EQUIDAD
Un grupo de hombres –¡por fin!– asumió como propia la consigna de generar conciencia en torno de la inequidad de género allí donde resiste con más fuerza: las tareas domésticas. En Argentina, sólo el 22 por ciento
de las mujeres recibe “ayuda” masculina en el hogar. Y en España, de donde son estos muchachos, el 69 por ciento no agarra ni una escoba.
› Por Luciana Peker
En la década del cuarenta se graduaba, en la Universidad de Buenos Aires, una mujer cada cuatro varones. Hoy el 57 por ciento de los graduados de la UBA son mujeres. En sesenta años el mundo cambió tanto que las alumnas son mayoría en las aulas y ni señoras ni señoritas están confinadas a quedarse en el hogar, como decía el mandato de principios del siglo XX. Sin embargo, el mundo ha quedado –casi, casi– estático a la vuelta del hogar. Sólo un 22 por ciento de las esposas es –ni siquiera– ayudada por sus maridos en las tareas domésticas, según una encuesta de abril del 2005, de la consultora D’Alessio Irol, realizada vía Internet, por Clarín.com. El cambio del lugar de la mujer fue mucho más profundo fuera del hogar que dentro del hogar, donde las nuevas mujeres tienen que seguir haciendo (casi) todo lo que hacían su mamá o su abuela. Mientras que la mayoría de los varones –con excepciones– tuvo un cambio de rol más leve en la intimidad familiar que el de sus compañeras en la calle.
La sociedad del siglo XXI es distinta que la de sesenta años atrás por la participación en el trabajo de varones y mujeres. Sin embargo, hoy las casas no son taaaaaaan distintas –están muy lejos de la paridad de participación que ya se observa en las universidades, por ejemplo– que las casas argentinas de la década del ‘40. ¿O no? ¿Quién le da batalla a la comida (siempre) pegada al fondo de las ollas? ¿Quién combate las arrugas expandidas como plagas sobre las camisas imprescindibles para la oficina del caballero? ¿Quién corta las uñas de los nenes, aunque los nenes puedan ponerse verdes como el Increíble Hulk, por la hazaña de quedarse quietos 15 segundos (¡seguidos!)? ¿Quién se acuerda de comprar la lechuga para la tortuga y las galletitas sin sal que le recomendó el médico al abuelo? ¿Quién saca la basura (ah, exclusivamente de 20 a 21 horas, como piden ahora)? ¿Quién hace todo eso y mucho más y, si no lo hace, lo tiene en la cabeza?
La respuesta es obvia, pero la idea para modificar la obviedad de la responsabilidad de las mujeres al frente de las tareas domésticas, por una vez, fue original. Entre el 7 y el 10 de abril un grupo de hombres invitaron a otros hombres a participar de talleres de cocina, costura y planchado, en la Feria de los Pueblos, un tradicional evento realizado en el Palacio de Ferias y Exposiciones de Málaga, España. “Sí, hombre, lo que me faltaba”, les respondían algunos visitantes a los planchadores militantes, integrantes de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (Ahige) que no se amilanaban ante las burlas y los rechazos.
“En pleno siglo XXI actividades tan sencillas, domésticas y habituales como planchar y coser son rompedoras de moldes sociales cuando son realizadas por hombres. Por ello, podemos afirmar que, en lo que a los hombres se refiere, planchar y coser es revolucionario”, reivindican los integrantes de esta organización no gubernamental que empezó, en el 2000, con un grupo de reflexión sobre el papel de los hombres en la actualidad yhoy ya tiene alrededor de cien integrantes en distintas regiones de España. Ellos tienen dos objetivos básicos: luchar contra la discriminación que sufren las mujeres y favorecer el cambio en los hombres hacia posiciones igualitarias.
Más que planchar arrugas, estos activistas de la aguja, la cuchara y la plancha quieren desentrañar las grietas que todavía separan a varones y mujeres de una igualdad real en la sociedad. “Los talleres de corresponsabilidad doméstica (cocina, plancha y costura) forman parte de un proyecto más amplio y continuo que se llama Co-Responde. El objetivo es facilitar la corresponsabilidad doméstica y familiar de los hombres. La novedad que aportamos en éste y en el resto de los proyectos que hacemos es que aparecemos hombres mandando un mensaje a otros hombres. Así, la igualdad deja de ser cosa de las mujeres, de las feministas, y también se convierte en un asunto de hombres”, le explicó a Las 12 Antonio García Domínguez, trabajador social, profesor de la Universidad de Málaga y Presidente de Ahige.
–¿Por qué creen que es importante que los hombres sean los que convoquen a otros hombres a un cambio en la relación con las mujeres?
–Hay que tener en cuenta que, en estos momentos, los hombres no disponen de referentes sociales de cambio. Por ejemplo, una chica de 18 o 20 años tiene ante sí diferentes modelos de mujer. Puede escoger un modelo de mujer tradicional u otro. Si escoge un modelo alternativo, tiene muchos referentes sociales para ello: libros, revistas, otras mujeres, organizaciones feministas, la administración pública... ¿Pero qué tiene un chico de 18 o 20 años que quiera cambiar, al que no le sirva el modelo tradicional de masculinidad? Pues aunque resulte muy duro decirlo, no tiene nada.
–¿Tienen buena recepción o Ahige es resistida, ignorada o burlada por otros hombres?
–Hay que reconocer que la asociación es mejor recibida entre las mujeres que entre los hombres. A la inmensa mayoría de las mujeres les encanta que los hombres se movilicen en su propio cambio personal y en favorecer el camino hacia la igualdad. Pero hay muchos hombres a los que no les gustamos. Nos ven como traidores o, simplemente, les incomodamos en sus posiciones. De algún modo, somos la evidencia de la injusticia que practican en su vida diaria y a nadie le gusta eso.
–¿Cómo cambiaron sus relaciones de pareja y familiares a partir de participar o concientizarse sobre la importancia de la igualdad entre varones y mujeres?
–Siempre decimos que el enriquecimiento personal que vive un hombre cuando se inicia por el camino de la igualdad es enorme. Y así es y así lo estamos viviendo los compañeros de los grupos de hombres y de Ahige. Esto repercute en todos los aspectos de nuestras vidas y, especialmente, en nuestras relaciones con las mujeres, con nuestras parejas y también con nuestros hijos/as o padres/madres. Son relaciones mucho más ricas y libres del corsé que nos impone el modelo tradicional de masculinidad. Pero también hay que decir que, en determinados aspectos, la relación de pareja se complica, porque dejar el papel tradicional (en el que todo está muy claro) exige de un sobreesfuerzo. Nosotros reconstruimos nuestra identidad y roles, pero acto seguido, ellas deben hacer otro tanto.
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