Viernes, 31 de marzo de 2006 | Hoy
SOCIEDAD
Según la última encuesta de hogares realizada por el gobierno porteño, hay 250.000 mujeres más que hombres, lo que representa que en la Capital Federal hay 83,6 varones cada 100 mujeres. Y aunque las parejas no sólo se forman con personas de distinto sexo, esta tendencia parece teñir las relaciones íntimas de un color parecido a la frustración. La suerte, de todos modos, no está echada en la pelea contra la soledad.
Por Noemi Ciollaro
Que hay más mujeres que hombres es una tendencia urbana y global, verificable en bares, lugares de comida, cines, plazas o en las calles al anochecer, cuando las cartoneras realizan la recolección que les permite sostener lo que las estadísticas llaman hogares unipersonales o monoparentales.
“Mi hombre se fue a una obra en el interior y no volvió más. Mandé a buscarlo pero nadie lo encontró donde dijo que iba a estar. Pasaron tres años, vaya a saber. Ya no me importa. Me arreglo con mis tres hijos así, pidiendo diarios, ropa, cosas que ya la gente no usa, ayuda en alguna iglesia. Antes limpiaba oficinas, pero con los chicos nadie me emplea. No me siento sola, estoy más tranquila, él se emborrachaba y a veces pegaba, o lastimaba hablando. Dios querrá que sea así, me gustaría volver a Santiago del Estero, pero allá no hay ni para cartonear, a mis hijos les gusta más aquí. Ya no quiero estar con un hombre, para qué”, dice Carlina (37), enormes ojos negros, rodete apretado, mientras empuja su carrito por las calles de Villa Urquiza junto a sus chicos de 12, 10 y 6 años.
Hay quienes se sientan solas en los bares, con la mirada en fuga. O en grupos, bulliciosos o apáticos, transformando la falta de pareja en una oportunidad distinta.
La mayoría rechaza los grupos de “solos y solas”, y sonríe y duda ante la posibilidad de sexo pago. Algunas, las más jóvenes, afirman haber hecho una elección: no comprometerse con nadie que pueda restarles libertad o desarrollo personal. Otras, generalmente pasados los 40, sueñan parejas futuras. Las que no quieren ni hablar son las que se han declarado en “retiro efectivo”, esperan la jubilación, se enferman seguido, descuidan su aspecto y ya ni miran si alguien las mira, porque hasta esa ilusión se perdió en el tiempo y la cara más oscura de la soledad es opaca y seca.
No es ese el caso de Analía Santur (40), soltera, diseñadora de indumentaria, elegante, directa, con varias parejas con convivencia en su historia. “A lo largo de mi vida conviví en cinco oportunidades, dos fueron con mujeres y tres con hombres. Lo más que duré en pareja fue cuatro años. En mi caso lo atribuyo a los intereses personales, no coincidir en los objetivos. Una suma de desencuentros que va disolviendo lo lindo de la convivencia y que va más allá de lo que siento, porque a veces lo que sentís sigue existiendo aunque te separes. El amor por el otro a veces es real, así lo sentía yo, aunque hoy, a los 40, me pregunto si fue así. Esto me pasó siempre, hasta con el último hombre que estuve ¿o estoy?, hace un tiempo que se fue al extranjero por proyectos individuales, por ahí viene un mail o un llamado, pero es como estar sola.”
Analía relata que su vida es así desde que tiene memoria, nació y vivió en el interior hasta los 20 años, tuvo un primer novio con el cual planeaba casarse, sentía que lo amaba.
“Pero siempre tuve la fantasía, el deseo de salir de ese espacio y hacer lo que estoy haciendo ahora, encontré mi lugar, lo que yo soñaba existe.Compartí con otros la idea de una familia tipo, pero mi idea fue siempre la de vivir sola, en una casa blanca, tener un auto, no hablo de guita, sino de mi sueño, mi tendencia. Viví mi adolescencia en un momento político de represión, mi padre era bastante autoritario, por lo que mi grito interno era ¡libertad! Eso lo conseguí hasta tal punto que estoy sola hace un montón”, ríe irónica. Cuando visita a su familia en el interior, Analía siente cierta presión, miradas y cuestionamientos, hoy casi apagados por sus logros profesionales. La demanda social por conservar el matrimonio como institución modelo es muy fuerte, pero eso ya también se resquebraja en el interior del país, asegura.
“Me canso de escuchar a chicas casadas, con marido, casa, hijos, auto, plata, que me dicen, qué bueno lo tuyo, hiciste lo que quisiste. Las separadas no quieren más convivencia, se bancan hijos, laburo, pero un tipo en casa no. En la ciudad una tiene más libertad, es más anónima. La primera vez que tuve una relación con una mujer fue un descubrimiento de absoluta libertad, sin limitaciones; a las mujeres nos pasan las mismas cosas, amamos y sentimos de la misma forma, menstruamos, y en un punto somos amigas. Es un vínculo muy libre, así lo sentí. Nadie me había dicho que eso ‘no se podía hacer’, sí que no me acostara con hombres, pero con mujeres... nadie decía nada, y como no me lo dijeron, yo pude con ese lugar. Luego seguí teniendo relaciones con hombres, no es una condición homosexual, es amar libremente, sentir libremente, eso. Las experiencias que tuve fueron porque me eligieron a mí, primero dije qué es esto, y después, bueno, veamos.”
