Vie 17.08.2007
las12

DANZA

Milonga que me hiciste bien...

Escenas de la vida milonguera donde se baila el tango apasionadamente, obsesivamente, han sido recreadas por Camila Villamil en el seductor espectáculo Anoche... Allí se perfilan universos femeninos y masculinos, códigos atemporales, situaciones arquetípicas vistas desde un enfoque de género, con una banda de sonido que incluye a las cancionistas de la época de oro.

› Por Moira Soto

En la pista musical están Ada Falcón, Libertad Lamarque, Rosita Quiroga, Nelly Omar. En los testimonios que se oyen en off figuran María Nieves, Carmencita Calderón (dos maestras) y Félix Picherna (veterano dj porteño). En la coreografía, Matilde Ventura y Camila Villamil (también bailarina y directora de la obra), con el aporte de los intérpretes Gimena Aramburu, Micaela Cortada, Juan Fossati, Ollantay Rojas y Ramiro Rosenvasser. El vestuario es de Laura Pérez Andreau y la banda de sonido de Daniel Duarte Loza. Una amplia mayoría femenina en los distintos rubros de Anoche, un baile de tango, espectáculo que reconstruye con amor y humor la atmósfera de la milonga desde un punto de vista de mujer actual que da otro sentido, otro relieve a su rol en ese ámbito.

Aunque viéndola sobre la escena se diría que nació para bailar el tango, Camila Villamil (mucha formación en danza contemporánea y otras técnicas, también actriz recibida) dice que no tenía mayor relación con este género musical antes de empezar a bailarlo: “En mi casa no se escuchaba. Mi abuelo paterno, en todo caso, nos cantaba algunos temas de Corsini, de Magaldi, a mi abuela, a mi hermana y a mí. Llorábamos con una Canción del unitario, muy en contra de Rosas. Decía algo así: ‘Esa noche de Santa Clara, la ventana por fin se abrió, una voz ronca sonó: Viva la Santa Federación...’ Es un unitario que viene a ver a su amada, se siente el olor de los jazmineros, y finalmente lo matan los federales: ‘Se oyó el galope de los caballos, las dulces notas de una canción...’ Era chica y ese tema me parecía terriblemente romántico, a esa edad cualquier historia donde hay amor y muerte te apasiona”.

¿No tuviste otras oportunidades de conocer mejor el tango hasta los 20?

–Bueno, a los 18 tuve un novio que le gustaba Goyeneche... Pero lo cierto es que mi ingreso en el tango fue a través del cuerpo. Primero en un ciclo en Babilonia en los ’90, donde invitaron a coreógrafos donde, entre otros géneros, se hizo tango. Yo participé desde la danza contemporánea. Irene Amuchástegui –ella ya era milonguera– nos enseñó el paso básico. Me conecté con gente que bailaba tango y Ricardo Barrios, muy buen bailarín, me dijo: “Vos tenés que ir a la milonga, te va a encantar”. Bailábamos un valsecito, Esquinas porteñas. Seguí ese consejo, sin tomar clases, y fue un flechazo: enseguida me enamoré del baile, y luego me empezó a gustar cada vez más la música, pero pasada por el cuerpo. Estaba tan entusiasmada que iba prácticamente todos los días a bailar... Esto es algo que le ha pasado a mucha gente al descubrir el tango bailado en la milonga: siempre quieren más. Después, claro, bajé el ritmo porque también me gusta la vida diurna, y cualquier día de la semana me quedaba hasta las 5 de la mañana. Terminaba con los pies destruidos pero contenta. Imaginate, tenía 20 y casi no había usado tacos. Pero no me importaba nada. Cada vez que iba a la milonga en los primeros tiempos, tenía en el estómago esa sensación –las famosas mariposas– que te da la pasión. Cuando yo empecé no iba mucha gente de mi edad, no existía La Viruta, que hoy es un semillero de bailarines jóvenes. Entonces yo bailaba casi siempre con viejos milongueros que a veces se metían en mis sueños y me perturbaban un poco. Es que era rara esta cosa de estar enamorada de un baile y una música, y bailar abrazada mucho tiempo a tipos grandes que no conocía...

