Vie 18.08.2006
las12

INTERNACIONALES

Muñecas y soldaditos

La población civil no es un límite para la violencia armada; al contrario, en las guerras actuales se han convertido en blancos elegidos. Sin embargo, es esa misma población, particularmente desde sus mujeres, la que hace oír las voces diversas que la integran para oponer el diálogo al conflicto. La violación como crimen de ocupadores y el estallido de la vida cotidiana son las primeras consecuencias –casi epidérmicas– de esta última guerra en Medio Oriente, fogoneado por fundamentalistas islámicos, judíos y cristianos.

› Por Luciana Peker

Hubo una época en donde a los nenes se les daba soldaditos para jugar a la guerra y a las nenas bebés de juguete para jugar a ser mamás. No fue hace tanto. Pero hoy cambió más la manera de hacer las guerras que las diferencias a la hora de jugar de nenes y nenas. El enfrentamiento entre Israel y Hezbolá, que ahora llegó a una frágil tregua, mostró –nuevamente–, pero también más que nunca, que las mayores víctimas de las guerras son los chicos/as y las mujeres. “Hay que entender que lo que se ataca cuando hay una guerra es a las poblaciones, no, como hace mucho tiempo, que un ejército se enfrenta con otro ejército (que eso tampoco me parece, porque son seres humanos) pero ahora directamente se atacan poblaciones”, acentúa, desde Israel, Lily Traubman, una activista pacifista de la organización Mujeres de Negro, en declaraciones a Radio Internacional Feminista. “Las mujeres han sido las que más sufrieron este conflicto –resalta Tilda Rabi, presidenta de la Federación Argentino-Palestina–. En dos meses, dos tercios de las víctimas han sido mujeres y niños.”

Si antes los nenes jugaban con soldados y las nenas con bebés, ahora los soldados y los bebés se mezclan. Los niños, las niñas, las mujeres y los blancos civiles, ya no marcan un límite en las nuevas guerras sin límites. La guerra preventiva, los atentados, los ataques a la población civil son los nombres de una guerra sin nombre. Pero sí con víctimas: por lo menos mil muertos civiles. “¿Por qué? ¿Por qué nos hacen esto? ¿Qué culpa tenemos nosotras y nuestros hijos?”, le preguntaron a la periodista Maruja Torres –del diario El País– un grupo de mujeres libanesas en su cobertura de la guerra en Beirut.

“Amnistía Internacional envió delegaciones a Israel y al Líbano para investigar abusos de derechos humanos cometidos en el contexto del reciente conflicto. Creemos que civiles en ambos lados, incluidas mujeres, son los que sufren las consecuencias de un conflicto que ha marcado cada aspecto de sus vidas. Por eso, estamos trabajando en una campaña internacional para detener la violencia contra las mujeres, que se concentra particularmente en casos de violencia doméstica y de violencia contra mujeres en conflictos armados y en cómo estos conflictos impactan en la vida de millones de mujeres y niñas en todo el mundo”, señala, desde Londres, Nicole Chououeiry, oficial de prensa de Amnistía Internacional sobre Medio Oriente.

En Buenos Aires, un cartel pegado en la vía pública grafica –en un intento de defender la avanzada israelí– esta nueva realidad. En el afiche se ve a dos soldados y dos cochecitos de bebés. El soldado israelí esconde detrás de sus espaldas al cochecito israelí. En cambio, el soldado de Hezbolá pone delante de sí al cochecito del bebé libanés para usarlo de escudo. Igualmente, el soldado israelí y el soldado de Hezbolá se enfrentan, con sus armas en alto y el cochecito libanés en el medio. ¿Puede haber una legitimación a la guerra (aunque se busque desprestigiar a Hezbolá acusándolo de escudarse atrás de bebés y niños) mostrando que los soldados israelíes disparan, de frente, a cochecitos de bebés? ¿Eso puede ser una defensa?

La tregua del te

La guerra se desató el 12 de julio por la captura de dos soldados israelíes. La guerra tiene una tregua, sin los soldados israelíes liberados y es una tregua que apenas da respiro. “Todavía es muy frágil el alto al fuego, todavía no hay una solución y no sabemos si la paz va a durar”, le cuenta a Las/12, desde el Líbano, Fadi Chaer, un libanés de 42 años que vivió diez en la Argentina, se recibió de odontólogo en la Universidad de Córdoba y en 1994 volvió a su país, donde preside la Liga Libanesa-Argentina, y está casado con Nadim Chaer, la responsable libanesa de la empresa Microsoft en Beirut.

