Viernes, 28 de abril de 2006 | Hoy
DERECHOS
Para María Sonderéguer es fácil entender por qué tantos niños y niñas dejan sus hogares para vivir en ranchadas a la intemperie en la Ciudad de Buenos Aires. La pregunta es cómo estimular la revinculación con sus familias y también con las instituciones que los expulsan.
Por Laura Rosso
María Sonderéguer es la directora del Centro de Derechos Humanos Emilio Mignone de la Universidad de Quilmes. Desde allí abrió el abanico para desarrollar trabajos en las áreas de género y niñez a fin de crear una asesoría jurídica y redes de recursos para la revinculación, con sus hogares de origen, de niños y jóvenes de la Zona Sur que emigran para la Capital. El trabajo de campo en los barrios, el mapeo de los recursos existentes y el armado de nuevas redes posibilitaron la construcción de vínculos con otras esferas de la sociedad civil. El punto de anclaje es llevar a cabo una tarea formativa con hombres, mujeres y adolescentes acerca de cuáles son sus derechos como ciudadanos. “Hay cuestiones que se definen desde la política estatal, pero en lo que nosotros estamos interviniendo es en la toma de conciencia de cuáles son sus derechos –económicos, sociales y culturales– en tanto ciudadanos argentinos, que los conozcan y que conozcan, también, por qué pueden reclamar al Estado en tanto garante de derechos. Hacemos, además, una tarea de seguimiento con promotores barriales con relación a cómo puedo llevar adelante mi reclamo, cómo accedo a la Justicia, a la salud, cómo llego a esas instancias del Estado.”
El punto de partida para este trabajo fue, específicamente, la noción de niño como sujeto de derecho, enmarcado en la Convención de los Derechos del Niño y no a través de una “perspectiva paternalista de patronato”.
–¿Cómo comienzan a trabajar en estas áreas?
–Continuando con nuestro trabajo por los derechos económicos, sociales y culturales, observamos que empezaron a aparecer otras problemáticas más específicas (además de las demandas por la vivienda o por la alimentación) que tenían que ver con las familias, con las mujeres, con los chicos y con el acceso a la educación. Había dos sectores de la población que aparecían como los más vulnerables: mujeres y niños. Desde esta perspectiva, surgieron dos líneas de trabajo específicas. Por un lado, el trabajo con los chicos que se fueron de sus hogares de origen y están viviendo en ranchadas de la Capital Federal. Llamamos ranchadas a grupos de chicos que se aglutinan en las plazas y viven y duermen allí. Cuando se ven chicos en situación de calle, se agrupan normalmente por barrio de origen. Un adolescente, por ejemplo, que se va para la Capital y, luego, va trayendo a sus hermanos y después a otros chicos del barrio. Las ranchadas, en general, no se constituyen por edades; a veces hay chicos de 10 años y otros de 16. Es decir que se constituyen por esta suerte de lazos amistosos y de barrios de origen, y suelen tener un líder. Chicos que duermen en Plaza Serrano o en la Plaza del Congreso, por nombrar alguna, provienen todos de un mismo barrio. Hay alguno que descubre que se puede venir a la Capital y que en la Capital hay acceso a otros recursos y va trayendo a sus hermanitos, a sus vecinos. Cuando se ve la situación en la que viven, muchas veces, es hasta comprensible que se vayan para la Capital donde, pidiendo en la calle, pueden tener recursos económicos y además elementos de diversión. Al mismo tiempo, cuando viven en la calle, la situación de exposición es muy grave. Nosotros trabajamos junto con gente de la Asociación Civil El Armadero, que tiene un parador en Palermo Viejo, y trabaja con la revinculación de estos chicos con sus hogares de origen.
–¿Cómo se implementa este proceso?
–Ahí hay todo un trabajo con operadores de calle en Capital en el que nosotros no estamos insertos. Lo que nosotros hacemos es ver qué tipo de actividades proponemos desde la universidad o qué tipo de red ayudamos a construir, con recursos estatales y recursos de organizaciones sociales. Pensamos estrategias que permitan el armado de una contención social para que estos chicos revinculados con sus hogares de origen se queden allí y tengan una inserción, que retomen la escuela o participen de talleres para el aprendizaje de oficios, talleres de arte o actividades lúdicas y formativas. Es cierto que en algunos casos, fuera de irse a la ribera de Quilmes a fumar, no tienen mucho más para hacer. Nosotros trabajamos en la construcción de redes y recursos en la zona. El armado de redes se puede construir sobre dos ejes: recuperar los recursos institucionales del Estado, ver qué es lo que tienen los municipios, la provincia, o la Nación en cuanto a programas y proyectos para jóvenes en el área de desarrollo social. Y hay otro armado que es ver cuán efectivamente funcionan estos programas. Esto no se hace como una búsqueda institucional superestructural sino que se hace como una búsqueda en campo. Salir a los distintos barrios y ver qué organizaciones de la sociedad civil están trabajando fuera de la esfera del Estado.
Otra línea de la investigación fue pensar algunas problemáticas de las mujeres de estos barrios. Desde este año está funcionando en la universidad una asesoría legal que recibe consultas o demandas y las canaliza u orienta.
–¿Cómo se articula la cuestión de género y niñez?
–Para mí, la perspectiva de género atraviesa la problemática de la niñez, porque no es lo mismo la problemática de los chicos que la problemática de las chicas. Además, también tiene vinculación porque la proporción de mujeres jefas de hogar es muy alta. En muchos casos, las familias se construyen con mujeres que tienen varios chicos, a veces de distintos padres, pero que conviven con las mujeres, entonces hay un vínculo bastante directo en este sentido en las cuestiones que tienen que ver con los derechos de las mujeres, con las demandas de las mujeres, con las necesidades de las mujeres. En muchos casos, las familias están construidas en torno de la figura de la mujer. Cuando se trabaja con las madres jefas de hogar comienzan a aparecer necesidades muy concretas.
–¿Cómo funciona la escuela en la organización de noción de género?
–En realidad, la escuela, tal como está constituida, funciona con todos los presupuestos disciplinadores de la sociedad, hoy por hoy. La escuela fue la gran normatizadora, la que construyó un modelo de inserción e inclusión social a partir de una noción de ciudadanía universal y, en este sentido, fuertemente discriminatoria. Podemos hablar de patrones discriminatorios en nuestra sociedad que son patrones constitutivos de nuestra identidad como nación: el ciudadano universal abstracto es varón, blanco; desde este punto de vista, la escuela funciona con una perspectiva de género discriminatoria. Para poder desarticular estas matrices constitutivas se tiene que operar sobre cuáles son las instituciones estatales y no estatales formadoras de modelos. Una es la escuela, la educación, y aquí habría que operar sobre los manuales escolares, la formación de los docentes y directivos, los planes de estudio; tiene que haber una política estatal. Del mismo modo, en el campo de la Justicia y en el campo de la salud, la otra gran institución disciplinadora de la sociedad, y también sobre los medios de comunicación, que son fuertemente formadores de modelos. Entonces, trabajar desde una perspectiva de género implica plantear esta discusión respecto de la igualdad de derechos.
Hablar de igualdad implica reconocer la diferencia. Pensar cuáles son las políticas específicas que es necesario tener para que, siendo diferentes, tengan la posibilidad de acceso a los mismos derechos.
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