¿De entrada pensabas que el rol de la mujer era tan pasivo como se acostumbra decir?

–Mirá, de entrada me entregué sin vueltas. Un par de años después, al dar clases, creo que empecé a reflexionar sobre las formas de este baile. Es un lugar común decir que el tango es machista, pero para mí existen una zona masculina y una femenina. Cada cual tiene que ocupar su rol muy cabalmente, eso es seguro. Sé que hay mujeres que se resisten, que se sienten dominadas. Yo pienso que se trata de una receptividad absolutamente activa. Es verdad que el hombre propone, abre espacios, hace preguntas corporales, y la mujer responde.

¿Hay algún espacio donde la mujer pueda proponer?

–Los límites no están siempre bien definidos: depende de la sensibilidad del bailarín, hay mucha diversidad. Yo a las mujeres que toman clases les digo que, al principio, la idea es esperar la pregunta antes de responder, a pesar de que en los hechos suceden casi al mismo tiempo la pregunta y la respuesta... Ya cuando una practicó lo suficiente, sabe esperar y está receptiva, puede empezar a haber más ida y vuelta, interacción. Ciertamente, hay hombres que bailan mecánicamente sin registrar qué estás haciendo vos. Pero hay otros con los que podés tener más comunicación, más entendimiento, con los que sentís que hay algo de tu dinámica, de la forma en que ponés el cuerpo que modifica su baile, hombres que perciben que les estás proponiendo cosas. En realidad, si el hombre baila realmente bien, también se tiene que dejar llevar por la mujer: la manera en que ella toma la dirección que él le propone, lo tiene que condicionar para seguirla. Te reitero, no creo para nada que el rol de la mujer en el tango sea secundario, un juguete en manos de un hombre. Creo que tenemos muchísimo poder en los tres minutos que dura una pieza, quizás ese poder sea más invisible, sutil. Lo asocio con la sexualidad de la mujer, más escondida y no solo en el aspecto genital, también en el secreto de sus ritmos.

Cuando el baile se hacía entre varones, ¿cómo se decidía quién llevaba a quién?

–Tengo versiones de fuentes directas, porque no hace tanto que ocurría esto de milongueros que aprendieron el tango bailando de mujer. Mi papá se acuerda de que en la esquina de Cochabamba y La Rioja había una lechería donde se juntaban los hombres a practicar, no estaba bien visto que fueran las mujeres. Pero después esos hombres les enseñaban a sus novias, sus hermanas. Puppi Castello, un milonguero muy querido que murió hace poco, me contaba que cuando él era joven iba a practicar con hombres solamente, y bailar de mujer era pagar el derecho de piso, para después aprender los pasos de hombres. Para mí es un concepto muy moderno esto de que el hombre aprenda primero el rol de la mujer para saber qué necesita ella. Ojalá fuera así en la vida, que ellos pudieran ponerse más en nuestro lugar, habría más armonía. Cuando los hombres son mayoría en la clase y les propongo bailar entre ellos, les da como vergüenza. Les explico que es una oportunidad maravillosa, porque los hombres que saben bailar de mujer, bailan mucho mejor como hombres: entienden qué es lo que hay que proponer, cómo se hace una marca.

Me hacés acordar a la historia del adivino tebano Tiresias, que tuvo la chance de ser mujer durante unos años y reveló que la mujer goza nueve veces más...

–(Risas.) Bueno, algo parecido, porque está buenísimo dejarse llevar, es un placer inefable. Yo, chocha de ser mujer en el baile, cierro los ojos y me despreocupo de todo lo que no sea bailar.

¿Cómo empezaste a bailar el tango en público?

