Viernes, 30 de marzo de 2007 | Hoy
PERFILES
Cultora del punk elegante, ya sea en acordes del piano o en el bajo, María Fernanda Aldana –socia fundadora de El Otro Yo– muestra por primera vez su obra pictórica, en la que refleja mundos oníricos y optimistas, bastante lejanos de su Temperley natal.
Por Victoria Lescano
Cuando pinto, dibujo los vestidos que me gustaría usar y hago ropa surrealista”, dice María Fernanda Aldana, bajista de El Otro Yo, mientras se desliza entre la docena de sus cuadros que exhibe la galería Sonoridad Amarilla hasta el 6 de abril y en esta ocasión va vestida con un jean customizado con tipografia afín al logo punk de la banda, una gatita rosa impresa en el trasero, extraña superposición de remeras y su ya clásico pelo carré que supo pasar del azulvioláceo al rojo y ahora admite tintes rubios dignos de una bombshell.
Bajo el título Viajes astrales, la muestra admite retratos coloridos, homenajes a planetas reales y otros ficticios como el que ideó su hijo Bambu, siete años, en honor a un planeta cuyos habitantes festejan los cumpleaños de los árboles. Además hay siluetas inspiradas en las fotografías de Lewis Carroll. También recurre a técnicas pictóricas que emulan vestidos bordados con hojas y la cita rockera emerge en una guitarrita de cotillón aplicada a un retrato de joven en una isla inspirado en el músico Ray Fajardo.
Porque la front girl de El Otro Yo, mítica banda indie formada a comienzos de los noventa en Temperley, es además maestra nacional de dibujo (dio clases en escuelas públicas hasta que la banda empezó a hacer giras internacionales).
Más datos que hacen a su vasto perfil arty: antes de ingresar a las filas del punk, María Fernanda estudió música clásica en un conservatorio barrial: ese background le dio el oficio para descollar ejecutando el órgano y poder sorprender a su hermano Cristian (actual guitarrista de EOY) cuando sacó a relucir sus versiones libres de cadencias de bandas darkies. Ese fue el disparador para que con apenas once años, vestida con un suetercito blanco, jeans y su pelo largo y muy lacio, la niña diera su primer concierto de rock en la Escuela Número Dos de Temperley, acompañando a la banda de su hermano.
Y en 2007, ya con una decena de discos editados junto a EOY, el viernes 23 presentó de modo oficial y en el auditorio de la Alianza Francesa el disco Dios te salve María, una docena de bellas canciones en piano con elegante pulso punk y donde la acompañaron la cantante Analía Hoermechea (con vestido de soiree y brillos dignos de una gala barrial retro), Maximiliano Shoenfeld ejecutando el oboe y Diego Vainer como regisseur y también una insólita aparición de su hermano Cristian vestido con traje y corbata para la ocasión, en lugar de las galas rockeras y su emblemático mameluco.
La puesta admitió proyecciones non stop filmadas para cada canción por las colaboradoras en dirección de arte, diseño y vestuario, Marisa Scicio y Melina Britos.
¿Considerás que las pulsiones por el dibujo y la pintura empezaron en simultáneo?
–Desde muy chica la expresión artística, tanto la música como el garabato en el cuaderno o las paredes de toda la casa, me dio bienestar. Recuerdo que cuando mis padres se separaron y nosotros éramos muy chicos, mamá nos llevó a vivir a una iglesia en Villa Elisa y en la que el cura era su padrino. Allí tuvimos una casita, y además de jugar con las estatuas e ir a la escuela de enfrente, mi hermano Cristian y yo jugábamos con el órgano de la iglesia. Después nos mudamos a Palermo, también a otras casas en Belgrano y en Caballito, pero todos los fines de semana mi papá nos buscaba para llevarnos a Temperley y allí estaban el órgano y la guitarra criolla. Porque mi viejo es cantor de oído, tiene una voz muy grave, canta tango y bolero y en una época vivió de ello. (El padre de los Aldana hizo coros en una canción del disco Espejismos.)
¿Y cuándo la música dejó de ser un juego de niños y se profesionalizó?
