Viernes, 30 de marzo de 2007 | Hoy
TEATRO
Tatiana Saphir y Carla Crespo repiten aquella dupla de Tan de repente –la película de Diego Lerman sobre un texto de César Aira– en una obra en la que exponen esa edad difícil –para una y el entorno– de la adolescencia, cuando las hormonas explotan y las neuronas parecen quedar detrás del latido por el chico de enfrente.
Por Moira Soto
Se conocieron al dejar la adolescencia y los diarios íntimos, hace diez años, cursando en el Sportivo Teatral. Se hicieron pronto muy amigas y con el tiempo descubrieron que ambas habían escrito desde niñas esos diarios que hoy –convenientemente compaginados– forman parte del entrañable y divertido espectáculo Re-genias. Carla Crespo y Tatiana Saphir despegaron juntas con la creación colectiva Ivonne, versión de la pieza de Gombrowicz, la primera como actriz, la segunda, asistente artística. Después, sus caminos se bifurcaron, coincidieron, se volvieron paralelos, pero extrañamente nunca actuaron juntas sobre el escenario, aunque sí descollaron en Tan de repente, primero corto, luego elogiado y premiado largo de Diego Lerman.
Entre otras obras, Crespo actuó en Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack, de Federico León (donde Saphir fue manager de giras), Bizarra y El pánico, de Spregelburd; ahora acaba de terminar la grabación del telefilm Las flores que nunca se marchitan y está ensayando la obra Vuelve la rabia, de Juan Pablo Gómez; en los ratos libres, Carla oficia de disc jockey. Saphir estuvo en El desmadre, de Jorge Sánchez, Lengua madre sobre fondo blanco, de Mariana Obersztern, La luna de Santiago Gobernori. Desde 2003, como parte de la compañía alemana Lubricat, actuó en varios espectáculos y también trabajó con la coreógrafa argentina Constanza Macras en Sure, presentada en varios países europeos; en la TV, Tatiana participó en varios unitarios y, en el rubro musical, forma parte del grupo electro-pop Azukita. A partir de junio, trabajará en Bélgica con la compañía Les Ballets C de la B, de Alain Plattel, bajo la dirección de Lisi Estarés.
Hace dos años, Tatiana y Carla tuvieron la primera reunión para charlar sobre la posibilidad de hacer algo con los diarios en teatro. Hace ocho meses se lanzaron a trabajar metódicamente y hacia fines del año pasado presentaron las primeras funciones de Re-genias/ Diarios íntimos 1985-1997, Ensayo de divulgación personal, un espectáculo de refrescante originalidad (aunque reconocen influencias desde el programa de mano), de una energía desbordante que refleja fielmente, en la forma y el contenido, el planeta adolescencia. Un espectáculo multimedia (“Sí, estamos con las últimas tendencias”, ríe Saphir) que se representa en El Excéntrico de la 18ª (“Le tenemos mucho cariño a ese lugar que volvió todo posible, nos dio un apoyo permanente”, proclama Crespo).
¿De qué barrio vienen?
Tatiana Saphir: –Yo de Flores, totalmente, hasta los 25 que me mudé a Villa Crespo, o sea que los diarios son de Flores.
Carla Crespo: –Yo no nací en Ciudadela pero soy de ahí, lamentablemente.
T.S.: –Hice la primaria en Flores, pero la secundaria fue en la ORT. De Núñez. De ser la chica que tiene la casa grande en la escuela del Estado, pasé a: “¿dónde era que vivías?”, porque todas mis compañeras eran de Barrio Norte o de Belgrano. Resultó raro ese pasaje. Cuando juntamos tramas de vida con Carla, había distintos grupos de pertenencia.
C.C.: –En algún momento dudamos sobre si marcar esas diferencias. Porque para mí, el Centro era Flores. Todavía me acuerdo del vahído que me provocaban los locales de música de Flores, era como haber cruzado al otro lado. La oferta musical me volaba la cabeza.
T.S.: –Para mí el country, que nunca tuve, era ir a pasar el fin de semana en Barrio Norte o Belgrano, porque Flores estaba fuera del circuito de las chicas de la ORT.
C.C.: –Lo que a mí me corría de la típica adolescente de barrio era el teatro, porque mis compañeros no se movían de Ciudadela. Había empezado a estudiar teatro en un taller chiquito en Flores que era el Centro para mí en ese entonces. Más adelante, con mi más amiga, mentíamos para ir al teatro, decíamos que íbamos a otro lado y nos veníamos al Rojas, a ver a Batato, una locura. O nos rateábamos para ir a Bellas Artes, porque había que pedir permiso para ir tan lejos. Lo hacíamos de curiosas no de cultas, nos pintaba por ahí. En la obra hay fotos medio darky de esa época.