Trabaja muchas horas por día, hace gimnasia, nada, luce un corte de pelo impecable y un look básico muy actual. Sale seguido con amigos y amigas a los que llama “mi familia elegida”. “Si vamos mujeres solas a un restaurante y vemos mesas y mesas de solas, confirmamos que estamos en un mundo diferente, todo cambió y eso nos da tranquilidad. Cuando estoy sola mi vida es bastante movida, le dedico mucho tiempo a mi trabajo, que es lo que me hace sentir viva, es lo que me alimenta, el motor. Si tengo una relación y empiezo a sentir desequilibrios emocionales por el vínculo, me molesta, lo siento como una interrupción de mi propia vida. Creo que lo que más sentido tiene para mí es mi realización personal, mi equilibrio, mi felicidad; y descubrí después de haber estado bastante tiempo sola, con salidas aisladas o conociendo gente, pero sola, que yo me siento muy bien así. Hay momentos de poco trabajo, o cuando muchos de mis amigos están de viaje, o mis amigas judías están festejando sus fiestas, entonces me siento fuera de muchas cosas y sí, me siento sola. También en los días previos a la menstruación, o cuando estoy ovulando. Son días bravos y me replanteo cosas. Por eso hice tantos intentos, no tengo decidido quedarme sola, el deseo de estar con alguien está en mí, convivir en una casa con patio, algo diferente a lo que hice en los últimos veinte años. Otra forma de estar en pareja, o un ser muy especial, distinto a lo que hay por ahí, hombres con miedo al compromiso de tener que hacerse cargo, que no es mi caso: yo me autoabastezco, pero no quiero sostener a un hombre económicamente, ni apoyarlo en su proyecto dejando mis cosas de lado. Es muy complejo encontrar a alguien parejo, una pareja es lo que pretendo, suena horrible, pero es una pretensión.”
Para la licenciada Alicia Smolovich (psicoanalista) consultada por Las/12, “una cosa es estar sola y otra es lo que se denomina soledad, alguien que siente, padece y a quien le crea malestar esa soledad. Hoy muchas mujeres eligen estar solas. En todas las épocas hubo malestar, uno podría pensar que el malestar de hoy es distinto y tratar de puntualizar qué efectos tiene. Entre las que eligen estar solas, se puede decir que en lo cultural y social las mujeres tienen lugares de mayor reconocimiento y poder, esto tiene un efecto paradojal, esto implica un querer estar solas realmente, o es la consecuencia del acceso a esos lugares. La ciencia permite hoy la postergación de la maternidad, pero también produce efectos paradojales, no porque un hijo asegure a una mujer no estar sola, ahí hablaríamos de la madre y no de la mujer, pero hay determinada edad en la que la mujer está sola y la maternidad postergada se vuelve un lugar muy angustiante. Alrededor de los 40 aparecen estos temas, edad en la que es posible ser madre, pero ya no resulta tan fácil. Esto crea malestar en la mujer y en relación a la pareja”.
“En cuanto a lo que en mi profesión es lo cercano y lo clínico –dice la psicoanalista–, creo que en las generaciones más jóvenes se registran dificultades para armar un vínculo entre mujeres y varones. Está presente una mayor libertad, un tema de no comprometerse, pero también hay situaciones que han cambiado. Al intercambiar con colegas hemos coincidido en que los varones hacen su debut sexual a una edad más avanzada que la de las generaciones anteriores, y las chicas lo hacen más tempranamente. Nada se puede generalizar, pero encontramos muchas dificultades de parte de los varones acerca de cómo encarar, cómo proceder la primera vez. Es él y su vergüenza ante una chica que generalmente ya tiene una cierta experiencia.”
En relación a las mujeres de más edad, Smolovich considera que “a pesar de los avances profesionales, laborales, la cuestión del amor sigue siendo fundamental y no sé si alguna vez dejará de serlo. Y más en relación a la sexualidad, aun con la posibilidad muy abierta de gozar, de experimentar, que la hubo en otros momentos, de otra forma; me parece que para una mujer el sentirse amada es un lugar que resulta tan difícil; es decir, el hombre tiene la constatación en el imaginario, de lo que porta, la mujer no. No en tanto madre que puede tener hijos, o profesional o trabajadora, sino en tanto mujer, ahí hay algo como inabordable con palabras, uno dice como el orgasmo femenino, se puede decir algo acerca de eso, pero es como que la palabra no alcanza no sólo para los hombres sino para la mujer misma. Lo que se mueve, esa sensación de borde, de vacío, hace que el amor sea importante, que venga del lado de algo que sostiene. El amor obviamente ha cambiado bastante, responder por el amor y por el propio deseo aparece como dificultad. En general, siempre hablo en general, la consulta de las mujeres que han quedado solas viene del lado del malestar, por más que haya otros logros, la falta de pareja angustia como toda pérdida, pero creo que hay otros factores que están jugando y que son culturales, de edad, de imagen. Hoy la edad tiene una connotación negativa, y si bien a los varones también los toma esta cuestión, creo que para las mujeres la carga es mucho más fuerte, porque hay como un ideal instalado de que la juventud es lo bello, que tiene que ver con el consumo, entre otras cosas. Cuando una mujer se queda sola a determinada edad, se le hace todo mucho más complicado, más en edades intermedias, con vínculos de muchos años y duelos no terminados, allí los ideales de la época pesan, son una dificultad más que atravesar. Para ciertos varones también es complejo, la mujer que tiene todo resuelto los desubica, ‘dónde me pongo’ es la pregunta. Y para las mujeres también es difícil encontrar ese lugar donde mostrarse desde su deseo y su falta, y de la falta que crea la falta del otro. Esto se escucha más en la franja de mujeres de 40 y pico a 50 y pico”.
