SOCIEDAD
Cada tanto la noticia –y la manera de narrarla– se replica: una niña es atacada por sus pares en la escuela “porque era muy linda”. Así, se enuncia sin cuestionar un estereotipo de género –ese que habla de la rivalidad entre mujeres–, a la vez que oculta cuánto pesa sobre niños y niñas el mandato de ser (bella) de una sola manera.
› Por María Mansilla
Por ser linda. Por eso, dicen, Priscila (12) terminó ese viernes con la nariz vendada y rodeada de movileros de televisión. Por ser linda: fractura de tabique nasal y lesiones en el cráneo. Del aula de 7mo. grado a un hospital de pediatría en estado delicado. Y sus victimarias, de la cara de Priscila a un Juzgado de Menores, acusadas de infligirle “lesiones graves”. No sólo fue la paliza menos pensada por tratarse de chicas, de nenas, sino también por ser chicas, nenas, de un barrio como San Isidro. Esa mañana, Priscila le había dado una pista a su mamá: dijo que no quería ir a la escuela porque una compañera la estaba molestando. La compañera que la estaba molestando se llama Brenda, y estaba celosa porque su novio gustaba de Priscila... o algo así. Contó con la complicidad de otras 5 amigas para pegarle a Priscila. Isabel, la tía de la agredida, denunció ante los medios que “desde que empezó a cursar en ese colegio, en marzo de este año, tuvo problemas con este grupo, no le perdonaron ser linda y flaquita”. Y los medios repitieron: “Por ser linda”; “Demasiado linda”.
Alicia Murillo es especialista en Educación para la atención de la diversidad, graduada en la Universidad de Madrid. Trabaja en el Instituto de Estimulación del Aprendizaje Sapienza, en Rosario, con alumnos y alumnas de escuelas privadas. “Cada vez llegan más chicos con problemas de rendimiento cuya causa no es la capacidad intelectual sino el hecho de estar inmersos en una situación de hostigamiento escolar. Las que más lo padecen son las chicas que están cercanas al ideal de belleza que se consume actualmente. Ellas deben soportar formas sutiles o explícitas de maltrato de sus compañeras: las insultan, les cortan el pelo, las marginan de las actividades sociales... En esas condiciones no sólo baja el rendimiento escolar, sino que llegan a desarrollar conductas de aversión a la escuela y a ciertas situaciones sociales.”
Ese ideal de belleza que altera a las compañeras de Priscila tanto como a las pacientes de Murillo tiene un precio cada vez más alto. Ya lo comprobó Dove: el 98 por ciento de las mujeres, de entre 18 y 64 años de 11 países, encuestadas por la marca de jabón no está conforme con su cuerpo. Es más: la médica a cargo del informe contó que esta “dictadura de la belleza” lleva a las más jóvenes al diván para tratar problemas de autoestima, de autoflagelación y hasta fantasías suicidas (¡¿y sádicas?!). Uno de los países que más presentó esta tendencia, además de Brasil, fue el nuestro.
“Aunque en otros ámbitos sí las adolescentes están más avanzadas, como en un manejo libertario de su sexualidad, en otras cuestiones están muy atrás, como respecto al valor que le dan a la belleza femenina. Nos alarma comprobar que sigue habiendo estereotipos tan tradicionales”, responde Débora Tajer, psicoanalista especialista en género y profesora adjunta de Estudios de Género en la Facultad de Psicología de la UBA. “La rivalidad entre mujeres tiene larga data y es un clásico –agrega Tajer–. La novedad que alarma es que alguien piense que esa bronca la puede transformar no en hacerle un vacío o no invitarla al cumpleaños sino en desfigurarle la cara. Esta cuestión de pasar a la acción directa es un tema de nuestra época. El problema es cómo se trata la diferencia, y ahí estamos ante un tema de género: tenemos un problema específico que se monta sobre una sociedad que cada vez tolera menos la diferencia, cuando tendríamos la expectativa de que fuera al revés.”
“Ya la teoría feminista lo ha dicho: las mujeres no somos ni más santas, ni más buenas, ni más tranquilas. Lo que sí vemos es que hay una modalidad de resolver la bronca que es poniendo el cuerpo violentamente. A las piñas. Algo propio de las estructuras tradicionales varoniles”, coincide María Alicia Gutiérrez, socióloga, investigadora de la UBA e integrante del Foro por los Derechos Sexuales y Reproductivos. “Entre las pérdidas que padecimos socialmente hay una dificultad del acceso a la palabra: algo que no puede ser dicho o que del modo que es dicho no puede ser escuchado, produce esto. Lo demás, es lo de siempre: un corridillo propio de la edad en la que la sexualidad está a flor de piel y hay dificultad para procesarla.”
¿De qué manera prevenir estos episodios de violencia, incluso de violencia contra las mujeres cuando ni las amonestaciones ni los despidos ni los cacheos están a la altura de las circunstancias? ¿Se puede pensar la educación sexual como una herramienta de reflexión?
“La sexualidad no se regula, es algo instintivo. Pero me parece excelente que haya una legislación que apunte a preservar derechos, como aceptación de las diferencias, y a hacer prevención de violencia, de embarazo, de aborto, de VIH sida” –opina la socióloga María Alicia Gutiérrez que fue consultada por el Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescente cuando se pensaba cómo implementar la Ley de Educación sexual en las escuelas. Y se pensaba, además, hablar de derechos humanos y atravesar los contenidos con perspectiva de género–. A Gutiérrez le parece excelente sólo haciendo una salvedad: “Deberían estos espacios poder llevarse a cabo desde la consideración del momento del otro, no desde una bajada de línea o una clase de sexualidad. Eso no sirve, sirve si es al revés: haciendo una escucha de lo que viene del otro lado”.
Hace unos días, el director del Colegio de la Ciudad, Néstor Abramovich, entró a varias aulas con un diario bajo el brazo precisamente para poner la oreja, para generar la escucha. Era el diario que incluía la noticia del ataque a Priscila. Los comentarios que surgieron entre las y los alumnos dispararon alrededor de posibles culpables: que era de los que se quedaron mirando y no las pararon, que la culpa la tuvo la señora de la zapatería que no intervino más que para discar el número de la comisaría. “Hacen un análisis muy elemental, el discurso de los medios penetra tal cual es emitido. Una cosa que instala la televisión es la posibilidad de hacerte un lugar a pesar de los otros; no hay modelos de construcción colectiva, está instalada la competencia y Gran Hermano es el modelo más acabado de esto. Es difícil hacerlos llegar a reflexiones profundas. Se preguntan qué hay debajo sólo después de haber replicado el modelo del movilero del canal de noticias, sólo después de haber transitado lo anecdótico”, lamenta Abramovich, especialista en educación.
“La ley abre oportunidades”, se entusiasma el director del Colegio de la Ciudad. Pero advierte que es muy difícil, construir el espacio de contención necesario para poder hablar de las emociones que viven a diario “los pibes” sin contaminarlos con las experiencias y los prejuicios de los docentes. “A lo mejor, entrar por las diferencias, la diversidad, las singularidades, el respeto al otro y al cuerpo del otro, la tramitación de los conflictos, es una manera que puede generar menos resistencia entre los docentes. Porque involucran cuestiones más amplias, del orden de los valores. Hasta puede ser una manera de comenzar a trabajar los contenidos que la ley propone.”
Mientras especialistas, académicos o académicas, movileros y movileras de TV, adolescentes e incluso desde aquí pensamos qué pasó y qué hacer con eso, Priscila está en su casa. No pierde las clases porque participa de un plan de educación domiciliaria. Pronto tendrá que volver a la escuela.
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