T.S.: –Yo hacía teatro en la escuela, danza árabe en el centro, y a los 15 empecé en el Andamio 90, con Alejandra Boero, cinco años. Al Rojas lo descubrí más tarde, primero fui a ver puestas de Gandolfo, Alezzo, ese era mi circuito. Lo más loco era ir al Bulubú, donde se hacían improvisaciones. También vi a Alcón haciendo a Lorca.
C.C.: –Mi primer Alcón fue Final de partida, en Andamio, con Horacio Roca. No había leído a Beckett todavía, me impactó mucho a los 17.
T.S.: –Para mí estuvo buenísimo llegar a Bartís después de haber estudiado a Miller, Tennessee Williams, Lorca. Era el momento de romper, de buscar otras formas de encarar la actuación. Ya conocía a Federico León, tenía contacto con otras modalidades renovadoras.
Cuando se encontraron chez Bartís, ¿al menos hicieron una muestra juntas?
C.C.: –Sólo un trabajo para las clases, pero la primera vez que actuamos juntas fue en Tan de repente, película en la que nos involucramos tanto que la sentimos como propia. Entre el corto y el largo, fueron cuatro años de nuestras vidas, aunque hicimos otras cosas, estuvimos muy pendientes, disponibles. Después compartimos, viajamos mucho con Federico León.
T.S.: –Creo que a través de esos trabajos fue surgiendo el embrión de Re-genias, la conciencia de que juntas podíamos hacer algo muy particular, juntar nuestras energías, nuestros cuerpos, nuestras miradas. Elementos que chocan, que se diferencian y complementan. Un entendimiento grande, un camino recorrido juntas. Aunque trabajé como asistente de dirección de Federico León, no tenía ansiedad imperiosa de ponerme a dirigir. Re-genias se fue decantando por otro lado.
C.C.: –Hasta este espectáculo, yo tenía idea de que la autogestión implicaba cosas como dramaturgia, dirección, que en sí mismas no me atraían. No se me había ocurrido que podíamos hacer juntas algo desde otro lugar, porque si bien Re-genias significó cubrir todos esos rubros, el proyecto tiene otras características que me llevaron a ese compromiso.
T.S.: –Lo de los diarios, que habíamos escrito cada una por su lado, era algo que estaba ahí, esperando. Solo hacía falta tomar la decisión, encontrar el momento, el tiempo, porque yo ya viajaba bastante a Alemania y la apreté bastante a Carla (Crespo hace señas de que sí, es verdad) para organizarnos, estructurar bloques de trabajo, la rueda empezó a girar. Hay algo de la genealogía del proyecto que parte de una coincidencia: yo a mis diarios los releí hace seis años y pensé que tenía entre manos un material para aprovechar, no sabía cómo. Y hablando con Carla, me cuenta que ella también tiene todos sus diarios. Ahí empezó a aparecer la posibilidad de tercerizarse, de hablar de una en tercera persona, despegándonos del registro más subjetivo. Esa coincidencia nos conectó mucho. Al principio era raro ponernos a leer esos textos seriamente, a trabajar. Cada una iba haciendo una preselección y se la leía a la otra, eso era buenísimo.
¿Cómo fue que escribieron esos diarios con tanta continuidad en una edad en que se suele ser poco perseverante?
T.S.: -–Mi primer diario lo escribí a los siete. Hay como una tendencia que te lleva a hacerlo: te regalan esos cuadernos que dicen Mi Diario para los cumpleaños, se da por sentado que una nena, una señorita, tiene que dejar asentado su devenir sentimental, toda esa temática que se supone cultivan las mujeres. A mí siempre me gustó mucho escribir diarios. Y cuando los dejé a los 20, 21, empecé a escribir cartas compulsivamente: de amor, a amigos, a ex novios.
