DEBATES
Marcela Iacub es una jurista argentina que vive en Francia desde hace 16 años. Especializada en bioética –esa disciplina que intenta dibujar nuevos límites éticos para problemas hasta hace muy poco desconocidos y ahora planteados por la tecnología–, sus opiniones siempre generan debate. A poco de publicar El imperio del vientre, el libro en el que defiende la separación entre embarazo y maternidad, Iacub reflexiona aquí sobre los distintos roles de la biología y el deseo a la hora de “tener” un hijo o hija.
Con el Código Civil como arma exclusiva, Marcela Iacub es la nueva francotiradora del mundo intelectual francés. Esta jurista argentina, investigadora especializada en bioética en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) de Francia y autora de varios libros aún no publicados en la Argentina, llegó a París hace dieciséis años y, desde entonces, sus escritos tienen siempre el mismo final: abren el debate. Sus editoriales en el diario Liberation desatan en el mundo feminista más furia que un talibán. Con su estilo provocador, rechaza el feminismo francés al que considera “maternal”, un movimiento que sólo ve a la mujer como víctima o como procreadora.
En un coqueto bar parisino, entre los jardines de Luxemburgo y la Sorbonne, sólo el llanto interminable de un niño desentona. (“Acá los chicos se apropian del espacio público, los padres no los saben contener.”) ¿Será ésta su próxima batalla? Por ahora, escudada detrás de una cortina de humo, describe un futuro que parece inevitable: un reino regido más por la voluntad que por los dictados de la biología.
En su último libro –El imperio del vientre– defiende la separación entre embarazo y maternidad. Y ve con entusiasmo la posibilidad descripta por el filósofo y científico Henri Atlan en El útero artificial, de poder ser madre sin las complicaciones del embarazo.
–¿Qué es, para usted, la maternidad?
–A partir de este último libro yo quise mostrar de qué manera la maternidad es una construcción del derecho. Parto del principio de que la naturaleza no fabrica madres, que la maternidad es una relación social que no depende del embarazo y el parto de una manera necesaria. Esta independencia de lo biológico y de lo jurídico se reconoce sin problema en lo que respecta a la paternidad pero no de la maternidad. Se cree que con la maternidad el derecho no hace otra cosa que adaptarse a estos hechos fundadores que son el embarazo y el parto y que, en el fondo, esta expresión, “maternidad”, es una realidad biológica.
–¿Y qué es entonces?
–Mi intento fue destruir aquella evidencia de dos maneras diferentes. Primero, haciendo un trabajo histórico. En mi libro he demostrado cómo en Francia, en el siglo XIX y hasta 1920 de manera absoluta, y más relativa hasta los años ‘70, había una posibilidad de que las mujeres que no estaban embarazadas fueran consideradas madres de niños sin pasar por la adopción. Esto gracias a los artificios que permitía el famosísimo Código Civil de Napoleón de 1804. Lo que contaba en esa época no era la biología sino el matrimonio. Lo biológico era menos importante que la protección del matrimonio que amparaba a la gente contra lo que los codificadores llamaban los “caprichos” de la naturaleza. De la misma manera que un hombre estéril podía pedirle a otro sus servicios para que su esposa quede embarazada (como lo cuenta muy bien Guy de Maupassant en su cuento La herencia), la mujer estéril podía arreglarse con otra que había dado a luz y que no quería ese niño, y así convertirse en la madre legítima.
–¿De qué manera?
–Muy simplemente. Se anotaba al chico, cuando nacía, como hijo legítimo de una pareja casada en el registro civil. Luego, había que constituir lo que se llama “una posesión de estado”, es decir, tratar al niño como si fuera su hijo: alimentarlo, educarlo, presentarlo a la sociedad como un hijo. Con el acta de nacimiento y la posesión de estado, esta filiación era inatacable. En los países occidentales sólo se autorizó la adopción de menores en el siglo XX, porque se había heredado el gran rechazo de la Iglesia hacia esta institución, a la que consideraban algo próximo al pecado. En Francia, la primera ley de adopción data de 1923. El único país occidental que no siguió esta lógica fue EE.UU., que autoriza la adopción de menores a partir de 1850.
–¿Esta separación de la filiación y el cuerpo es lo que reconocen los países que admiten a las madres portadoras? (N. de E.: las que prestan su vientre para gestar embriones ajenos.)
