Viernes, 18 de enero de 2008 | Hoy
SOCIEDAD II
La violencia de género tiene un cómplice especial en el silencio. Pero en Tucumán dijeron basta y decidieron poner el ruido en el cielo. Cada semana las mujeres marchan y hacen tocar silbatos para denunciar lo que se ampara en el silencio.
Por Elisabet Contrera
Una vez por mes, en las calles de San Miguel de Tucumán cientos de mujeres protagonizan un silbatazo para decir: “¡No al silencio! ¡No a la injusticia! ¡No al abuso sexual!”.
“Basta de silencio” es la consigna preferida de Laura. Lleva ese cartel a cada una de las manifestaciones. Sabe que haber callado por tantos años algo que a ella le pasó de niña no permitió olvidar las heridas de la violencia. Siempre permanecieron allí, latentes, a la espera, y volvieron en el cuerpo de su hija, de 7 años. Como le había pasado a ella, un hombre de la familia se aprovechó de la nena. “El niega todo, pero yo le creo a mi hija y la voy a defender”, sostuvo con dureza implacable. “A mí nadie me creyó cuando dije lo que me hacía mi tío, nadie me defendió”, contó Laura, cuyo nombre fue cambiado para preservar su identidad.
Dispuesta a que no se repita la historia, Laura salió a la vereda para reclamar justicia por su hija. Así decidió sumarse a la campaña “El Silbatazo”. Madres, estudiantes, vecinas, profesionales, coincidieron en decir “Basta al abuso sexual contra niños y niñas”, y coparon la calle gritando, o mejor dicho “silbando”, aclara Vicky Disatnik, presidenta de la Casa de las Mujeres Norma Nassif, la organización promotora de la campaña que una vez por mes modifica el paisaje corriente del centro de San Miguel de Tucumán. “El silbato fue el método que encontramos para denunciar el abuso y llamar la atención de todos y todas”, explicó.
El aumento de los casos de abuso sexual, medido a través de los medios de comunicación locales, sumado a las situaciones de violencia que vivieron de cerca (“Tengo una alumna a la que golpearon y manosearon para robarle 10 pesos y el celular”) llevaron a los miembros de la organización, casi espontáneamente, a tomar el espacio público por primera vez en junio del año pasado. El lugar de encuentro fue –y sigue siendo– la esquina de Muñecas y San Martín, sobre la peatonal más concurrida de San Miguel de Tucumán. Allí se agolparon cientos de mujeres bajo el mismo grito: “¡Es tiempo de decir basta, es tiempo de no callar, de no olvidar!”; repartieron volantes, y silbaron a coro por horas. Pese al ruido, al movimiento, a la exaltación de todos y todas, esa esquina se convierte en refugio de historias similares a las de Laura y su hija.
Ese silbido de alarma –aseguraron sus promotoras– seguirá ensordeciendo los sábados hasta que el gobierno provincial cumpla con un petitorio que presentaron. En primer lugar, solicitan que se declare la emergencia en violencia sexual contra la mujer. “Lo hacen cuando hay inundaciones o sequía. Nos parece que la situación de desprotección y desamparo que viven las mujeres, niñas y niños tucumanos obliga a actuar de la misma manera. Esta medida permitiría contar con recursos del presupuesto y la ejecución de políticas en la materia”, sostuvo Vicky.
También solicitan la creación de un protocolo de atención para las víctimas de abuso, que contemple la provisión obligatoria de anticonceptivos de emergencia, el tratamiento de HIV, hepatitis y la asistencia psicológica continua y gratuita; la reforma del Código Procesal Penal que permita a los fiscales tomar denuncias de abuso en los hospitales y “evitar así la revictimización de la persona abusada”, y la creación de una fiscalía especializada en la búsqueda de pruebas, con perspectiva de género. Las mujeres exigen además la realización de abortos en caso de embarazos como consecuencia de una violación, y la sanción de una ley de salud sexual y reproductiva ya que, pese a la ley nacional, “sólo algunos hospitales de la provincia cuentan con métodos anticonceptivos a disposición de la población”, sostuvo la presidenta de la institución. “La idea es juntar 10 mil firmas y presentarlas el 8 de marzo en el Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la provincia”.
Mientras aguardan una reacción del Estado provincial, el escrache a abusadores y violadores identificados es la respuesta concreta que encontraron las madres de hijos o hijas violentados para expulsar la impotencia y la angustia. “Si no llega la sanción legal, nosotras vamos a luchar para que haya por lo menos una sanción social”, sostuvo Vicky. Laura fue la protagonista del último escrache. Abandonó el silencio y gritó con rabia lo que el hombre adulto, que vivía a sólo cuatro casas de la suya, le había hecho a su hija. “Al principio, tenía vergüenza, me sentía a la vez bien y mal, pero igual me animé a hablar”, relató la joven, de 26 años. En ese momento de catarsis tampoco estuvo sola sino que la acompañaron otras mujeres y hombres. Recorrieron las calles de tierra y arboledas de la localidad empobrecida de Colombres, alertando sobre los hábitos del vecino, cincuentón y amigable, y pegando carteles con su nombre y su foto en cada poste de luz de la zona. “Hace meses que no sale a la calle. Dejó de atender el kiosco. Está su hija a cargo”, contó Laura. Ella está entera: “Tengo mucha fuerza para seguir”. El dolor y la impotencia por el sufrimiento propio y el de su hija la acompañan a cada momento. La diferencia es que ahora, en ambas historias, el causante de ese dolor tiene nombre y apellido.
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