C.C.: –Yo tenía dos obsesiones que en realidad confluían: registrar todo lo que me sucedía, y la sensación de que las cosas se me escapaban, que todo era fugitivo. Una percepción que no quedó mucho en Re-genias, pero que está en mis diarios: esto no dura, esto se va..., entonces, anotemos para retener de algún modo. Por otra parte, en la adolescencia decía que iba a ser escritora, trataba de elaborar lo que escribía. Y ahora, gente que ya vio el espectáculo nos preguntas cuán fieles somos a los originales. Una de las sospechas viene por el lado: “algunas cosas están muy bien escritas”. Ese fue otro punto de empatía: a las dos nos gustaba escribir, corregir, no se trataba de un mero registro. Además, los diarios son muy sinceros, y no solo nos reflejan a nosotras sino a una época, a un grupo social, más allá de la anécdota personal. Yo también recuperé un diario de cuarto grado, y llegué hasta los 22. Tengo millones de cuadernos. Otra cosa que hacía por eso del registro obsesivo, era grabar, a veces abiertamente, a veces a escondidas a mis novios, y guardaba los casetes. Todavía los tengo. Una locura. Hasta que pasados los 20, algo se modificó, dije: ah, ¿las cosas pasan? ¿nada es para siempre? Bueno, acepto.
Aun sin conocer los diarios completos, con la data biográfica de ustedes, da la impresión de que no eligieron los fragmentos que las hacían quedar mejor, dejaron de lado guiños al teatro, por ejemplo. ¿Decidieron concentrarse en la revolución hormonal, el aprendizaje sentimental y sexual, la relación con la madre?
C.C.: –No estaba en nosotras la idea de quedar bien paradas, de demostrar cuán cool éramos. Por supuesto que a partir de cierta edad había muchas de las referencias que decís, pero no era nuestra intención exhibirlas para los amigos.
T.S.: –Al elegir el tono y la narrativa, la decisión fue hacer una especie de edición por temas, sin respetar la cronología. Algo de los chicos, algo de las familias, algo de los cumpleaños. La temática se fue decantando por ese lado.
C.C.: -–Bueno, convengamos en que lo hormonal gana porque ocupaba un alto porcentaje de las páginas de casi todos los diarios. El despertar erótico, los primeros tanteos, la búsqueda del amor, el punto de vista femenino era lo que se imponía. Ese viaje iniciático, de descubrimientos.
T.S.: –Un deseo expresado previamente fue: queremos leer los diarios, no actuarlos. Porque para eso fueron escritos, estuvimos de acuerdo en respetar ese origen. A la vez, sentíamos la necesidad del movimiento físico, que se unía a toda la etapa adolescente, donde la música es tan importante. La presencia del cuerpo: de repente te salen tetas, te miran el culo, te pasan cosas que te modifican. Esto había que trabajarlo, es un registro más físico, visual, asociativo.
En Re-genias hay textos teóricos ajenos, obviamente ligados al relato central.
C.C.: –Así como antes me fanaticé con Rod Stewart, hace dos años, con menor intensidad, me interesé en Lacan. Le conté a mi psicoanalista lo que íbamos a hacer y me dio un seminario de Lacan precisamente titulado Las mujeres. Ese texto resultó perfecto.
T.S.: –Los dos textos, el de Lacan y el que hago yo, La biopolítica de Britney Spears, de Diedrich Diederichsen, son como un metatexto, herramientas de lectura del espectáculo, de autoayuda casi. Queríamos mezclar discursos que nos atraviesan hoy. Yo le opino a ese texto, como se suele hacer en la UBA en un práctico. También los relacionamos con la fantasía adolescente en la escena en que una ocupa el lugar de la colegiala erótica y la otra de la Dómina.
¿De dónde sacaron esa película porno retro con actores que parecen gente común, realmente erotizados?
–Es lo que me regalaron a mí mis compañeros cuando cumplí los 18. Es un largo y todas las escenas porno son las fantasías de los personajes. Eramos quince chicas en mi cuarto comiendo torta de chocolate y devorando la porno.
La carta de tu madre, Carla, que decís como una ametralladora, es apabullante, de gran espesor dramático, muy subversiva. Ella dice francamente que preferiría no ver a su hija por un tiempo, que no tiene intenciones de regalarle su vida, que sus sentimientos no son tan incondicionales por más que la haya parido.
C.C.: –Sí, es muy fuerte, la encontré buscando los diarios. Qué buena esa palabra que decís, subversiva. Mi vieja está orgullosa de su carta, aunque reconoció que un poco exagerada pero “con qué claridad”. No es casual que ella no firme “mamá” sino Liliana Giorgi, su nombre de soltera. Hacía una diferencia.
T.S.: –Mi mamá también aparece, pero con menos protagonismo, no quisimos acentuar el eje madre-hija. Es una discusión que transcribo, también un reclamo. Un pantallazo de otra energía. Para mí el núcleo de esa parrafada es: “Lo que pasa es que yo ya tengo 50 y vos tenés 20”.
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