–Así es. Hay unos quince países que autorizan las madres portadoras. Lo que es interesante es que, gracias a estas nuevas prácticas jurídicas, la maternidad se convirtió en una relación intelectual, al igual que la concepción clásica de la paternidad. Se considera madre biológica a la mujer que desea al niño y gracias a quien este niño vino al mundo, y no a la mujer que lo lleva en el vientre y que da a luz.
–¿Por qué cree que hay resistencia en tantos países para permitir el recurso de las madres portadoras?
–Los países que no aceptan a las madres portadoras son países católicos. En el catolicismo el parto tenía casi el mismo valor que la concepción, y yo creo que los países católicos son mucho más reactivos en cuanto a los métodos artificiales de gestación, en general. Todo lo que sea desbiologizar la procreación está visto con malos ojos. Y las madres portadoras son lo más artificial. En Israel las madres portadoras están autorizadas, y en general son muy liberales con todas las técnicas de procreación artificial, no lo dramatizan tanto. La exigencia en Israel es que sea el marido quien dé el esperma para que haya algo de corporal de la pareja comanditaria. En Inglaterra también está aceptado. El único problema es que no se admite que se pague a la madre portadora. También en Grecia está permitido, en India, en Corea, en una parte de Australia. Esos países no tienen esa cosa religiosa con el parto.
–Pero desde el punto de vista de la subjetividad corporal, ¿qué pasa con la madre portadora? Al escucharla, el embarazo parecería un hecho anodino.
–Yo creo que toda experiencia humana tiene que ser significada por una persona. La cuestión es muy diferente cuando una mujer queda embarazada porque lo ha querido, y otra cosa es cuando una persona hace un contrato para quedar embarazada y le van a pagar por eso. En la mayor parte de los casos en EE.UU. esto sucede en paz, sin problemas posteriores.
–¿En paz y sin consecuencias para las madres portadoras?
–Hay estudios respecto de la relación de la madre comanditaria y el niño. Las parejas han deseado mucho ser padre y madre, y están muy bien con el bebé. Y respecto de las madres portadoras, ellas dicen que no es sólo una manera de ganar dinero sino también una manera de darle algo a otro, gente que considera que la experiencia de la maternidad es muy importante y quieren que otras mujeres la vivan. Por eso en EE.UU. ponen un límite al dinero que se puede pagar. En cambio, en Israel no hay ningún límite, se puede pagar lo que uno quiera. Sólo establecen un mínimo. En muchos países hay un mito de que las madres portadoras son mujeres explotadas y esto no es así. Son de clase media, gozan de buena salud, no están entre las clases desfavorecidas de la población. Las primeras madres portadoras empezaron en 1970 en EE.UU., y eran militantes feministas. Lo consideraban un acto de altruismo, como la donación de sangre.
–¿Se conocen cuáles son las consecuencias en los chicos?
–Aparentemente, los chicos están muy bien. No hay ninguna receta para la felicidad y el bienestar de la gente. Cómo un individuo se inscribe en una familia y se convierte en sujeto de su propia vida es algo azaroso. Estos discursos que dicen que hace mal al chico son discursos ideológicos. Hoy en día, cuando se quiere condenar que la gente viva según sus valores y sus orientaciones, se dice que no se debe hacer porque es malo para los chicos. En Francia, se dijo mucho esto de las parejas homosexuales que querían tener hijos. El hipotético bienestar de los hijos es una manera de decirles a los adultos lo que deben hacer. Pero hay que ir aún más lejos con este razonamiento. Hay estudios que indican que los chicos de padres divorciados tienen más problemas en el colegio que los otros. Imaginemos que sea cierto. ¿Vamos a prohibir el divorcio por eso? Si hablamos de consecuencias más graves, ya se conocerían. Los primeros chicos de madres portadoras tienen hoy entre 30 y 35 años.
–¿Embarazarse a cambio de dinero no crea una industrialización del cuerpo?
–El cuerpo siempre está en el “comercio”, en el círculo de los intercambios mercantiles. Lo hacen las modelos, las bailarinas, las actrices, los obreros que están en una cadena de montaje. Y nuestro cuerpo está ahí para que lo pongamos en el comercio. Yo me paso todo el tiempo frente a la computadora, no hago gimnasia ni nada porque estoy trabajando: yo también pongo mi cuerpo al servicio de mi empleador. Quienes lo critican son comunistas o socialistas sólo con el vientre, todo lo demás se puede poner en el comercio. Con la prostitución hay el mismo problema. En el fondo, lo que se busca es que la reproducción y la sexualidad circulen en un espacio simbólico, porque lo que se desea es que con esto se creen vínculos que no sean comerciales, porque los vínculos comerciales no ligan a la gente de una manera durable, crean deudas pequeñas, mientras que las relaciones que se crean a través de la procreación y de la sexualidad no comerciales son largas porque crean relaciones familiares.