–Primero lo hice con la Orquesta de Tango de Buenos Aires, en el Centro Cultural San Martín. Pero donde sentí que participaba de un espectáculo más acabado, con todos los chiches, fue con Horacio Godoy cuando fuimos a la Feria del Libro de Guadalajara, con el grupo Las Tangueras. El tema es que nunca me sentí totalmente parte del tango de escenario, por eso es que este espectáculo, Anoche, me está rondando desde hace varios años. El mundo de la media de red, la lentejuela, el tajo en la falda, el rojo y negro nunca me representó. Me sentía sapo de otro pozo en ese escenario, no así en la milonga. Aunque conflictuada, bailé, viajé con shows, orquesta, todo... Hasta que en el 2000 dejé de hacerlo de esa forma, aunque me quedé con la enseñanza y la milonga. Tengo un novio que no baila tango, pero está claro que es un lugar de pertenencia para mí, y a él le encanta que me vaya por ejemplo los lunes al salón Canning.

Finalmente, pudiste contratar tu espectáculo referido a la genuina milonga.

–Sí, Anoche... se fue armando con el deseo de mostrar ese mundo tan rico, donde pasan tantas cosas, tanta gente distinta. Sabía que quería algo más que parejas bailando. La dramaturgia se fue gestando a través de los años, tomando nota. Hasta que se presentaron una serie de factores favorables y se dio este espectáculo: una propuesta del Borges, mi encuentro con Matilde Ventura, milonguera ella, coreógrafa. Matilde pensaba en una especie de conferencia bailada, usando sus materiales de investigación. Ahí empecé a contarle mis ideas sobre la puesta en escena de la milonga, ella se copó, terminamos con tres parejas, llamamos a un músico.

¿Desde el vamos desecharon la idea de un repertorio que incluyera himnos del tango que resonaran automáticamente en el público, prefiriendo temas menos conocidos como “Mariposita” o “Colombina”?

–Siempre tuvimos claro cuál iba a ser el perfil, aunque fuimos cambiando algunas cosas en el proceso de búsqueda, de potenciación mutua. Asociarse con alguien para un proceso creativo es muy importante para mí: sirve para intercambiar, tener otra perspectiva, no perder la brújula. Además, como yo quería estar en el escenario, necesitaba otra mirada de afuera. Lo que empezó siendo el relato evocador de una mujer fue incorporando otros elementos, como las voces femeninas en los testimonios, en los temas. El músico entendió muy bien que se trataba de un espectáculo con mirada de mujer. La elección del repertorio fue algo muy intuitivo y Daniel hizo un trabajo muy creativo. La idea era representar la relación entre hombres y mujeres, los desencuentros en la pista, los mundos separados de unos y otras, las complicidades.

Me tocó ver la función en que te quedaste sin pareja por un problema del bailarín. No lo sabía y salió todo tan bien que imaginé que era a propósito.

–Nos dejó muy impactadas esa función a Matilde y a mí. Una situación muy estresante porque recién el día anterior nos enteramos de que Rosenvasser no iba a estar. En vez de suspender, al repasar la obra nos dimos cuenta de que se podía hacer perfectamente sin él. La escena donde yo plancho ya existía, lo que le pasa a esta mujer. Con la ausencia del bailarín tomó otro sentido y nos abrieron otras ideas que seguramente nos llevarán por nuevos rumbos. Sí o sí queremos ahondar en esta dirección: la mujer que se desliza en el grupo que está bailando, se adapta, en otro momento se siente terrible y luego disfruta viendo bailar a los otros, y también baila ella por su cuenta. Fue mágico lo que pasó esa noche que viniste: a pesar del vértigo que significó, fue la función que más disfruté, aunque no sabía cómo se iban a solucionar algunas cosas sobre la marcha. Los bailarines y las bailarinas estuvieron a la altura y más. Yo me sentí con un nivel de presencia como nunca y se me jugó una nueva historia a lo largo del espectáculo.

En la cultura dominante, la mujer sin pareja es la que está mal vista, en la vida y en el baile: no pasa lo mismo con un tipo en esa situación.

–Sí, y en el baile planchar te hace sentir de lo peor. Sin embargo, existe el planchar masculino, cuando los hombres reciben el rechazo al cabeceo, cosa que a algunos les parece muy humillante. Se juegan tantas cosas en la milonga...

Anoche. Un baile de tango, se repone a partir del 8 de septiembre, los sábados a las 22 en el Centro Cultural Borges, Auditorio Astor Piazzolla. Informes: 5555 5359.

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