“El arroz, el azúcar, el té”, describe Sara Manzur, una argentina de 70 años que desde 1955 construyó su familia de cinco hijos alrededor de una sociedad en donde el arroz, el azúcar y el té son el centro de la mesa. Ella ahora vive a media hora de Beirut, refugiada, en la montaña. “Pasamos de todo, pero estamos bien, todo está caro, pero ya se consigue”, anuncia Sara, que –como muchas mujeres en la guerra– siente que si tiene pan, agua, arroz y té está protegida y busca esperanza en su alacena llena.

Por supuesto me preocupa que las mujeres podamos avanzar, aunque, hasta ahora, el retroceso en la situación de las mujeres es, fundamentalmente, por la ocupación.

No se sabe por cuánto tiempo habrá agua y pan. La tregua es frágil. Pero de esta tregua Hezbolá, el partido-milicia chiíta, salió fortalecido. Después de los bombardeos al Líbano es apoyado por el 96 por ciento de los chiítas, pero también por un 54 por ciento de los sunnitas y hasta un 40 por ciento de los cristianos. No es el caso de Fadi, católico independiente: “Yo no estoy ni con Israel, que tiene el apoyo de Estados Unidos, ni con Hezbolá, que cuenta con el respaldo de Irán y Siria. Han hecho una guerra en nuestra tierra”. Igualmente, él describe que de la misma manera que en la Argentina cuando los colchones resurgen para las elecciones, en Líbano la asistencia social es una forma habitual de conseguir adhesiones. “El 70 por ciento de las casas del sur del Líbano están destruidas. La gente no puede volver a ellas. Pero Hezbolá ya anunció que va a arreglar todo. Son aproximadamente 15 mil hogares. Eso no lo pueden hacer solos. Volvemos a certificar que Irán pone ese dinero.”

Es indudable que Hezbolá se ha introducido en la sociedad y entre las mujeres a través de una red social, de ayuda, jardines y comedores muy fuerte. ¿Pero qué implica Hezbolá más allá del conflicto con Israel? ¿Con razón, o sin ella, Israel y Estados Unidos están agrandando con sus ataques un movimiento que va a profundizar la opresión de las mujeres? A modo de anécdota, Fadi Chaer cuenta lo que se dice en el Líbano: “A las mujeres que no quieren usar velo Hezbolá busca convencerlas pagándoles 100 dólares mensuales para que acepten esa tradición”.

Más allá de la verdad, o no, de esa práctica, o de las interpretaciones del uso del velo (una tradición, un símbolo del oscurantismo de los que quieren imponer una lectura conservadora del Islam que relegue la libertad femenina, una forma de diferenciarse de Occidente, un pedazo de tela, un rasgo de identidad de las mujeres árabes o musulmanas, una elección personal), lo cierto es que el rechazo a Estados Unidos trajo en el mundo árabe y musulmán un mayor crecimiento del Islam y, en muchos casos, de los sectores más conservadores de esta religión.

Por eso, las preguntas siguen: ¿Hezbolá es similar a los talibanes que crecieron como un movimiento de resistencia a la ocupación de Afganistán y terminaron dejando afuera del derecho a la educación, la libertad, el trabajo y la salud a las mujeres afganas? “No –contesta Tilda Rabi–, Al Qaida es una manipulación de Estados Unidos y siempre les resulta funcional a ellos. Lo diferenciamos de Hamas y Hezbolá, ellos no son talibanes. La postura es de mayor apertura hacia las mujeres. El problema es que lo que te lleva a diferenciarte es que te van marcando la diferencia. El colonizador te va a empujando a esos extremos. Se está tipificando al otro desde un lugar demonizador. Por ejemplo, yo no soy musulmana –soy respetuosa de lo confesional, pero soy laica– y no me pondría un chador, pero, igualmente, nosotros desde Occidente miramos con mucha soberbia la forma de vestirse y de comportarse del otro y si algo nos parece extraño lo catalogamos de malo. Igualmente, por supuesto me preocupa que las mujeres podamos avanzar aunque, hasta ahora, el retroceso en la situación de las mujeres es, fundamentalmente, por la ocupación.”

La ortodoxia religiosa: otro disparo de la guerra

El siglo XXI empezó para la historia el 11 de septiembre del 2001. A partir de ese día también se vislumbró un crecimiento –que no se detiene, junto con el aumento de los enfrentamientos, atentados y guerras– de los sectores religiosos más tradicionales o conservadores. Como ejemplo, en el cristianismo evangélico, George Bush invocó a Dios en la guerra en Irak y es un militante de la abstinencia sexual y antipropagación del preservativo como herramienta para frenar el VIH, en lo que coincide con el papa Benedicto XVI, que era el católico más conservador para suceder a Juan Pablo II y el que se quedó con su puesto. En el Islam, Osama Bin Laden impone una interpretación del Corán que priva de derechos y libertades a las mujeres. Y en Israel, también hay sectores ortodoxos que pregonan –por ejemplo– barrios en donde los varones y las mujeres caminen por veredas diferentes.

