pero el relato de las propias detenidas lo desmiente, sin saberlo. Ellas prefieren hablar de sus logros, que son muchos, aunque los inconvenientes se cuelan en la charla. “Con mucho sacrificio los vamos superando”, afirma Alejandra, confiada. Las cinco quieren decirle al mundo que la palabra “delincuentes” atrapa sólo una de sus dimensiones, que su humanidad excede esa definición. “La cárcel es conocida por hechos más bien adversos, pero nosotras queremos demostrar que acá se pueden hacer cosas”, dice Carla con convicción, y Alejandra continúa la idea: “No queremos que piensen que solamente somos presas, que sólo servimos para delincuentes, sino que vean que nos interesamos en hacer cosas por los demás”.

La llegada de Las/12, cinco días antes del motín que puso a Coronda en el centro de las miradas, fue todo un acontecimiento. Las detenidas estaban ansiosas por contar la experiencia que puso una cuña en una institución tan cerrada que Cipress fue la primera ONG en atravesar sus muros, hace apenas dos años.

El edificio tiene más de 150 años y antes de transformarse en una cárcel fue administrado durante más de un siglo por las monjas de la congregación del Buen Pastor. Está emplazado en el sur de la ciudad, en una zona que se nombra irónicamente como el triángulo del poder, porque en pocas cuadras concentra al Arzobispado y la Casa de Gobierno, además de edificios históricos que recuerdan el esplendor patricio de Santa Fe. En este momento, la Unidad aloja a 54 detenidas, divididas en pabellones colectivos de procesadas, condenadas y autoconducta (las que están a punto de recuperar su libertad). También hay tres mujeres que viven allí con sus hijos menores de 2 años.

El proyecto de Cipress comenzó hace dos años, con la capacitación de internas para formar el grupo referente, cuyas integrantes fluctúan a medida que algunas van saliendo en libertad y otras ingresan. En la segunda etapa, se iniciaron los servicios de consejería. La convocatoria fue importante: el 80 por ciento de las detenidas se acercó para realizar el test en forma voluntaria, con asesoramiento a cargo de sus compañeras y garantía de confidencialidad. Cuando estén los resultados, serán también las propias detenidas las que los comunicarán. “Antes, los análisis los hacía la Unidad, no nos informaba y te enterabas porque te daban una pastillita. Ahora se hace con el consentimiento”, relata Carla, mientras Griselda sintetiza: “Es distinto suponer que estás bien a que te digan que estás sana. Acá suponés, porque no te llama Bortolozzi, no te dan una medicación rara, pero no sabés. En cambio, con la consejería, el resultado se lo vamos a dar nosotras. Y eso es distinto, porque le va a permitir a la compañera abrirse para contarnos que estuvo en tal o cual situación”.

La importancia de un espacio de contención se evidencia por el éxito de la convocatoria. Todas las que decidieron hacerse el test debieron atravesar miedos y dudas, incluso las que hoy integran el grupo referente. “Antes me daba miedo saber, me daba cosa hablar con los demás sobre el tema, porque tenía que ver en qué metí la pata. Luego de un montón de pelea conmigo misma terminé informándome e informando, porque siempre la figura principal de todas las charlas fuimos nosotras”, relata Alejandra.

Las cinco están sentadas en ronda junto a los miembros del equipo, alrededor de un largo tablón que hace de mesa. Mientras el sol palidece por la ventana de la enorme habitación, Griselda ceba mates. Dos de las paredes están repletas de afiches con mensajes de prevención. “Los hacemos nosotras”, dicen orgullosas, y cuentan que todos los meses renuevan el periódico mural ubicado en la entrada del penal, donde no sólo pueden consultarlo las internas sino también sus visitas. Sobre la misma pared hay una urna para depositar inquietudes.

Las internas no sólo se acercan a preguntarles a las referentes sobre sus propias enfermedades sino que también les piden asesoramiento acerca de situaciones de familiares y amigos. “Vienen a contarnos que tal hizo tal cosa o tiene tal síntoma”, relatan. Como resultado de las inquietudes de varias internas, en uno de los últimos periódicos dieron información sobre hepatitis. “Lo hacemos todo nosotras, dibujamos las historietas, buscamos la información, la escribimos”, cuenta Griselda.