–A los diez años empecé a estudiar piano con una concertista llamada Edith Casina y así entré en la música clásica, que considero es la que tiene más vuelo, y en simultáneo Cristian que es mayor se quiso independizar de vivir con las mujeres de la familia y se fue con papá a Temperley, allí armó su primera banda de punk rock llamada Los Apáticos. Finalmente cuando yo tenía trece nos fuimos a vivir todos juntos a Temperley, ahí ya estaba rockeada, llevaba corte punk, me vestía de negro con remeras rotas. No tardé en inscribirme en el conservatorio de música de Banfield, por consejo de mi maestra de música. Iba a un secundario que no aguantaba más, mis compañeros me peleaban y, por un tiempo, me cambié a otro de Adrogué con más tolerancia por la diversidad de estilos, recuerdo que al menos había ¡un fan de los stones y otro del reggae!, pero supe que con tercer año cursado me podía anotar en bellas artes en la Belgrano, lo hice y allí encontré un mundo gigante, que con sus clases de escultura, grabado o dibujo me resultaba muy provechoso ir cada mañana.
¿Cuál era tu información de moda en ese momento vinculada a la música?
–Recuerdo que conocí a los Cocteau Twins gracias a que llamé a un concurso de la radio Rock & Pop y me gané su disco luego de cantar una canción por teléfono. Con mi hermano empezamos a hablar de armar banda propia, yo le conté que estaba leyendo a Rimbaud, y que una de las cartas que él escribió de muy joven y decía, “Yo, el otro”, y así surgió el nombre del grupo. Al principio yo tocaba el órgano y cantaba y teníamos amigos que pasaban por la guitarra, bajo y batería. Cuando vino Ray Fajardo como baterista, un dibujante amigo de él, hizo el logo de la banda. A los diecinueve años seguí un tiempo en el conservatorio y ya no concordaba con mi dedicación por completo al rock, ¡siempre les cambiaba algo a las partituras de música clásica!
¿Qué música escuchás para pintar?
–Me gusta mucho Prokofiev que es casi un maremoto, música de películas...
¿Y cuál es tu método para la pintura?
–Es un proceso muy lento, no tengo el tiempo para hacerlo todos los días, pero sí en mis ratos libres, nunca usaría la palabra hobby. Por lo general, desde que terminé bellas artes cada dos años junto y acumulo material y luego se transforma en una muestra. Muchos de los cuadros surgen de bocetos hechos en las giras. Considero que si bien el futurismo es un tema presente y también la búsqueda de colores estridentes, hay un cambio en mis obras, mis cuadros de principio de los noventa reflejaban temáticas más oscuras, con casas embrujadas o familias de vampiros, y ahora cambiaron hacia algo más luminoso, con un toque de fantasía.
¿Cómo resumís tu galería de influencias estéticas?
–Me gusta mucho la ropa de la serie Star Trek, el vestido de cisne que llevó Björk, y la estética de Kraftwork, pero en simultáneo me encanta la estética de lo simple que reflejan Pixies, Yo la Tengo y Stereolab.
¿Qué mujeres de la historia de la música funcionan como referentes?
–Debbie Harry, Siouxsie, Patti Smith, Nico, y Johanna Newson.
¿Cómo te plantás para salir al escenario con los imperativos de lucir sexy que se supone de rigor en una mujer del rock?
–Prefiero decir que soy una soldada del rock a una diva, tampoco pienso en un tema de género cuando estoy en algo artístico, sí hay mucha sexualidad implícita en los recitales en vivo y trato de dar un toque femenino en algún detalle que me distingue, pero no busco explotar ese lado.
La autogestión funciona como marca de fábrica de EOY, desde el sello Besótico, ¿que destacás de la edición indie de discos propios y ajenos?
–Cuando empezamos tocamos en lugares de zona sur junto a las bandas que estaban surgiendo, de Juana la Loca a Babasónicos, Copiloto Pilato. Fue un gran paso empezar a tocar en Capital. En esa época nos quedamos sin bajista y yo dije ahora toco el bajo, o una guitarra de dos cuerdas que usaba como bajo, hasta que Cristian se puso a laburar y me compró un bajo. Las primeras grabaciones caseras del disco Los Hijos de Alien fueron hechas con dos caseteras y las vendíamos tambien de modo casero y hasta en el colectivo. En el ’94 empezamos a vivir de la música y no nos quedábamos quietos, editamos a bandas como Sugar Tampaxx, un disco de Victoria Mil, que ya estaba grabado, pero luego aparecieron muchos sellos indies y se fue haciendo más fácil, y Cristian fue uno de los fundadores de la Unión de Músicos Independientes.
Tu vestuario aún refleja los postulados de autogestión, ¿qué prendas y gestos permanecen de los días en que te cosías a mano atuendos para tocar en los conciertos?
–Tengo un costado muy austero, no me gusta la superproducción y por regla general uso cosas que me regalan amigas, tengo suerte, así me llegó un vestido como de hada rosa que me trajo una amiga y lo usé en videos, y un vestido de novia que me puse para tocar en el último concierto de El Otro Yo en Obras.
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