Por vacíos o elecciones personales, la necesidad de reafirmar la propia identidad o el efecto de sentirse atacados por el resto de la sociedad (como en los atentados a la AMIA, la embajada de Israel) o por el conflicto en Medio Oriente, también Buenos Aires es testigo de un cambio de cara en la comunidad judía, tradicionalmente abierta e integrada, pero que ahora cuenta, cada vez más, con adherentes a principios ortodoxos que incluyen que las mujeres tengan que vestir sólo polleras largas, taparse el pelo con pelucas o gorros si están casadas, no descubrirse los brazos ni mezclarse con los varones en los templos, entre otras cosas.

“Hay mucha juventud que elige llevar la religión en forma más ortodoxa. Hay chicas que no tenían esas costumbres en sus familias pero que ahora se han volcado a esas prácticas. Por eso, en algunos casos, los padres son menos religiosos que los hijos”, describe Sara Mónica Levi, trabajadora social y sexóloga, que se considera judía tradicionalista, pero no ortodoxa. Aunque ella también aclara: “Es un modelo de vida más cerrado y apartado de la sociedad. Pero yo respeto los principios de cada uno. Además a las mujeres las veo muy coquetas y sonrientes, no las veo tristes y noto que los hombres llevan el cochecito de sus hijos. Si es el placer de ellos hay que respetarlos”.

La línea entre respeto a la diferencia y regreso a interpretaciones religiosas que puedan quitarles a las mujeres derechos adquiridos en el siglo XX es siempre filosa. Marta Alanis, de Católicas por el Derecho a Decidir, analiza: “Los sectores fundamentalistas de las diferentes religiones tienen en común la intolerancia, el autoritarismo, el nacionalismo y el poder siempre masculino y concentrado. Coinciden también en la invocación de un retorno a los textos sagrados, leídos de forma literal y en la aplicación de esas doctrinas a la vida social y política. Por eso, el avance de los sectores fundamentalistas, y por lo tanto intolerantes, en el judaísmo, cristianismo, islamismo han favorecido la guerra y el terrorismo, utilizando un lenguaje religioso para la dominación de todas las personas y el control social pero de manera muy particular el control de las mujeres”.

El avance de los sectores fundamentalistas, y por lo tanto intolerantes, en el judaísmo, cristianismo, islamismo, ha favorecido la guerra y el terrorismo utilizando un lenguaje religioso para la dominación de todas las personas y el control social, pero de manera muy particular el control de las mujeres.

Aunque ella no cree que los sectores más ortodoxos crezcan como consecuencia de la guerra, sino que las guerras son consecuencia de este cambio que busca un retorno al pasado y a los roles de género más tradicionales. “Los sectores que han tomado poder dentro de las religiones son intolerantes, disciplinadores, controladores y no sólo que no toleran a los que profesan otras religiones, sino que dentro de las propias religiones no toleran a los que piensan diferente. Desde esta lógica, el poder no se afirma si no es capaz de sembrar el terror y en la construcción de la retórica del odio al otro la acción apropiada es su eliminación. Claro que en la lista de odios están siempre y en primer lugar las mujeres”, subraya Alanis.

Las voces silenciadas de Israel: las voces que piden paz

“Estamos viviendo uno de los momentos más difíciles, yo siento como que estamos viviendo una pesadilla de la que no te despiertas. Yo vivo a algunos kilómetros de una base militar de la aviación, en estos momentos están pasando los aviones por encima de mi casa, es una situación muy difícil”, relató Lily Traubman, a Katerina Anfossi, de Radio Internacional Feminista, el 22 de julio, en medio de la guerra. Pero también –en medio de la guerra y de enormes presiones políticas por considerarlas “antiisraelíes”– estas mujeres se levantaron a hablar de paz. “En el movimiento por la paz en Israel, principalmente las mujeres han reaccionado inmediatamente y hay manifestaciones todo el tiempo. En todas las grandes ciudades ha habido, en Jerusalén, Tel Aviv, en Haifa, las mujeres se manifiestan diariamente. Hay manifestaciones en ciudades árabes, como en Nazaret, de gente judía y árabe. Se está abriendo de a poco una puerta para los medios de comunicación, eso significa que el consenso de aceptar que la guerra es la única solución se ha empezado a quebrar.”