–¿Cuál sería el problema de estas relaciones?
–En los países europeos, cuando el matrimonio entró en crisis, cuando no sirvió más para organizar la vida familiar, se quisieron crear familias centradas en torno de las mujeres y más precisamente, del vientre materno. Gracias al aborto, el hecho de haber tenido un hijo pudiendo haber abortado hace que la relación de la madre con el hijo sea corporal y de un poder muy fuerte. El niño ha nacido no porque el Estado te prohibió abortar, sino porque la mujer decidió no abortar. El niño le debe la vida a la madre. La familia de la revolución sexual es una familia pensada como una familia biológica en torno de la madre, y los hombres como átomos intercambiables que pueden circular.
–¿Creés que el ideal sería una mujer ubicada fuera de la procreación? Un poco la idea lanzada en el libro de Henri Atlan, El útero artificial.
–Yo creo que la gente va a continuar teniendo hijos como siempre. El útero artificial, por ahora, es una utopía. Pero si un día se hace realidad, una mujer tendrá la posibilidad de elegir, será una apertura, una elección. Lo importante es que tanto el recurso a las madres portadoras como el útero artificial van a provocar una desacralización del embarazo. Van a contribuir a pensarlo como un procedimiento técnico más para hacer venir al mundo a un niño, y no como algo que da derechos o que produce valor en sí mismo. Un medio y no una fuente de derecho. Y decir que algo es una técnica no significa degradarlo. Estos nuevos medios de hacer nacer podrían igualar los roles parentales del hombre y la mujer. Hoy en día, esta desigualdad es flagrante. Una mujer puede imponerle a un hombre una paternidad que nunca quiso. Es terrible para un hombre, es una pesadilla y esto pasa muy seguido.
–¿Y dónde queda la responsabilidad del hombre por sus actos?
–Antes se decía de las mujeres que si no querían quedar embarazadas no tendrían que haber tenido relaciones sexuales. Cuando en Francia se luchaba por el derecho al aborto, quienes estaban en contra decían que existían métodos anticonceptivos para evitar el embarazo. Ahora, a los hombres se les dice que se cuiden y que no embaracen a las mujeres. Es absurdo. En una época de libertad sexual como la nuestra no pueden haber dos maneras de ver las cosas: las mujeres pueden abortar y los hombres no. Obviamente, en países como la Argentina, donde el aborto es ilegal, ambos tienen que asumir la responsabilidad. La desdicha y la falta de libertad es compartida. No es lo mismo en los países donde el aborto está permitido.
–Vos escribís que es más fácil para una mujer estéril ser padre que madre.
–Hoy en día, en Francia, si sos transexual y te hacen una reasignación de sexo en el estado civil, te podés casar y podés ir a un centro de fecundación artificial para tener un hijo. Una mujer que se convierte en hombre puede pedir una donación de esperma y convertirse en padre. En cambio, una mujer que incluso puede dar su óvulo para hacer nacer a un hijo, si no puede llevarlo en el vientre, no puede ser madre según las leyes francesas. El don de gestación (madres portadoras) está condenado penalmente.
–Así como se puede dudar que lo sean, les resulta más fácil convertirse en padres.
–Siempre es más fácil ser padre que madre, los hombres tienen más posibilidades de atribuirse un hijo, pueden reconocer chicos que ellos no han concebido. Una mujer que hace eso comete un delito y puede ser sancionada por el juez penal. Por ejemplo, si reconoce el niño que otra viene de parir. Es la otra cara de la moneda. Las mujeres pueden abortar cuando no quieren al niño y no pueden atribuirse un niño que no han parido. Y los hombres no tienen ningún poder sobre el aborto pero pueden reconocer un chico que no han concebido.
–Siempre que no se hagan pruebas de ADN.