“Hay dos chicas que tienen VIH, y antes sufrían mucha discriminación. Ahora trabajamos con ellas, y les decimos a las demás que por apoyarlas no nos vamos a contagiar”, dicen sobre un trabajo que va más allá de la información sobre el VIH y que les cambió la vida en el encierro. Ahora, por ejemplo, las mujeres tienen acceso a preservativos. “Antes no entraban, si te los encontraban en la bolsa te los incautaban, pero ahora repartimos no sólo los días de visita sino también para toda aquella que lo pide”, dice Griselda. La demanda es alta: en febrero repartieron 456. “Les decimos a las chicas que tienen sus parejas afuera que no basta con cuidarse con pastillas”, afirma Manuela.

En ese punto, aparece con mucha claridad la dimensión de género. Un aspecto importante del trabajo tiene que ver con la negociación del preservativo. Y se nota en la obra de teatro que realizaron para el último1º de diciembre, cuando conmemoraron en conjunto con los internos de la cárcel de Las Flores el Día Internacional de Lucha contra el Sida. Ellas mismas escribieron PlaSeres Humanos, la dirigieron y actuaron. En la trama aparecen las dificultades con respecto al uso del preservativo. “Desde un principio consideramos la vulnerabilidad sexual y biológica. Se trabajó sobre cómo posicionarse como mujeres en la negociación del preservativo”, apunta la psicóloga del equipo interdisciplinario, Gisela Scholz.

“Desde el 2003 se comenzó a trabajar en una temática nueva que es la sexualidad, concebida como un derecho y no como un premio, que es como lo trata el servicio penitenciario”, subraya María Isabel Artigues, otra de las profesionales. El derecho a la sexualidad incluye las relaciones lésbicas en el interior del penal, un tema sobre el que la institución prefiere el silencio. Sin embargo, la provisión de preservativos a las que no reciben visitas íntimas es importante. “Viene a reconocer que esto sucede”, apuntó otra integrante del equipo, la trabajadora social Andrea Gorosito. Pero, claro, eso tampoco es sin dificultades. “Está permitido mientras no te encuentren en infracción. Tenés un límite. Algunas guardias, si te ven dándote un beso, o de la mano, te dan una sanción o apercibimiento. Si te encuentran en una situación íntima, o en la misma cama, así sea vestidas, te mandan a la celda de castigo”, cuentan entre todas, sumando sus voces. El trabajo del grupo referente de las mismas internas también posibilitó la presencia de un infectólogo, Raúl Bortolozzi, que atiende a todas las cárceles de la provincia, y de un tocoginecólogo, Pablo Portillo, quien brindó una charla cuyo resultado más inmediato fue la realización de papanicolau a quienes lo solicitaron.

Buena parte del acento del trabajo está puesto en el autocuidado. “Al mismo tiempo de estar informadas, de tomar todas las precauciones, también hay un mayor cuidado en la higiene, como mujeres y por el tema de enfermedades. Acá usamos todas el mismo baño, y las mismas duchas. La higiene es lo principal”, subraya Griselda.

Que el trabajo en prevención del VIH tuvo muchos otros efectos todas lo sugieren, al punto que enfatizan lo importante que les resulta sentirse escuchadas y respetadas por el grupo de profesionales, que completan el enfermero Néstor Osti y el comunicador social Pablo Cruz. El equipo del Cipress se completa con las psicólogas Fabiana Chiavon y Gabriela Carletti, y los trabajadores sociales Leonardo Garello y Lujás Llorensi. La coordinación general del proyecto en las cárceles de la provincia está a cargo del trabajador social Leonardo Martínez. “Se siente el interés del grupo de estar con nosotras. Desde que estamos en esto, la vida en la cárcel es muy diferente para nosotras, porque sentimos que hay motivos de salir adelante, estamos en contacto con otras cosas”, afirma Alejandra.

Para Griselda se abrió una nueva puerta en su vida, y así como espera salir pronto (es procesada, y está detenida hace más de dos años), también planifica continuar su trabajo en prevención del VIH cuando esté en libertad. La frase más contundente corre por cuenta de Carla: “De por sí estar detenida es una experiencia mala. Este grupo que se formó te saca del lugar donde estás y te pone en lugares que no imaginaste. Volás con tu imaginación, te ayuda. Tomás mate, conversás, nos reímos. Con estas reuniones cambia la rutina”, cuenta naturalmente, como si no estuviera dando toda una definición.

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