En la Argentina, una gran parte de la comunidad judía tuvo una fuerte reacción de apoyo al Estado de Israel. Incluso, su embajador –Rafael Eldad– llegó a reunirse con autoridades de Canal 7 para presionar para que el periodista Pedro Brieger no hable más en el canal público sobre el conflicto en Medio Oriente acusándolo de pertenecer a Hezbolá. “Es un disparate, como no me pueden acusar de antisemita porque soy judío, acusan de cualquier cosa”, resalta Brieger. La anécdota se enmarca en el discurso de que nadie habla sobre el sufrimiento en Israel. Sin embargo, una de las cosas sobre las que menos se habla es sobre que en Israel no hay una voz, sino voces. Muchas distintas a la voz oficial, como la de Lily Traubman. “Creo que acá existe una forma, no de ahora sino de hace muchos años, de que los conflictos se solucionan a través de la guerra, de la violencia y no a través del diálogo. Así ha sido en mi forma de ver la salida de Israel de la Franja de Gaza, fue precisamente una forma más, no de acercarnos a una paz, sino de decir ‘no hay con quién hablar’, eso fue antes de que el Hamas hubiera ganado las elecciones y así también se salió del Líbano seis años atrás. O sea que la persona que está al frente, que está al otro lado nuestro, es considerado el enemigo, es una persona diferente a mí, es una persona que no es igual que yo, entonces las soluciones de violencia, de matanza son las más plausibles, en lugar de preguntarse qué podemos hacer. Hamas ganó las elecciones en forma democrática, Israel y el mundo fueron los que presionaron para que hubiera elecciones democráticas. En cuanto al Líbano, después de todo lo ocurrido, todas las muertes, las destrucciones en Gaza, específicamente en el último tiempo que el mundo se ha quedado callado, y que no ha habido ninguna reacción, o al contrario se justifica a Israel, porque es la lucha en contra del Islam y eso hoy en día está permitido”.


Violencia sexual: un arma de guerra (que sí se encontró en Irak)

“Hemos utilizado la violación para afirmar nuestro dominio sobre el enemigo. Dado que se considera que la sexualidad de la mujer está bajo la protección de los hombres de la colectividad, su mancillamiento es un acto de dominación y ejercicio de poder sobre los varones de otra comunidad o del grupo atacado”, le dijeron, textualmente, a Radhika Coomaraswamy, la relatora especial de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra la Mujer en una confesión que narra la ilógica con que las violaciones sistemáticas –que se dieron en forma masiva en la ex Yugoslavia– son un arma de guerra. Por eso, en el informe Las mujeres ante la guerra el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) recomendó específicamente: “Las mujeres necesitan que se las proteja de toda forma de violencia sexual porque son ellas y las niñas las que se ven más afectadas por la violación, la prostitución forzada y la esclavitud sexual. Los embarazos forzados, la maternidad forzada, la esterilización forzada y los abortos forzados también constituyen violaciones específicas que afectan exclusivamente a las mujeres y las niñas”.

“La violencia sexual es un acto particularmente salvaje en contra de la víctima. Durante la consulta Testimonios sobre la guerra llevada a cabo por el CICR en países que habían estado o estaban en guerra, uno de cada diez encuestados informó que sabía de alguien que había sido violado o atacado sexualmente y cuando se les preguntó a las mujeres cuáles eran sus recuerdos de la guerra sus respuestas estuvieron dominadas por casos de violación. La violencia sexual se ha considerado muchas veces como un ‘producto secundario’ de la guerra, o bien como una recompensa para los soldados o como una consecuencia de los mecanismos institucionales para evitar estos casos. El hecho de que algunos consideren –erróneamente– la violación como parte inevitable de la guerra puede haber contribuido a que se convierta en un medio habitual y especialmente cruel de agredir a la mujer”, denuncia la Cruz Roja.

Daños colaterales

Para Estados Unidos, en cambio, la muerte de civiles y las violaciones que resurgieron en Irak, como fruto del descontrol, los enfrentamientos, la inseguridad y el clima de hostilidad son daños colaterales de su primera guerra preventiva. Sin embargo, ya hay un caso denunciado (uno entre muchos que no llegan a ser nombrados) de soldados norteamericanos acusados de violar y matar a Abeer Qassim al Janabi, una chica iraquí y también de asesinar a sus padres y a su hermana de cinco años, el 12 de marzo pasado. Los acusados son el sargento Paul Cortez y los marines James Barrer, Jesse Spielman y Bryan Howard y Steven Green. El soldado Justin Cross justificó la matanza por “el desgaste mental” con el que operaba la unidad norteamericana en el sur de Bagdad. El general de los infantes de marina Peter Pace, jefe del estado mayor de las fuerzas armadas de Estados Unidos, prometió “ir al fondo” con la investigación. “Hasta las últimas consecuencias” es una frase que se ha escuchado muchas veces. Por ahora, se sabe, la violación a las mujeres es una consecuencia directa de la guerra.