–No, aquí en Francia hubo una historia en la cual un hombre había tenido una relación corta con una mujer, un hombre de mucho dinero. La mujer quedó embarazada y él no quería a ese bebé. Entonces, para no pagar una pensión muy elevada, porque la pensión se calcula en función del dinero de cada uno, este hombre le pidió a un amigo pobre que reconociera al chico, así la mujer debía contentarse hasta que hubiera pedido la anulación de esta paternidad, con la pensión baja que el juez fijaría a su amigo. La mujer quiso acusar al verdadero genitor de defraudación y los jueces dijeron que no había existido ninguna infracción penal. Los jueces pensaron que los hombres tienen que tener este poder de reconocer niños que no concibieron, que no tienen que estar amenazados por nada, para que no tengan miedo de hacerlo. Se piensa que los hombres tienen que tener este poder de “salvar” a las mujeres cuando tienen un hijo sin padre. Una mujer que hace lo mismo va a la cárcel.
–Pero también, con esta lógica, un hombre puede ser despojado de sus derechos paternales más fácilmente que una mujer.
–Sí, claro. Hay casos de chicos que han tenido hasta tres o cuatro padres durante la minoridad, porque la madre puede impugnar la paternidad del chico cuando el padre no es el genitor. Un hombre encuentra una mujer embarazada de otro, se enamora y reconoce al chico. Después la mujer se enamora de otro y niega la paternidad del primero y lo hace reconocer por el segundo. Esto es imposible tratándose de la maternidad porque no puede haber madre biológica que no haya dado a luz. Esto crea un vínculo permanente con las madres y muy tenue con los padres. Pero aun en el caso en que son los genitores, los hombres viven una situación imposible: por un lado se les pide que se dediquen al chico como si fueran madres y por otra parte, cuando hay una separación, los echan como si fueran desechos. Un buen padre es un padre biodegradable.
–¿Qué pensás del derecho a los orígenes que reclaman los chicos nacidos de partos anónimos? (Lo que se conoce en Francia como accouchement sous X.)
–Hoy en día, en Francia, la única posibilidad que tienen las mujeres de parir sin ser madres legales es el parto anónimo. La ley que lo autoriza data de 1993, y se funda en una ficción. La ley finge que en realidad la mujer no dio a luz. Tienen que imaginar esto, hacer esta ficción para poder interrumpir esta relación jurídica casi automática entre el parto y la maternidad. Las asociaciones que luchan por el derecho de los niños nacidos de partos anónimos a conocer sus orígenes están contra esta ley: quieren que toda mujer que da a luz un niño sea considerada la madre legal, como es el caso en los países germánicos. Estas asociaciones luchan también contra la adopción plenaria. En Francia hay dos adopciones: simple y plenaria. La simple no anula la filiación de origen, sino que agrega los padres adoptivos a los padres biológicos. La plenaria anula la filiación precedente, y hace como si el chico hubiese nacido de la pareja adoptante. Esto es lo que ellos quieren eliminar. Quieren que la relación del adoptado con la madre de origen quede siempre inscripta en algún lugar y que, inclusive, puedan tener relación con esos padres de origen. Dicen que la adopción plenaria es una mentira, como si la mentira no fuese muchas veces útil para vivir. En un mundo en el cual la filiación está fundada en el parto, en la verdad biológica, si vos das el nombre de quien dio el esperma, o de la mujer que dio a luz, no podés evitar que el chico piense que los verdaderos padres no son los adoptantes o los que pidieron el don de esperma. Si viviéramos en un mundo donde pudiéramos pensar en una filiación sin cuerpo, donde los padres serían aquellos que han deseado y criado al niño, donde se pudieran utilizar madres portadoras, en un mundo así, si llegamos a instituir la filiación como un acto de creación, de un deseo, de un proyecto, saber quién te dio a luz o quién dio la gameta no va a tener mucha importancia. Pero no estamos en ese mundo. Por eso, hoy en día el derecho a los orígenes es un derecho muy conservador y quiere naturalizar aún más la filiación. Es la razón por la que personalmente me opongo a esto. Hoy en día, el anonimato es la solución menos mala.
–¿Qué valor le das a lo genético?
–Yo creo que tiene que ver con la elección de cada uno. Yo no le doy valor, a mí me daría lo mismo. Hay gente que quiere sentir que algo de su cuerpo está en el cuerpo de su hijo. Pero tiene que ser una elección de la gente. El valor que le das es muy personal. Hay gente que le da mucho valor a la herencia genética, es gente que no cree mucho en la educación, que teme que las gametas sean portadoras de un verdadero destino. Son fantasmas, pero me parecen perfectamente legítimos los fantasmas privados.
–¿Quisieras tener un hijo?
–No antes de que esté listo el útero artificial.
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