Hay quienes, pasados los 50, solas disfrutan de su libertad y la instrumentan para darse gustos y conocer cosas que no pudieron cuando tenían que trabajar, criar hijos y ser esposas. Martha (54) es una de ellas. Divorciada, con hijos grandes, administrativa contable en una empresa, afirma con alegría y esperanza: “Tenía 36 años y dos chicos de 12y 4 cuando me divorcié, pero las mujeres tenemos la capacidad de mirar más allá del aquí y ahora, y por los hijos y más por una misma encontramos cómo seguir siendo y plantarnos frente a la vida. Hoy estoy en paz, con proyectos, con ganas de formar pareja que no sería con el ideal de pareja que tuve a los 18. La convivencia es otro tema, sería cama afuera si se diera una situación como la que deseo, circunstancial en su casa o en la mía. No perdería jamás la libertad y la independencia que me ha costado demasiado conseguir”.
Martha es expresiva y coqueta, y los ojos se le llenan de luces cuando relata cuál fue su camino para romper el tedio de la rutina y la soledad.
“En esta última etapa descubrí, entre otras cosas, la forma de reconectarme con mi cuerpo con algo maravilloso que es bailar tango, antes fue la necesidad de proyectarme como madre, profesional, como hija al cuidado de padres mayores. Algo dentro de mí dijo basta, decidí que es mi tiempo, y el tango me reveló una faceta desconocida, muy placentera y desafiante. Me conectó con el eros, con la pasión, con el deseo puro; desafiante por los códigos involucrados en esta danza que hay que conocer, respetar en cierto sentido porque es una cultura aparte. Para mí es un desafío quebrarlos en la medida en que una no pierda la piel, no se desangre por eso. Antes todo era trabajo y estudio, bailar tango me permitió encontrarme con la mujer que hay en mí y también es útil para descubrir ciertas aristas del hombre. El argentino de mi generación y sus miedos, a expresar o a sentir, y el miedo a la felicidad. Pero sí, hay momentos en los que me siento sola, a la noche recuesto mi cabeza en la almohada y necesito el calor de un hombre que contenga, que acaricie y sostenga a la mujer real, no a la que se arma para sobrellevar la vida cotidiana.”
Clara (64) es divorciada, dos hijos grandes, culta, elegante, con una belleza que los años no anulan, la de la fuerza y las ganas de vivir que transmite en la voz, en los gestos, en la mirada y la intensidad de cada acto.
“Tras mi divorcio armé una pareja sin casarme, no me convenía económicamente, convivimos y a los dos años él murió de cáncer. Y después, bueno, tengo una larga relación, más de 20 años, confusa, con un amigo casado. Algo muy libre, con momentos de corte cuando hay alguna molestia. Hoy es un ejecutivo de éxito y entró en una pretendida sofisticación que no me resulta de buen gusto. Lo prefería antes, me gustaban sus cosas más rústicas que pretenciosas. Pero siempre hay un llamado, y tengo muy claro que de vez en cuando necesito eso, alguna horizontalidad, y entonces hago concesiones, realmente. No hace mucho que me di cuenta de que podía separar el amor del deseo, algo que no nos resulta fácil a las mujeres, tenía 60 años cuando lo supe, y dejé de disfrazar mi deseo de otras cosas, es pura atracción, piel. La horizontalidad con él me resulta muy satisfactoria y de vez en cuando yo necesito un abrazo, y concedo, es así. No me casaría con él y nunca lo planteamos. El deseo y el amor juntos son muy difíciles de alcanzar. ¡Ahhh! los 60, nunca sufrí ninguna década, pero los 60 es el irremediable tobogán. Antes me miraba al espejo y sentía alegría. Es tan corta esta vida de mierda, y no hubo ensayo, y yo me equivoqué tanto, y me siento tan pero tan viva. El que a esta edad te dice que nunca se equivocó es un estúpido. Yo haría todo distinto. Disfruto cada cosa, la naturaleza, la lectura, escribir, todo. Tengo dinero y amigos, pero a veces me siento sola y me enojo mucho. Un rato, sólo un rato.”
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