Lynndie England

La mujer del horror

“La gente por doquier asociará la vil guerra preventiva que Estados Unidos ha librado en Irak el año pasado con las fotografías de la tortura de los prisioneros iraquíes en la más infame cárcel de Sadam Hussein, Abu Ghraib”, sentenció Susan Sontag. En realidad, la guerra en Irak aún sigue, aun después del fallecimiento de la escritora, que en las cenizas del 11 de septiembre se atrevió a cuestionar la política exterior estadounidense (lo que le valió un alud de críticas por supuesta “antipatriota”) y que supo enmarcar no sólo la gravedad de la guerra, sino la gravedad del sadismo de sus soldados/as que retrataron sus torturas y humillaciones a los presos iraquíes como si quisieran traer recuerdos de Disneylandia. “Sin duda es revelador que las fotografías de las torturas se intercalan con imágenes pornográficas: de soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales entre ellos, así como con prisioneros iraquíes, y de la coerción ejercida sobre estos presos para que ejecuten, o simulen, actos sexuales recíprocos. De hecho, el tema de casi todas las fotografías de torturas es sexual: una joven que guía a un hombre desnudo con una correa es clásica imaginería de dominación. Y cabe preguntarse en qué medida las torturas sexuales infligidas a los internos de Abu Ghraib hallaron su inspiración en el vasto repertorio de imaginería pornográfica disponible en Internet”, analizó Sontag. La joven de las fotos es Lynndie England, la soldado símbolo de los maltratos en Irak. Ella también es el emblema de una camada de mujeres con poder que no democratizan los lugares a los que llegan sino que ejercen el poder para humillar. England fue condenada a tres años de prisión y acusó a su ex novio, el cabo Charles Graner (denunciado por violencia familiar también por su ex esposa) y padre de su hijo, de manipularla durante su trabajo conjunto en Irak.


Giuliana Sgrena

Una periodista encerrada por la tragedia de Irak

La primera impresión de la guerra en Irak fue la sobredosis de información: la guerra más cubierta del mundo. Pero, después, la cobertura de la guerra fue quedando al descubierto. Sólo se podía hacer si era la cobertura de los militares norteamericanos, con los militares norteamericanos, bajo las condiciones y la protección de lo que los propios periodistas llamaban el “fuego amigo”. Sin embargo, la periodista Giuliana Sgrena, del diario Il Manifesto quiso buscar otras voces para contar cómo las principales víctimas de la guerra eran las mujeres y los niños. Pero, en febrero del 2005, un grupo armado la secuestró en Fallujah. Estuvo un mes secuestrada hasta que los servicios de inteligencia italianos negociaron con sus captores y lograron su liberación. El jefe del grupo de rescate era Nicola Calipari. Sin embargo, cuando faltaban 700 metros para llegar al aeropuerto los atacaron a balazos. Nicola la cubrió con su cuerpo y murió. “Fui liberada pero también condenada”, sintetiza Giuliana. A Nicola, presuntamente, lo asesinaron los norteamericanos, presuntamente, el “fuego amigo” de los italianos.

Irak: La guerra de nunca acabar

Mientras en el Líbano la palabra tregua apenas alcanza para subir la vista al despojo, sin que nadie crea que la tregua es la espera de la paz, en Irak la guerra preventiva no encontró ni las armas químicas que justificaron la invasión, ni encontró fin. Irak es la guerra que ya nadie maneja, nadie termina y nadie puede controlar. Tanto que las noticias sobre Irak gotean como una herida en el mapamundi que, inevitablemente, hablará de muertos, heridos, enfrentamientos. Esta semana, en Irak, un presunto suicida hizo explotar un camión en la sede del Partido Unión de Kurdistán –al que pertenece el presidente Jalal Talaban– en la ciudad de Mosul. Murieron cuatro personas y se hirieron treinta y cinco. Eso, en Irak, ya no es noticia. Es goteo. “Tenemos el ejemplo de Irak, es un ejemplo sumamente doloroso, triste y terrible, espero que no continuemos para esos rumbos –desea Lily Traubman–. No hay una persona acá, no hay un niño que tenga que despertarse con las sirenas, que tenga que despertarse porque su casa fue destruida, que no tenga agua para beber, que no tenga dónde ir a estudiar, ningún niño se lo merece, ninguna de nosotras se lo merece.”

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